¿En qué sentido Milei es diferente a los experimentos neoliberales anteriores?
Una de las discusiones entre los opositores en serio a este experimento neoliberal-neocolonial es en qué medida la práctica política de este gobierno es diferente a otras gestiones que reconocieron una inspiración similar, como la de la última dictadura cívico-militar, el período menemista o el macrismo.
Algunos sostienen que no hay novedad alguna, que sólo se retomó un conjunto de líneas estratégicas que ya estaban prefiguradas en el discurso del 2 de abril de 1976 de Martínez de Hoz, mientras que, en la otra punta, hay quienes ven un quiebre cualitativo en el tipo de gobierno que tenemos a partir de diciembre de 2023.
La respuesta dependerá, entre otras cosas, de qué factores se elijan ponderar, qué se privilegie en el análisis, si la política, la economía, la situación social, la cultura o el discurso gubernamental.
Por supuesto, siempre es posible encontrar variaciones entre los períodos, porque incluso no fueron homogéneos con relación a sí mismos.
Un gran autor británico, Perry Anderson, analizó la función del Estado en el capitalismo contemporáneo, y estableció con bastante claridad que tenía dos funciones relevantes: apoyar y promover en el proceso de acumulación de capital —así funcionaba el capitalismo hasta hace un tiempo— y realizar políticas públicas para favorecer la legitimación social del sistema. No inventaba nada, sino que describía los cambios que habían ocurrido en el Estado capitalista desde el surgimiento de la revolución industrial en Inglaterra hasta el estado expandido del Reino Unido luego de la Segunda Guerra Mundial. El impulso laborista había logrado que el Estado asumiera numerosas funciones sociales, en salud, en vivienda, en protección social. Esto servía para fortalecer la demanda agregada de la economía, pero también para acrecentar la aceptación del capitalismo entre los trabajadores y las capas menos favorecidas de la sociedad inglesa. Y funcionaba bastante bien. Thatcher vino a romper esa lógica de un capitalismo “social”.
Milei representa un quiebre con relación a anteriores gobiernos neoliberales, que, si bien fueron afectando la distribución del ingreso y debilitando la capacidad estatal para proveer de bienes y servicios necesarios a la población, no procedieron a atacar frontalmente bastiones básicos de ciertos consensos argentinos: la salud pública, el acceso masivo a la educación, la promoción de la cultura nacional, el financiamiento de logros tecnológicos que nos ponían (parcialmente) en el club de los países con alto desarrollo.
La Argentina, hiciera lo que hiciera, era considerada por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional como país de ingresos medios altos, lo que ayudaba a visualizar que el país tenía un lugar en una categoría de ingresos valorable según estándares sociales internacionales.
Todos los gobiernos neoliberales anteriores preservaron ciertos pisos sociales básicos, tanto por preocupaciones “antisubversivas” como por la necesidad en democracia de juntar mayorías electorales y evitar conflictos sociales que pudieran tornarse violentos.
El menemismo cuidó de ciertos equilibrios mientras implementaba puntillosamente las recetas neoliberales del Consenso de Washington. Macri, en cambio, no tuvo tiempo para desarticular plenamente las mejoras sociales verificadas en el período kirchnerista, aunque el descalabro financiero y el acuerdo con el FMI lo llevaron a dañar claramente los indicadores sociales. Pero la ayuda social masiva nunca fue abandonada.
Milei mantiene actualizadas las transferencias monetarias hacia los sectores más vulnerables, pero arrasa con todas las instituciones sociales construidas a lo largo de mucho tiempo, encargadas de la protección de cuestiones elementales. Toda la salud pública (hospitales, investigación, formación de profesionales), desfinanciada; las instituciones como las jubilaciones y pensiones, reducidas; el suministro gratuito de los medicamentos oncológicos, suprimido; las oficinas encargadas de la vacunación masiva, desmanteladas, así como diezmados o eliminados todos los organismos de regulación y control que tengan que ver con preservar la salud o la vida de las personas.
No hay aquí intención de disimulo del carácter destructivo de la gestión libertaria, ni de ofrecer una idea fantasiosa de modernización como hicieron otras administraciones.
Milei, como Presidente imprevisto e improvisado, no tuvo tiempo en su corta carrera, ni con su minúscula fuerza política sin aparato ni medios propios, de instalar un discurso hegemónico para explicar que “hay que esperar 35 años para ser Alemania”, o que eliminar áreas del Estado vitales para la población generará prosperidad.
Alcanzó con encontrar sembradas las semillas de la desconfianza en lo público, a partir de la degradación real de ciertas instituciones que debían personificar al “Estado presente”, y convocar al malestar acumulado con discursos populares no cumplidos, más la penetración formidable del discurso anti-político de la derecha, que ya lleva décadas entre nosotros.
Sólo los apaleamientos públicos de los miércoles, frente al Congreso, generaron cierto malestar social porque se puede ver la asimetría de poder entre los jubilados golpeados y el Estado represor desplegando su aberrante potencia para el mal.
Vale la pena volver sobre este punto: muchos de los gastos recortados no hacen ninguna diferencia presupuestaria. La Argentina no va a llegar a equilibrar sus cuentas públicas ni a construir una macroeconomía viable si desfinancia la salud pública.
Al contrario: visto en forma estratégica, se está comprando una serie de problemas a futuro, vinculados al costo de no atender oportunamente y prevenir enfermedades cuyos tratamientos serán mucho más costosos.
Hoy, la alternativa a gastar como corresponde es que la gente se enferme o muera innecesariamente, cosa que no es un problema en el universo neoliberal. Los ricos, piensan ellos, no morirán por falta de atención médica.
¿Pero si no es por el sagrado “equilibrio presupuestario”, por qué, entonces, la destrucción de la salud pública? El sector privado no está en condiciones de hacerse cargo de las masas desprotegidas, y las mayorías abandonadas por el Estado no tienen ingresos para convertirse en público rentable de las empresas de salud privadas.
¿Cuál es la idea que hay detrás del desfinanciamiento salvaje del cuidado sanitario de la población?
Al menos hay tres factores que convergen en el actual desastre sanitario:
- Un grupo de decisores políticos que llegó al poder sin la menor comprensión de lo que significa conducir un país, sin las mínimas condiciones éticas y humanas necesarias para ejercer esa función, y sumergido en delirios ideológicos marginales, sin aplicación en países avanzados.
- Una parte de la población en estado de profunda desorientación política, desinformada y despolitizada, que eligió apostar a una novedad que prometía “romper todo” lo existente —que para ellos era lo suficientemente malo como para aceptar su demolición—, y que suponían que para ellos no tendría costos.
- Una elite económica que no muestra ningún tipo de identificación con el país en el que acumula su riqueza y que no tiene la más mínima preocupación por el destino colectivo de la población. Concentrada en obtener grandes negocios en corto tiempo, convalida desde su poder social cualquier salvajismo mientras se promocione su agenda propia.
“El cambio”: estafa y manipulación
Luego de concederle, insólitamente, 12.000 millones de dólares frescos al gobierno de Milei para que mantenga a flote el esquema dólar quieto/inflación baja hasta las elecciones, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, hizo declaraciones: “Domésticamente, el país (la Argentina) tendrá elecciones en octubre, y es muy importante que no descarrile la voluntad de cambio”.
Georgieva nos da la oportunidad para abordar la palabra “cambio”, tan usada por la derecha argentina en las últimas décadas. “Cambiemos”, “Juntos por el cambio” ejemplifican la apropiación astuta por parte de los sectores más conservadores de una palabra simpática, pero que encubre la profunda intención antipopular del proyecto que la enmarca.
Para la derecha local, el “cambio” lo empezó Martínez de Hoz, abriendo la economía, habilitando la timba financiera y endeudando al Estado Nacional y a las grandes empresas públicas. Siguió con “el cambio” Menem, privatizando, achicando el Estado, abriendo la economía a las importaciones y debilitando la industria nacional.
Retomó “el cambio” Macri, tratando de reformar el sistema jubilatorio, la legislación laboral y el sistema impositivo. Como fracasó económicamente, se tuvo que conformar con reendeudar al país con el FMI. Y ahora, en palabras de Georgieva, “el cambio” lo encarna Milei.
En ese universo de ideas, el “cambio” se traduce en un conjunto de “reformas”. Las “reformas”, nombre que podría ser interesante, se transforman en medidas con una meta definida: el debilitamiento del Estado, la pérdida de derechos sociales y laborales, la privatización de las jubilaciones, la redistribución regresiva del ingreso, la extranjerización económica y el fortalecimiento del poder de las corporaciones privadas a costa del resto de la sociedad.
Ese es el “cambio” que propicia la derecha local y mundial en la Argentina.
Es la jerga neoliberal: usan palabras amables para los peores fines. Y todo pensado en función de cautivar al auditorio.
“Cambio” lo usan para la gilada en general. Cae bien y es la nada al mismo tiempo.
“Reformas”, en cambio, lo usan para un público supuestamente más ilustrado: el mundo académico, las diversas tecnocracias administrativas y los políticos dóciles que quieren adquirir vocabulario “técnico” para parecer profundos. Hablan de “reformas” como si todos supieran a qué se refieren y cuál es la lógica que las organiza.
La tercera palabra, la que expresa la verdad programática del capitalismo rapaz actual, es la palabra no dicha. Es la única que, a diferencia de las otras dos, no es ambigua: negocios.
Eso es lo que hay detrás de las reformas laborales, previsionales, impositivas, las desregulaciones y otras acciones promovidas por el actual gobierno. Negocios para las corporaciones, mayor rentabilidad para el capital, nuevas posibilidades de apropiar rentas y ganancias para la minoría que fija los lineamientos del capitalismo global. Eso es todo. Eso es lo que no debe descarrilar, según Georgieva y la elite de negocios doméstica.
Todos somos comunistas
La muerte del Papa Francisco impactó en una parte importante de la opinión pública.
Ante su partida, surgieron una gran cantidad de anécdotas sobre la especificidad de Francisco como un Papa que intentó darle a la Iglesia católica un lugar más ético, en un mundo atravesado por la concentración obscena de la riqueza, la depredación de la naturaleza y la criminalización de diversas minorías para canalizar hacia ellas el malestar generado por el fracaso del neoliberalismo como proyecto civilizatorio.
Francisco no logró modificar las grandes líneas de inequidad e inhumanidad por las que viene discurriendo el planeta, pero fue una figura que en el plano internacional funcionó a contrapelo discursivo de patanes irresponsables como los financistas globales, los empresarios convertidos en estrellas y los políticos de ultraderecha que se presentan como reemplazos “alternativos” de la vieja partidocracia neoliberal desvencijada.
Su consigna “Tierra, techo y trabajo” es hoy absolutamente disruptiva del orden establecido, dado el corrimiento estructural del capitalismo de su faz “social” de la posguerra a su faz neoliberal con predominancia financiera, que se expresa en el malestar mundial con las democracias impotentes para cambiar la realidad económica y social. En esos barros surgen Trump, Bolsonaro y Milei.
La propia doctrina social de la Iglesia, que pretendía hace décadas colocarse en un lugar intermedio entre el “capitalismo materialista” y el “comunismo ateo”, hoy se ha vuelto inaceptable para las derechas latinoamericanas, que prefieren la difusión de discursos religiosos de plástico, promotores de valores abiertamente individualistas y capitalistas, hechos a medida de masas cada vez más precarizadas en lo económico y lo cultural. El rechazo de la derecha argentina a Francisco expresó esa lógica reaccionaria, que predomina en ese sector social sobre cualquier sensibilidad religiosa.
Incluso la doctrina de la “igualdad de oportunidades”, difundida ampliamente desde el capitalismo norteamericano en la época de la Guerra Fría, que enfatiza el crear condiciones sociales adecuadas para que todas las personas, sin distinción de clase social, cuenten con un punto de partida aceptable en la vida, resulta hoy una propuesta completamente inaceptable por parte de las élites globales que van perdiendo la noción de la realidad, a medida que van triunfando claramente en su lucha de clases contra el mundo del trabajo.
Milei lo expresa nítidamente: “La justicia social es una aberración”. Pero él no es el autor intelectual, sino un empleado y un difusor social de estas ideas del capital concentrado, en esta etapa de “acumulación por desposesión” de los otros.
En ese sentido, el discurso anticomunista de Milei, que delirantemente engloba desde la centroderecha hasta la izquierda dentro de la categoría de “zurdos”, es un fiel reflejo de esta época de empresarios brutos y arrogantes, empoderados por el debilitamiento de las otras fracciones sociales que les hacían de contrapeso tanto político como discursivo.
Trump le endilga a todos sus enemigos ideológicos el título de “radical left”, que sería algo así como “izquierda radical”, un término equivalente al viejo “comunismo”. Así ha llamado a quienes reclamaban medidas contra el cambio climático, a quienes defendían al sistema de salud público o a quienes denunciaban aspectos de la política exterior norteamericana.
Bolsonaro, a su vez, hizo su campaña en la que resultó victorioso —gracias al encarcelamiento por parte del establishment de su gran contendiente Lula— hablando contra el comunismo —irrelevante desde el punto de vista partidario en su país—, en el cual se incluía a quienes defendían estrategias activas de salud pública contra el COVID, a los sindicalistas en general, a los defensores del Mato Grosso y de los pueblos originarios que habitan el Amazonas, a activistas por la reforma agraria y a los miembros del PT.
Milei no le teme a la exageración y amplió sus salpicaduras verbales, acusando de comunistas hasta a figuras como Rodríguez Larreta, además de a todas aquellas personas que defiendan una sociedad donde se respete y cuide la vida humana. Por eso el odio a Francisco.
Para la figura que encabeza este régimen neocolonial, sólo el capitalismo salvaje, sin restricciones ni limitaciones humanas, es la libertad.
El resto somos la ancha avenida del comunismo.
Carry trade para todas y todos
Mientras se va viendo qué camino toma el nuevo régimen cambiario y hacia dónde se mueven los precios después de las medidas tomadas el viernes 11, para evitar el descarrilamiento, el discurso oficial del mundo de los negocios local está haciendo la promoción masiva del carry trade.
Así, el diario La Nación tituló en estos días: “Carry trade: qué dicen los expertos sobre si al agro le conviene o no esta herramienta que volvió a escena”, y aclara en el subtítulo: “La operación implica vender los granos y poner el ingreso en instrumentos financieros que rinden entre 2,5% y 3% mensual”. El diario El Cronista, en su edición del 24 de abril, ofrece una información útil y práctica para sus lectores: “¿Cómo hacer carry trade desde el celular?”, mientras que El Economista, más reflexivo, titula: “¿Qué es el carry trade, por qué conviene como inversión y cuáles son sus riesgos?”
Como se ve, el capitalismo realmente existente en la Argentina no tiene ninguna otra perspectiva que la especulación cortoplacista. Ni una idea relevante sobre cómo hacer del país un lugar vivible para todos.
Entretanto, el INDEC difundió información sobre el movimiento turístico en el país. En marzo ingresaron 480.000 turistas, es decir, un 24% menos que en el mismo mes del año pasado. Y salieron de nuestro país 1.300.000 turistas, prácticamente duplicaron a los que salieron el año pasado. Para explicar este cambio violento de los flujos turísticos, es fundamental considerar la sobrevaluación del peso argentino y el consiguiente encarecimiento de los precios locales en dólares. Esa distorsión acumulada implica un menor ingreso de dólares y euros, y una muy fuerte salida de divisas ¡en un país que debería estar pensando en generar dólares propios para no depender del crédito externo! Para eso vinieron también los 12.000 millones del FMI: para sostener este tipo de perfil financiero que debilita estructuralmente al país.
Como dato irrelevante para la prensa de negocios, pero de trascendencia estratégica para el país, cabe consignar que el gobierno aceleró los trámites para “unificar” (léase degradar) al INTA y al INTI, dos importantes entes públicos, cuya misión ha sido apoyar la difusión y adopción de conocimientos y prácticas tecnológicas modernas tanto en el agro como en la industria.
Nada bueno puede salir de reformas hechas con criterios de ahorro de recursos irrelevantes para el erario público, pero que dañan las posibilidades para encarar el despliegue de las capacidades nacionales y promover la competitividad del mundo productivo. Un crimen económico más.
No son Milei ni sus funcionarios el problema. Es el proyecto económico y social que encarnan. Es el empresariado fallido e irresponsable que los sostiene. Para que se termine el desquicio en nuestro país, necesitamos visualizar sus raíces profundas. El desquiciado es el proyecto.
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