El escarnio con los cuerpos
De la Biblia al cardenal Aramburu y Lita de Lazzari
“En la Argentina no hay fosas comunes y a cada cadáver le corresponde un ataúd. Todo se registró regularmente en los correspondientes libros ¿Desaparecidos? No hay que confundir. Hay desaparecidos que viven tranquilamente en Europa”. Con esta infeliz (por decir poco) frase, el entonces cardenal Juan Carlos Aramburu se refirió (1982) en Europa a la realidad argentina. No hay desaparecidos. “Yo he ido a Europa, yo los vi”, acotó la inefable Lita de Lázzari.
Año a año hacemos memoria de “los 30.000” (o “más de 30.000” acaba de decir el Papa Francisco), pero los cuerpos (la mayor parte de los cuerpos) siguen faltando. Hay cuerpos aún sin identificar, y miles de cuerpos que permanecen desaparecidos.
El tema de los cuerpos ha sido desde hace milenios un tema de guerra o de dominación.
En la Biblia, con mucha frecuencia, encontramos la idea de “no sepultar” los cadáveres de aquellos cuya memoria de quiere mancillar. La obra literaria “Tobías” narra, por ejemplo, que Senaquerib, rey asirio, mataba a muchos judíos y los arrojaba por las murallas de Nínive para que permanecieran insepultos. Tobit los enterraba a escondidas, lo cual provocó la ira del rey (Tob 1,17-20). Ya los hititas le reconocen a Abraham derecho a sepultar a Sara, su mujer (Gan 23,6). David reconoce como una obra de misericordia a quienes dieron sepultura a Saúl (2 Sam 2,4-6). Anunciar a alguien que su cadáver no será sepultado es una suerte de maldición (1 Re 13,22-30; 2 Re 9,10). El salmo lo ve como un mal de los paganos a su pueblo y espera castigo por eso (Sal 79,2). Para el sabio, se trata de lo peor que puede ocurrir, la antítesis de una bendición: “Supongamos que un hombre tiene cien hijos y vive muchos años; pero por mucho que viva si no disfruta de sus bienes y después no tuviera sepultura, yo afirmo: mejor es un aborto que llega en un soplo y se marcha a oscuras, y la oscuridad encubre su nombre” (6:3-4). Es algo propio de la derrota militar (Is 14,19), “yacen como estiércol en el campo” (Jer 8,2; 16,4), el imperio ordena que sean alimento de fieras y aves rapaces quedando los judíos sin sepultura (2 Mac 9,15). Durante la persecución romana, por el tiempo que esta dure, el imperio tampoco permitirá que sean sepultados los cadáveres de los testigos de Jesús (Ap 11,9). Incluso parece hacer un campo para sepultura de extranjeros (Mt 27,7) porque los cuerpos insepultos, además, “manchan” la tierra santa de Dios. Ante la muerte de un hombre de Dios, los suyos lo sepultan: los discípulos al Bautista (Mt 14,2), hombres piadosos a Esteban (Hch 8,2).
Lograr que los cuerpos permanezcan insepultos en un modo de humillar; de hacer patente el poder militar y la violencia del poderoso. Roma, por ejemplo, aplica la crucifixión como modo no solo de tortura, sino también de escarmiento. Los cuerpos permanecen allí, en las puertas de la ciudad (por fuera) a fin de que todos puedan verlos mientras la putrefacción y los animales salvajes dan cuenta de los cuerpos. Cuando ya nada queda se depositan en una fosa común, es decir, un lugar (o no-lugar) sin memoria. En el caso de Jesús los judíos piden que todos los cuerpos crucificados sean retirados y sepultados por ser sábado de Pascua (Jn 19,31). Por eso, todo lo indica, el cuerpo de Jesús no siguió la suerte habitual de los condenados.
Lo cierto es que el escarnio con el cuerpo es una agresión a la memoria de los derrotados. Cada cultura tiene sus habituales modos de acompañar “a la última morada” a sus seres queridos. Los cementerios, por ejemplo, son un lugar habitual en muchas culturas (aunque no en todas).
Pero la perversión humana no solamente buscó modos para humillar a los derrotados y a los suyos, sea arrojándolos o exponiéndolos, sino también desapareciéndolos. No se trata (aunque también) de dejar volar la ilusoria esperanza de una vida deseada y recuperada (y alentada por infelices palabras como las del Cardenal y otras semejantes; “mi hijo a lo mejor está vivo y vuelve”), se trata de dar un cierre, de abrazar, de entender (por más incomprensible que la crueldad humana nos resulte). “Nunca vas a tener paz con un muerto escondido” afirmó el Papa, los cadáveres están “para ser individualizados”. Ese es el camino de la verdad. Lo escondido es la mentira. Por eso resulta tan grave los que en nombre de la “seriedad histórica” quieren perpetuar la mentira (“no fueron 30.000”, “a Mugica lo mataron los montoneros”, “los desaparecidos de la 1-11-14 tenían armas”). Se trata de esconder con apariencia de mostrar. Se trata de profundizar la perversión. Pero la memoria quiere ser “libre como el viento”.
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