El desafío geopolítico de China

La proyección del gigante asiático entre dos centenarios

 

China celebrará 100 años de la fundación de su Partido Comunista el próximo 1° de julio, centenario que ha coronado con su objetivo cumplido de eliminación de la pobreza extrema. Este aniversario es importante por diversos motivos, pero hay uno central para el entendimiento de la proyección de China en el mediano plazo: 2021 marca el primero de dos centenarios principales a lo largo del siglo XXI. El segundo será el de la fundación de la República Popular China (RPC) que tendrá lugar en 2049, momento para el cual la dirigencia nacional planea haber completado el proceso de modernización del país y convertirlo en un “Estado socialista plenamente desarrollado”.

De completarse según lo previsto, este proceso sin dudas convertiría a la RPC en la principal potencia económica del mundo, con todas las implicancias que esto conlleva en el escenario internacional. Sin embargo, antes de alcanzar este objetivo Beijing deberá sobreponerse a una serie de desafíos, muchos de los cuales son esencialmente geopolíticos.

 

El logo del centenario del Partido Comunista Chino.

 

Al revisar las recientes potencias hegemónicas no es difícil identificar la manera en la cual fueron beneficiadas por la geografía: Estados Unidos es dueño de un territorio diverso y colosal, ubicado en un continente que adolece de cualquier tipo de competidor regional y flanqueado por dos vastos océanos que le dan seguridad debido a la supremacía naval de Washington. Esta situación no es disimilar a la de la Gran Bretaña imperial, cuyo carácter insular la resguardaba de los conflictos europeos, con posesiones coloniales que le daban titánicos recursos materiales y humanos y una flota que le reservaba el rol de garante del equilibrio de fuerzas global.

De carácter muy distinto fueron los períodos de esplendor del poderío ruso, tanto en su fase zarista como soviética. La ubicación de Rusia en el corazón de Eurasia, en esa inmensa estepa relativamente homogénea, desprovista de accidentes geográficos significativos y rodeada de países poderosos, la coloca en un estado de permanente vulnerabilidad. Puede ser invadida prácticamente por cualquiera de sus flancos, mientras que su acceso perpetuamente insuficiente a puertos de aguas cálidas le ha impedido desarrollarse como una potencia marítima. En este sentido, el colapso de la Unión Soviética y la recuperación modesta de las últimas décadas ejemplifican, una vez más, un ciclo que se ha extendido durante siglos: las fronteras de Rusia son esencialmente el poderío de sus ejércitos.

Desde este punto de vista, la situación geopolítica de China es mixta. Por un lado, siendo el tercer país más grande del mundo, posee una rica diversidad geográfica y climática con abundantes recursos naturales. Además, este territorio está ocupado por la población más numerosa del planeta, lo cual le garantiza un mercado interno masivo y le facilita su defensa. Si bien esta población es culturalmente muy diversa (la RPC cuenta con un total de 56 nacionalidades), es también demográficamente muy homogénea, ya que alrededor del 93% de la población pertenece a la etnia Han.

No obstante, China es también el país con la mayor cantidad de fronteras del planeta: la RPC comparte fronteras terrestres con 14 países y es el único país del mundo que limita con cuatro potencias nucleares (Rusia, la India, Corea del Norte y Pakistán). De todos estos vecinos, el Estado que potencialmente le represente el desafío más grande a China en el largo plazo sea la India. Esta posible futura superpotencia, poseedora de armas de destrucción masiva, además de ser el séptimo país más extenso del mundo, se encuentra bien encaminada a convertirse en el más poblado en pocas décadas. A su vez, las relaciones bilaterales, históricas y actuales entre Beijing y Nueva Delhi no han sido particularmente buenas y la tendencia pareciera indicar que profundizarán su rivalidad regional en un futuro previsible.

A estos factores se agrega que la RPC no ha completado aún la unificación interna del país, ya que la isla de Taiwán se encuentra fuera del control de Beijing y todavía se adjudica el título de único gobierno legítimo de toda China. Naturalmente, el ascenso de China va a tener un gran impacto a nivel regional, al ir produciendo distintos rebalanceos en la correlación de fuerzas.

En relación a este último punto, es necesario también destacar el carácter contradictorio de la recuperación china del status de superpotencia. Por un lado, en términos históricos, una China superpotencia puede ser vista meramente como un retorno a la normalidad, ya que generalmente, a lo largo de su milenaria historia, el Imperio Chino fue uno de los tres países más poderosos del mundo, y reiteradas veces fue, sin dudas, el primero. Más aún, esto no se trata de antiguas y olvidadas glorias imperiales como la de los grandes reyes de Asiria o la de los faraones de Egipto: en 1830, la Dinastía Qing, con sus 13 millones de kilómetros cuadrados y 300 millones de habitantes, representaba entre un cuarto y un tercio del producto bruto mundial.

Por otro lado, este nuevo ascenso de China sí tiene elementos radicalmente novedosos: nunca antes en su historia, el autárquico y autosuficiente Reino del Medio tuvo tal nivel de co-dependencia con el resto del mundo. Desde la política de Reforma y Apertura en 1978, el acelerado crecimiento de la economía china ha dependido, en gran medida, de su capacidad exportadora y de su acceso a mercados y capitales extranjeros. A pesar de la nueva política económica de la “doble circulación” nacional-internacional y su mayor énfasis en el fomento del mercado interno, la realidad ineludible es que la economía de China y la del mundo están intrínsecamente ligadas. La RPC no sólo debe importar cantidades masivas de insumos para mantener activa su inmensa matriz productiva, sino que a medida que su mercado interno se va sofisticando demanda cada vez mayores niveles de productos importados. Si bien la importancia de este último punto puede relativizarse, hay dos datos concretos que no: China es el principal importador de petróleo del mundo y no produce suficiente comida localmente para alimentar a una población de 1.400 millones de habitantes, para la cual la hambruna es un recuerdo tanto colectivo como viviente.

Esta dependencia ineludible de la economía china al comercio internacional se encuentra atravesada por otro factor clave: al margen de contadas excepciones históricas, China nunca ha sido una potencia marítima. Debido a esta contingente y contemporánea combinación de factores, el modelo de desarrollo chino mantiene un claro talón de Aquiles: el Estrecho de Malaca, un pasaje marítimo de unos 40 kilómetros de ancho flanqueado por Malasia y Singapur, que conecta los océanos Índico y Pacífico y por el cual pasan casi 100.000 barcos al año y la cuarta parte del comercio mundial. Al día de la fecha, si una potencia con superiores capacidades navales bloqueara el estrecho por tiempo indeterminado, las consecuencias para la RPC serían catastróficas y su capacidad de romper forzosamente el bloqueo, dudosa.

Enfrentada a estos numerosos y complejos desafíos, la RPC está llevando adelante una estrategia multifacética y combinada para garantizar la seguridad de su proyecto de desarrollo nacional en el largo plazo. En el plano energético, China está realizando inversiones colosales en energías renovables, nuclear e hidroeléctrica. En el militar, Beijing no solamente está encarando una sustancial modernización y profesionalización de sus Fuerzas Armadas, sino que además está tomando medidas para mejorar su situación geopolítica. China tiene actualmente control efectivo y/o reclamos de soberanía de una serie de archipiélagos que se extienden desde el mar del Sur de China hasta el sur de Japón, conocidas colectivamente como la “primera cadena de islas”. En años recientes, Beijing ha reforzado su presencia en estas islas, construyendo varios puertos y pistas de aterrizaje. Esta estrategia, denominada por algunos analistas como “la Gran Muralla Azul”, permitiría proteger las prósperas zonas costeras del continente y convertir al mar de China en un mar interior. No obstante, en este diseño la pieza clave y faltante es la isla de Taiwán.

De manera paralela y complementaria, la RPC viene sosteniendo desde los últimos años un gran programa de modernización y expansión de su Armada, lo cual le permitiría consolidar su control sobre sus mares territoriales y aumentar su capacidad de proyectar fuerza.

Estos esfuerzos por proteger su flanco en el Pacífico se ven fortalecidos por el desarrollo chino hacia el oeste y el sur. En este plano estratégico se puede comprender la importancia de la Iniciativa de la Franja y la Ruta en todas sus dimensiones. El titánico proyecto de infraestructura chino, que tiene ramificaciones globales, pero cuyo punto nodal se encuentra en el corazón de Eurasia, le asegurará a China un acceso irrefrenable a distintos mercados y materias primas al establecer nuevas y más directas conexiones por tierra a Europa, el Medio Oriente y Asia Central. A su vez, el desarrollo socio-económico que se buscará promover a través de este incremento de inversiones y comercio apunta a traer mayor estabilidad y seguridad a muchas regiones volátiles del continente. Finalmente, la rama marítima de la iniciativa, particularmente los planeados corredores de Pakistán y Myanmar, le darán a China una salida directa a otro océano (el Índico) y, con ello, acceso incontenible a los mares del mundo.

En el norte, donde la RPC limita con las vastas llanuras de Mongolia y Siberia, China tiene un flanco débil, que históricamente fue el corredor por la cual ha sido invadida por numerosos pueblos nómades de la estepa. Sin embargo, hoy ese espacio es ocupado por la Federación Rusa, que a lo largo de los últimos 20 años sólo ha estrechado lazos con la RPC. Sin lugar a dudas, la rivalidad compartida con Estados Unidos ha convertido a la relación ruso-china en la alianza más importante que actualmente poseen ambos países. Y mucho del futuro de Eurasia dependerá de la evolución de esa relación.

Por otro lado, el ascenso de China ha llevado en los últimos años a un deterioro notable de las relaciones con Estados Unidos, que no tiene ningún incentivo en verse desplazada como primera potencia global. Si bien la competencia tecnológica alrededor del 5G y diversas disputas comerciales han sido las manifestaciones más visibles de esta rivalidad, Washington le ha dedicado más esfuerzo a su más reciente innovación geopolítica: la Alianza Cuadrilateral, cuyo nombre deriva de su conformación por cuatro potencias regionales del Indo-Pacífico, con diferentes grados de rivalidad con la RPC (Estados Unidos, Japón, Australia y la India).

Si bien una política firme y coordinada entre estos cuatro actores sería sin dudas formidable, la alianza enfrenta varios obstáculos. Australia tiene una gran dependencia económica de China, a quien le vende un tercio de sus exportaciones. Japón pareciera estar cada vez menos inclinado a volcarse a una competencia regional y sus relaciones con su gigante vecino han ido mejorando sostenidamente en años recientes. Finalmente, la India ha mantenido relaciones históricamente distantes de Washington, a la que siempre ha visto con desconfianza. Adicionalmente, casi todos sus ríos más importantes se originan en el Himalaya chino, región en la cual Beijing está llevando adelante cuantiosos proyectos hidroeléctricos que, de completarse en los próximos años, le achicarían el margen que tiene la India para enfrentarse a la RPC.

En síntesis, en la medida que China sea capaz de ir consolidando estos distintos frentes simultáneos, Beijing creará una red de seguridad que le permita sobreponerse a sus múltiples desafíos geopolíticos y continuar su trayectoria hacia la construcción de una economía y un país plenamente desarrollados. De lograrlo, la República Popular China será, sin dudas, la primera potencia a nivel global para 2049.

 

 

 

 

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