El crecimiento es lo de menos

Un arrepentido en el FMI que se retiró "avergonzado"

 

El ex economista senior del Fondo Monetario Internacional Peter Doyle publicó esta semana un artículo en el Financial Times, que confirma mi advertencia sobre la actitud incoherente del organismo respecto de la sustentabilidad de la deuda de los países que asiste (Altamente improbable: https://www.elcohetealaluna.com/altamente-improbable/) y reprocha su desinterés por el impacto en el crecimiento de las políticas que impone.

Doyle firma su crítica con la autoridad intelectual que le confieren sus dos décadas de trabajo en el FMI, que concluyeron abruptamente en junio de 2012 cuando renunció a su puesto porque se sentía “avergonzado de haber tenido cualquier clase de vínculo con el Fondo”. En su carta de renuncia, el economista tildó al fondo de “incompetente”, acusó a sus autoridades de haber “ocultado” las señales de que se avecinaban las crisis financieras globales de 2008 y 2012, y calificó de “ilegítimo” al proceso de elección de su director gerente, incluyendo el que culminó con la designación de la ocupante actual del cargo, Christine Lagarde. Para Doyle, ninguna de las autocríticas y reformas que ensayó el FMI luego de aquellas crisis corrigió las causas de sus reiterados fracasos de supervisión. Su carta de renuncia completa puede leerse aquí: http://www.sinpermiso.info/textos/me-voy-me-avergenza-el-fmi-carta-al-decano-del-comit-ejecutivo-del-fmi.

 

Peter Doyle.

 

El nuevo análisis de Doyle sobre las consecuencias nocivas de los programas económicos apadrinados por el FMI parte de los resultados deprimentes conseguidos por el que se viene aplicando desde hace diez años en Jamaica, uno de los cuatro países que tienen vigente un acuerdo stand-by de asistencia financiera con el Fondo. Los otros tres son Irak, Ucrania y Argentina.

El caso de Jamaica ilustra los extremos a los que está dispuesto a llegar el FMI con tal de no exigir una reestructuración de la deuda de un país con sus acreedores privados como condición para continuar prestándole ayuda financiera, un requisito ineludible bajo su propio reglamento interno si su auditoría técnica concluye que la deuda es “insustentable”. Para lograrlo, el FMI ha obligado al gobierno jamaiquino a generar un superávit fiscal primario anual de entre siete y nueve por ciento de su producto interno bruto (PIB) durante los últimos diez años, desentendiéndose de las consecuencias de esa demanda desmesurada en la actividad y el empleo. ¿Resultado? La deuda de Jamaica ha descendido de un monto equivalente a un 140% de su PIB en 2015 al 112% actual. Una “mejora” que, según el último análisis de sustentabilidad de la deuda soberana jamaiquina publicado por el FMI, depende de “la perseverancia de la consolidación fiscal” (lo que en el idioma de los argentinos se llama “ajuste”), y cuya contrapartida ha sido un crecimiento inexistente de menos del uno por ciento anual durante la vida del programa y un desempleo que oscila entre el 13% y el 15%. Y adviértase también que semejante meta de superávit fiscal no puede justificarse ortodoxamente en la necesidad de bajar la inflación porque la inflación anual en Jamaica fue apenas 4% en 2018.

Doyle también explica en su artículo que las auditorías del FMI sólo se preocupan por dilucidar si la combinación de sus estimaciones de superávit fiscal y crecimiento (o recesión) futuros le permiten proyectar una tendencia declinante de la deuda que justifique calificarla de sustentable y, si el resultado no es el deseado, cuantificar la magnitud del ajuste adicional necesario. El FMI no se pregunta ni calcula cuánto crecimiento potencial resigna un país a cambio del superávit que se le impone para alcanzar el único resultado financiero que parece importarle. Pero que el FMI no lo calcule no significa que sea una adivinanza “contrafáctica” imposible de deducir. Doyle compara el crecimiento de Jamaica del 1% anual durante los diez años que lleva bajo la tutela del FMI con el crecimiento del 5% anual en promedio alcanzado durante el mismo período, y sin la ayuda del FMI, por seis países que considera pares de Jamaica por tener un PIB per cápita similar (Uganda, Kenia, Etiopía, Botswana, Namibia y Mauricio). El precio de sacrificar crecimiento en el altar del ajuste fiscal para pagar la deuda le ha costado a Jamaica un 40% de su volumen económico. Dicho con las palabras de Doyle, “en lugar de demandar quitas de deuda para conciliar el potencial de crecimiento con la sustentabilidad de la deuda, el FMI ha optado en cambio por trabajar de cobrador de deudas”.

Desde luego, no se pueden extrapolar del caso de Jamaica conclusiones automáticas sobre el devenir que aguarda a la economía argentina bajo la tutela del FMI, pero convengamos que la matriz ideológica que subyace sendos acuerdos con el organismo y el esquema de condiciones que los plasman se le parecen bastante.

El déficit cero y el superávit del 1% del PIB que el gobierno de Mauricio Macri juró alcanzar este año y el próximo, respectivamente, son metas modestas si se las compara con el 7% de excedente prometido por el gobierno jamaiquino, pero conseguirlo implicaría un ajuste de más del 5% y acarrearía, en lugar de crecimiento, una caída del PIB de casi 2% en tres años, según los cálculos del propio FMI. Mientras tanto, el último Panorama Económico Mundial del FMI vaticina que todos los “pares” regionales de la Argentina (México, Brasil, Colombia, Chile y Uruguay) crecerán 3% este año.

A cambio de ese ajuste, el FMI estima que al final del año 2020 la deuda argentina habrá descendido hasta un monto equivalente al 67% de su PIB (digamos todo: y ascendido una barbaridad respecto de cuando asumió Macri). El error de cálculo de treinta puntos entre el nivel de la deuda que hace seis meses proyectaba el FMI para el final de 2018 (64,5%) y el que al parecer será (95% según la consultora Ecolatina) justifica el escepticismo sobre este nuevo pronóstico. Y en caso de que vuelva a equivocarse en las cuentas, es probable que, como sugiere Doyle, el FMI demande un ajuste mayor antes que colaborar con nuestro país para conseguir una restructuración de la deuda que la torne, esta vez de veras, sustentable y compatible con el desarrollo. Entonces, como ahora, no dará lo mismo quién nos gobierna.

 

 

 

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