El dólar de los argentinos: guía para bisoños

Cómo convertir una dificultad en una crisis

La semana pasada dos amigas me propusieron reunir a una docena de sus conocidas en la casa de una de ellas para que les diera una “clase” sobre “¿por qué sube el dólar?” Y agregaron una sugerencia práctica: “Explicanos todo como si no supiéramos nada”. Lo pedís, lo tenés.

 

¿Por qué necesitamos dólares?

Cada país tiene su propia moneda. Nosotros tenemos pesos, los rusos tienen rublos, los brasileños tienen reales, los chinos tienen yuanes, muchos europeos tienen euros y los estadounidenses tienen dólares.

No todas las monedas son iguales. En general, los habitantes de todos esos países usan su propia moneda para comprar y vender bienes entre sí dentro del país donde viven. Pero las operaciones entre personas y empresas de distintos paises sólo se realizan en un puñado de monedas que todos aceptan, como los yenes japoneses, los euros y, por supuesto y sobre todo, los dólares.

Eso significa que a los países que no emiten ninguna de esas monedas y a sus habitantes no les alcanza con tener sus propias monedas. También tienen que conseguir de las otras, en especial dólares.

 

¿Para qué hacen falta dólares, sí o sí?

Para comprar bienes importados, para viajar al exterior y comprar cosas durante el viaje, para pagar préstamos que nos dan acreedores extranjeros y para dárselos a las sucursales argentinas de multinacionales cuando quieren enviarle ganancias a sus accionistas.

En eso los argentinos no somos distintos de los demás países. Pero nos diferenciamos en una cuestión importante: los argentinos también queremos tener dólares porque sí; no para usarlos sino para tenerlos. En un banco local, en una cuenta extranjera o debajo del proverbial colchón. Podemos estudiar las causas históricas, discutir la razonabilidad económica, evaluar las implicancias éticas de esa pulsión, pero lo que no podemos hacer es ignorarla y desentendernos de sus consecuencias. En especial los gobernantes, porque es un dato duro, ineludible de la realidad nacional.

 

¿Cómo conseguimos los dólares que necesitamos?

Idealmente, de dos maneras que podemos considerar “genuinas” porque sus efectos son, en general, positivos: exportando bienes y servicios a otros países y recibiendo inversiones extranjeras. Cuidado, no cualquier clase de inversiones, sino las que en economía se llaman “directas”, que son las inversiones que llegan al país para quedarse (por ejemplo, con el fin de instalar una planta para fabricar autopartes).

Pero también podemos obtener los dólares de otras fuentes no tan genuinas, que generan riesgos y eventualmente daños: una es endeudarnos pidiéndole préstamos a bancos extranjeros, vendiendo bonos en Wall Street o solicitándole un crédito al FMI. Otra es atrayendo una clase diferente de inversiones extranjeras, las estrictamente financieras, que en la jerga se llaman “de portafolio”. Son dólares que los extranjeros ingresan a la Argentina y cambian por pesos para invertirlos en instrumentos en moneda local (LEBACs, acciones que cotizan en la bolsa, etc.) porque especulan que les van a redituar un rendimiento mayor al aumento del precio del dólar durante el tiempo que dure la inversión. El endeudamiento es peligroso si los dólares prestados no se usan para un proyecto capaz de generar los dólares necesarios para repagarla. Las inversiones de portafolio son peligrosas porque ofrecer una tasa demasiado alta para atraerlas enfría la economía (encarece el crédito para las empresas locales, sustrae fondos de la inversión y el consumo) y, así como llegaron, se pueden ir de un día para otro.

Por eso, si entran menos dólares de los que demandamos tenemos un problema, y si entran dólares suficientes, pero provienen de fuentes que no son genuinas, corremos un riesgo.

 

¿Qué podemos hacer al respecto?

La relevancia del dólar en el funcionamiento de la economía doméstica argentina no distingue partidos políticos. Da lo mismo si gobierna Cristina Kirchner o Mauricio Macri. Lo que varían son las políticas que cada gobierno utiliza para enfrentar esa dificultad. CFK optó por “administrar” los dólares, fijando prioridades para su uso productivo mediante el dictado de regulaciones y orientando su cotización con intervenciones frecuentes del Banco Central. Macri renunció a establecer prioridades para el uso de los dólares, eliminando todas las regulaciones cambiarias y prometiendo que el precio del dólar lo fijaría libremente el mercado sin la intervención del Banco Central.

El impacto de una u otra política en la vida cotidiana de los argentinos se puede ilustrar con un ejemplo del que se habla bastante:  ¿Retenciones a las exportaciones de cereales sí o no?

Un exportador de cereales cobra un precio en dólares por la venta de su producto en el exterior. La cantidad de pesos que el exportador obtiene por esa operación depende de dos variables: el precio internacional del producto y el tipo de cambio local. Por ejemplo, el trigo vale 188 dólares ahora y valía 160 dólares a principios de año, y el dólar vale 28 pesos ahora y valía 18 pesos a principios de año. Eso quiere decir que, redondeando cifras, un exportador que cobraba en enero $2.900 pesos por vender su trigo, ahora cobra $5.250 por la misma cantidad del cereal, un incremento nominal de su ganancia del 80%. Y tengamos en cuenta que el sector beneficiado es el mismo que le vende el trigo a los molinos que producen la harina con la que se hace el pan que consumimos los argentinos. Naturalmente, el productor de trigo no le va a querer cobrar al molino menos de lo que podría conseguir si vendiera el trigo afuera. Por eso el kilo de pan ahora cuesta 60 pesos en las panaderías de mi barrio.

CFK y Macri lidiaron con esta situación de maneras diametralmente opuestas. Es una diferencia de raíz ideológica con consecuencias directas en el nivel de vida de todos nosotros. CFK les imponía a las exportaciones de trigo una retención del 23%, que, de seguir aplicándose hoy, capturaría para el estado un porcentaje significativo de la ganancia excepcional del exportador que se podría aplicar a otros fines, incluyendo achicar el gasto fiscal que tanto le preocupa a Macri. Además la retención reduciría en el mismo porcentaje el precio internacional del trigo que efectivamente recibe el exportador, limitando en igual medida el precio que le cobra al molino y el precio al que se vende el pan. Macri eliminó esa retención en su primera semana de gobierno, beneficiando al exportador, perjudicando al consumidor y agravando el déficit fiscal.

Las consecuencias perjudiciales de la política ultraliberal de Macri en materia cambiaria también se pueden explicar en cifras:

Los argentinos compramos cada vez más dólares para turismo y gastos con tarjeta en el exterior (principal rubro que explica el déficit cambiario por “servicios”):

 

 

Los argentinos compramos cada vez más dólares para ahorro:

 

 

La Argentina necesitó 8.500 millones de dólares el año pasado para pagar intereses de la deuda externa.

La falta de dólares provocada por los saldos negativos del turismo, el ahorro y los servicios de la deuda se hubieran compensado en parte con el superávit del comercio exterior si Macri hubiera cumplido su promesa de convertirnos en el “supermercado del mundo”, pero las exportaciones no crecen, las importaciones suben mucho y el déficit comercial aumenta exponencialmente:

 

 

O si Macri hubiera cumplido su promesa de que lloverían las inversiones, pero los dólares ingresados al país por inversiones extranjeras directas disminuyen en lugar de crecer, no compensan la salida de dividendos y representan un monto promedio mensual inferior al ingresado durante la presidencia de CFK:

 

 

Mientras tanto, las dos fuentes alternativas de dólares no “genuinas” a las que recurrió Macri –el endeudamiento externo y la inversión extranjera financiera– se han secado o fluyen muy poco. El único acreedor extranjero que todavía está dispuesto a prestarnos dólares es el Fondo Monetario Internacional y los inversores internacionales se los llevan en lugar de traerlos:

 

 

Las cifras no mienten. Cuando Macri inició su mandato presidencial teníamos un problema de falta de dólares. En dos años de gestión, él y su equipo económico han convertido esa dificultad en una crisis previsible para cualquiera que conozca los rudimentos de la relación de la Argentina con el dólar.

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