Vienen tiempos oscuros y difíciles para la economía en la Argentina. De eso nadie tiene dudas. Hasta los primeros meses de este año el gobierno podía festejar cierto arrastre estadístico y las ventajas del empujón de la recuperación económica de 2017. Con eso daba por hecho que tenía garantizada la gobernabilidad del resto de su mandato e incluso la reelección presidencial de Macri, sólo restando saber quién sería su vice para 2019: si Gabriela Michetti otra vez, Carolina Stanley o algún radical. Sin embargo, tras la corrida cambiaria, la suba del dólar y el retorno al FMI todo eso se agotó y quedó abortado, dominado ahora por un nuevo clima económico: son los tiempos del ajuste, del recalentamiento inflacionario, de la caída económica y del desplome del salario. Con esto, el gobierno pasó a archivar sus clásicas poses de fiesta, buena onda y los sueños de una reelección asegurada para comenzar a ponerse a la defensiva y buscar resistir el contexto adverso en marcha.
El resto del año estará plagado de malas noticias económicas. Las actuales expectativas de inflación auguran un 35/40% para todo el año. La seguidilla de recortes anunciados durante las últimas semanas señala que será el fin de la obra pública –uno de los motores económicos más poderosos para la recuperación del año pasado-, que se caerán muchos contratos en el Estado (preanunciando miles de despidos), que no habrá más partidas para las provincias (tensando situaciones territoriales ya al límite) y que habrá nuevos recortes hacia adelante. El acuerdo con el FMI anuncia un ajuste de 200 mil millones de pesos, cuando están presupuestados nuevos tarifazos para la segunda mitad del año (luz, gas, telefonía y transporte como los más sensibles) y las disputas con las petroleras sobre cómo actualizar los valores de la nafta (calculados en un retraso del 25%).
Todo esto es, sin embargo, el vaso medio lleno de lo que viene. Ya que el escenario desolador recién planteado es realmente optimista: está calculado en la frágil premisa de que el dólar se mantendrá en 26/27 pesos hasta fin de año y que no habrá nuevos traslados a precios. El problema es que es más que probable que dólar siga subiendo con fuerza, dado que la principal exigencia del FMI es liberar totalmente la divisa (algo que el gobierno está teniendo muchas dificultades para cumplir porque en lo inmediato se podría ir a arriba de 30 pesos). Para colmo de males se esperan nuevas subas de tasas en Estados Unidos, indicando que las monedas latinoamericanas se volverán a devaluar y a sufrir fuertes ataques especulativos como los que provocaron la corrida cambiaria pasada. En una palabra, todo anuncia que el dólar, la inflación, los recortes y los tarifazos tendrán que ser bastante más altos de lo recién indicado y el escenario así bastante peor.
La variable de ajuste de todo el sistema es fácil deducir cuál es: los ingresos de los sectores asalariados. Aquí radica el punto verdaderamente crítico de todo el sistema macrista que viene. No en el derrumbe económico próximo, el cual todos dan por descontado y entienden como inevitable. Así, la caída económica hará subir la desocupación, arruinará la inversión y el consumo se desplomará con lo que el mercado interno sufrirá estragos al por mayor. Algo natural en una fase recesiva. El problema es que las jubilaciones y la asignación universal subirán este año en torno al 22% y el grueso de las paritarias al 15% (con suerte algunos alcanzarán el 20%), mientras que los trabajadores informales tendrán una cifra todavía menor. Como dijimos, si la inflación anual se ubica entre el 35-40%, la caída de ingresos promedio será por arriba del 15%. Pero de subir el dólar (como todo indica que pasará) entonces podría haber una inflación del 40-45% o más, por lo cual, el escenario de pérdida del poder adquisitivo podría proyectar caídas del salario del 25% para este año. Un golpe fulminante para el bolsillo, cuando actualmente la situación social está al límite y es realmente muy tensa.
La pregunta clave es: ¿podrá resistir el gobierno una dinámica social como la prevista? Porque es fácil entender que frente al derrumbe económico y salarial proyectado las señales de un virtual estallido al estilo 2001 no están muy lejos. No por nada el macrismo está desesperado para volver a darle a las Fuerzas Armadas un lugar en la seguridad interna. Algo, dicho sea de paso, también intentado en 2001 por circunstancias similares. Porque con la suba de la pobreza, del hambre y de los ajustes ya en marcha, el sindicalismo estará acorralado para anunciar planes de lucha sin tregua, mientras que a los gobernadores les será muy difícil tener controlados sus territorios para que no haya puebladas, saqueos o que la conflictividad social no ascienda hasta un punto de no retorno. Todavía más con los ajustes provinciales anunciados pero aún no implementados y sin contar con que el ajuste en el presupuesto para 2019 será infinitamente peor: como vemos, el infierno económico no tendrá fin. Por eso mismo, es claro que el silogismo que va desde el derrumbe económico a una explosión popular es demasiado fuerte como para subestimarlo. De aquí que hacia adelante sea todo un desafío para el gobierno el poder hacer algo para quebrarlo.
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