Golpeado, todavía, por el voto popular, el gobierno se reunió en un acto de campaña. Al fin y al cabo, es lo único que saben hacer, campaña permanente. ¿Gobernar? Esa te la debo.
Y en la reunión, donde quedaron claras las medidas tomadas sólo hasta las elecciones, “para mejorar el humor social” (es decir ¡campaña y más campaña!), Macri dijo: “El dolor nos está haciendo crecer”.
¿El dolor de quién? ¿El dolor de no haber sido votado? Es decir, el dolor de “la gente” (¿te acordás cuando hablaban de “la gente”?) no te importa nada. El dolor de los jubilados (a los que en esta medida no les sumaste nada), el dolor de los docentes (es que son malos, no nos quieren recibir el aumentito), el dolor de los desocupados, el dolor de los enfermos, el dolor de los que tienen hambre, el dolor del frío de los chicos descalzos, el dolor de los papás que mandan a sus hijos a la escuela para que coman y no para que aprendan, el dolor de los que son víctimas de los robos que aumentan, de los papás que ven a sus hijos en la droga que aumenta, el dolor de todos… ese, ¿no te importa? ¿Sólo es dolor el de la paliza que te dio la gente harta de tanto dolor?
Y, de paso, dejame que te diga algo. Del tema del dolor, los curas y la Iglesia sabemos bastante. Durante mucho tiempo exaltamos el dolor, decíamos que el dolor es bueno, que el dolor salva, que el dolor nos acerca a Dios. Y, quizás sin darnos cuenta, quedábamos del lado de los que provocan el dolor ajeno. Porque hay dolores y dolores, ¿no? Si me caigo y me rompo el brazo, me va a doler. Pero no le puedo echar la culpa al piso. (Bueno, sí, vos se la echarías. Hablo de lo habitual, de lo sensato. Tampoco hablo de Egipto y las metáforas descarriadas.) Pero, en cambio, si hay una injusticia, eso duele. Y es un dolor causado; es otro dolor. Y es injusto; y, en cristiano, es pecado. No es sensato aplaudir el dolor, o decir que es bueno. Lo que es bueno es luchar contra la injusticia, ¿se entiende? (Bueno, a lo mejor no, pero alguien te lo puede explicar.) Es verdad que mil refranes aludían al dolor. “La letra con sangre entra” es un ejemplo. Pero no es lo mismo si se refiere a que hay que esforzarse para aprender (me refiero a los normales, a “la gente”, no a los que el papá les compró un título) que si alude a la vieja imagen del docente golpeando con vara al alumno burro. (Gracias a Dios todo eso parece en desuso; hoy, ¿usarían Taser?) También es cierto que el dolor nos puede hacer aprender; el perro de la calle, después de dos o tres golpes, sabe cruzar una avenida mejor que más de un cristiano. Pero eso no quiere decir que sea bueno, ¿no? En síntesis, y perdoname que insista, el dolor (casi infinito) que ustedes le infringieron a la gente a lo mejor les enseñó (a la gente) que ustedes no van a hacer nada en su favor. A lo sumo les tirarán una limosnita para que los voten. Es decir, no creo que ustedes aprendan nada, que se dejen enseñar por nada y menos por nadie, ¡tan superiores son! Sorry. Y, sobre todo, nada les importa el dolor del pueblo. Y los que creemos que el dolor no salva —hace mucho que aprendimos, los cristianos, que el dolor no es bueno—, sabemos que estando junto a los que sufren nos dejaremos salvar por ellos, sabemos que eso de la solidaridad (que en nada se parece a ser yo un “emprendedor” y que los demás de embromen), que cuando de buscar la felicidad de los otros, de todos, se trata, lo que buscamos es que “el dolor no me sea indiferente”. Pero no “mi dolor” por ser incomprendido porque no me quieren, o no me votan, sino porque queremos aliviar el sufrimiento de las hermanas y hermanos. Eso sería gobernar y no seguir en campaña.
* Grupo de Curas en Opción por los Pobres
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