EL 17 DE LOS PROTOCOLOS

Crónica de un acto atípico en la CGT. Cristina, la gran ausente

 

Son las cinco menos veinte y Alberto Fernández camina exultante un breve tramo de la calle Azopardo junto a su compañera Fabiola Yáñez. Ingresa por la entrada principal de la CGT. Fue de la quinta de Olivos a la Rosada y de allí directo a la CGT, donde entra saludando, de buen humor, a los pocos periodistas que lo esperan en el hall central. No hay ruido de bombos ni militantes en las calles. Sólo un fulgor lejano que horas antes un grupo de UPCN hizo sonar con platillos y trompetas cerca del edificio, vallado a varias cuadras de su perímetro, y que se fue apagando como las ráfagas solares en el desolado pavimento.

Al presidente lo escoltan Gustavo Béliz y Julio Vitobello. Alrededor, el enjambre de la  custodia oficial, que se duplica dentro del emblemático edificio en lo que parece una exagerada cantidad para las escasas personas que circulan más allá de los empleados de Ceremonial, Protocolo y el personal de la central obrera. Aun así, rituales típicos como el de los perros de la División de Explosivos olfateando cada uno de los pisos no se alteran. Las banderas argentinas cubren las vallas y los pisos lustrosos parecen extrañar el eco de la multitud, esta vez reducido a un control minucioso de la circulación sembrado de cables, pantallas y celulares por doquier.

 

Foto: Presidencia

 

“Bienvenido Presidente, esta es tu casa, la de los trabajadores”, reza un cartel de la Juventud Sindical Peronista en el entrepiso. Es el único que asoma, solitario, en pasillos sin banderas ni trapos y que por momentos lucen tan asépticos como los de un hospital. El resto del colorido lo aportan los bustos de Evita y Perón y pequeños volantes pegados en pizarras en los que además de los líderes fundadores aparece la imagen de Néstor Kirchner: "#75Octubres. Lealtad".

La liturgia está reservada a las pantallas interactivas del salón principal Felipe Vallese, con una sobria escenografía que tiene su punto cúlmine en la marcha peronista como cierre a coro colectivo, y en bocinazos que acompañan la salida del Presidente tras el acto. "Estuvimos un mes preparándolo, probando la iluminación, los planos, las conexiones para que cada video salga bien coordinado con el conjunto", dice Marcelo Martin, uno de los organizadores, mientras chequea los últimos detalles con las más de cincuenta personas involucradas en la logística.

Los rumores de la presencia de Cristina Fernández de Kirchner, que habían sonado fuertemente cerca de las dos de la tarde, se van disipando paulatinamente: si bien estaba invitada, no dejó rastros de su presencia, siquiera un video por Zoom como ocurrió con otros altos dirigentes y gobernadores. Es la gran ausente de la tarde. Su ausencia fue más enigmática que la de dirigentes como Hugo Moyano, un nombre que ni se mencionó entre los pasillos gremiales.

Apenas Alberto Fernández entra al salón principal lo reciben con aplausos los cincuenta exclusivos presentes: políticos, sindicalistas y líderes de organizaciones sociales. En la primera fila están Héctor Daer, Sergio Massa, Santiago Cafiero, Axel Kicillof, el gobernador Manzur, Mayra Mendoza y la primera dama Fabiola Yáñez. En la segunda se ubican Máximo Kirchner, Wado de Pedro, Mariel Fernández  y Andrés Rodríguez. A último momento los organizadores ubican a la pareja del Presidente, que en un primer mapa no había sido incorporada. Todo el escenario de la sala entonces es despejado para el único orador de la tarde.

 

Foto: Presidencia / María Eugenia Cerutti

 

 

"Feliz día", había saludado minutos antes Verónica Magario, a cada uno y cada una de los que encontró en su camino. A los funcionarios no se les puede ver el gesto por los barbijos pero la vicegobernadora es la más exultante de la jornada. Quien cerró la fila de ingreso al salón fue Roberto Baradel, en tono serio. Salvo unos chispazos de Cafiero y Kicillof en la entrada, lo que sobrevuela entre los presentes es un trato solemne, diplomático.

Más que una reivindicación de lo clásico, se prefiere el estilo moderno. La mayoría de los hombres, en modo cool, vestidos de pantalón chupin, camisa y zapatos puntiagudos de cuero a la moda. Ellas eligen blusas, saquitos y pantalón de vestir. Tonos sobrios, como el medido ánimo que domina en una experiencia política de espacio cerrado, con sólo algunas ventanas abiertas a la calle.

No fue una transmisión fácil. La adrenalina se respira en el aire mientras el Chino Navarro pregunta cuándo pueden ingresar al salón las personas previamente seleccionadas. Allí aprovecha y habla por lo bajo con periodistas: “Tenemos que ampliar el frente pero cuidando la unidad. Hemos logrado una negociación histórica por la deuda y un equilibrio político ante la pandemia que no podemos más que potenciar". Hay un compás de espera de casi media hora, gente que va y viene en el chequeo de la logística virtual que incluye pantallas interconectadas en todo el país y el montaje de una red inalámbrica exclusiva, capaz de soportar el enorme despliegue centralizado en la sala de operaciones del primer piso de la CGT. Y entonces el primero en dar el puntapié hacia el escenario es El Cadete, uno de los conductores.

En el acto de las carencias no hay demasiado tiempo para que los dirigentes que llegan sobre la hora se encuentren y puedan dialogar. El olor a alcohol en gel predomina en el ambiente junto a las botellitas de agua mineral y los vasos de café entre los protagonistas. Una vez que se sientan se impone un distanciamiento de unos metros entre cada uno. Después de hora, uno de los que aprovecha la oportunidad para conversar es Sergio Massa, que permanece un largo rato en las oficinas de Héctor Daer, en estricta reserva.

A la salida Gustavo Menéndez es de los pocos que habla con la prensa. "Nos hubiera gustado un acto masivo pero es lo que pudimos hacer cuidando los protocolos por la pandemia. Fue breve pero emocionante", dice de pie ante una valla. Tampoco existe un espacio de conferencia de prensa posterior al acto: todo es rápido, intenso y escurridizo.

En la despedida el que toma la palabra es Axel Kicillof, que da un mensaje político contundente en la vereda de la CGT. "Fue doloroso hacerlo así, virtual y con distanciamiento, cuando este es un día para el abrazo, el asado y la movilización en la calle. El discurso presidencial fue para todos los argentinos, no sólo para los peronistas. En nuestro día no hubo odio ni agresión en ningún lado, demostramos respeto total por la crítica situación de la pandemia. El que sigue teniendo un discurso de odio es Macri, que no representa en absoluto a toda la oposición pero que sigue hablando con hipocresía sobre el respeto a las instituciones cuando él espió a todo el mundo".

De fondo y sigilosamente, como un signo de la jornada que pasará a la historia como el 17 de Octubre de los protocolos, los funcionarios se saludan con codos y puños mientras suben a los autos oficiales. Entonces el cielo se abre lentamente en un tono primaveral, de forma curiosa, bajo un sol pleno más acorde a la proclama peronista.

 

 

 

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