Gentiles y discretos, sus días transcurren entre desprecios, desinterés y olvido, esquivando agresiones y violencia policial, sobreviviendo con sus trastos para vender a cuestas. Tímidamente nos miran sin ser mirados, resistiendo estigmas e injusticias, en pos del desafío de subsistir, por calles tan lejanas a sus pueblos, a sus afectos, a su idioma, sin documentos ni abrigo. Sus ojos oscuros y tristes nos interpelan. Desde la desolación de sus figuras delgadas y anónimas convocan nuestra humanidad perdida. Como tantos migrantes. ¿Sabemos quiénes son? ¿Nos interesan? ¿Hasta qué punto hemos naturalizado la indiferencia?
Tan distintos y tan iguales
Entrar a la casona que alberga el teatro Zelaya, en el barrio porteño de Abasto, es toda una aventura para los sentidos. Un portón abre paso a un jardín tan encantador como misterioso, que desemboca en una particular sala teatral.
Luego de los minutos de espera, un joven se acerca a dar sala y allí el primer contacto con los protagonistas nos encuentra observándolos en una pequeña cocina, mientras se sirven un té compartido y conversan en su idioma, a manera de transición a todo lo que luego nos contarán en escena en un fluido español.
Se trata de Mbagny Sow y Fallou Cisse, quienes inmediatamente nos introducen en su cotidianeidad. Dos amigos senegaleses, tan distintos y tan iguales a cualquiera de nosotros, como comprobaremos al conocer fragmentos de sus historias reales, a lo largo de la obra.
De este modo iniciamos el viaje y nos adentramos en el mundo de Los amigos, un biodrama afro, dirigido por Vivi Tellas.
Toda persona tiene derecho al movimiento.
Con relación al origen de la obra, resume Vivi Tellas: “Hace unos años que veo la presencia africana en la ciudad. Esto me llamó mucho la atención y me dio curiosidad. En mi trabajo Biodramático busco siempre la teatralidad fuera del teatro, situaciones que contengan ficción, construcción, artificio y que sean únicas. Esta forma de hacer teatro me acerca a otros mundos, en el caso de Los amigos la idea de ser transformada por otra cultura me fascina”.
La sinopsis del programa teatral nos anticipa que nos acercaremos a la historia de Sow y Fallou, dos jóvenes que llegaron hace algunos años desde Senegal buscando nuevos horizontes. Se conocieron en el barrio porteño de Caballito y se hicieron amigos. “Es una historia de migración, pero también de intercambio, novedad y libertad. También la oportunidad de ser otro. Moverse, transformarse, migrar, aparecer, revelarse y estar en escena… Como dice Sow, toda persona tiene derecho al movimiento”.
¿Contribuye la obra al conocimiento y la comprensión de la situación de los "diferentes" que suelen ser cosificados, destinatarios de maltrato, fobias y discriminación?
V.T: Sí, absolutamente. A partir de la obra, los protagonistas Sow y Fallou conquistaron espacios de opinión y así pueden compartir sus historias.
¿Qué puede hacerse desde el ámbito de la cultura contra estas políticas de exclusión y sometimiento?
Yo trabajo en el campo del teatro, ¡siempre me interesa la poesía! Es necesario que haya más espacios de experimentación artística para que la cultura sea realmente un ámbito de prueba, error y acción.
¿Cómo se fue trabajando el texto y la poética de Los amigos? ¿Cómo se trabajó con los protagonistas, que no son profesionales?
A las personas con las que trabajo en escena las llamo intérpretes y no actores, justamente por esa falta de preparación y por respeto al oficio de actor. Me interesa mucho trabajar con personas sin formación, los cuerpos inocentes, inestables y azarosos en escena. Para trabajar el texto busco en la biografía momentos que se parecen al teatro, momentos límites y cambios dramáticos, de ahí va apareciendo el texto y la escena.
Hay una sensación de proximidad muy conmovedora. ¿Cómo es la recepción del público?
La obra te acerca a un mundo desconocido por la mayoría. Al final compartimos una merienda con magdalenas y té de menta. La audiencia tiene la oportunidad después de la obra de conocer y charlar con los intérpretes. Hay mucho interés, emoción y empatía. Se produce un acercamiento para mí muy importante. Yo, como mujer, judía y artista, también me siento más comprendida.
¿Cómo te impacta el contexto de creciente represión, violencia institucional, xenofobia y desprecio hacia los más vulnerables?
Muy mal. La verdad es que no tengo muchas expectativas en la humanidad, como especie no me gusta lo que construimos. La producción de dolor y crueldad en el mundo me resulta intolerable.
¿Cómo fue elegido el espacio donde se representa la obra?
Por suerte Federico León abrió un teatro en lo que era su casa. Admiro a Federico y me siento como en casa en su teatro. El jardín tiene una atmósfera inquietante y la sala tiene la intimidad que necesito para la obra.
¿Cómo encarás la investigación para tus obras y para esta obra en particular?
Formamos una Compañía Biodramática con Sol Sañudo, Ariel Nahón, Renata Moreno y Santiago Torrente. Desde hace tres años que nos acercamos a las actividades de la comunidad afro en Buenos Aires. Nos reunimos con los referentes de la comunidad, fuimos a las protestas contra la violencia policial, a los encuentros religiosos, tomamos clases de danza afro y asistimos a un seminario intensivo sobre la presencia africana en la Argentina. Así nos preparamos para crear la obra.
Las palabras y los anhelos de Sow
Con la sensibilidad, simpatía y fluidez que algún Presidente podría envidiar, Mbagny Sow, uno de los protagonistas de Los amigos, cuenta que llegó a la Argentina hace cuatro años. “Me gustaría quedarme acá, trabajando, buscarme la vida, legalizar mi situación. En todo el mundo ser migrante no es fácil, pero es algo que nos toca, desde allí hay que buscar la forma de adaptarse, integrarse. Algunos te tratan bien, pero en cambio hay gente que por ignorancia te pone las cosas difíciles”.
Para participar en la obra fue convocado por su amigo y compatriota Fallou, quien un día, en medio de la lucha por la subsistencia, le preguntó si le interesaba el teatro porque a su vez se había enterado del proyecto por una convocatoria de su directora, a través de una publicación en Facebook.
“La obra puede ser un factor de los muchos que facilitan la integración social y ayuda a que conozcas al otro, además de ser un medio de acercarse a la gente. Fallou y yo trabajamos en la venta ambulante y muchas veces hay acoso policial, eso lo vivimos casi día a día. Pienso que hay racismo institucional porque nadie quiere trabajar así ilegalmente como lo estamos haciendo, nos gustaría ser legales y trabajar dignamente como todos, pero ya sabés que no es fácil legalizarse”, puntualiza.
Durante la obra vamos conociendo el mundo de Sow y Fallou en su tierra natal, a través de los recuerdos que intercambian, de las fotografías y filmaciones de sus hogares, de sus padres, hermanos y abuelos, que aparecen proyectados en una pantalla.
En un clima de intimidad, el espectador es parte de todo lo que entre risas, reflexiones y anécdotas los muchachos van compartiendo. Desfilan también, en su evocación, algunas de sus opiniones sobre la colonización ejercida por los países más poderosos, dejando entrever una polémica entre ambos, cuestionando la actitud asumida por los colonizados y reafirmando la importancia de mantener el nombre y preservar la identidad.
Por sobre todo, surge en este recorrido biodramático la evidencia de la universalidad de los lazos humanos y del anhelo de dignidad, trabajo y respeto. En este nuevo país los amigos comparten esa intimidad preciosa en la que el espectador es incluido, para finalizar participando de un té servido por los jóvenes migrantes, dando lugar a un intercambio con las preguntas y comentarios del público.
“Los amigos” puede verse los domingos de septiembre a las 19 en el espacio Zelaya, ubicado en Zelaya 3134, CABA.
Fotos: Nicolás Goldberg y Edgardo Dielecke.
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