EFECTO DOMINÓ EN REVERSA

Las denuncias de acoso / abuso contra gente como Pedro Brieger suscitan nuevos testimonios

 

Pedro Brieger es conocido como un destacado periodista, sociólogo y analista internacional argentino. Nacido el 5 de noviembre de 1955 en Buenos Aires, ha desarrollado una carrera notable en medios de comunicación, tanto en Argentina como en el ámbito internacional. Estudió sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde también se desempeñó como docente. Trabajó en varios medios de comunicación, tanto gráficos como audiovisuales.

El 20 de junio de 2024 surgieron las primeras acusaciones de acoso sexual perpetrado por Brieger después de una investigación del periodista Alejandro Alfie, quien recopiló los testimonios de cinco mujeres, en su mayoría periodistas. Con el pasar de los días el número de denuncias siguió aumentando, lo que provocó que sea apartado del programa Marca de radio emitido por Radio La Red AM 910. A raíz de esta situación, Brieger dejó de presentarse en los programas en los que participaba en Radio 10 y C5N.

Este mismo mes la Universidad de Buenos Aires activó su protocolo ante denuncias de abuso sexual y lo apartó de la clase de Sociología que dictaba en esa universidad.

El 2 de julio el grupo Periodistas Argentinas presentó un documento en el Senado de la Nación, que recopilaba el testimonio de 19 mujeres que lo acusaban de haberlas acosado sexualmente a lo largo de un período de 28 años. Entre las presentadoras se encontraban varias de las mujeres que lo denunciaron, quienes habían decidido revelar sus identidades.

 

El denunciado periodista Pedro Brieger.

 

Queremos empezar este análisis poniendo en relieve la valentía de esas mujeres que optaron por levantar la voz. Históricamente, muchas víctimas de hostigamiento y abuso sexual han callado debido al temor a represalias, la falta de respaldo institucional y la prevalencia de una cultura que tiende a minimizar o desacreditar sus vivencias. El acto de hablar no sólo busca justicia para las víctimas, sino que también actúa como un símbolo de esperanza y fortalecimiento para otras mujeres en circunstancias similares. No debemos soslayar en este análisis que estamos frente a un hombre con una reconocida trayectoria en el periodismo y con poder en los medios, que desde esa posición sometía a sus víctimas, la mayoría jóvenes que recién se iniciaban en la profesión, o estudiantes.

El hecho de que estas denuncias abarquen un periodo tan prolongado (30 años) muestra cómo el entorno laboral y académico ha estado marcado por una cultura de secreto y complicidad. Gracias al movimiento feminista, a los cambios culturales y sociales que incorpora, hoy en día es más factible y necesario abordar estos asuntos de manera pública. Aunque desde el gobierno de Milei se niegue la existencia de la violencia por motivos de género y se hayan dinamitado todas las políticas públicas creadas para acompañar a las víctimas.

No obstante, la falta de reacción por parte de muchos varones frente a estas acusaciones sigue siendo un desafío. La carencia de respaldo a las denunciantes y la complicidad implícita perpetúa la cultura de impunidad. Es crucial que los varones también participen activamente en la lucha contra el acoso sexual, denunciando comportamientos inadecuados y respaldando a las víctimas para impulsar un cambio cultural significativo. La disputa de sentido de los movimientos feministas contra la violencia patriarcal debe enfocarse en una demanda por justicia, combatiendo el acoso, abuso y hostigamiento sexual, de la mano de un reclamo por el acceso a una justicia pronta, informada y efectiva. Es de notar también el efecto dominó que genera la primera denuncia en las otras víctimas, el quiebre con la creencia de “esto me sucede solo a mi”, “yo lo provoqué” o el más reciente “mirá cómo me ponés”, que hace las mujeres que atraviesan estas situaciones se auto-inculpen, desaparece cuando otras se animan.

También es importante destacar la inacción del sistema de Justicia ante hechos de este tipo. Quizás allí encontremos la explicación de por qué no denunciaron antes. Una profunda reforma en materia de administración de justicia en nuestro país es una bandera que debemos seguir agitando, ya que es una de las causales de la “insatisfacción democrática” es la falta de acceso a la justicia para las mayorías. En estas causas en las que las víctimas son mujeres, el Poder Judicial está en deuda una vez más, y la perspectiva, más allá de alguna excepción a la regla, no es buena. Eso lleva a buscar alternativas, nuevas estrategias, y la habilitación  de otros ámbitos para exigir que la impunidad se termine .

Arrimo algunos conceptos básicos que definen el tema. El acoso y abuso sexual en el ámbito laboral se inscribe en tres grandes ejes. La violencia contra las mujeres en un entorno laboral sexista se manifiesta a través de un abuso de poder, tanto jerárquico como de género, por parte del acosador, quien fundamentalmente exhibe actitudes sexistas y machistas. En ningún caso considera a las mujeres como iguales, sino que se acerca a ellas mediante engaños y abuso de su posición de poder. Las denunciantes han descrito estas características de manera precisa, destacando también la falta de empatía hacia las mujeres, evidenciando plena conciencia de estar causando daño y de la ilicitud o el reproche que amerita su conducta.

Este comportamiento no se limita a una obsesión ocasional con una mujer específica, sino que revela una conducta repetitiva de menosprecio de género. Los testimonios de quienes han denunciado a Brieger hasta ahora reflejan la sensación de impunidad con la que actuaba, tanto en el ámbito laboral como académico.

De la vista rápida de los testimonios que se han hecho públicos se advierten características bien definidas. Mujeres jóvenes, estudiantes –sus alumnas, muchas de ellas–, todas en busca de una nota, una especialización laboral. También las conductas desplegadas de manera violenta en muchos casos, que irrumpieron en la vida de sus víctimas con distintos grados de hostigamiento, tocamientos y acciones concretas de exhibición obscena, sorpresa violenta que paraliza, generando un daño mayor que le permite, en muchos casos, perpetrar el abuso.

Las denunciantes que han sufrido acoso sexual en el lugar de trabajo tienden a afrontarlo en solitario, ocultando lo ocurrido, circunscribiéndolo a la esfera personal, aunque a medida en que aumenta la gravedad del mismo se incrementa la búsqueda del apoyo del entorno cercano. Esto se ha dado en muchos de los testimonios expuestos en la denuncia, llamando poderosamente la atención el silencio cómplice de aquellos que tomaron directo conocimiento de los hechos.

Cuesta creer que quienes han compartido con el denunciado ámbitos de trabajo por un periodo prolongado de tiempo no hayan “advertido nada” de lo que pasaba. No parecen ser hechos aislados, y con seguridad –de esto me hago cargo, por experiencia en la atención a víctimas de delitos contra la integridad sexual– deben ser muchas más las mujeres que han sufrido acuso/abuso por parte de Brieger que las 19 ó 20 que han hecho pública la denuncia. Por lo general los consejos que reciben de quienes han tomado conocimiento de la situación son altamente conservadores, nada proclives a un enfrentamiento con la situación, con un fuerte componente de evitación, de dejar pasar, de callar, de no exponerse, conductas que le han hecho un daño adicional a las víctimas que advirtieron, contaron o compartieron lo que les estaba pasando.

No caben dudas de que el acoso sexual constituye un hilo de continuidad de la violencia de género (Daza Bonachela y Martín Muñoz, 2012) y contribuye a mantener un orden de género basado en la discriminación. La definición de violencia del artículo 4 de la Ley Nº 26485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, dice que se entiende por violencia contra las mujeres "toda conducta, acción u omisión, que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, como así también su seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el Estado o por sus agentes. Se considera violencia indirecta, a los efectos de la presente ley, toda conducta, acción omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón.

Es evidente, y surge de los relatos que han sido expuestos, que todas o casi todas las víctimas han abandonado sus trabajos o han tenido que cambiar de lugar para no cruzarse, lo que evidencia cómo se desarrollaban las relaciones interpersonales en esos ámbitos laborales: impunidad para el acosador/abusador sexual y ocultamiento, en el mejor de los casos, de las víctimas.

Muy grave sin duda alguna es el tema del acoso/abuso sexual en los ámbitos y espacios educativos en los que Brieger desarrollaba sus actividades como docente y especialista en temas internacionales, lugar en el que ha acosado/abusado de alumnas o ex alumnas muy jóvenes, a quienes por lo general duplicaba en edad.

Estas practicas cubren todas las modalidades de acoso sexual, identificadas como sexismo o acoso leve, que comprende conductas tales como chistes, bromas, piropos, comentarios incómodos de o preguntas de contenido sexual, acercamientos excesivos, presentados la mayoría de las veces de forma esporádica y no recurrente, denominadas en algunos estudios como acoso leve (INMARK. Estudios y Estrategias S.A., 2006), y en otros como sexismo (Begoña Pernas, Roman, & Ligero, 2000); también acoso ambiental verbal, que comprende conductas que crean un entorno intimidatorio, hostil o humillante para la persona que es objeto de la misma. Esta engloba las invitaciones insistentes a citas, roces indeseados, miradas morbosas o gestos sugestivos (Begoña Pernas, Roman, & Ligero, 2000), y acoso ambiental físico, que hace referencia a conductas que dan lugar a intimidación o humillación de la víctima mediante tocamientos, acercamientos innecesarios (Organización Internacional del Trabajo, 2011); por último, el chantaje sexual, acoso de intercambio, que es el producido por un superior jerárquico (o una persona con poder) que solicita un favor sexual a otra persona, generalmente en situación subordinada, condicionándola con la consecución de algún beneficio o decisión que afecta al desarrollo de su vida laboral o académica (Capilla Navarro, Ferrer Pérez, & Bosch Fiol, 2016).

Sí está claro que el efecto dominó (visto en reversa), donde las piezas se levantan al ser tocadas por otras, hace posible que podamos visibilizar el tema, movilizar colectivos y exigir que quienes tienen responsabilidades especiales y representación popular para transformar esta realidad se pongan a la altura, para que estos abusos se terminen.

Por último, es de destacar que Brieger no fue un lobo solitario que actuó en la marginalidad. Llevó adelante alguno de estos abusos en público y a la luz de muchas personas que optaron por callar y no otorgarle a estos hechos la gravedad que tienen, generando instancias de escucha activa con sus víctimas, que sufrieron las consecuencias —algunas las padecen aún—, en contraposición a lo que hemos construido desde los feminismos, refugios amorosos y colectivos donde el “Yo sí te creo” rompe las barreras que impone el silencio y posibilita instalar un lugar donde habite la palabra.

 

 

 

 

 

 

 

 

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