EL DIABÓLICO LABERINTO DE ERIS
La diosa griega de la discordia en el acuerdo de Estados Unidos y el Taliban
El 9 de marzo pasado se desarrolló la insólita toma de posesión simultánea del cargo de Presidente, en sendos y muy cercanos sitios, por parte de los dos candidatos que se autoadjudican el triunfo en Afganistán, en las elecciones del año pasado. Mientras Ashraf Ghani, que postuló su reelección, y el opositor Abdullah Abdullah pugnaban y se descalificaban mutuamente, “un aluvión de misiles aterrizó en la capital cerca del lugar de las ceremonias”, informó The New York Times. Se trataba, claro, de un ataque talibán.
Zalmay Khalilzad, representante especial de Donald Trump y gestor por el lado norteamericano del acuerdo alcanzado recientemente entre Estados Unidos y el movimiento talibán, se encontraba en la ceremonia de Ghani, como así también el General Austin Miller, comandante de las tropas de OTAN asentadas en Afganistán y numerosos embajadores acreditados ante el gobierno afgano. Al parecer no hubo muertos ni heridos. Pero pudo haber sido catastrófico. Tal vez fue sólo una mera demostración de fuerza de los talibanes o quizá una falla en el cálculo del blanco. Por el momento es imposible discernirlo.
Lo notable es que el 29 de febrero pasado, Estados Unidos y el movimiento talibán habían firmado el acuerdo que se viene de mencionar, en Doha, Qatar. Khalilzad y el Mullah Abdul Ghani Baradar, máxima autoridad de los talibanes, rubricaron el convenio luego de más de un año de tratativas. Paradojalmente, una de las cláusulas del mismo establece el cese de hostilidades entre las partes signatarias. Sin embargo, y para más datos, el ataque mencionado arriba no fue rayo en cielo sereno. Según fuentes norteamericanas, el 3 de marzo –apenas 3 días después de la firma del tratado— los talibanes llevaron a cabo 43 ataques contra puestos de control y otras posiciones de las fuerzas militares afganas, a las que causaron 29 bajas, en la combativa provincia de Helmand. Por su parte, la Fuerza Aérea norteamericana y tropas afganas atacaron combinadamente a los talibanes el 11 de marzo causándoles 17 muertos.
Tras estos dos primeros enfrentamientos, Andrew Watkins, analista senior de International Crisis Group a cargo del seguimiento de Afganistán, declaró el 4 de marzo que esos sucesos eran significativos. Y agregó: “No creo que indique el colapso de todo el acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes, pero se puede ver fácilmente cómo las cosas podrían ir en espiral”. No se equivocaba: lo certifica ese ataque del 9 de marzo. Merece ser destacado, por otra parte, que todas las acciones mencionadas contradicen severamente lo firmado el 29 de febrero.
Ante tanto revoltijo, habría que darle crédito a una posible intervención de Eris, la diosa griega de la discordia, que maneja su potencia y mueve sus hilos de una manera que resulta, a veces, más bien diabólica antes que olímpica.
El Acuerdo
El texto del acuerdo firmado no se conoce en su totalidad y hay dos anexos que son reservados, a los que han accedido unos pocos parlamentarios republicanos. Se ha dado a conocer cuatro puntos fundamentales de aquel texto, que son los siguientes:
- Se ha negociado un alto el fuego entre las fuerzas estadounidenses, afganas y talibanas, que debería cobijar tanto el retiro de las tropas norteamericanas cuanto las conversaciones entre el gobierno afgano y los talibanes.
- Estados Unidos está dispuesto a retirar 8.600 efectivos de los 12.000 que tiene en el país, en 135 días. Es decir, sacaría un 72% de sus tropas en un lapso de 4 meses y medio. Desde luego, esto queda sujeto a que los talibanes cumplan también con aquello a lo que se han comprometido. El resto del personal militar norteamericano saldría en un plazo de 14 meses.
- Deberán llevarse a cabo negociaciones intra-afganas, entre los talibanes y el gobierno, con el propósito de llegar a un acuerdo que defina el marco general y las condiciones bajo las cuales se avanzará hacia la convivencia entre ambos y hacia la incorporación talibana al sistema político afgano.
- El gobierno actual y el que resulte de las negociaciones indicadas en el punto anterior, deberán garantizar que no se aceptará más el desarrollo de actividades terroristas con base en Afganistán. En particular, las que eventualmente podrían desarrollar al Qaeda y el ISIS.
Complementariamente, pero por fuera del texto específico del acuerdo, se convino que habría un entendimiento entre el gobierno afgano y los talibanes para la liberación de prisioneros: 5.000 de la parte talibana y 1.000 de la gubernamental. El Presidente Ashraf Ghani anunció muy recientemente que liberaría a esos 5.000 combatientes talibanes.
El acuerdo no ha arrancado bien y parece excesivamente optimista. Durante los 10 primeros días de vigencia ha sido violado por las dos partes signatarias y también por el gobierno de Ghani, en lo que respecta al punto 1. Además, el retiro del 72% de las tropas norteamericanas en 4 meses y medio, a partir del 1° de marzo, fijado por el punto 2, parece muy poco factible. El punto 3 es muy difícil de alcanzar a corto plazo y es poco congruente con el veloz retiro de tropas que pretende Estados Unidos. Finalmente, el punto 4 es inabordable hasta que los tres anteriores alcancen algún grado de materialización. Por lo tanto, hay un alto grado de incertidumbre sobre lo que podría sobrevenir.
El embrollo político afgano
El sistema político afgano oficial actual, es decir, el que encabeza Ghani, es muy poco consistente. En la última elección –llevada a cabo el 28 de septiembre de 2019— votaron solamente 1,8 millones de los 9 millones de electores registrados, es decir apenas el 20% del padrón. Se denunciaron diversas irregularidades y hubo, incluso, ataques a numerosos centros de votación. También los talibanes hicieron de las suyas: reivindicaron más de 400 atentados. Los resultados que debieron ser anunciados el 22 de octubre de 2019 recién se dieron a conocer a fines de diciembre. El ganador fue Ghani y el segundo Abdullah, que impugnó el conteo de votos y el resultado. De aquí la absurda asunción de dos Presidentes en forma simultánea mencionada al comienzo.
Por otra parte, el movimiento talibán controla no menos del 40% del territorio afgano. Es algo así como un protogobierno, que sería de hecho, hoy por hoy, el tercero del país. No es ocioso mencionar, además, que controla la mayor parte de las provincias en las que se produce opio, lo cual le reporta ingentes ingresos.
Resulta muy difícil imaginar cómo podría alcanzarse un acuerdo político de unificación entre dos partes –una de ellas incluso segmentada— que presentan notorias diferencias. Los talibanes practican un atávico islamismo fundamentalista que difiere con el de la otra parte. Y poseen un competente aparato militar que probablemente debería desarmarse para facilitar la recíproca integración. Todo esto en beneficio de dos segmentos de la contraparte, que no se conllevan. Y en el marco de un muy débil sistema político que expresa solamente al 20% del electorado y de un proceso relativamente rápido de retiro de las tropas estadounidenses. Prima facie no parece muy factible en el laberíntico Afganistán.
Final
Da toda la impresión de que Trump procura apurar la retirada de las tropas de su país de Afganistán por motivos electorales. Le vendría bien para su campaña dar por finalizada una presencia militar y una situación bélica que van en camino de cumplir 19 años sin alcanzar prácticamente ningún resultado favorable. Recuérdese que Estados Unidos invadió Afganistán en octubre de 2001, encabezando una coalición internacional. Y no fue para enfrentarse con los talibanes sino para combatir a al Qaeda, responsable de los atentados del 11 de septiembre de aquel año, que tenían instalaciones y campos de entrenamiento allí. Pero claro, probablemente no podría hacerlo si el retiro de tropas abriera la oportunidad de una arremetida talibana que pudiera derrocar o comprometer al gobierno “oficial”.
Puede decirse que Trump ha iniciado una jugada que entraña cierto riesgo. En particular, si los talibanes intensifican su insurgencia después del retiro de los 8.600 efectivos que se ha mencionado precedentemente. En ese caso el fracaso sí sería de Trump y no de sus antecesores. En tanto que el bando talibán tiene una situación más cómoda. Lo peor que le puede pasar es quedar en la misma situación en la que está hoy. Y en el mejor de los casos podría extender su control territorial y su presencia militar en el país.
Es siempre difícil atisbar el porvenir y desentrañar el rumbo de las cosas. Habrá nomás que esperar y ver. Aunque algo es posible decir: Afganistán es una muestra, entre otras, de que al otrora gallardo hegemón cada vez le cuesta más ser hegemónico.
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