El aborto y el mito del FMI

Las dos vidas se defienden con empleo seguro, buena alimentación, higiene y atención médica

 

El debate sobre el proyecto de despenalización del aborto puede estar llegando a su fin. Al menos el debate parlamentario. Y quisiera dar alguna opinión sobre algunas de las cosas que pudimos escuchar. Pero –para empezar– me parece sensato dejar claro que no daré mi opinión. Y no la daré porque entiendo que a nadie debiera interesarle lo que yo piense, lo que debiera importar son los argumentos y razones.

Teniendo esto en claro, mi impresión es que en muchos ambientes sólo se escucharon slogans o frases armadas, con mayor o menor acierto, pero no argumentos o razones: “Es mi cuerpo”, “vale toda vida”, “salvemos las dos vidas”, “saquen los rosarios de nuestros ovarios” son simplemente frases. No cuestiono a quien/es las pronuncian, simplemente que quisiera escuchar –lo repito– argumentos o razones y estas no lo son.

Escuchar de un sector del debate el canto intolerante: “Iglesia, basura, vos sos la dictadura” me vuelve imposibilitado de dialogar con ellas. Escuchar comparar a la mujer que aborta con el genocidio, también.

Es verdad, por ejemplo, que uno de los argumentos centrales de quienes avalan la despenalización alude a “las mujeres pobres”. Es evidente que quienes tienen buen poder adquisitivo pueden recurrir a un aborto clandestino con notables garantías de seguridad (médica y jurídica) mientras que las mujeres pobres –siempre en la clandestinidad– lo harán sin ninguna seguridad y con grave riesgo si no de su vida, al menos de su futuro. Sería interesante, por ejemplo, que nos informen: ¿cuántas clínicas que practican el aborto ilegal, seguro y arancelado fueron penalizadas? ¿Cuantxs profesionales fueron presxs? ¿Cuántas mujeres que accedieron a esos centros fueron presas y condenadas? Si de penalización hablamos.

Teniendo esto en cuenta quiero comentar alguno de los (aparentes) argumentos que se han dado.

Para empezar, y teniendo en cuenta que el debate pareciera darse entre progresistas y conservadores (digo “pareciera” porque difícilmente Daniel Lipovetzky o Silvia Lospennato podrían ser tenidos por “progresistas”) es curioso notar los intentos de “correr por izquierda” el proyecto. La referencia a que forma parte del acuerdo con el FMI o que “en los barrios populares los pobres no abortan” parece ser un ejemplo de esto. Si eso fuera cierto debería decirse que como argumento resulta contundente. Y dejo de lado la mirada “clasemediera” de identificar “pobres” con “villeros” (hay miles y miles de pobres que no viven en villas sino en asentamientos, barrios populares, en el campo, y hasta en la calle). Curas villeros amigos (o que lo fueron) afirman todo lo contrario a lo segundo: “A más de una niña tuve que enterrar por abortos clandestinos en mis tiempos de villero” me dijo uno. “Te puedo asegurar que hay abortos en las villas... Y en las peores condiciones. También te puedo asegurar que van presas SÓLO las mujeres pobres y villeras”, me dijo otro. “Hay 19 abortos por día en el hospital X”, me dice una amiga trabajadora social del Conurbano; “mandalo a X (provincia muy pobre, donde vive quien me escribe) unos meses: es la ‘capital’ del aborto”, acotó otro. Señalo esto para no hacer referencia a mi propia experiencia, que va en ese mismo sentido.

Si se hubiera dicho que el “tema” del aborto es más un “tema” de la clase media que “tema” de los pobres, sí podría coincidir con ello. La vida y la muerte de los pobres se juega en el día a día del hambre, el frío, la falta de salud, pero afirmar que en los barrios pobres no hay abortos me parece falso de toda falsedad. Que para los pobres "la vida es sagrada", es algo cierto; en general están convencidos que un pibe "viene con un pan bajo el brazo" y cuando una chica menor queda embarazada se despiertan todas las redes de acompañamiento y solidaridad familiares y barriales para que se sienta y sepa cuidada y acompañada. Pero de allí a afirmar que no hay abortos tenemos un “largo trecho”. Sin dudas que la gente en los barrios pobres "generalmente no aborta" (si "generalmente abortaran" generalmente no tendrían hijos, y la realidad indica lo contrario; aunque esto valga para toda la sociedad en general, no solamente para los pobres). Pero decir “generalmente” no significa “nunca”, y por tanto significa que “algunas” mujeres sí lo hacen. ¿Y entonces? ¿Qué hacemos? ¿Hay o no hay (pocos) abortos entre los pobres? Y si los hay, esos (pocos) abortos, ¿los hacen clandestinamente? ¿Dónde? ¿Qué pasa con esas (pocas) mujeres? Ese es el tema, porque esas (pocas) mujeres están en riesgo. Y yo soy cura también de "esas (pocas) mujeres". ¿O no? Del otro tema, el FMI, no merece hablarse. Muchos otros países tienen acuerdo con el FMI (Colombia, por ejemplo) y no se les ha “impuesto” la exigencia de la ley de aborto; resulta extraño que a un país con poco índice de natalidad como Argentina se le imponga esa ley y no a un país como Colombia con mucha mayor natalidad. Mezclar la presión antinatal del Banco Mundial en tiempos de McNamara, que quedó reflejada en la interesante película boliviana Sangre de cóndor y en las esterilizaciones forzadas provocadas por Fujimori en Perú (contando con silencio cardenalicio), no parece sensato. Una cosa es el control de la natalidad y muy otra el aborto.

Como bien señaló Raúl Vera, obispo de Saltillo, México, hay muchísima hipocresía en gran parte de los grupos “Pro-vida”; como parece otra ironía hipócrita negarse a la educación sexual y a la anticoncepción, por ejemplo y luego rasgarse las vestiduras ante la posibilidad de un aborto. Si se afirma estar en favor de “las dos vidas” como lo repite la gobernadora Vidal, sería de desear que hubiera pediatras en el UPA 17 de Bernal Oeste, por ejemplo. Pero no sólo no los hay, no sólo los niños comen (y cada vez peor) en los comedores escolares, no sólo el 54,2% de los chicos del Conurbano es pobre (según el antes celebrado reciente informe de la UCA), no sólo no hay cloacas, hay basura indiscriminadamente y contaminación ambiental (por ejemplo, en los arroyos) lo cual agrava notablemente la salud de los niños cuya vida “enarbolan” y afirman que “vale”. Seamos justos: pareciera que para muchos de los “pro-vida” esta solo vale los 9 meses intrauterinos (de las mujeres que hasta ayer “se embarazan por un plan” y de los pibes que “hay que matarlos desde chiquitos”). La política de salud y de educación de la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, indica eso a las claras.

Otro ejemplo bien duro es la violencia que muchos, que irónicamente afirman defender la vida, manifiestan contra quienes no están de acuerdo: a Marité, que tenía un pañuelo verde anudado a su mochila, le tiraron una moto encima gritando “¡una verde menos!”; un policía afirmó que habría que practicar tiro contra los pañuelos verdes, y a Cecilia (médica tucumana que valientemente dio un claro testimonio de la situación de las mujeres pobres en Mendoza y Tucumán) la increparon delante de sus hijos en un shopping y hasta hubo quien pidió que fuera excomulgada. Parece que “vale toda vida” pero “no toda”. Me dicen que también hubo agresiones contra chicas con “pañuelos celestes”, y lo creo probable. La intolerancia es el no-argumento, precisamente.

En lo personal, lo repito, me interesa escuchar argumentos y razones. Y me llama poderosamente la atención que teniendo la Iglesia varias universidades no haya grandes profesores, eminencias que presenten argumentos contundentes que manifiesten a las claras por qué debe penarse a la mujer que se enfrenta al dilema dramático de abortar. El planteo de que hay “vida” y hay ADN no me parece discutible: nadie duda que lo haya. Pero –sin pretender compararlos, pero sólo para destacar la presencia de “vida”– también la hay en la saliva, el pelo, la menstruación, el semen que suelen perderse. La pregunta no me parece que sea por la vida sino por la “persona humana”, y no me parece que hayan sido muchos –especialmente los defensores de la penalización– los que hayan entrado en el tema. Escuchar a algunos legisladores (Bullrich) o a la misma vicepresidenta haciendo gala de su más absoluta ignorancia e irrespeto difícilmente puedan introducirse en el ítem “argumentos” o “razones”.

En suma, mi pregunta: que hay abortos no lo puede discutir nadie, e incluso los obispos (antes de aparecer varios de ellos presionando uno a uno los legisladores; aunque debamos a su vez señalar que algunos medios de comunicación lo hicieron a su vez con presiones diferentes) reconocieron que no acompañaron suficientemente a las mujeres que abortaron. Luego, ¡los abortos existen! ¿Qué hacemos? ¿Se trata –como parece– de un tema de salud pública? Como curas, ¿abrazaremos a las mujeres que vengan a nosotros o las señalaremos con el dedo inquisidor? ¿Celebraremos que las mujeres pobres pongan en riesgo su vida o su futuro y además sean penalizadas y hasta encarceladas? ¿No hay una condena social ante las mujeres que abortan? El “enano fascista” del que hablaba Oriana Falacci, ¿no es un “enano inquisidor” en los dedos masculinos ante una mujer que aborta? Porque, de ser así, eso de “opción por los pobres” queda en el espacio de la mera declamación vacía. No estaría de más preguntarnos qué haría Jesús en este lugar: ¿apedrearía a la mujer sorprendida o no la condenaría? En lo personal, no tengo dudas.

 

 

 

Eduardo de la Serna integra el Grupo de Sacerdotes en Opción por los Pobres. Este artículo fue publicado 
en "Contraeditorial".
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