En el libro Escribano, 60 años de periodismo y poder en La Nación pueden encontrarse algunas claves acerca del rol que los grandes medios comerciales juegan en relación con los intereses económicos, las clases sociales y los gobiernos argentinos, que ellos intentan presentar como cuestión de principios y valores.
Sus autores son Hugo Caligaris y Encarnación Ezcurra, dos periodistas de La Nación, donde Claudio Escribano fue un ícono sacro durante muchos años, primero como redactor, luego como columnista político, jefe de la redacción, subdirector, representante en Papel Prensa y, hasta hoy, miembro del directorio de la Sociedad Anónima que lo edita.
El acopio documental de Caligaris y Ezcurra es encomiable y da pie para el diálogo con Escribano, quien además les permitió hurgar en sus archivos. Si bien es manifiesta la simpatía por el personaje, en varios tramos lo exponen a una luz que no lo favorece.
Es recomendable acompañar la lectura del libro con algunas de las entrevistas que la señal de noticias por cable de La Nación, a la cual se asoció con una millonaria inversión en dólares el ex Presidente Maurizio Macrì, puso a disposición de su numen, como plataforma de lanzamiento y pedestal, con una actitud menos objetiva que la de Caligaris y Ezcurra.
A los 83 años, Escribano se mantiene lúcido y estructurado, es capaz de desarrollar un razonamiento a pesar de las interrupciones de un entrevistador, sin perder el hilo ni desviarse del argumento que intenta demostrar, de modo que algunas de sus afirmaciones intrépidas o escandalosas no pueden atribuirse a ninguna suerte de deterioro o decrepitud. Expresan el pensamiento puro y duro de la oligarquía aborigen y sus asociados internacionales, en Washington, Nueva York y/o su embajada.
Con Alberto y Néstor
La relación con los Presidentes Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández es uno de los temas centrales del libro. El punto de partida es una nota que publiqué una semana antes de que Kirchner asumiera la presidencia, el 18 de mayo de 2003, titulada Los cinco puntos.
Como bien dice Escribano, dado que él no habló conmigo (omite que no respondió a mis llamados) las fuentes no podían ser otras que sus interlocutores en el desayuno del 5 de mayo descripto en la nota: Kirchner y/o su jefe de campaña Fernández. Es cierto, como toda obviedad.
El encabezado de la nota decía que Escribano usó a La Nación como instrumento de “una operación política para condicionar a Kirchner. Le comunicó que su gobierno duraría sólo un año y le presentó un asombroso pliego de condiciones”:
- “La Argentina debe alinearse con los Estados Unidos. No son necesarias relaciones carnales, pero sí alineamiento incondicional. Es incomprensible que aún no haya visitado al embajador de los Estados Unidos”.
- “No queremos que haya más revisiones sobre la lucha contra la subversión. Está a punto de salir un fallo de la Corte Suprema de Justicia en ese sentido. Nos parece importante que el fallo salga y que el tema no vuelva a tratarse políticamente. Creemos necesaria una reivindicación del desempeño de las Fuerzas Armadas en el contexto histórico en el que les tocó actuar”.
- “No puede ser que no haya recibido a los empresarios. Están muy preocupados porque no han podido entrevistarse con usted”.
- “Nos preocupa la posición argentina con respecto a Cuba, donde están ocurriendo terribles violaciones a los derechos humanos”.
- “Es muy grave el problema de la inseguridad. Debe generarse un mejor sistema de control del delito y llevarse tranquilidad a las fuerzas del orden con medidas excepcionales de seguridad”.
Si Washington lo dice
El 15 de mayo de 2003, Escribano ocupó con una proclama la portada del diario de los Saguier. No sólo escribió que “la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año”, sino que además atribuyó la frase a un amenazador ente genérico que denominó “Washington”. Según mi nota, “ese indisimulado llamamiento golpista lo habría formulado alguien que Escribano no se tomó el cuidado de identificar, durante la última reunión del Council of Americas, que describió casi como una organización filantrópica interesada en América Latina. Según propia confesión, sus fuentes no le dijeron si fue una opinión personal o un juicio compartido por el resto de los miembros del Council que, en sus palabras, ‘congrega a cuantos tienen en los Estados Unidos una opinión de peso que elaborar, tanto en el campo político como empresarial, sobre los temas continentales, desde Colin Powell a David Rockefeller’ (sic)”.
Escribano agregó que consideraba necesario imponer a Kirchner lo que ceremoniosamente llamó “los postulados básicos” de La Nación porque “seremos inflexibles en su defensa”, agregaba la nota. En el libro, Escribano cuenta un diálogo con William Rhodes, el hombre fuerte del Citibank durante más de medio siglo.
—La Nación es una institución que comparte el mismo sistema de valores que usted ha asumido a lo largo de su vida— le dijo Escribano en la puerta del baño en que le interceptó el paso.
Por eso, en 2001, el Citi asumió el liderazgo del salvataje de la institución gemela, que había declarado en default su deuda de 150 millones de dólares. Queda todo dicho.
En aquel editorial, Escribano fulminaba el discurso de Kirchner cuando se supo que diez días después asumiría la presidencia dado que Menem no se presentaría a la segunda vuelta. Si para Kirchner era una maniobra destinada a minar la legitimidad democrática de su mandato, Escribano le agradeció a Menem «por haber liberado a quienes jamás han votado por candidatos del PJ, pero tampoco lo han hecho nunca con el signo negativo del voto en blanco o anulado, de la encrucijada morbosa que acechaba en el cuarto oscuro». También sostuvo que Kirchner «se permitió la temeridad de sembrar dudas sobre cuál será el tono de su relación con el empresariado y con las Fuerzas Armadas», es decir dos de los puntos que planteó en el desayuno.
El abrigo y el paraguas
Escribano se propone desmentir las afirmaciones de aquella nota, pero en una lectura cuidadosa, las confirma, siempre que se decodifique al lenguaje corriente las palabras ampulosas y solemnes que emplea el abogado de La Nación (de quien su propia esposa dice que parece salido de un aviso de la funeraria Lázaro Costa).
Su principal argumento es que, al describir la reunión en un libro publicado ocho años después, Políticamente incorrecto, Alberto Fernández escribió que Escribano “tomó su impermeable y su paraguas y se despidió de nosotros”. Con aire triunfal acota que ese era un día de sol “y sólo un loco saldría con piloto y paraguas”. Fernández, quien no leyó el libro y se sorprendió ante una consulta para esta nota sobre el episodio, formulada el día de su cumpleaños antes de que se le detectara el virus, dice que tiene un recuerdo fotográfico. “Tal vez no era un piloto sino un sobretodo. Pero recuerdo con exactitud la escena. Escribano llegó antes, dejó el paraguas y el abrigo sobre un sillón y, cuando llegó Néstor, pasamos al comedor, que está en L con el living. Volvió a pasar por allí al salir, recogió el paraguas y el abrigo y se despidió ceremoniosamente”. Escribano dice que tuvo varios encuentros con Fernández (el Presidente sólo recuerda tres), y el gesto del piloto y el paraguas puede haber ocurrido en otro de ellos. En todo caso, a partir de la imprecisión de un detalle trivial el directivo de La Nación desacredita toda la transcripción del diálogo. Sería como desechar la carrera de Escribano porque el 20 de mayo de 1974 escribió que “Perón vive y da la sensación de gozar de su mejor estado de salud en mucho tiempo”, un mes y diez días antes de su previsible muerte.
No aclares, que oscurece
Lo más importante es que el propio Escribano ratifica casi todos los puntos del pliego de condiciones, en sus propios términos engolados. La cuestión no es de veracidad, sino de interpretación:
- “Le dije que el destino nos había colocado en un lugar de Occidente donde la opinión de los Estados Unidos no la podíamos desconocer alegremente. Más todavía: que debíamos ser parte de una política que contemplara la mejor relación posible con los Estados Unidos”.
- “El debía esperar del diario una defensa consistente, perseverante, del valor de la seguridad jurídica” y “tuve una referencia de defensa a la Corte Suprema”.
- “El diario iba a pedir en sus editoriales idéntico tratamiento a los responsables del terrorismo de Estado como a los que le habían dado lugar, con un terrorismo que había dejado unos mil muertos en la Argentina”.
- “El diario iba a defender el orden público desde la perspectiva de que sin orden público no hay libertad que valga. Porque en la anarquía los derechos, como las libertades, quedan conculcados. (...) El problema de fondo, es el descrédito de la palabra represión, que huele cada vez más a dictadura, pero que para mí es una facultad legítima que tienen los Estados, especialmente los democráticos”.
- La única negativa rotunda de Escribano fue haber hablado de Cuba, pese a “las críticas que un Estado totalitario pueden suscitar en mi ánimo”.
- Acerca del anuncio de que el gobierno no duraría más de un año, Escribano insiste una y otra vez que no lo dijo él, sino que lo escuchó en el Consejo de las Américas.
Para alguien cuyos biógrafos señalan que “fue más que un mero cronista de la historia argentina porque intervino como uno de sus protagonistas”, esta pretendida diferencia entre lo que dijo una fuente que no identifica y su amplificación en un editorial publicado en la tapa del diario de registro no se sostiene. Sobre todo cuando él mismo reconoce que “no les acreditaba a los Kirchner la posibilidad de ejercer el gobierno por los tres ejercicios que efectivamente tuvieron”. Es como si yo dijera que la idea del pliego de condiciones pertenece a la fuente y que yo sólo la reproduje, por deber informativo, y no soy su responsable. Escribano lleva al extremo su actuación de ingenuidad, cuando dice que aun le llama la atención “que nadie del Consejo de las Américas saliera a aclarar que él no había tenido nada que ver con aquella declaración crítica” y que la Directora del Council, Susan Segal, haya mantenido en los años siguientes “una muy buena relación con los dos Kirchner”, lo cual contradice sus propias evaluaciones.
Una cuestión de tono
Escribano reconoce que Kirchner mantuvo una actitud serena durante toda la conversación y que “quien tuvo el tono más sostenido fui yo, (…) me di cuenta de que estaba siendo duro con él. Era un tono deliberado de mi parte (…) Y él fue muy respetuoso a lo largo de la conversación. Un tanto prevenido, pero sumamente cortés”. Añade que “después yo escribí un artículo muy crítico” (Caligaris y Ezcurra son menos indulgentes: lo califican de “temerario” y para que no queden dudas lo reproducen completo, lo cual habla de la calidad profesional de su trabajo. Es aquel en el que “Escribano pronosticaba que el nuevo gobierno no dudaría más que un año, cosa que el tiempo se encargaría de desmentir doce veces”).
Su aversión a Kirchner es inflexible. “No puede referirse a él o a su gobierno sin alguna frase descalificatoria. Hasta dejó de usar mocasines de Guido porque los usaba el gobernador santacruceño”, consignan Caligaris y Ezcurra. Cuando le preguntan si no subestimó a Kirchner, lo admite y dobla la apuesta: “Lo sigo subestimando, pero por otras razones, no por su capacidad de perdurar en el poder, que demostró tener. Tampoco me pude imaginar que podía apelar a la capacidad de recursos que utilizaron tanto él como su mujer para permanecer en el poder. Entonces, subestimé una cosa y subestimé la otra”.
Aunque tampoco aprecie a Cristina, es evidente que ella lo fascina, porque “hay pasión, hay fuego. Puro fuego. Punto. Es una comunicadora, mucho mejor comunicadora que su marido. (…) Ella es más de una pieza, más constante en su pasión y hasta en su violencia en el ejercicio de la militancia política. (…) La política se mueve en sucesivas capas. Ahora: hay gente que conoce solo una. Yo no me imagino a Cristina Kirchner manejándose en dos. Ella es más de una pieza. Tal vez peor que su marido, en algún sentido. Pero en otros es más auténtica”.
Por Alberto Fernández sólo transmite desdén: “Me transmitía la impresión de un muchachito. Un muchacho que le hacía la campaña a Kirchner”, dice en un tramo. La casa de Fernández, donde se produjo la famosa reunión con Kirchner, le pareció “una mueblería, porque todos los muebles eran iguales”. También afirma que “Alberto Fernández tiene mucho de pastelero. Cuando lo traté, en modo alguno veía en él a una autoridad, y mucho menos a un estratega (…) nunca me pareció un estadista". Lo compara en forma desfavorable con Carlos Corach, "un tipo con más cosas para decir que Fernández”. A su juicio, “el 40% del electorado que en 2019 prefirió a Macrì antepuso “los valores de la decencia, la libertad, la independencia de poderes y un orden mínimo para la seguridad física y la convivencia ordinaria a las angustias y la bronca, tan comprensibles cuando la economía se desliza barranca abajo”.
No te pedían tanto, Claudio
Otro contrapunto que aborda el libro enfrenta a Escribano con Jacobo Timerman. Secuestrado y torturado por la dictadura, cuando fue expulsado del país y privado de su nacionalidad argentina, el editor de La Opinión publicó en Estados Unidos un libro sobre su experiencia que no sólo se convirtió en un best seller sino que tuvo una enorme repercusión nacional e internacional. Cuando la universidad de Columbia y la SIP le otorgaron su premio María Moors Cabot, los periodistas y editores argentinos que lo habían recibido antes lo devolvieron en repudio por la, para ellos, incómoda compañía. Entre ellos, Escribano.
En la Asamblea de la SIP de 1981 Escribano pronunció un discurso descalificatorio del colega perseguido y despojado por la dictadura militar. No sólo eso. En la columna política de mitad de la semana, que redactaba Escribano, se publicó el 9 de julio de ese año una nota inolvidable. Un diario por lo general cuidadoso como La Nación igualó en bajeza a los pasquines de propaganda oficial del tipo Gente o Para Tí. El artículo decía que el general Ramón Camps estaba preparando un libro para contrarrestar la conmoción internacional que había causado Prisionero sin nombre, celda sin número, que acaba de editarse en Nueva York. La Nación añadía que junto con Camps trabajaban los directores de La Prensa, Máximo Gainza, y de El Día de La Plata, Raúl Kraiselburd, que una “cabeza política” había concebido “la operación” y “conseguido desde ya producir un impacto político sensacional”. La participación de Kraiselburd, decía, “es un golpe de doble efecto para el Sr. Timerman: lo alcanza en su propio terreno, el del periodismo, y termina rematándolo en la lona de su propia raza”. Ocurre que Kraiselburd es judío. La información era vil, pero falsa: Kraiselburd no colaboró con Camps.
Caligaris y Ezcurra abordan el tema, que enerva a su entrevistado. Dicen que “por su enorme talento”, Timerman fue “el nombre más célebre del periodismo gráfico argentino en el siglo XX. Esto no le gusta a Escribano”. Luego de la diatriba pronunciada en la SIP, Timerman respondió: “Esta intervención de Claudio Escribano merece un comentario. Es curioso: yo dije que uno de nuestros colegas fue asesinado en una celda al lado de la cual yo estaba, que lo vi: Rafael Perrotta, y a nadie realmente le conmueve el hecho. ¿No habría ahí algo más importante para que nos ocupáramos? ¿Es realmente ese el tema de esta asamblea? ¿No pasó nada en la Argentina, absolutamente nada? ¿Hay que determinar todos los detalles de mi vida, lo que hice, lo que no hice, para de ese modo poder justificar o no los miles de desaparecidos en la Argentina? ¿Es eso lo que mis colegas de la Argentina están tratando de hacer? ¿Demostrar que yo soy un delincuente para justificar el asesinato de Edgardo Sajón, de Perrotta, de todos los demás? Verdaderamente creo que están haciendo un muy triste papel. Yo creo que el gobierno argentino no les exige tanto. Pueden hacerlo por mucho menos”. Cuando se cruzó con Escribano se lo dijo en la cara: “No te pedían tanto, Claudio”.
Gardel y la raza
Ante sus entrevistadores, Escribano atribuyó el episodio a “la distancia personal que yo siempre había tenido con Timerman”, que atribuye a la forma en que su colega había “tratado de socavar la presidencia de Illia, (…) asociado con la conducción militar de entonces”, como si La Nación hubiera sido un bastión de la democracia representativa y las libertades públicas y nunca hubiera apoyado a un gobierno de facto. Sobre la asamblea de la SIP donde se enfrentaron, Escribano dice que Edgardo Sajón “fue un gran amigo mío. Él había sido jefe de prensa durante el gobierno de Alejandro Agustín Lanusse, a comienzos de los años '70. Creo que lo han torturado tratando de sacarle información sobre alguna cuestión empresaria que tenía en común con Timerman, y se murió. Lanusse bregó mucho por su aparición. El general Lanusse fue un militar íntegro, que por esa razón llegó incluso a correr peligro en tiempos del Proceso. Era un hombre de coraje, un hombre valiente. Lo de Perrotta, director de El Cronista Comercial, nunca lo entendí. Nunca supe por qué lo buscaron, porque nunca hubo datos de que podía ser un blanco…”. Cuarenta años después, ni una palabra de condena, sólo anécdotas, y elogios al ex dictador Lanusse. Sajón "se murió".
Caligaris y Ezcurra transcriben los principales párrafos de la nota agraviante que Escribano tituló Andá a cantarle a Gardel, en lo que su amigo Joaquín Morales Solá desdeña como “prosa barriobajera” (pero nunca aplicada a Escribano).
“La referencia a esta polémica dejó a Escribano pensativo unos segundos.
—No es un tema que me encante volver a insistir sobre él porque, más allá de nuestras disidencias ideológicas, yo tengo que reconocer que Timerman hizo con Primera Plana y con La Opinión un periodismo de muy alta calidad. Fue un innovador en el periodismo argentino”.
Como si lo que se analizara fuera la calidad periodística de Timerman.
—¿Piensa que ser judío agravaba la situación de los perseguidos por la última dictadura militar? — le preguntan.
—Durante el Proceso hubo gente detenida que sufrió más que otra por su condición de judíos. En la atmósfera general de las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad siempre había latido un sentimiento antisemita, más allá de que las cabezas de ese momento no lo eran tanto. Ese sentimiento nacionalista y antijudío, que yo nunca he tenido, había sido muy fuerte en el golpe de 1930, en el '43, en la caída de Perón y en el episodio de azules y colorados. A Massera y a Videla se los podrá juzgar por otras cosas, pero no eran antisemitas.
Un monumental esquive de responsabilidad, como si él fuera una autoridad académica sobre el antisemitismo en las Fuerzas Armadas y no un explícito portador de ese virus, en el caso concreto de una de sus víctimas.
Los autores tienen la piedad de no consignar que ese golpe bajo fue ilustrado por una caricatura en la que se veía a Timerman, con estereotipados rasgos judíos, con los ojos hinchados a golpes y caído entre las cuerdas de un ring. Tampoco objetaron su respuesta ni le repreguntaron.
Pasado, presente y futuro
Esta lectura del libro no es un ejercicio retrospectivo, sino que ayuda a encuadrar el presente y pensar el futuro, porque Escribano bombardea al actual gobierno tal como lo hizo con los anteriores. Desde la señal de cable de La Nación, donde lo tratan con obsecuencia, Escribano especuló esta semana con la posibilidad de que CFK asumiera la presidencia en lugar de Alberto Fernández. Lo hizo en forma insidiosa: “¿Qué puede hacer la Vicepresidenta si llega al gobierno? ¿Quién la recibe en el mundo?”
Poco antes ha dicho que su intuición le dicta que ella no buscaría un tercer mandato.
También dijo que “a este paso sólo un milagro salva a la Argentina. Si este gobierno cesara mañana y la sociedad no cambiara, si no pasara a tener una visión clara de lo que quiere hacer con su destino, de poco valdría que este gobierno se fuera”.
No un milagro, sino la lucha de los organismos defensores de los derechos humanos y los juicios impulsados en su momento por Alfonsín y luego por los Kirchner y Alberto Fernández, impiden que proclamas de este tipo sean seguidas por marchas y bandos militares, en el país de la desmemoria, el engaño y la injusticia que Escribano y su cría llaman República.
La música que escuché mientras escribía
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