El arranque es a toda orquesta. En el primer capítulo de El campo popular, Pedro Peretti se expresa sin pelos en la lengua: “La Argentina es un país agrario sin debate agropecuario. La derecha lo secuestró y el campo nacional y popular (de motu proprio) se desentendió completamente del tema”. El ex dirigente de la Federación Agraria Argentina (FAA) y fundador del Movimiento Arraigo rememora, entonces, la política agraria histórica del peronismo, que transformó a los arrendatarios rurales en propietarios y generó una pequeña y mediana burguesía agraria local. “Hoy los nietos de esos primeros arrendatarios convertidos en propietarios son furibundos antiperonistas. Es una parte de la lección que tenemos que aprender”, suelta Peretti —que también es productor agropecuario—, en una línea de autocrítica con el pensamiento nacional y popular.
En un texto que lanza una mirada política, histórica y socioeconómica, bajo una prosa desprovista de tecnicismos y a través de un lenguaje llano que no aleja al ciudadano de pie, Peretti marca un punto de partida: hace más de tres décadas que la Argentina cambió su modelo agrario de chacra mixta por el de monocultivo sojero con concentración de tierras y rentas. “El libro plantea una crítica profunda al modelo agrario monocultivo de gran escala impuesto desde los '90, cuyo resultado evidente fue una mayor concentración de tierras y la tendencia a la desaparición de otros modelos de producción como la chacra mixta y el chacarero productor, reemplazado por los grandes pools, la injerencia del capital financiero, los rentistas y los contratistas. Este modelo tuvo un impacto negativo en la economía rural, en el ambiente, en la eficiencia logística, en el arraigo, y una pérdida de soberanía y seguridad alimentaria”, escribe Cristina Fernández de Kirchner en el prólogo, privilegiando una perspectiva que entrelaza lo económico, lo social y lo ambiental en interconexión con el campo y la ciudad.
El libro recopiló artículos periodísticos publicados por Peretti, a los cuales agregó una introducción de contexto y le incorporó 45 propuestas concretas para una “política agraria nacional y popular”. Inscripto en la tradición del pensamiento desarrollista, el autor considera que lo agrario es un asunto indispensable para la vida humana aunque, sorprendentemente, nunca figura en la agenda política. Tierra, suelo, alimento, agua, aire: todo nace o viene de ahí. “La derecha sólo quiere negocios a costa de la vida, y nosotros preferimos la vida a los negocios. Este es el debate al que invitamos desde estas páginas”, desliza, y sin escatimar un espíritu polémico enumera 11 puntos que lo “desvelaron” y fueron los ejes del libro, que profundizan su anterior libro: Chacareros, soja y gobernabilidad. Del Grito de Alcorta a la resolución 125.
A saber:
- “Ausencia de debate agropecuario en todos los niveles, tanto en el Parlamento como en la comunidad. Ni siquiera está presente durante las campañas electorales.
- Necesidad de urbanizar el debate rural.
- Existencia dominante de latifundios y monopolios.
- Desaparición de la chacra mixta.
- Rentismo rural.
- Agricultura de tres pisos.
- Ausencia de un método propio de evaluación del sector agropecuario. El campo nacional y popular usa las herramientas teóricas de la derecha para medir la actividad. Grave error, por eso nos salen mal las “cosas” cuando somos gobierno.
- Precio de los alimentos, gobernabilidad democrática e irracionalidad logística de la economía agraria son algunas de las claves para entender lo que nos pasa como país.
- Agricultura con agricultores. Definición de productor agropecuario: ¿qué es y quién lo es?
- Soberanía en todos sus aspectos, pero especialmente vinculada con la mejora en la calidad de vida de los sectores populares.
- Políticas de arraigo”.
Nunca —dice Peretti—, en cuarenta años de democracia, el sistema de partidos políticos democráticos y populares se ocupó de debatir la cuestión agraria, ni siquiera en 2008. “Este inmenso conflicto agrario-político se desató (esencialmente) por el desconocimiento que se tenía del sector. Y demostró, entre otras cosas, que la sociedad en general y el campo nacional y popular en particular no tenían la menor idea de qué pasaba dentro de la actividad agropecuaria. Puso en la superficie las serias dificultades para conducir políticamente al sector. No se había anudado ni priorizado ninguna alianza seria con sujeto agrario alguno que permitiera desarrollar la propia agenda. Todo lo contrario a lo que hizo Perón”.
La derecha, como en otros segmentos de la política económica, se ha apoderado hábilmente del discurso agrario. Terratenientes, pools de siembra, empresas exportadoras, proveedoras de servicios, puertos privados y técnicos a su servicio discuten entre ellos un monocultivo inducido con concentración de tierras y rentas. Y generan un gueto productivista que monopoliza el discurso público y ha capturado la representación simbólica del sector. Ahí, en esos intersticios, no entran nunca temas como soberanía y seguridad alimentarias, “ni los efectos de las fumigaciones indiscriminadas en la salud, ni la crisis climática, ni la irracionalidad logística de la economía agraria, ni los desmontes, ni las migraciones rurales, ni los accidentes viales producto de los millones de viajes de camión, ni los puertos privados y su opacidad, ni la soberanía del Paraná, ni la construcción del Canal Magdalena”.
El poder económico, en efecto, baja un discurso de defensa cerril del modelo agrario sojero con un efectivo aparato de propaganda. Se configura así, de acuerdo a su visión, un gueto productivista que cuenta con el sostén ideológico y mediático del complejo de medios de comunicación hegemónico, que pone a su disposición una amplia red de periodistas y programas: todo regado en forma abundante por las cuentas publicitarias que las grandes compañías del sector derraman con selectiva precisión a los defensores del modelo. “Esa gran masa de dinero va directo a periodistas, suplementos gráficos, radios, TV y redes de diverso tipo, con el único requisito de que se defienda el modelo sojero agroexportador de libre mercado —reflexiona Peretti—. A este esquema de difusión y cooptación de cabezas hay que sumarle simposios, conferencias y premios que se otorgan entre ellos, en un autobombo muy bien calculado, con el objetivo de consolidar el modelo. Toda una gama de recursos dinerarios muy importante, orientada a mostrar a la sociedad que el único camino posible es el que ellos militan”.
¿Son imprescindibles los productores agropecuarios? ¿El campo es uno solo? ¿Por qué hay que urbanizar el debate rural en la Argentina? Entre chacras y chacareros, no todo el campo es lo mismo —por ejemplo, no es lo mismo ser ocupante precario, arrendatario, contratista rural o propietario—. Peretti analiza la historia de la Federación Agraria Argentina y las ligas agrarias en los ‘70, llegando a la relación entre terratenientes y glifosato y los nuevos latifundios bajo una feroz deforestación. “El peronismo no nació para servir a la oligarquía sino para enfrentarla”, escribe, mostrando algunos datos duros en la prosa ensayística, como que los que hacen negocios con China son diez exportadoras de granos que manejan el 80% del mercado. La Argentina como una agricultura “buitre” de tres pisos. El primero, el de los dueños de la tierra; el segundo, el de los contratistas rurales, es decir, los dueños de las máquinas que trabajan la tierra por cuenta y orden de terceros, y el tercer piso de los pools de siembra o megaproductores: los grupos económicos que siembran miles de hectáreas sin tener una sola máquina, sólo con dinero.
Diagnóstico, análisis, praxis y pensamiento en un libro tan urgente como actual, que coloca a Peretti como un intelectual que también pasa al plano propositivo para la acción política, con argumentos tales como que “el campo nacional y popular debe desarrollar su propia unidad de medida del modelo agrario, que fije las prioridades y adjudique valores de acuerdo con la soberanía y seguridad alimentarias de la nación, y no con los balances de terratenientes y transnacionales”.
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