El equilibrista

 

Con la llegada del otoño y el cumplimiento de los 100 días desde que asumió la presidencia, marzo ha sido el mes más intenso del gobierno de Alberto Fernández. Las medidas adoptadas para contener la expansión del virus gozan de un extendido consenso. Es difícil precisar si la imagen del Presidente flanqueado por el líder de la oposición y alcalde porteño y por el gobernador kirchnerista de la provincia de Buenos Aires es la causa o el efecto de esa aprobación colectiva. “Ustedes ya saben cómo pensamos, pero todos los días bendecimos que en esta crisis el Presidente sea Alberto Fernández”, escribió una conocida vecina de San Isidro en un WhatsApp comunitario. Hay también mediciones menos impresionistas del mismo fenómeno: 7 de cada 10 votantes de Maurizio Macrì están de acuerdo o muy de acuerdo con la forma en que se está manejando el gobierno nacional. Fernández está haciendo equilibrio sobre una cuerda floja y por ahora se desplaza con un garbo y una calma que sorprendió a muchos y satisfizo a casi todos.

También es difícil medir si este porcentaje, que excede del 90% en el total de la población, refleja una coincidencia razonada con las medidas que el gobierno adoptó o la tranquilidad de ver a alguien al mando en el momento de mayor incertidumbre que se recuerde, y no solo en escala nacional. Varios medios de Europa y Estados Unidos han puesto al Presidente argentino como ejemplo por su respuesta a la crisis. Por último, es inevitable preguntarse si ese apoyo se mantendrá en el tiempo y si se extenderá a todos los aspectos de la gestión oficial.

 

 

Entre la economía y la vida

La comparación con otros países es ilustrativa. Mientras el Presidente argentino reitera que, entre la vida y la economía, elige la vida, su colega de Estados Unidos plantea que la cuarentena no puede durar más de dos semanas ni el país seguir parado por más tiempo, porque el remedio sería peor que la enfermedad. No obstante, sus índices de aprobación, si bien no llegan al quasi unanimismo argento, son los más altos de todo su mandato y tornan verosímil que obtenga su renovación, siempre y cuando no se produzca un pico italiano de muertes, la inevitable recesión sea transitoria y las elecciones de noviembre tengan lugar como está programado, ya que hasta eso está en duda. Los pronósticos sobre el desplome económico en el segundo trimestre del año no tienen precedentes, como se aprecia en este cuadro con las estimaciones de distintos bancos y consultoras.

 

 

 

Las previsiones de la Unidad de Inteligencia de The Economist son que el PIB global se contraerá un 2,1% en 2020 y el de la región  un 4,8%. El peor desempeño que prevé será el de la Argentina, con un retroceso del 6,7%. Antes de la emergencia sanitaria, The Economist estimaba para la Argentina una caída del 1,4%.

Por supuesto, el estudio asume que esos cálculos tienen un alto grado de incertidumbre y parte del supuesto de que la economía global se recuperará vigorosamente a partir del segundo semestre.

Semejante retracción no puede pasar sin consecuencias sobre ninguna sociedad. Este es uno de los temas sobre los que Alberto debe hacer equilibrios. Su decisión de priorizar la vida implica dejar de lado las restricciones a la monetización del déficit fiscal, de modo de disponer de todos los recursos imprescindibles para socorrer a los más necesitados, ya no con medidas desde el lado de la oferta sino con transferencias directas de dinero. Esto no formó parte de la primera oleada de medidas, pero se fue definiendo con el paso de los días, en especial a partir del regreso de Cuba de la Vicepresidenta CFK, quien ya en la crisis de 2008 puso en práctica muchas de las medidas que ahora profundiza Alberto Fernández, en un contexto que el propio FMI considera mucho peor que aquel. La relación cultivada por Alberto con la directora-gerenta del FMI dejó al país en las mejores condiciones, en un momento en que el default argentino pasa a ser un asunto menor en comparación con el cataclismo mundial y los incumplimientos corporativos. La Argentina también ha dejado de estar sola entre las naciones en dificultades.

Una fuerte luz de alarma la encendió la decisión del holding ítalo-luxemburgués Techint, de despedir a 1.500 trabajadores de la construcción. Si el gobierno permitiera que los grandes ganadores de la economía de las últimas décadas descargaran la crisis sobre los frágiles hombros de los trabajadores, el consenso que hoy lo aúpa se desvanecería. Por ahora el gobierno argentino figura en lo más alto de la evaluación sobre el manejo de la crisis realizada por la Confederación Sindical Internacional, la mayor organización laboral del mundo surgida de la fusión de las preexistentes CIOSL y Confederación Mundial del Trabajo. Esta fue su evaluación:

 

 

 

 

 

Los deseos imaginarios

La prensa comercial no está a la altura de la actitud general. Mientras gobierno y oposición colaboran, los medios más poderosos insisten en señalar una contradicción entre el Presidente y su Vice. Celebran que se haya cerrado una grieta e intentan cavar otra. No importan los nombres de los autores, porque no se trata de armar un conventillo sino de analizar tendencias profundas:

  • Un columnista de Infobae escribió que “de no ser por el drama que atraviesa al mundo, que la coloca en un lejano segundo plano, la conducta de la Vicepresidenta en estos días merecería un debate muy serio sobre sus privilegios, su insensibilidad y sus obsesiones. Fernández, por ahora, gana por contraste: parece una persona normal, que está preocupada más por el destino de los habitantes de su país que por el suyo propio”.
  • Un colega suyo sostuvo en La Nación que “nadie habla ya de Cristina, Nadie se ocupa de averiguar qué piensa, en qué coincide, en qué disiente”. Salvo él, claro.
  • Un columnista de Clarín sostuvo que “Alberto parece haber contado durante la irrupción de la megacrisis con un toque de fortuna. Que le permitió liberar la escena del poder. Donde ahora se desenvuelve sin incomodidades. Cesa el debate sobre el liderazgo. Aquel toque de fortuna tendría un par de explicaciones. El silencio de Cristina Fernández...”.
  • Otro comentarista del mismo diario opinó que "con la cercanía a la oposición de esta semana, puede tentarse a superar el demonio de la intolerancia que todo lo arruina por acá, y que encarna el peronismo que lo arrincona desde el Instituto Patria”.

Lo que todos ellos tienen en común es la fantasía de revertir las alianzas que hicieron posible el desplazamiento de los cambiemitas del gobierno, desunir una vez más al peronismo y prepararlo para una nueva derrota el año próximo.

Muy lejos de estos deseos que toman por hechos, Cristina contribuye en forma muy cauta a la afirmación de la personalidad pública de Alberto, cuyos méritos conoce mejor que nadie, y en el diálogo habitual entre ambos sugiere medidas y enfoques que mejoran el planteo inicial del gobierno, tanto en cuanto a las transferencias directas de dinero a distintos sectores de la población, como en la relación con las empresas prestadoras de servicios públicos. El Presidente también consulta con Máximo Kirchner, quien le transmitió la preocupación de quienes realizan trabajo territorial por la situación en los barrios populares. Fernández le pidió que organizara los encuentros en Olivos con los curas villeros, especializados en asistencia social, y con los sacerdotes en opción por los pobres, que ponen el acento en la organización popular. Luego del encuentro, el sacerdote Eduardo de la Serna narró que la reunión fue concertada por la intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, a instancias de Máximo. "Lo que más nos alegró fue entender que había sintonía. Nosotros no pretendimos ni pedir nada, ni ofrecer nada, simplemente contar cómo vemos que están las cosas en los barrios y entre los pobres. Y es bueno decir que salvando algunas cosas puntuales en todo lo charlado encontramos recepción, sintonía y la sensación que 'estamos trabajando en eso'. Señalaría solo cuatro cosas que quizás hayamos aportado: la posibilidad de liberar los teléfonos en las cárceles (ya que los presos no pueden recibir visitas); frenar la fumigación sistemática en campos, por ejemplo, en Santiago del Estero; los comedores que reciben cheques que no pueden cobrar y –por tanto, no reciben dinero– para los alimentos y la ayuda a los presos políticos, como es el caso de Jujuy. El tema quizás central fue el tema del aislamiento. ¿Cómo puede hacerlo una familia que vive en una casilla de 3x4 y tiene 4 hijos? No están en la escuela, no pueden ir a jugar a la pelota. Se habló de la posibilidad de que el aislamiento no sea necesariamente domiciliario sino también barrial. Lo que aseguró Alberto fue que 'no van a faltar alimentos', lo cual nos dejó tranquilos, ciertamente. Un tema que quedó pendiente es, ante las próximas lluvias, la posibilidad de inundaciones. Ciertamente sería un agravante".

 

 

El Presidente con los Curas en Opción por los Pobres.

 

Lo que se elogia hoy de Alberto es lo que Cristina hizo hace doce años. Sólo pueden ignorarlo quienes han construido un personaje diabólico a la medida de sus odios y sus miedos, que les impide ver la realidad.

El cumplimiento de la cuarentena requiere perfeccionar la coordinación de agencias y agendas, para que no ocurran aglomeraciones como la que se produjo en La Matanza alrededor de una sucursal del Banco Nación, representativa de las dificultades para implementar la medida en el áspero Conurbano.

 

 

 

 

 

 

Alberto, Trump y Bolsonaro

El discurso de Trump es muy distinto al de Alberto. Mientras el Presidente argentino se somete a las indagaciones obtusas de periodistas militantes del liberalismo, cuyas pantallas frecuenta con paciencia franciscana, Trump maltrata a los cronistas que le formulan preguntas de mero sentido común. A diferencia de su colega argentino, el mandatario estadounidense no pierde ocasión para fustigar al opositor Partido Demócrata y sus principales figuras, ya sean legislativas o de las gobernaciones provinciales. Y no lo hace sólo desde sus tuits a repetición, sino también en la página oficial de la Casa Blanca, que pasa por todos los filtros de la burocracia. Trump ha sido desmentido incluso por Anthony Fauci, “el principal experto en enfermedades infecciosas”, según la calificación del diario opositor The New York Times, y que encabeza el equipo oficial de respuesta a la pandemia. Fauci asesoró a todos los Presidentes del último medio siglo. Ya circulan graciosos comentarios sobre esta contradicción entre el líder y su asesor. Por ejemplo, este montaje sobre “Una máscara que puede salvar millones de vidas”.

 

 

 

 

En la misma línea, la sofisticada revista The New Yorker ofrece suscripciones con un aviso que se burla del Presidente. Allí, la lucha entre el Poder Ejecutivo y los medios de comunicación tiene una asombrosa acritud, desde que Trump los eligió como antagonistas.

 

 

 

 

Trump ni siquiera se preocupa por la coherencia interna de su discurso, que muta a la misma velocidad con que el virus se expande, sin jamás disculparse o formular una autocrítica. Si hoy dice verde, se autoproclama un estadista visionario. Cuando mañana diga rojo, explicará que nadie se aproxima siquiera a su percepción profunda de las cosas.

Lo único que tiene en común con su colega argentino es la presencia constante en la televisión y las redes sociales y en conferencias de prensa diarias en las que hace gala de un aplomo sin otro sustento que su hiperbólica personalidad. Aquí se lo ha comparado con el ex Presidente Macrì, porque ambos son hombres de negocios dudosos que crecieron en relación con la mafia. Pero no se tiene en cuenta su carácter de famoso de la televisión, donde durante años condujo un programa tinellino, una especie de Gran Hermano para empresarios. De ahí deriva la impavidez con que dice cualquier disparate ante cámaras y micrófonos, con las que se siente como pez en el agua.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, también zamarrea a la prensa y minimiza la gravedad de la encrucijada. La confusión de su mensaje es tal, que se pone un barbijo para sostener que la Covid-19 no es peor que una gripecita o un resfrío. Pero se lo pone en los ojos, haciendo real el chiste sobre Trump. Tal como el Presidente de Estados Unidos, también el de Brasil fue desmentido en vivo y en directo por su Ministro de Salud. Lo mismo que Trump, se refiere al “virus chino”. Pero Trump no tiene inconveniente en sostener luego una amable conversación telefónica con Xi Ji Ping, y así como viajó a Corea del Norte nadie se sorprendería si apareciera sonriente en Wuhan.

 

 

 

 

En Brasil, Bolsonaro parece esforzarse por serruchar la rama sobre la que está sentado. Casi como el lelo porteño que lamió un inodoro, el Presidente brasileño dice que su pueblo resiste porque está acostumbrado a chapotear en las alcantarillas. En un episodio sin precedentes en el mundo, 25 de los 27 gobernadores provinciales realizaron una videoconferencia en la que acordaron ignorar las propuestas de Bolsonaro de regreso a la actividad normal y guiarse en cambio por las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Varios de ellos solicitaron ayuda a China en forma directa, sin pasar por Itamaraty, y hasta el Vicepresidente hizo público su disenso con Bolsonaro. Un dato no menor es que quien ocupa ese cargo es un general del Ejército, Hamilton Mourão. Incluso los ex Presidentes Fernando Henrique y Lula conversaron sobre qué hacer con el Incapaz en Jefe, cuya destitución parece posible. Pero Bolsonaro, quien convocó a una movilización para cerrar el Congreso, consiguió sumar al reclamo de finalización de la cuarentena a los camioneros (y a sus máquinas imponentes).

 

 

De México a Israel y el Reino Unido

Desde el otro extremo ideológico, también el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se burla de la pandemia, invita a que todos realicen su vida normal y recomienda una terapia de abrazos. Cuando le preguntaron cómo se protegía, mostró dos estampitas del corazón de Jesús. Las últimas encuestas registran una caída sostenida de sus índices de aprobación, que por primera vez no llegan al 50% de la población proyectada. Tal vez eso lo indujo a retractarse y si bien no decretó una cuarentena obligatoria, pasó a recomendar el aislamiento voluntario.

 

 

 

 

En Israel, un país cuya población es cinco veces menor que la argentina pero que ya tiene el doble de infectados, el primer ministro Beniamin Netanyahu pactó un gobierno de unidad nacional con su rival en las últimas tres elecciones, el general del Ejército retirado Benny Gantz. Ninguno llegaba a la mayoría de 61 votos en el Parlamento para formar gobierno, y para evitar una cuarta elección en poco más de un año, Gantz aceptó prorrogar por un año el mandato de Netanyahu como primer ministro, mientras él aguarda como presidente de la Legislatura su turno para relevarlo, al estilo de la coalición argentina FIT. Para el periodista israelí-estadounidense Gershon Gorenberg, con el pretexto de la enfermedad Netanyahu dio un golpe palaciego.

En Gran Bretaña, el primer ministro Boris Johnson modificó el rumbo sobre la marcha. Su primera decisión fue mantener el funcionamiento normal de la sociedad, con la apuesta de que al progresar el contagio también lo haría la inmunización, que de este modo pondría a salvo al rebaño, aunque hubiera que lamentar víctimas individuales. Pero un estudio del Imperial College que cifró esa tasa en medio millón de personas (que luego corrigió a 250.000), indujo al gobierno a adoptar medidas de separación social. Entre quienes se anunció que habían contraído la enfermedad están el propio Johnson y el príncipe heredero Carlos, quien desde hace décadas esperaba otra corona. Pero esta semana, otro estudio del laboratorio de  Ecología Evolutiva de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Oxford contradijo al anterior: la mitad de la población ya se habría infectado pero con síntomas muy leves o incluso sin síntomas y que requirieron un bajísimo número de internaciones y de víctimas fatales. Hasta el lunes 23, sólo habían muerto 87 personas.

Sólo el tiempo, y lo que el tiempo traiga sobre el desarrollo y las consecuencias de la Covid-19, permitirá apreciar la valoración de largo plazo de los respectivos liderazgos por cada pueblo.

 

 

Una larga incubación

Así como en las calles desiertas de Buenos Aires se destacan los chicos en moto o en bicicleta con las mochilas rojas o amarillas del reparto, en esta crisis restalla con la luz de la evidencia que la crisis tuvo una larga incubación, tanto en cuestiones sanitarias como políticas y económicas. Los lectores del Cohete tienen constancia de ello, sobre todo a través de los artículos de Mónica Peralta Ramos. La irresuelta crisis de 2008 y la multiplicación de deuda contraída mediante ingeniosos derivados financieros que triplican el valor de la economía real conforman una burbuja que en algún momento debía estallar. Los ejemplos habituales hablaban de mariposas o cisnes negros, pero lo mismo sirve un organismo microscópico. Dos artículos de esta edición, el de Roberto Bissio y el de Medardo Ávila Vázquez, se refieren al documento Un Mundo en Peligro, publicado en septiembre de 2019 por la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación ante Crisis Sanitarias, que anunciaba la inminencia de una pandemia para la que el mundo no estaba preparado, que en forma inminente podía cobrarse 50 millones de vida en todo el mundo. Esta es una pesadilla recurrente de la humanidad desde la mal llamada gripe española de 1918, cuyos efectos Mónica Müller rastreó en la literatura y la plástica, en su apasionante libro Pandemia. A estas dos paralelas destinadas a cortarse se sumó la abrupta caída de los precios del petróleo, que también podían prever nuestros lectores. Mis notas y las de Marcos Rebasa y Félix Herrero vienen advirtiendo sobre la inviabilidad de emprendimientos como el de Vaca Muerta, tema sobre el que también se pronunció el Presidente Fernández en el reportaje que publicamos cuando su gobierno cumplió un mes.

Se repite que esta es una crisis de la globalización, que ya nada será igual. Pero no es una paradoja menor que al mismo tiempo sea la primera crisis global, que se desenvuelve en forma simultánea en todo el mundo. Sabemos, y nos interesa, lo que ocurre en lugares remotos, con un alto grado de detalle, porque ha quedado más claro que nunca lo que el presidente argentino le dijo a sus colegas del G-20, que nadie puede salvarse solo y les propuso crear un fondo mundial de emergencia humanitaria.

 

 

 

Palabra de almirantes

Si se atiende a las incoherencias que profiere Trump desde el atril presidencial, podría creerse que el simultáneo estallido de estas tres calamidades tomó a Estados Unidos por sorpresa. Pero hay otros indicios que apuntan en la dirección contraria. Tan temprano como el 10 de febrero el almirante James Stavridis (el más articulado de los ex jefes del Comando Sur, autor de varios best sellers y decano de una facultad de derecho y relaciones internacionales) escribió que “enfrentar una pandemia es una tarea para las Fuerzas Armadas".

 

 

Almirante Stavridis, sin pelos.

 

 

Stavridis  recuerda su intervención como jefe del Comando Sur en respuesta a los brotes de cólera en Haití que siguieron al terremoto de 2010, y señala que los militares de su país y sus aliados de Brasil y Chile fueron decisivos para detener la diseminación de la enfermedad, purificar el agua, generar electricidad y establecer cierto orden, cosa que “ninguna organización civil hubiera podido hacer dada la escala de la emergencia”. También destacó el despliegue de quirófanos y hospitales y el puente aéreo para transportar elementos vitales en África durante el brote de ébola. Los ejércitos, dice Stavridis, tienen enormes capacidades para enfrentar pandemias, porque se entrenan en un mundo de armas biológicas y poseen el equipamiento pesado y de protección necesario en un medio infectado, y pueden investigar sobre vacunas y drogas curativas. En 2008, cuando Estados Unidos anunció que recrearía la disuelta IV Flota, enfocada sobre América Latina y el Caribe, Stavridis fue el encargado de explicar en Buenos Aires que hubo un error comunicacional (sic) y que la Cuarta Flota se limitaría a cooperar en caso de desastres naturales, necesidades humanitarias, operaciones médicas, lucha contra el narcotráfico y defensa del medio ambiente, la ciencia y la tecnología. Luego de la evaporación de la URSS, estos fueron algunos de los justificativos para mantener el dispositivo de control social montado durante la Guerra Fría.

El actual jefe del Comando Sur, el también almirante Craig Faller, anunció hace hoy dos semanas ante la Comisión de Fuerzas Armadas de la Cámara de Diputados de su país, que Estados Unidos incrementaría su presencia militar en América Latina. Explicó que esto incluiría “una mayor presencia de barcos, aviones y fuerzas de seguridad para tranquilizar a nuestros socios y contrarrestar una serie de amenazas que incluyen al narcoterrorismo”. Y no dio más detalles, porque como él mismo explicó al asumir, “los militares nunca decimos lo que estamos haciendo”.

 

 

Almirante Craig Faller.

 

 

 

Escenarios de desastre

En su edición del 18 de marzo, el semanario Newsweek publicó un artículo de William Arkin titulado “El plan ultrasecreto de las Fuerzas Armadas si el coronavirus deja fuera de juego al gobierno”, que en caso de que Trump, un número considerable de miembros del Congreso y la Corte Suprema se contagiaran aplicarían un plan de “continuidad del gobierno”, que incluiría la evacuación de Washington y la transferencia de la conducción a funcionarios de segunda línea, en lugares remotos y bajo cuarentena. También contempla “escenarios de desastre, incluyendo la posibilidad de extendida violencia doméstica como resultado de la escasez de alimentos”, que se resolvería con el dictado de la ley marcial. Los planes se denominan Octagon, Freejack (es decir corsario) y Zodíaco, comprenden leyes secretas para asegurar la continuidad del gobierno bajo la conducción de comandantes militares. Desde la presidencia de Eisenhower, la autoridad militar de emergencia se pensó para el caso de un ataque nuclear contra Estados Unidos. “Pero ahora los planificadores están pensando en la respuesta militar a la violencia urbana si la población busca protegerse y pelea por la comida”, escribe Arkin. Pero no fue en Estados Unidos ni en otros países occidentales donde la pandemia dio lugar a episodios de violencia urbana, sino en China. Y no durante el pico de las infecciones, sino una vez que hubo pasado. Cuando los residentes de la provincia de Hubei intentaron cruzar a la vecina provincia de Jiangxi, donde muchos de ellos trabajan, la policía de Jiangxi les cerró el pasó. Los indignados trabajadores atacaron a paraguazos a los policías, les arrebataron algunos de sus escudos que usaron como armas contra ellos y volcaron un par de vehículos.

 

 

 

 

 

Tan temprano como en 2009, el profesor australiano de relaciones internacionales Christian Enemark, quien investiga en la universidad inglesa de Southampton acerca de la ética de la guerra y políticas globales de salud, advirtió sobre el riesgo de tratar una pandemia como un asunto de seguridad, dirección hacia la que ya se estaban moviendo Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia. Enemark comprendía la posibilidad de que este enfoque pudiera reunir apoyo político para mejorar y movilizar recursos de salud pública. Pero también veía el riesgo de respuestas de emergencia ineficaces, contraproducentes o injustas, “que probablemente tendrían poco efecto en controlar la enfermedad pero podrían socavar los derechos humanos y exacerbar las pérdidas económicas”.

El portal Politico reveló que el ministerio de Justicia a cargo de William Barr solicitó al Congreso la suspension de ciertos derechos constitucionales durante la emergencia del coronavirus, como la detención de personas por tiempo indeterminado sin juicio y la suspensión del hábeas corpus.

 

 

Ministro de Justicia William Barr.

 

 

Estos antecedentes definen otro de los difíciles equilibrios que debe hacer Alberto. Aprovechar todas las capacidades del Estado, lo cual incluye a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, pero dentro del marco de la democracia. Por eso se ha negado a la declaración del Estado de Sitio, que reclamaban algunos gobernadores como Gustavo Sáenz y Gerardo Morales, y no muestra ningún entusiasmo por la deriva punitivista que le reclaman algunos de sus neosimpatizantes. El Ejército participa con su logística en la distribución de alimentos, pero no interviene en el control del cumplimiento de la cuarentena u otras funciones de seguridad (como sí lo hace en otros países, como Bolivia, Chile, El Salvador, México y Ecuador), porque las leyes de defensa nacional y de seguridad interior le vedan cumplir tareas policiales.

No es menos difícil el tránsito presidencial entre la firmeza para exigir el cumplimiento de la cuarentena y la vigilancia para que las fuerzas de seguridad no confundan coronavirus con Chocovirus, y abusen de quienes deben cuidar, como ha ocurrido en varios casos documentados por vecinos. La persuasión es fundamental, porque la faz represiva es de compleja práctica: ¿dónde recluir a quienes escapan a la norma sin que eso propague la enfermedad, cuántas grúas serían necesarias para acarrear todos los vehículos secuestrados, dónde se estacionarían?

El equilibrista no se detiene ni siquiera para agradecer los aplausos, porque tiene clara conciencia del riesgo y hará todo lo posible para no dar un paso en falso.

 

La música que escuché mientras escribía

 

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