El dragón y la tormenta

Las particularidades de China como potencia

 

Mientras la confusión recorre las cancillerías occidentales con la cuestión ucraniana, por un lado, China organiza el congreso de las Dos Sesiones, donde, entre otras novedades, el premier Li Qiang anunció el lanzamiento de bonos del Estado por un valor de 38.600 millones de euros, destinados a relanzar el consumo interno, una cuestión que aflige al gobierno. Por el otro, en Washington, un Presidente desbocado humilla a Zelensky, mientras Pekín ofrece un panorama de previsibilidad, de palabras medidas, pero firmes; al caos del programa trumpiano se contrapone la imagen de la estabilidad, perseguida por el gobierno chino desde hace décadas.

 

 

Después de la tormenta

Desde 2020, Xi Jinping encaró la etapa llamada “nueva normalidad” que apuntaba a un crecimiento basado en la calidad de la producción y no en la cantidad; el COVID-19 y las rígidas medidas de contraste produjeron desconfianza en la ciudadanía y un descenso del consumo interno: del 2014 al 2019, el índice de ventas al por menor crecía en torno a un 10,46% anual y ahora se sitúa en torno al 5,14%. El gobierno persigue este objetivo porque el consumo interno es una variable más fácil de gestionar y controlar que la demanda internacional, que puede ser volátil y depende de factores lejanos y ajenos.

Otro factor que se introdujo en 2020 fue el de la incertidumbre política, a raíz de la guerra comercial impulsada por Trump en su primer mandato; no solo China, también la comunidad internacional incorporó el riesgo político en la localización de sitios productivos y en la cadena de valor en 2023.

En 2024, la tasa de crecimiento del PIB fue del 5%, lo que se considera moderado respecto a los últimos decenios. Hay una desaceleración atribuible a diversos motivos: el impacto del COVID, la transición al consumo interno por el momento frustrada y un contexto mundial incierto.

En 2025 culmina el proceso lanzado en 2015 bajo la denominación Made in China 2025, el objetivo era crear una potencia tecno-estratégica capaz de desarrollar semiconductores, vehículos eléctricos, tecnología verde e inteligencia artificial.

En 2024, el diario South China Morning Post publicó un estudio que consideraba conseguidos el 86% de los objetivos; obviamente hay lagunas que deberán desarrollarse, por ejemplo, en la fotolitografía avanzada y en los aviones intercontinentales.

Lo más importante del decenio ha sido la total evolución del tejido industrial que ha conseguido cambiar la percepción del Made in China. Quedaron lejos aquellos mercados de baratijas de bajo costo; ahora China sacude el mundo con la presentación del software DeepSeek.

Para el 2025, el crecimiento se estima entre el 4% y el 4,5%.

La previsión cautelosa refleja la incertidumbre internacional y el fracaso de las medidas para desarrollar el mercado interno.

Otros problemas que China tiene que enfrentar son la inflación, que el gobierno quiere mantener dentro del 2%. Para la desocupación juvenil, Li Qiang ha anunciado la creación de 12 millones de puestos de trabajo.

Como respuesta a los aranceles de Estados Unidos, el gobierno chino ha anunciado que los “combatirá a ultranza”, comenzando por aplicar un 15% a productos americanos como soja, carne de cerdo y cereales, medida que golpeará directamente a los electores de Trump.

En tanto, el descenso de las importaciones ha incrementado el superávit comercial:

 

 

La capacidad exportadora del país es indiscutible, y una de sus consecuencias es la overcapacity, o sea, una sobrecapacidad productiva que en la última década va más allá de los productos clásicos de acero y cemento.

El fenómeno se analiza como Shock 2.0, y describe el impacto de los excedentes productivos en los mercados avanzados y sectores de alta tecnología, paneles solares, autos eléctricos, productos de vanguardia ligados a la inteligencia artificial (IA). Esta capacidad china ha generado nuevos desequilibrios económicos que salieron a la superficie en el G7 2023 de Hiroshima, donde se acuñó un nuevo neologismo: de-risking, o sea reducción del riesgo. 

La dirigencia china no considera que estas circunstancias sean un problema, sino una consecuencia de las normales dinámicas de mercado y de la aptitud de producir mejor y más eficientemente.

Occidente critica el control que ejercita China en el sector informático a través de la Cyberspace Administration of China (CAC), que se ocupa de reglamentar, por ejemplo, un código sobre el desarrollo de la IA, y que obviamente trabaja estrechamente relacionada con otros ministerios, como el de Economía, y está atenta a las directivas del partido.

Cuando se estaba desarrollando el G7 de Hiroshima, el CAC emitió una resolución sobre los productos de la empresa de chips americana Micron; los productos no superaron los test de seguridad y su uso fue prohibido para las empresas chinas. La medida en Occidente fue considerada un mensaje.

Otro interesante debate es el que se refiere a las empresas unicorn, donde se ha involucrado el presidente Xi Jinping. Las empresas unicornios son aquellas startups que superan los 1.000 millones de dólares de capitalización. China en 2024 se ubicó en el segundo puesto detrás de Estados Unidos en el Huron Global Unicorn Index 2024, mientras que en 2023 nacieron 56 nuevas, donde también ocupó el segundo puesto detrás de Estados Unidos, que consiguió 70 empresas.

El Presidente quiere reforzar el sector y planificar movilizando capitales internos para reducir la dependencia de capitales extranjeros; para ello se ha establecido un nuevo fondo estatal de aproximadamente 46.000 millones de dólares para potenciar la industria de semiconductores.

 

 

El tigre y el dragón

Wòhŭ Canglóng, literalmente “tigre agazapado, dragón escondido”, además de ser el título de un espléndido film de Ang Lee, representa los talentos escondidos de las personas, según una expresión idiomática china.

China es el país de la paciencia, del pensamiento a largo plazo, de la resiliencia frente a la adversidad que se extendió desde el siglo XIX, precisamente desde 1839, cuando la modernidad llamó a la puerta del Celeste Imperio.

Reinaba la dinastía Qing (1644-1912), centrada en sí misma según la tradición taoísta y confuciana, sin necesidad de creencias ajenas o mercaderías made in England; los límites del imperio eran los límites del mundo; más allá de la frontera reinaba la barbarie.

El pueblo chino tiene interiorizado el momento histórico que comenzó con la llegada de las potencias extranjeras y su actitud depredadora como “el siglo de las humillaciones”; la historiografía occidental denomina guerra del Opio a los enfrentamientos entre los imperialismos y el imperio, una nación que quería seguir siendo la misma, no obstante las cañoneras del liberalismo colonial.

Pekín era el centro del mundo, la residencia del emperador, quien no necesitaba gobernar (en efecto, no gobernaba), y sostenía sobre su cabeza la conjunción del cielo y la Tierra.

Desde el punto de vista occidental, China era un imperio decadente: conservaba sus dominios, no practicaba guerras de conquista, estaba adormecido en una cultura arcaica.

Esta aparente inactividad lo indicaba como una presa accesible.

Desde 1796, China venía negando la apertura al comercio del opio que se cultivaba en Bengala y distribuía la Compañía de las Indias Orientales; los ingleses en 1839 iniciaron las acciones de la primera guerra del Opio para abrir el mercado.

La guerra terminó con los llamados Tratados Desiguales: el de Nankin, el 19 de agosto de 1842, y el de Humen, el 8 de octubre de 1843. China tuvo que ceder cinco puertos: Amov, Cantón, Fuzhou, Ningbo y Shangai que se abrieron al comercio internacional; dos años después otra flota anglo-francesa iniciaría en América del Sur idénticas operaciones contra la Confederación rosista de Buenos Aires.

La China meridional se transformó en una colonia; además tuvo que ceder Hong Kong a la corona inglesa y pagar una indemnización por los gastos de guerra.

A la repartición colonial se agregaron Francia y Estados Unidos de América, alegando una supuesta paridad de condiciones con el Reino Unido. El saqueo continuó y se extendió a las regiones septentrionales. No satisfechas, en 1854 las tres potencias exigieron una “revisión de los tratados” que ya desde el comienzo eran inicuos. Después de dos años de resistencia pasiva del imperio, las potencias volvieron a atacar, bombardearon y ocuparon Cantón el 29 de diciembre de 1856.

Las dimensiones del reino y las bolsas de resistencia dificultaron los planes del invasor hasta que en agosto de 1860 un cuerpo de expedición compuesto por 260 naves y 20.000 soldados inició una marcha hacia el interior con Pekín como objetivo. El 8 de octubre comenzó el asedio a la capital; el episodio crucial fue el saqueo del Yiheyuan, residencia estiva de la familia real, que para salvarse de la captura escapó hacia el norte.

Después de dos días de saqueo, el jefe de la expedición, Lord Elgin, ordenó quemar el palacio de verano y bombardear Pekín. El 13 de octubre la ciudad capituló.

Las consecuencias para el imperio fueron desastrosas: apertura de la navegación fluvial, entrega de otros diez puertos, exenciones aduaneras, apertura de legaciones diplomáticas, ingreso de los misioneros y, como postre, la legalización del comercio del opio que seguía en manos de la Compañía de Indias.

El “siglo de las humillaciones” se prolongó sin que faltaran respuestas resistentes como la Revuelta de los Boxer (1898-1900) o la revolución nacional Xinhai bajo la conducción de Sun Yat-sen en 1911.

Oficialmente, el ciclo terminó en 1949, cuando Mao proclamó la República Popular China (RPCh).

El “siglo de las humillaciones” está incorporado a la visión del mundo del pueblo chino; la línea política irrenunciable para la elite es “reforzar el país e impedir nuevas humillaciones”.

Este sentimiento puede volverse muy explícito, como cuando en  agosto de 1999 los aviones de la NATO (la OTAN por sus siglas en inglés —Organización del Tratado del Atlántico Norte—) bombardearon la embajada china en Belgrado. Así escribió el Renmin Ribao (cotidiano del pueblo): “Estamos en 1999, no en 1899, no es el tiempo en que las potencias occidentales pueden saquear como se les antoje el Palacio de Verano o apoderarse de Hong Kong y Macao. La China de hoy está de pie, es una China que ha derrotado a los fascistas japoneses, es una China que ha demostrado ser fuerte y victoriosa contra Estados Unidos en los campos de batalla coreanos. El pueblo chino no puede ser intimidado”.

Los talentos escondidos del pueblo chino llevaron al país desde la humillación colonial al rango de superpotencia.

 

 

El poder del Presidente

La política de los últimos años ha visto una afirmación del liderazgo de Xi Jinping y, al mismo tiempo, una concentración de poder que excede las funciones clásicas. No es una singularidad: en todo el mundo, aun en las autoproclamadas democracias avanzadas, el Ejecutivo tiende a desbordar sus competencias más allá de las atribuciones constitucionales, con la vistosa excepción de la presidencia de Alberto Fernández en la Argentina. Por el momento, en China no se registran reacciones oficiales dentro del partido.

Xi Jinping persiste en la línea de cautela de la RPCh. El país vive tensado entre la necesidad de mostrar los músculos de superpotencia y la reticencia a entrar en las arenas movedizas de los conflictos internacionales; se ha pronunciado sobre la matanza de Gaza y ha presentado una propuesta de paz para Ucrania, bochada inmediatamente por Occidente porque era “pro rusa”.

La apertura de Trump a Rusia posibilita la entrada de China en el proceso de paz, en un encuentro al margen de las Dos Sesiones, Colum Murphy de Bloomberg preguntó a Wang Yi, ministro de Exteriores, si China podría enviar un contingente de Cascos Azules como fuerza de peacekeeping a Ucrania. Wang respondió que China está dispuesta a colaborar con la comunidad internacional sobre la base de la voluntad de las partes en conflicto.

La idea es apoyada en Pekín por Zhou Bo, influyente ex coronel del Ejército Popular de Liberación, quien sostiene que China posee la experiencia de rol para la misión; lo demuestran además las tres misiones de alto riesgo donde participa con 1.800 soldados: Unifil en El Líbano, Unmiss y Unisfa en el Sud Sudán.

El envío de Cascos Azules chinos tranquilizaría a Putin, que ya ha rechazado la idea de soldados europeos en Ucrania, y también a Trump, que no quiere enviar tropas americanas.  

 

 

La fortaleza oculta

En la tercera sesión del 14º Congreso Nacional del Pueblo, que es el máximo organismo legislativo, se publicó el nuevo budget militar para 2025, que sigue la línea del año anterior. Se registra un aumento del 7,2%, que equivale a 249.000 millones de dólares, y así ocupa el segundo lugar después de Estados Unidos.

Si bien China aumenta el porcentaje en defensa, sorpresivamente algunos vecinos la superan, Japón ha aumentado un 9,4%, Filipinas un 12,3%. Taiwán gastará en defensa 20.240 millones de dólares, que representan un aumento del 7,7%.

Los planes de China apuntan a completar la modernización del ejército en 2035. Entre las estrellas del programa figura el tercer portaaviones del país, el Fujian, que ha comenzado su etapa de experimentación en el mar en 2024; otra nave de guerra avanzada es el Sichuan, varada en diciembre 2024. Mientras que en el AirShow China 2024 fue presentado el segundo modelo de jet de combate “invisible”, el J-35A de tecnología stealth.

Si bien la estructura del ejército chino y sus recursos se conocen, hay un elemento que tiene  atareada la prensa internacional. 

Las fotos de los satélites publicadas por el Financial Times muestran una mancha marrón en un territorio semi urbano situado a 30 kilómetros de Pekín.

Estamos en territorio militar y los analistas sostienen que China está construyendo una base  subterránea capaz de recibir y proteger, en caso de ataque exterior, la dirigencia de la República.

Los expertos sostienen que la estructura, situada en Qinglonghu, podría ser el nuevo centro del mando militar de China. Dennis Wilder, ex responsable del área china de la CIA, piensa que el proyecto podría indicar que se sientan las bases para sostener una guerra nuclear avanzada.

Renny Babiarz, de la AllSource Analysis ha analizado las imágenes del satélite confirmando la presencia de unas 100 grúas trabajando en un área de cinco kilómetros cuadrados; Babiarz piensa que se está creando una red subterránea interconectada por una serie de túneles.

La nueva estructura será probablemente a prueba de bombas anti búnker y ataques nucleares; se considera que será diez veces más grande que el Pentágono.

A China podría aplicarse el eslogan de la campaña electoral de Mitterrand en 1981: “La Fuerza Tranquila”, pero la reticencia y la contención a veces ceden cuando es necesario llamar la atención a un gobierno que no muestra el debido respeto; así lo hizo la semana pasada Lin Jian, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores en una sesión informativa regular: “La presión, la coerción y las amenazas no son las formas correctas para relacionarse con China. Tratar de ejercer la máxima presión sobre China es un error de cálculo y un desacierto. Si Estados Unidos insiste en librar una guerra arancelaria comercial o de cualquier otro tipo, China luchará hasta el final”.

Están avisados.

 

 

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