El cachorro de León de Damasco
Hafez y Bashar al-Assad, medio siglo de gobierno en Siria
Tal como fuera anticipado –no sólo por los representados por el lema “Con nuestras almas, con nuestra sangre, nos sacrificamos por ti, Bashar” –, días atrás se renovó el mandato presidencial de Bashar al-Assad por otro septenio (2021-2028) en una Siria desgastada por una terrible guerra civil vigente desde 2011. Hasta el momento, el saldo en vidas humanas de este fratricidio incluye 388.000 muertos. Asimismo, la mitad de una población de preguerra de más de 21 millones abandonó sus hogares, de los cuales 6.6 millones se refugiaron en el extranjero (más de la mitad de ellos se encuentran en Turquía). Entre quienes permanecen en Siria, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sostiene que son 12.4 millones los que hoy viven en condiciones de precariedad alimentaria.
Con el 95.1% de los votos para Assad como candidato del Baas –el partido panárabe socialista que gobierna desde 1963– este resultado ilustra, a su manera, dos hechos inconfundibles. Por un lado, una caída del apoyo a Assad, en particular cuando se lo compara con el increíble 99.8% de los votos que había cosechado en 2007, cuatro años antes del despegue de la devastadora guerra civil. Por el otro lado se observa, simultáneamente, un alza del apoyo a Assad, en especial frente al 88.7% de los votos logrados en el ejercicio anterior (2014). El porcentual actual refleja, pues, la mejoría de la situación del gobierno respecto de aquella que tenía a tres años del comienzo de la guerra civil, incluso cuando los alzados cuentan con respaldo de Estados Unidos y/o de sus aliados.
Siria es de los escasos Estados seculares de Oriente Medio, donde más de las tres cuartas partes de su población de preguerra eran musulmanes sunitas. El secularismo, empero, dista de estar in crescendo en la región. Y esta no es la primera reelección de Bashar desde el 2000, año en que sucedió a su padre, Hafez al-Assad, ex comandante de las Fuerzas Armadas, otrora premier (1970-1971) y jefe de Estado sirio durante 1971-2000. Esos años comprenden una insurgencia sunita contra la minoría alauita –una secta del islam chií– en el poder desde el ascenso del Baas y su aplacamiento con mano férrea. El manejo del levantamiento de 1982 en Hama y el de varias otras realidades hicieron que Assad padre fuese motejado como “el León de Damasco”, ya que assad es el término árabe para tal felino.
Con sus diferencias respecto de lo acontecido más de un cuarto de siglo post-1982, tal antecedente de esta guerra civil permite pensar en Bashar (el segundo de los cinco hijos de Hafez) como un joven león damasceno. Su liderazgo logró recobrar –con ayuda innegable de Irán, Rusia y grupos afines a este dúo– el control gubernamental sobre el 70% del territorio sirio, incluyendo sus principales ciudades.
El elevado costo de tal recuperación ha comprendido la eliminación de armas de destrucción masiva –como las químicas– en el arsenal sirio. En los hechos, se trataría de una gran fracción de ese arsenal, próxima al total. Esto implicó el sacrificio de parte de la capacidad disuasiva siria frente a vecinos mejor dotados, tanto de recursos materiales como de equipamiento militar (Israel, el único país mesoriental con armas nucleares, y Turquía son hoy sus principales enemigos).
Dicha pérdida de poder, traducida en frecuentes penetraciones israelíes del espacio aéreo sirio y también en la presencia en su territorio de efectivos turcos, le ganó a Bashar el haber podido evitar un bombardeo estadounidense en 2013, presentado como represalia por su alegado uso contra los alzados de una alternativa más fácil de conseguir para países en desarrollo que las armas nucleares: las químicas y biológicas.
Difícilmente exento de imperfecciones, el ejercicio electoral sirio fue monitoreado por observadores de más de una docena de países amigos. Habían sido una treintena en 2014, cuando Bashar estaba en una situación militar bastante más delicada. Este año, los invitados a enviar observadores –cinco de ellos latinoamericanos– fueron Argelia, Armenia, Belarus, Bolivia, China, Cuba, Ecuador, Mauritania, Nicaragua, Omán, Rusia, Sudáfrica y Venezuela. Al igual que en 2014, los comicios no pudieron realizarse en partes del país allende el control gubernamental: la región de Idlib y zonas habitadas por la minoría kurda.
A tal minusvalía cabe agregar otras no menos importantes. Por ejemplo, la veda al voto de los sirios en el exterior, específicamente impuesta por los respectivos gobiernos de ocho países, amén de la exclusión por Damasco de quienes careciesen de pasaporte en orden, con sello válido de salida, medida excluyente de los abandonantes informales de Siria. Los expatriados habilitados para votar pudieron recurrir a las urnas en misiones diplomáticas sirias en 39 países, tres de ellos latinoamericanos: la Argentina, Brasil y Cuba. Escasamente sorprendente, visto que los dos primeros son los principales destinos para emigrantes árabes llegados a la región desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la afluencia de desplazados por la guerra civil (el total de sirios venidos a la Argentina los convierte en la primera pluralidad árabe aquí). En cambio, la prohibición de votar afectó a los sirios residentes en Alemania, Arabia Saudita, Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Qatar y Turquía. Es más, en un Líbano con incidentes de violencia antisiria, un líder maronita, Samir Geagea, buscó servirse de las elecciones para expurgar a su país de tales refugiados: solicitó que las autoridades en Beirut compilasen listas de quienes se empadronaban para votar en Siria y requerir su retorno “inmediato” a ese país. Desconociéndose el rinde de su pedido, Geagea intentaba cazar más de un pájaro con un tiro: el objetivo principal era desembarazarse de parte del millón y medio de sirios en el Líbano, más de la mitad de ellos refugiados registrados por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Entrevistada por el diario qatarí Al-Jazeera, una estudiante siria alegó que muchos compañeros se habían visto obligados a votar para evitar aplazamientos y expulsiones.
Cualquiera de quienes profirieron comentarios adversos ante la victoria vaticinada de Bashar (un triunfo “farsesco” para críticos y opositores sensacionalistas e “ilegítimo” en un término con más bemoles para Estados Unidos –en declaración conjunta con cuatro aliados europeos, y también de Turquía separadamente–) habrían preferido una elección sujeta a supervisión de la ONU como parte de la transición política deletreada en la Resolución 2.254 del Consejo de Seguridad.
La competencia incluyó al incumbente, además de un par de candidatos con visto bueno oficial de los evaluadores del más de medio centenar de interesados en la jefatura de Estado siria. Los dos aprobados fueron propuestos por partidos próximos al Baas y otros que son reales o potenciales socios de su gobierno. Se trataba de Abdullah Sallum Abdullah, ex ministro de Estado para Asuntos Parlamentarios, y Mahmoud Ahmed Marei, ex secretario general del Frente Nacional para la Liberación de Siria, alianza de once grupos ninguneada por opositores exiliados como mera extensión del gobierno sirio. Abdullah y Marei obtuvieron el 1.5% y 3.3% de los votos respectivamente, porcentajes que acaso impulsaron a Bashar a exhibir un dejo de triunfalismo: descalificó las críticas de la vereda de enfrente como un enorme “cero”. Nadie reparó en el hecho de que la misma invocación de la nulidad, un cero con otro sentido, ya había sido utilizada por John Kerry, jefe de la diplomacia estadounidense durante la presidencia de Barack Obama, como expresión de la frustración norteamericana ante la victoria de Bashar en otra elección.
¿Quién es Bashar? Su biografía detalla que es egresado de Medicina de la Universidad de Damasco, carrera que su padre habría elegido para sí mismo de haberlo permitido las circunstancias materiales de sus mayores. Especializado en Oftalmología en Gran Bretaña, Bashar conoció en Londres a quien se convertiría en la primera dama siria, la británica Asma, ex asesora de banca de inversiones neoyorquina e hija de una familia de profesionales. Su padre es un cardiólogo con consultorio en la calle londinense que acumula la práctica privada de una variedad de especialistas.
Si bien la vida política no había sido contemplada para Bashar, un inesperado accidente automovilístico en 1994 torció su trayectoria. La inesperada muerte de Bassel, el mayor de la descendencia de Hafez, provocó el retorno de Bashar a Damasco. Allí se alentó su formación como eventual jefe de Estado, promoviéndose su rápido ascenso en el sexenio previo a su primera presidencia. Ello pese a la resistencia de correligionarios baasistas, que facilita la comprensión del referendo previo a su primer mandato.
El más notorio de los resistentes, Abdul Halim Khaddam, fue ministro de Relaciones Exteriores y Vicepremier sirio (1970-1984), así como Vicepresidente de esa República por algo más de dos decenios (1984-2005). Esta posición lo llevó a contemplarse como eventual sucesor de Assad padre, pero sólo fue Presidente interino brevemente, tras la muerte de Hafez en el 2000. Principalmente centradas en la presencia militar siria en el Líbano –tema bien conocido por Khaddam– sus críticas provocaron acusaciones de traición y expulsión del Baas por quienes carecían de un umbral de tolerancia más elevado. Aun así, su extensa participación en el gobierno sirio y los altos cargos que ocupó durante la gestión de Assad padre y el tramo inicial del hijo fueron utilizados en contra de Khaddam para restarle credibilidad ante distintos opositores.
La ambición de Khaddam de suceder a Hafez al-Assad y su intento de reciclaje como líder de una Siria post-Assad ayudan a explicar su renuncia y mudanza a París en 2005, a un lustro de inaugurada la primera presidencia de Bashar. Así como su anuncio a comienzos de 2006 de la conformación de un gobierno sirio en el exilio, todas fueron expectativas infructuosas para el más joven de los sirios en alcanzar una cartera ministerial (en su caso, la de Economía en 1969). Como Vicepresidente, quedó catalogado como el político sunita más exitoso de un entorno predominantemente alauita.
En passant, una ramificación argentina de todo lo antedicho es la acusación de Khaddam respecto del asesinato sirio “para beneficio de Israel” de un sospechoso de estar implicado en la voladura de la embajada de Israel (1992) y de la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) dos años después: el libanés Imad Mughniyeh, presunto número dos de Hezbollah. Sea que esta muerte usualmente atribuida a la inteligencia de Israel y/o Estados Unidos fuese un asunto sirio, o la resultante de una operación bipartita o tripartita, lo alegado por Khaddam resultó intrascendente: los interesados en la resolución de ambos ataques esencialmente antiisraelíes de los años '90 no obstaculizaron la visita de Bashar a Buenos Aires en 2010.
Con una contienda aún inconclusa y una reconstrucción del país que llevará largo (ello intimado, entre otros factores, por los 300.000 millones de dólares de su costo estimado ―fondos que, por supuesto, las arcas sirias no disponen―), la victoria electoral de Bashar al interior de Siria se corresponde con la superación en el plano internacional del ostracismo que distintos países le impusieron a su gobierno desde 2011. En años recientes ello ha sido ilustrado por la reactivación de varias misiones diplomáticas extranjeras en Damasco, incluso de miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, considerados como potenciales participantes en la reconstrucción venidera. Asimismo, está superado el hiato en su membresía de la Liga Árabe, ente regional que tuvo a Siria como uno de siete fundadores. Visto que tales países del Golfo son quienes coordinan con Washington, entre otros, la provisión de fondos y/o armas para los alzados, cabe leer tal interés en recomponer relaciones –de modo alguno la única lectura factible– como parte de su creciente aceptación de Assad, una realidad también retratada como cuña árabe para alejar a Damasco de Teherán. En el escaso tiempo que transcurrió desde el triunfo electoral de Bashar, tal aceptabilidad se ha visto traducida en la suma de Siria a Emiratos Árabes Unidos y de Omán como miembro del Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud.
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