El final del mundo macrista
Los precios y el dólar sin control se retroalimentan, a costa del empobrecimiento de las mayorías
El triunfo en primera vuelta del Frente de Todos fue un extraordinario resultado teniendo en cuenta el poder de las fuerzas a las que enfrentó, y abre el camino para una primera mejora: desplazar del aparato estatal a los ejecutores de las medidas que llevaron a esta gravísima situación. Pero durante algunas semanas más estas fuerzas estarán al comando del Estado, y aun disponen de las más importantes palancas de la economía argentina.
No hay transición: hay macrismo
Ninguno de los efectos económico-sociales por los cuales el experimento neoliberal fue rechazado en las urnas cesó el domingo de la victoria del Frente de Todos.
Ya se pusieron en marcha los aumentos de tarifas y combustibles suspendidos para falsear el clima preelectoral. Se están observando remarcaciones gigantescas en productos de primera necesidad sin ningún justificativo. El pan aumentará 30%, la carne 20%, pero esta vez sin la excusa de una devaluación previa. El deslizamiento del dólar en la semana previa a los comicios ya dio pie para que sectores monopólicos se consideren habilitados a remarcar con impunidad.
Hasta ahí la continuidad de una práctica predatoria tradicional, que deberá ser revisada si se quiere lograr cierta recuperación del poder adquisitivo del salario.
Pero esta semana se conoció que el gobierno macrista prevé realizar una emisión gigantesca de dinero (entre 250.000 y 400.000 millones de pesos) hacia diciembre, dado que en este último tramo se concentrará el grueso del déficit fiscal del año. El gobierno agonizante pasará de la sacrosanta emisión cero, durante la cual la inflación se aceleró, a una violenta inyección de dinero en un período muy acotado. Es previsible, por lo tanto, una realimentación del proceso inflacionario y de la demanda de dólares negros, dado que esta administración no está dispuesta a tomar ninguna medida adicional.
En tanto, continúa la reducción de la masa de las LELIQs, dado que el Banco Central está bajando la abultadísima tasa pagada hasta ahora, pero en este momento arriesga a empujar a los ahorristas en pesos hacia el dólar, que ya no les suministra en cantidades significativas el Estado desde el día de la derrota gubernamental en las urnas.
Se están creando las condiciones para una escalada del dólar negro sin precedentes, luego de meses en los que desaprensivamente se dejaron casi desaparecer las reservas del Banco Central. Muy tarde, se minimiza la venta masiva de divisas al público.
Hoy los precios y el dólar están sin control –debido a la catastrófica política económica macrista— y se realimentan mutuamente, a costa del empobrecimiento de las mayorías.
La reanudación de los aumentos de tarifas agrega otro acelerador a la velocidad de los precios, otra de las justificaciones de la “patria remarcadora”. Por si faltaba alguna excusa que potencie la nefasta práctica de las remarcaciones precautorias, se han escuchado rumores de alzas de precios decididas en función de la previsión de un eventual acuerdo de precios y salarios en la próxima gestión.
Si esto es así, si ahora hay saltos de precios “por si” se intenta poner en el futuro bajo control la inflación, estamos frente a la mejor prueba de la nula disposición de ciertos sectores formadores de precios a realizar un aporte genuino a la estabilización y recuperación económica: todo consiste en hacer la trampa de aceptar frenar los precios luego de colocarlos en niveles exorbitantes, que garanticen en lo microeconómico rentabilidades desmesuradas, pero que en lo macro consolidan efectivamente una realidad distributiva que es un freno a cualquier reactivación.
Los empresarios privados se comportan con absoluta irresponsabilidad, ejerciendo su poder monopólico u oligopólico, empujando hacia la contracción de la actividad económica –al provocar la caída del poder adquisitivo de la población—, y por lo tanto a la quiebra de otros colegas empresarios, debido al efecto de desplazamiento de la demanda efectiva hacia los consumos más imprescindibles.
Pero al mismo tiempo rechazan, como si fueran brillantes corporaciones globales, la intervención del Estado en la economía. No quieren tener comportamientos disciplinados, ni ser disciplinados por las autoridades públicas, y defienden su “derecho” a sostener conductas económicas depredadoras.
Otros incendios
No sabemos si es planificada la política pública de despojar a la próxima administración de cualquier instrumento de intervención para estimular la economía. Pero si las medidas que está tomando en diversas áreas estatales que convergen en el debilitamiento extremo de las capacidades estatales son planificadas, el gobierno estaría mostrando habilidades de articulación de medidas económicas que hasta ahora parecía no tener.
Hay que explicitarlo ante la opinión pública con total claridad: se está dejando al Banco Central sin reservas ni posibilidades de financiamiento convencional, y al Banco Nación y al Banco Provincia de Buenos Aires en una muy comprometida situación patrimonial, que de haber subsistido el macrismo hubiera desembocado seguramente en su privatización con la excusa de que “dan pérdida” o que “no están en condiciones de cumplir su función”. En materia de destruir las capacidades estatales, el neoliberalismo acude a la batería de excusas que utilizó en sus experimentos previos.
Al mismo tiempo, se está dejando plantada una severa crisis de orden federal: varias provincias, producto de los manoseos presupuestarios recientes de la gestión macrista, los recortes provocados por el ajuste fondomonetarista y la contracción general de la economía, comienzan a tener muy serias dificultades para poder pagar las actualizaciones salariales pactadas, disparadas por la inflación que superó ampliamente los aumentos otorgados del 23%. No hace falta describir el escenario provincial cuando no se puedan cubrir las remuneraciones de los empleados públicos.
Al mismo tiempo no debemos soslayar los efectos inerciales de la contracción económica en marcha, que permanecen como telón de fondo de las novedades agravantes que mencionamos más arriba: cierre constante de empresas productivas y comerciales y aumento del desempleo y la pobreza.
Se debe considerar la posibilidad de que la asunción de Alberto Fernández el 10 de diciembre se produzca en un contexto de aguda crisis económica y social, que no sólo empañe los festejos que corresponden por haber logrado desplazar del Estado a un bloque político social de extrema peligrosidad, sino que el nuevo gobierno no contará ni con un segundo de evaluación serena para empezar a implementar las medidas a tomar.
Desde el punto de vista político es imprescindible explicar ampliamente ante propios y ajenos las características del actual desastre, que no sólo no ha terminado, sino que está en pleno desarrollo y que por su magnitud invadirá inevitablemente el primer tramo de la próxima gestión.
Sería imperdonable que, en un nuevo gobierno popular, se cometan los errores de comunicación política que ocurrieron durante el kirchnerismo, cuando no se supo explicar con eficacia cuál era el propósito económico y los beneficios públicos de implementar la Resolución 125, o cuando se permitió que una medida correctísima, como la necesaria administración cambiaria en un país periférico, fuera bautizada y estigmatizada por la derecha social y mediática como “cepo”.
Macri mata gradualismo
La índole de los problemas heredados por la próxima gestión impondrá la necesidad de numerosas medidas en todos los frentes, que además deberán ser consistentes entre ellas para lograr el máximo impacto posible. Afortunadamente en torno al nuevo Presidente hay una gran cantidad de especialistas capaces y comprometidos con el país, lo que después de cuatro año de lo contrario, no es poco.
Lo cierto es que todos los frentes están imbricados. La dramática cuestión social requerirá urgentes formas de transferencias monetarias, o de acceso directo a bienes, que exigirán una decidida y eficaz acción pública. El tema del control de la inflación es crucial, para que no neutralice la voluntad oficial de comenzar una recomposición de los ingresos de la mayoría de la población.
Eso también se relaciona con los ingresos fiscales, crecientemente menguados por la contracción económica y las tradicionales prácticas evasoras. Si seguir con la contracción del gasto sería demencial, habrá que pensar en formas genuinas para obtener recursos adicionales a fin de inyectarlos con mucha precisión en áreas económicas claves.
Las cuentas públicas soportan hoy el peso agobiante de los intereses de la deuda irresponsablemente contraída por el macrismo. Es urgente reestructurar todos esos compromisos y así liberar recursos públicos para lo imprescindible: cortar la espiral descendente de la economía productiva. Todo el mundo sabe, incluidos FMI, acreedores privados y gobiernos extranjeros, que la deuda externa en dólares es impagable así como está. La reprogramación está en todas las conversaciones, con diversas versiones sobre plazos, tasas y quitas posibles.
Todos los frentes económicos, sean productivos o financieros, están mal. Y están interrelacionados. La herencia macrista no dejará lugar para dosis pequeñas de acción estatal. Deberán ser masivas, y varias de ellas no podrán estar sujetas a consultas –eufemismo para ocultar el poder de veto del lobby privado— con sectores que vienen de protagonizar el actual desastre económico y que siguen sin entender en qué país viven.
El derecho a la supervivencia política
Inevitablemente, a pesar de su correcto enfoque dialoguista, el gobierno de Fernández-Fernández va a tener que asumir algunas confrontaciones, sobre todo con intereses incompatibles con la convivencia social o el despegue económico.
En cada caso habrá peligros y tensiones, pero también el gobierno deberá ser consciente de todos los premios y castigos que puede movilizar en cada disputa. Desde el Estado hay poderes que pueden y deben ejercerse.
Algunos sectores empresariales parecen entender la gravedad de la situación y muestran en principio disposición a buscar soluciones razonables para el conjunto.
Otros, en cambio, prefieren aferrarse a sus posiciones rentísticas sin cortapisas. Si esos adversarios logran inhibir, en el futuro gobierno, la capacidad de formulación de políticas creativas, de iniciativas novedosas y de movilización de sus apoyos sociales, podrán ir cocinándolo a fuego no tan lento.
El final del mundo macrista no es el final del mundo. Pero las consecuencias de que haya existido y aun perdure un mundo macrista, no terminarán el 10 de diciembre.
El mundo macrista sobrevivirá durante un tiempo, hasta que el nuevo gobierno se consolide, logre poner bajo control la situación, sus acciones se empiecen a sentir y active los mecanismos para revertir los daños causados.
El único lujo que no podrá darse Alberto Fernández es el de asumir una posición mendicante en las negociaciones externas e internas.
Él deberá saber que nuestro país ha sido deliberadamente postrado, pero que es una gran Nación y que no debe confundirse una crisis provocada por agentes de la globalización neoliberal con el potencial extraordinario de la Argentina. El macrismo deja un escenario económico y social tan grave, que parece el escenario ideal para que se produzcan negociaciones al estilo del relato bíblico del plato de lentejas: se nos propondrán alivios transitorios a cambio de concesiones estructurales.
La anomia incorporada en el comportamiento de algunos poderosos actores de la escena nacional requiere más que nunca que el Estado asuma el lugar de la Ley, recordando que, para que exista Ley, es imprescindible que exista un poder público capaz de hacerla cumplir.
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