El criollazo Alberto Williams
El compositor argentino que unió la música académica europea y el folclore pampeano
Con siete años ya había despertado su vocación musical. Estudió en la Escuela de Música en Buenos Aires y, alentado por su maestro de apellido Bernasconi, dio su primera presentación en público. Un poco más tarde abordó la composición para crear sus propias obras y, a su vez, la crítica y docencia, mediante las cuales aportó una gran cantidad de textos didácticos y ensayísticos, como Teoría de la música, Antología de compositores argentinos y Pensamientos sobre la música. Y su actividad no terminó allí: fue también uno de los fundadores y directores del Conservatorio de Buenos Aires y presidente de la Comisión Nacional de Bellas Artes y de la Asociación Argentina de Conciertos. Es por eso que, a 69 años de su muerte, celebramos la vida y obra de uno de los más grandes músicos y compositores argentinos que dejó huella en la historia de la música nacional: Alberto Williams.
Nacido en Buenos Aires el 23 de noviembre de 1862, y con un abuelo músico, desde niño tuvo un contacto especial con la música. Ya durante su primera juventud, fue becado por el gobierno argentino para estudiar en París. En la capital francesa, fue alumno de piano de Georges Mathias, y estudió composición con Durand, Godard, Bériot. Con la guía del músico César Franck, según algunas de sus biografías, Williams compuso su Primera obertura de concierto (1889).
Ese mismo año, volvió a la Argentina y comenzó a estudiar las formas, melodías y ritmos del propio folclore argentino. Es en este sentido que Williams comenzó a crear su camino musical y a realizar un aporte inmenso en la cultura musical argentina. Sus composiciones incluyen dos oberturas de concierto, nueve sinfonías, tres poemas sinfónicos, música de cámara, coral, canciones y más de 300 composiciones para piano.
Hay quienes señalan tres momentos destacables dentro de su etapa creativa: “Hasta 1890, sus trabajos estaban altamente influenciados por los modelos europeos; de 1890 a 1910 se produjo un resurgimiento del lenguaje musical argentino en sus trabajos, incluida la mayor parte de su música de cámara; y finalmente, con su segunda sinfonía en 1910, comenzó una etapa internacional de reconocimiento creativo entre sus contemporáneos”, comentan algunas publicaciones web dedicadas a la música de Williams.
Y luego de toda la formación y experiencia que adquirió en el país y el extranjero, fundó el Conservatorio de Música de Buenos Aires, el cual dirigió desde 1893 hasta 1941. Allí desarrolló su faceta de artista y también de intelectual comprometido con las artes de esta parte de la región. No sólo se dedicó a la composición e interpretación, sino también a la didáctica musical: redactó distintos materiales para la enseñanza del piano que han tenido muy buena difusión y repercusión entres los músicos de su generación y discípulos.
A lo largo de la trayectoria de Alberto Williams, según críticos e historiadores, una de las cuestiones más destacadas fue su aporte a la configuración de la música nacional y cierta institucionalización de la formación musical en la Argentina. En este sentido, la especialista Vanina Paiva escribió en uno de sus textos académicos: “Desde el mismo año de su regreso a Buenos Aires tuvo un importante rol en la gestión de concursos, conciertos y la promoción de espacios de difusión musical dirigida a diversos públicos. Se vinculó con sectores privados, principalmente, a través del ciclo de conciertos del Ateneo y con miembros de la elite que veían en el proyecto propuesto por el Conservatorio de Música de Buenos Aires un símbolo de progreso. A partir de este momento, Williams se abocó a la realización en distintos ámbitos, de festivales y conciertos dirigidos al repertorio sobre todo alemán y francés, y centrándose en la música sinfónica. Esta elección se vinculó a su adhesión al modelo cultural propuesto por los sectores gobernantes de la elite frente a la amenaza que implicaba, según la concepción de estos sectores, la propagación artístico-cultural e ideológica fundamentalmente de las costumbres y cultura italiana”.
Y agregó: “La elección de inclinarse por la programación de conciertos sinfónicos no fue casual. Para la intelectualidad ilustrada de la generación del '80, la música sinfónica concentraba sus ‘expectativas artísticas’ como un antagonismo frente a la ópera italiana. La tensión entre universalismo y particularismo resulta el problema intrínseco de esta discusión: las naciones necesitaban formar ciudadanía, y la ciudadanía implica universalismo, homogeneidad, igualdad de derechos. Para lograr esa igualdad se debió centrar en la particularidad. El nacionalismo se da necesariamente frente a otro, implica dominación y opresión con lo cual, hay siempre tensiones y contradicciones en pugna”.
Otro de sus vínculos con el Estado nacional fue mediante la organización y participación en conciertos en la Biblioteca Nacional durante la gestión del entonces director, Paul Groussac. Hoy, una de las salas de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno lleva el nombre de Alberto Williams en reconocimiento a su aporte a la difusión musical.
Entre las composiciones más renombradas de Alberto Williams, se destacan El rancho abandonado, Aires de la pampa, Suites argentinas y la sinfonía La bruja de las montañas. Sin lugar a dudas, una de las más famosas y notables es la que muchos llaman “su obra maestra indiscutible”: El atajacaminos. Por otra parte, el músico también ejerció la escritura y publicó los libros Poema de los mares australes (1929) y Poema del Iguazú (1942).
Pablo Williams, nieto del gran músico argentino, nos cuenta más sobre la vida y obra de su abuelo quien, aún hoy, sigue aportando con su legado a toda la música nacional.
—¿Cuál es la importancia de Alberto Williams en la historia de la música argentina? ¿Por qué sigue siendo de los músicos más reconocidos?
—Alberto Williams realizó una fusión entre la música académica europea culta y el folclore pampeano (este mismo, por cierto, vinculado en su tradición hispánica a la música “alta” europea, sobre todo en las danzas). También rescató elementos de la música prehispánica, usando por ejemplo escalas pentatónicas incaicas. Importa constatar que sobre los ritmos folclóricos tradicionales, Williams practicó una invención melódica propia de notable profusión y variedad. Junto con Aguirre y otros crea lo que se llama “la escuela nacionalista musical” de nuestro país, que ha producido tantas obras maestras.
—Williams estudió en Europa y, a su retorno a la Argentina, comenzó a explorar las formas, melodías y ritmos del folclore argentino. ¿A partir de ahí, hubo una manera distinta de crear música en esta parte de la región?
—Pienso que sí. Creo que, por ejemplo, Alberto Williams dotó a la milonga pampeana de un lirismo muy intenso que luego se generalizó en los compositores folkloristas. Si uno escucha las elementales milongas populares que grabó Lehmann Nitsche en cilindros en 1905 (justo cuando Williams comienza a componer su corpus de 45 milongas para piano) puede comprobarlo. Tal vez los musicólogos puedan precisar esto o corregirme.
—En su opinión, ¿qué se destaca más de su repertorio? ¿Fueron cambiando sus preocupaciones e inquietudes artísticas y estéticas a la hora de componer e interpretar sus obras?
—Él mismo dividía retrospectivamente su obra en tres momentos: el tardo-romanticismo europeo de su juventud; la fusión culta-folclórica y el impresionismo. Hay también politonalidad en obras de los años'20, como el Poema de los mares australes o el Poema de la araña pollo (bellísimo, pese a su título). Los Aires de la Pampa (milongas, hueyas, vidalitas, cielitos, gatos) para piano son las más conocidas y populares en la Argentina. En Estados Unidos y Centroamérica últimamente se hacen con éxito las versiones para cuerdas de algunas de estas piezas (Tres Suites Argentinas). La obra de cámara es maravillosa (en YouTube y Spotify está disponible ahora la 1ª Sonata para violín y piano, magníficamente grabada en Estados Unidos por Parnas-Inamorato). La obra sinfónica se hace poco, ahora puede escucharse en YouTube la 5ª Sinfonía en una versión un poco básica hecha en Estados Unidos, pero que permite apreciar su originalidad y esplendor. Pienso que la escasa ejecución de su prolífica obra se debe a su gran dificultad técnica. Además, a veces se percibe en ciertas interpretaciones cierto desconocimiento de la gracia y del humor criollo con que Alberto Williams jugaba a menudo, que uno aprecia empero muy bien en las grabaciones de sus alumnos pianistas (Lía Cimaglia, por ejemplo).
—Además de compositor, Williams tuvo una gran preocupación por la enseñanza musical. ¿Cuáles fueron sus aportes en el campo didáctico?
—Así es. Todas las tardes iba a su Conservatorio donde tenía cátedras, preparaba a alumnos personalmente para conciertos con un segundo piano (lo hacía a los 82 años) y enseñaba incluso a muchos niños (Lía Cimaglia a los 6 años, Drangosch a los 12). Tuvo infinidad de alumnos que fueron brillantes compositores y pianistas (Drangosch, De Rogatis, Ginastera, Sáenz, Filiberto, Cimaglia, Murano, Regules, Enrique Villegas, etc.). En cuanto a sus aportes en el campo didáctico: sus libros varios de teoría musical y de técnica pianística, la anotación de pedales para obras clásicas. También vale recordar su orientación de las carreras de sus alumnos, muchos presentados y recomendados para seguir estudiando en Europa. Con su Conservatorio (que funcionaba como un sistema de leasing) acrecentó la difusión del piano y de la práctica musical en todo el país y aportó a la creación de fuentes de trabajo como profesoras de piano para muchísimas mujeres. Es importante que se sepa que su relativa fortuna (cuya mitad pasó al Estado cuando murió), que se solía atribuir a sus conservatorios, se originó, en cambio, en una exitosa inversión financiera que hizo en algún momento, según lo explica él mismo en una carta de los años '20 a un amigo que lo conocía bien y no podía desmentirle. Es decir, que enseñaba por vocación. A uno le extraña aquella pasión por la docencia que le quitaba tiempo para componer las obras que proyectaba, como un concierto para piano, un cuarteto de cuerdas, o la marcha nupcial que le pidió mi madre para su casamiento y que no llegó a escribir pero que más tarde, en 1944, concretó con La bendición de los anillos, una milonga sinfónica espectacular de su vejez, del op. 117.
—Para quienes todavía no lo escucharon, ¿por dónde empezar y qué cosas tener en cuenta para disfrutarlo más?
—Recomiendo las versiones pianísticas de Lía Cimaglia disponibles en YouTube, teniendo precisamente en cuenta que su estilo de interpretación proviene de su propio maestro. También están en esta plataforma las tres Suites argentinas para cuerdas hechas hace poco en Estados Unidos, Colombia y Costa Rica. Las Cinco nuevas milongas op. 114, otra obra para piano de su vejez, son admirables por su denso lirismo y abstracción folclórica, por su concentrado estilo final.
Artículo publicado originalmente en https://www.cultura.gob.ar/alberto-williams-10658/.
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