El curro del dólar blue
El mega-cuento del tío que pone en marcha la rueda de la desestabilización cambiaria
—Dicen que el dólar se va a ir a 400.
—¿A 400?
—Sí, a 400.
—Pero, ¿por qué?
—Por la emisión monetaria.
—Che… ¿Qué es la emisión monetaria?
—Algo que hace el gobierno…
Un diálogo así se registró en una cadena de WhatsApp de odontólogos durante la semana pasada.
Es un reflejo, casi inocente, de la extensa y profunda campaña de adoctrinamiento colectivo que desde hace décadas somete a la población argentina a una cadena de razonamientos falaces, pero que tienen efectos económicos y políticos muy concretos y destructivos para las capas medias.
Sin quererlo, sin pensar que están trabajando gratis para una minoría muy definida, se deleitan transmitiendo rumores truculentos, como quien mira un partido de fútbol y observa, con cierto placer, cómo le quiebran la pierna a un jugador rival. Pero la particularidad del caso del dólar blue es que todxs estamos en la cancha, y que los únicos que no están recibiendo la patada son los que forman parte de la minoría agresora.
Volvemos a insistir sobre un punto importante: el dólar blue no sólo es un dólar ilegal, sino que es marginal, es decir, representa pequeñas operaciones en relación con el tamaño de la economía nacional.
Si se lo quiere tomar como dato serio, refleja mayor o menor oferta y demanda de dólares en coyunturas puntuales de la economía, tanto por razones estacionales que afectan a las empresas o al turismo como por rumores que se hacen circular, o por compras intencionadas de ciertos jugadores económicos.
La operación específicamente ideológica es transformar a ese mercado en un indicador fundamental, el “único indicador verdadero” de lo que pasa en la economía argentina, la única información “posta” que anticipa indefectiblemente el futuro, ante el cual conviene posicionarse. La operación cultural es haber logrado que cientos de miles de personas que toman decisiones económicas en nuestro país crean en ese indicador, y actúen en consecuencia. Y la operación política es actuar sobre ese indicador, hacerlo subir, ya que es muy fácil manipularlo para pocos actores con un poco de dinero.
Si la operación es adecuadamente preparada –para lo cual cuentan con medios de información casi uniformes– logra que sectores sociales subordinados repitan sin entender lecturas recortadas de la historia económica argentina, hechas a medida de un catastrofismo morboso que parece atraer a muchos. Así se pone en marcha la rueda de la desestabilización cambiaria: la clave es inquietar, asustar a la mayor cantidad posible de agentes para que el rumor, que sólo se asienta en algunas operaciones marginales, se vaya transformando en una oleada de acciones económicas perjudiciales para la mayoría.
Si la campaña gana credibilidad, quienes estaban dispuestos a consumir creen en la predicción de devaluación y ocupan sus ingresos en comprar dólares. Asimismo, quienes estaban planeando inversiones para ampliar la producción –debido a que hay una reactivación importante en marcha– se detienen y desvían esos fondos a la compra de billetes verdes. Cuando el miedo se empieza a generalizar, como ocurrió en el segundo semestre del año pasado, aparecen quienes directamente no quieren vender sus productos por temor a “descapitalizarse”. De este modo se empieza a frenar la cadena productiva.
Esto configura una concatenación de sinsentidos, que podría tomarse como un episodio de locura colectiva, si no fuera porque tiene un trasfondo extremadamente racional: si todo este movimiento terminara generando efectos devaluatorios, lograría que los sectores exportadores que ganan en dólares, o los sectores financieros que poseen importantes recursos en dólares o activos dolarizados, incrementen su riqueza a costa de la inmediata erosión de los ingresos de las mayorías, que no ganan ni viven en dólares. El resultado no es neutral: pocos ganan, muchos pierden, y el país se deteriora.
Alguien puede, razonablemente, argumentar que todas estas operaciones cobran verosimilitud porque hay una situación objetiva de insuficiencia de divisas en el país, debido a los pesados compromisos financieros más las crecientes importaciones. Sin embargo, esta penuria transitoria sería perfectamente navegable en una sociedad donde no existiera un activo e influyente lobby a favor de la devaluación, generando una demanda artificial y preventiva de dólares mediante una campaña de rumores. Un lobby completamente desconectado de la realidad social que vive el país.
Si el gobierno de turno no muestra destreza y determinación para enfrentar este mega-cuento del tío, se logrará consumar el crimen perfecto: las víctimas terminarán colaborando con su propio empobrecimiento.
El resultado sería una economía que crece mucho menos de lo que podría, un consumo interno menor de lo que los ingresos permiten y un eventual enfriamiento de la expansión del mercado interno. Todos factores que reducirían las oportunidades de mejora colectiva. La colonización de los cerebros termina construyendo una sociedad de especuladores que sirven fielmente, sin conciencia ni beneficio propio, a una minoría que entiende perfectamente de qué se trata el juego.
La ganancia es el Otro
Diálogo entre un empresario productivo y un proveedor de insumos importados:
—¿Otro aumento?
—Sí… viste lo que pasa, subió el dólar.
—¿Pero vos no importás al dólar oficial, que no se movió?
—Sí, pero sabés cómo es… todo sube.
Proponemos un ejemplo sencillo para comprender la índole social del problema en el que estamos inmersos. Plantearemos el caso de una empresa X que no representa, puntualmente, a ningún sector. Sus costos están simplificados al extremo para favorecer la comprensión de la cuestión. Observaremos cuál debería ser el impacto en los precios de una devaluación REAL de la moneda, decidida por el gobierno nacional, y qué termina pasando en la distorsionada realidad local.
Empresa X – Costos expresados en pesos
En el momento inicial de esta empresa imaginaria, el precio final es 100 e incluye una ganancia del 25% sobre el total de costos, que en este caso suman 80 (20+30+30). Cuando se produce una devaluación del dólar oficial –insistimos, no del paralelo– se reflejaría un cambio previsible en la estructura de costos, que recibiría el impacto del aumento de los insumos importados. A eso se le sumaría un incremento en la ganancia, ya que es calculada como porcentaje sobre los costos. La devaluación del 20% justificaría en esta empresa una remarcación final del 7,5%. Planteamos precisamente este primer escenario en el que la empresa no pierde absolutamente nada si traslada exclusivamente el incremento real de costos.
Pero ahora nos adentraremos en los comportamientos que pueden verse frecuentemente en el mercado local. Observaremos cómo estas “tradiciones” locales poco tienen que ver con razones justificables económicamente, sino con una anomia incorporada y justificada con el verso del dólar.
En la tercera columna (“Todos suben”) se puede ver que no sólo subieron los insumos importados, sino también los locales. Estos últimos no deberían tener ningún movimiento, ya que no reciben ninguna incidencia del dólar oficial. Aquí vamos a encontrar una cadena infinita de justificativos para explicar lo injustificable: que todas las empresas subieron los precios como si todos fuesen importadores. Se colaron en la ola remarcatoria sin que sus costos se movieran. Como “subió el dólar-sube todo” se ha transformado en un argumento válido y todos lo aceptan, el precio final, en vez de aumentar 7,5%, termina aumentando 15%. El doble.
En la cuarta columna anotamos algo que no todas las empresas pueden hacer, pero que unas cuantas hacen: dolarizar directamente la ganancia. Es decir, indexan la ganancia pretendida al valor de dólar, más allá de lo que pase con sus costos. Si el dólar oficial se devaluó 20%, su ganancia debe subir 20%, para poder seguir obteniendo por su actividad la misma cantidad de dólares que antes. En nuestro ejemplo, el alza de precios que debió haber sido de 7,5%, ahora ya es del 16%.
Finalmente, en la última columna presentamos otro caso representativo que se ha verificado en momentos especialmente tensos de la vida nacional.
En contextos donde se logró generar un clima lo suficientemente confuso y volátil, se puede empezar a poner cualquier precio y pretender que los demás lo paguen: la remarcación supuestamente precautoria o lisa y llanamente clepto-remarcación. Sin hacer ningún cálculo de costos, se fija el precio final como si todos los costos fueran en dólares. Se le aplica al precio inicial del producto todo el salto devaluatorio.
El precio final entonces salta a 120, pero como los salarios no se movieron, el margen de ganancia que antes era del 25%, por arte de magia, ahora es del ¡30%! (28/92). Claro, no sabemos si este precio será sostenible, si los consumidores u otros empresarios que los tienen como proveedores podrán pagar ese precio. Pero el intento se hace, y si pasa, pasa.
Es decir, en el revoleo de precios, con la excusa de que “todo sube”, la empresa X mejoró su rentabilidad a costa de los ingresos de otros sectores sociales. Desde el punto de vista estrictamente económico es puro parasitismo, ya que se están utilizando posiciones favorables en el mercado y aprovechando que otros no pueden prescindir de cierto producto porque es de primera necesidad o porque es un insumo indispensable para que puedan producir, encubriéndose en la neblina del “subió el dólar”.
Si todos los agentes económicos hicieran lo mismo, la inflación registraría un salto del 20%, completamente injustificable desde el punto de vista técnico. En resumen: del salto inflacionario del 20% sólo 7,5% se explica por la devaluación oficial. El otro 12,5% está constituido por ganancias adicionales que, con la excusa del incremento del dólar, realizan diversos tramos de la cadena empresarial. Con la inflación, como se ve, no perdemos todos. Y la excusa del dólar da pie a un velado mecanismo de expropiación social que parece no ofrecer resistencias.
Finalmente, en este ejemplo hay que mirar qué pasó con los salarios –el ingreso de la mayoría–, de lo cual depende también la situación de la mayor parte de los profesionales y de los comerciantes. Los salarios no se mueven en ningún momento. Al comienzo, los salarios equivalían al 20% del precio final. En el último caso, ya son sólo el 16,6% del precio final. Magia nuevamente: ¡el costo salarial se redujo! En el agregado de la economía, los salarios habrán sufrido un deterioro con relación a los márgenes de rentabilidad empresariales. Otra grata sorpresa que pasa como otra casualidad producto del “despelote con el dólar”.
Volvemos a insistir: lo que pasa con el blue no es un predictor de una devaluación real. Su suba no es equivalente a una devaluación oficial, que tiene –por supuesto– efectos reales. Cuando empieza la acción psicológica por el blue, lo que hay, básicamente, es una manifestación de deseos. Pero, ¿y si no hay una devaluación del dólar oficial? Bueno, se la inventa. “Hagamos como que va a haber una devaluación”. Así se genera una cadena de efectos perversos.
Si la sociedad está confundida y manipulada, si no hay fuerzas políticas y sociales que impugnen la legitimidad de este curro aceptado, y si el gobierno se muestra inerme, los especuladores avanzarán sobre los ingresos de los demás. La ganancia es el Otro.
Perspectivas
Los números que está mostrando la reactivación de varias ramas productivas son muy positivos. Es probable que si continúa la tendencia, empiecen también a impactar en sectores de servicios más aletargados, y la mejoría se extienda a buena parte de la economía.
Esa buena noticia, sin embargo, no es equivalente a un progreso del conjunto social –como lo ha reconocido el propio Presidente de la Nación en el acto de cierre de campaña–, para lo cual hacen falta políticas públicas ambiciosas y activas.
En condiciones normales, los dos próximos años tendrían que ser de mejora económica y social, de salir del pozo, de recrear esperanzas. Hay dos obstáculos a salvar: el tipo de acuerdo que se firme con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el boicot consciente de minorías locales, influyentes en lo económico y alineadas en lo político con la también boicoteadora derecha.
Si en nuestro país hubiera un grado aceptable de cohesión social, o una cierta noción de bien común, no se deberían encontrar actores en la escena política que conspirasen contra la reactivación económica. Pero la realidad es que desde la dictadura cívico-militar se fue naturalizando una especie de selva, basada en comportamientos anómicos y antisociales. No sólo ocurre con la actual campaña pro-devaluatoria que apunta a dañar la reactivación en curso y, por consiguiente, el alivio social. Cuando vemos las recientes incautaciones de cargamentos de soja y maíz que transitan en cómodas caravanas de camiones con destino al contrabando, sólo nos queda pensar en una práctica generalizada y consentida, que empieza a ser avizorada por el gobierno y por la sociedad.
Ese imprescindible proceso de aplicar la ley y terminar con la anomia corporativa tiene poderosos enemigos, pero es el camino necesario para consolidar la recuperación del país. Comprender que las batallas presuntamente económicas son profundamente políticas es parte del enfoque que será necesario asumir para garantizar la gobernabilidad y la recuperación social en los próximos dos años.
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