El Concurso Chopin
La competencia internacional de pianistas que desde 1927 despierta fascinación
En agosto de 2018, Martha Argerich afirmó sobre Fryderyk Franciszek Chopin: “Es como un amor imposible y es muy difícil. A veces creo que lo domino y después me doy cuenta de que no”. La afirmación es certera y, sin dudarlo, muchos pianistas profesionales –ni hablemos de los meros aficionados [1]– la comparten.
Pero que la pronuncie la indiscutible ganadora del Concurso Internacional de Piano Fryderyck Chopin de 1965 explica la extraña fascinación que esa competencia sigue despertando en el mundo de la música, así como la vigencia del genio que fue Chopin, fallecido hace 172 años en París, el 17 de octubre de 1849.
Historia
El Concurso Chopin se celebra desde 1927. Fue creado por el profesor de música Jerzy Żurawlew, con el apoyo de su legendario colega Aleksander Michałowski (1851-1938) [2]. Lo idearon como una respuesta a una campaña de opinión que postulaba borrar a Chopin de los planes de estudio, en congruencia con los movimientos totalitarios que se expandían en la Europa de la posguerra.
Se descalificaba a Chopin por su romanticismo y su carácter melancólico, sentimental y afeminado, incompatible con las virtudes de realismo, virilidad y espíritu militar propias del ethos de la época y funcionales al afán autoritario de conquistar y someter a la entera humanidad bajo alguna de las diversas ideologías en conflicto.
En tiempos de paz, esas tendencias autoritarias se concretaban en la exaltación estatal, entre los jóvenes, de los deportes. Los certámenes internacionales se asimilaban a una guerra entre las naciones competidoras y sus ideologías. Los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 fueron el mejor ejemplo.
Para mantener el legado de Chopin, Żurawlew y Michałowski se apropiaron de parte del ethos de sus detractores y crearon una competencia para pianistas, imitando el espíritu deportivo con el que se machacaba sobre los jóvenes. Contra los pronósticos, la “Competencia Chopin” fue un éxito. Su interrupción a causa de la Segunda Guerra no borró el recuerdo del concurso que volvió a celebrarse en 1949 y que desde 1995 adoptó una regularidad quinquenal.
Condiciones para competir
La fascinación que el concurso despierta está relacionada con ese carácter deportivo inicial descripto, con acierto, como salvaje. Compiten pianistas de todo el mundo. La edad máxima para participar es de 30 años. Contradiciendo las pedagogías modernas, las interpretaciones deben realizarse de memoria.
La transparencia del concurso es inobjetable. Las obras son interpretadas en el Salón de Conciertos de la Filarmónica de Varsovia. El concursante se sitúa frente al piano, en presencia del jurado y de un numeroso público –fanáticos de Chopin– cuyas reacciones de aprobación o rechazo, si bien no son vinculantes, influyen. Desde hace algunos años, el concurso se transmite en directo por los diferentes medios audiovisuales.
La competencia, en la que exclusivamente se interpretan obras de Chopin, responde a un formato concentrado y exigente. Ello dio origen a que surgieran similares en las ciudades de Moscú, Beijing, Darmstadt, Tokio, Mississauga y Daegu que, junto a otros concursos internacionales, funcionan como antesala del de Varsovia. Los ganadores de esos concursos pueden usar sus victorias como un by-pass para su admisión directa a la ronda preliminar del Concurso Chopin. Para el resto, las condiciones de aceptación son extremadamente exigentes.
A la ronda preliminar de eliminación –las “clasificatorias” – solamente pueden ingresar 160 candidatos. De esos 160 quedará la mitad, que son los que participarán de los tres “rounds” en los que, estrictamente, consiste el concurso. De los 80 participantes que entran al primer round, solamente pasan 40 al segundo, 20 al tercero y, por último, 10 a la final.
El avance en la competición implica una mayor complejidad de las obras a interpretar, que son elegidas por los participantes de un listado cerrado que, para cada etapa, prevé el reglamento. En el primer round son cuatro: un nocturno, dos estudios y una balada o un scherzo. En el segundo, también cuatro: una balada, scherzo o fantasía; un vals; una de las tres grandes polonesas o las dos del Opus 26 y, por último, cualquier otra pieza libremente elegida. En el tercer round son tres obras: una de las dos sonatas o los 24 preludios del Opus 28; un set completo de las mazurkas de los Opus 17, 24, 30, 33, 41, 50, 56 y 59 y, como en el anterior, cualquier otra pieza o piezas. En la final, cada uno de los 10 concursantes deberá tocar uno de los dos conciertos para piano y orquesta.
El esfuerzo que conlleva, vitalmente, participar en el concurso ha sido adecuadamente ejemplificado en el spot publicitario de la última edición:
Polémicas, género y naciones
La competencia tiene un carácter conservador, en el sentido de que los concursantes deben concentrarse en interpretar a Chopin, no a ellos mismos. Obviamente esto tiene matices, que los grafica que personalidades portentosas, como las de Martha Argerich y Garrick Ohlsson, fueran ganadoras del primer premio (los únicos, hasta el momento, de la Argentina y de Estados Unidos). También que una eximia y conservadora intérprete como Mitsuko Uchida obtuviera un segundo lugar, compitiendo justamente con Ohlsson. Ella y el ruso Vladimir Ashkenazy son dos “segundos puestos”, que indican que ni siquiera este riguroso concurso está exento de alguna injusticia.
El conservadurismo interpretativo se cobró, en 1980, una víctima célebre en el pianista búlgaro Ivo Pogorelich, descalificado en el tercer round. Argerich, que integraba el jurado, renunció escandalosamente, calificando a Pogorelich como un genio. Suele olvidarse que, previamente había renunciado –de modo no menos altisonante– el maestro inglés Louis Kentner, señalando que la presencia de Pogorelich implicaba la aceptación de criterios estéticos diferentes a los tradicionales de la competencia. El resto de los jurados, entre los que se encontraba Nikita Magaloff, optaron por puntuar bajo a Pogorelich hasta dejarlo afuera, sin permitirle llegar a la final y evitando que el jurado se desintegrara.
Las altas exigencias, objetivadas en torno a la interpretación correcta de Chopin, llevó a que en los certámenes de 1990 y 1995 el primer premio fuera declarado desierto. El mensaje fue claro: el primer premio no se regala ni concede por voluntad de los jurados. Como mínimo, se debe estar al nivel de los ganadores del pasado. El prestigio e interés en torno al concurso aumentó.
Desde su creación, la competencia estuvo abierta a mujeres y varones, sin distinciones. En 1937 se produjo una polémica por el segundo premio concedido a Rosa Tamarkina, favoreciendo con el primero a Yakov Zak, los dos del equipo soviético [3]. Tamarkina había sorprendido no solamente por sus interpretaciones, sino por sus 16 años: el prodigio era doble. En el concurso siguiente, en 1949, el primer premio fue concedido conjuntamente a la gran Bella Davidovich y a la excéntrica Halina Czerny-Stefańska, el segundo a Barbara Hesse-Bukowska y recién en el tercer lugar aparecería un hombre. Con esas decisiones se superó –si lo hubo– cualquier cuestionamiento de discriminación por género. En 1960, el primer premio fue, sin discusión, para Maurizio Pollini, el más joven ganador de la historia con 18 años. En el mismo concurso, las excepcionales interpretaciones de la ucraniana Irina Zaritskaya le valieron, además del segundo lugar, los premios especiales a la mejor interpretación de una mazurka y una polonesa. Cinco años después, en 1965, fue también indiscutido el primer premio para Martha Argerich, secundada por el brasileño que había llegado como favorito, Arthur Moreira Lima.
Desde entonces, en los sucesivos certámenes –1970, 1975, 1980, 1985, 2000 y 2005– se produjo una larga sequía de primeros premios a mujeres. Llegó 2010 con los medios hablando del tema y cierta presión para que volviera a ganar una dama. Ley de Murphy mediante, fue un concurso con un nivel altísimo de competidores, la mayoría varones. Como condimento adicional, el jurado se integró con las dos últimas mujeres ganadoras, Davidovich y Argerich. Finalmente, el primer premio fue para la cerebral pianista rusa Yulianna Avdeeva, lo que se leyó como una decisión en perjuicio del austríaco Ingolf Wunder, a quien –como en el caso de Zaritskaya– se le otorgaron dos premios consuelo. Wunder tuvo, además, que compartir el segundo puesto con Lukas Geniušas, otro ruso que había llegado a Varsovia con “el cuchillo entre los dientes”. Competía un tercer pianista ruso, de solo 19 años: Daniil Olegovich Trifonov. Tuvo que conformarse con un tercer lugar, pese a que sus interpretaciones del Concierto Nº 1 en la final y la del complejo Scherzo Nº 3 –ya en el segundo round– fueron consideradas las mejores del concurso.
A contrapelo del mundo, ese año los fanáticos de Chopin no se privaron de señalar que Wunder, Geniušas y Trifonov habían sido discriminados por ser hombres. Un año después, Argerich reconocería indirectamente que Trifonov fue el mejor, pese a haber salido tercero. Una declaración prudente para mantener el prestigio de la competencia. Desde 2010 el joven Trifonov hizo una carrera excepcional. A diferencia de los otros ganadores, hoy es mundialmente aclamado. Esa edición del concurso resintió la imagen de objetividad de la que siempre había gozado el certamen, paradójicamente, en un año en que había desbordado de talentos.
Así como en materia de género se verificaron asimetrías con las tendencias mundiales, en relación con las nacionalidades se confirman los indicios sobre las potencias culturales del futuro. Desde hace dos décadas, la pelea por las primeras posiciones se reduce a dos bloques: los asiáticos (China, Japón, Corea, Singapur, etc.) y los eslavos (Rusia, Polonia, Hungría, Ucrania, Lituania, Eslovenia, etc.). De vez en cuando aparece algún europeo occidental o un norteamericano para igualar un poco los tantos, pero nada que mueva el amperímetro. El mundo “occidental y cristiano” tiene cada vez menos representantes en el concurso que concentra el legado de 400 años de música europea.
No recuerdo argentinos destacados –puedo equivocarme– desde el segundo lugar obtenido por Ingrid Filter en el 2000. El estudio de la música clásica, en el nivel que exige una competencia como el Concurso Chopin, necesita –para que lleguen candidatos de un país– del compromiso de la clase dirigente, como sucede en Rusia y en los países asiáticos. Nuestra clase dirigente –no me limito a los políticos– desde hace décadas se encuentra tan desentendida de la educación (no hablemos ya de la música clásica) como idiotizada alrededor de los deportes, especialmente el fútbol, con sus diversas y siniestras derivas. Un orgullo nacional como Martha Argerich no salió de la nada y una parte fundamental de su historia se la “debemos a Perón”, como hizo bien en recordarlo José Pablo Feinmann en una memorable columna, que deberían leer tantos autoproclamados/as peronistas, cuyas cabezas parecen tener injertada una pelota.
2021
La edición de este año fue, como la de 2010, muy competitiva. Desde la primera etapa hubo, sin embargo, participantes que se diferenciaron del resto. El primer premio fue para el canadiense, de padres chinos de Beijing, Bruce Xiaoyu Liu. El segundo fue compartido entre el italiano-esloveno Alexander Gadjiev y el japonés Kyōhei Sorita, y el tercero lo recibió el español –la sorpresa– Martín García García.
Prematuramente, como mero aficionado, lo único que puedo decir es que creo que el jurado tuvo un trabajo muy difícil para discernir el primer premio entre Liu y Gadjiev. Ambos, en todos los rounds, interpretaron sus obras con una perfección y paz que hacía pensar que estaban tocando a solas, en el living de su casa. El certamen completo pude verse en Youtube (https://www.youtube.com/c/chopininstitute/featured).
Popurrí
Amerita terminar esta columna con música e imágenes, arbitrariamente elegidas.
- Rosa Tamarkina interpreta el Estudio Opus 25, Nº 2. Es un video con la grabación, donde se ven algunas fotos de su participación, junto al equipo soviético, en el concurso de 1937.
- Bella Davidovich en una purísima interpretación de 1963 del Gran Vals Brillante.
- Maurizio Pollini, al recibir el primer premio a los 18 años, saludado por Arturo Rubinstein y Alfred Cortot; después, en su interpretación durante el concurso del preludio Opus 28 Nº 24 y el Impromptu Nº 2:
- Martha Argerich interpreta la polonesa “Heroica”, el año en que ganó el concurso:
- Daniil Trifonov, interpreta el Scherzo Nº 3 en el concurso de 2010:
- De nuevo Trifonov interpreta el Concierto Nº 1 en el concurso de 2010:
- Seong-Jin Cho interpreta los 24 preludios del Opus 28 en el concurso de 2015:
- Alexander Gadjiev interpreta la Sonata Nº 2 en el concurso de este año:
[1] Como el autor de esta nota.
[2] Michalowski era un pianista y profesor especializado en Bach y Chopin, exponente de la escuela pianística de Leipzig, conducida por el músico judío Ignaz Moscheles. Michalowski poseía el raro privilegio de haber recibido las bendiciones como pianista del propio Franz Liszt, quien –junto a su yerno Richard Wagner– era un feroz detractor de la escuela de Leipzig. El telón de fondo de ese enfrentamiento entre escuelas tenía más relación con el antisemitismo de Wagner que con cuestiones estrictamente musicales.
[3] Paradojas de la historia, en ese equipo soviético se encontraba un genio de la música: Dmitri Dmitriyevich Shostakovich (1906-1975). Enfermo de apendicitis, Shostakovich tuvo una performance regular y no recibió ningún premio. Fue un fracaso providencial que lo llevó a concentrarse en su trabajo como compositor.
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