Educando a los invisibles
En la escuela Isauro Arancibia confluyen muchos de los que le buscan una segunda oportunidad a la vida
En el año 1998, la Confederación de Trabajadores Argentinos (CTA) tramitó ante el Ministerio de Educación la creación de un Centro Educativo para los afiliados que no habían podido terminar la escuela primaria. Concedido el permiso, las primeras alumnas provinieron de la Asociación de Meretrices Argentinas (AMAR). Ese es el origen de la escuela Isauro Arancibia para adolescentes, jóvenes y adultos en situación de calle. Desde aquel momento esta institución (“nómade”, la definen sus docentes) funcionó en cuatro sedes distintas y desde hace dos meses está en Paseo Colón 1364, en un edificio enorme, de tres niveles (subsuelo, planta baja y primer piso), bonito, nuevo, cómodo, amplio pero lleno de limitaciones importantes y pendientes serios. Al igual que el enflaquecido plan FINES, entre desfinanciaciones y carencias, la Isauro es, a pesar de todo, un espacio modelo, ejemplar. La acumulación de logros durante 21 años de actividad no ha sido suficiente para obtener el estatus de escuela. Sigue siendo, legalmente, un centro educativo. El Cohete a la Luna estuvo en la Isauro y la recorrió con su directora Susana Reyes. “La parte socio-educativa está bien. Lo que nunca termina de resolverse es la infraestructura, porque siempre falta algo”, señala.
Reyes se inició como maestra en 1998 en la sede de la CTA. Su alumnado eran “unas doce o quince mujeres” todas vinculadas a AMAR. En ese momento Susana le escuchó decir a Elena Reynaga (activista, luchadora contra el drama de la trata sexual en la Argentina y en Latinoamérica): '¿Vos sos mi señorita?' Hoy dice Reyes: “A los maestros nos conmueven con otra pregunta: '¿Me pone un 10?' Porque eso significa la aprobación que siempre les han negado. Ellos dicen con orgullo: 'Mirá lo que me puso la seño. Estoy rescatado'. Y la verdad es que se merecen más que un 10, porque son un ejemplo de resistencia”. Profesora de enseñanza primaria, con especializaciones en alfabetización de adultos y en educación popular, directora por concurso de otra escuela para adultos, felizmente reubicada en esta, Reyes afirma que “el adulto que elige volver a la escuela o empezar por primera vez es, siempre, alguien que antes fue privado, marginado, excluido, expulsado por distintos motivos y que quiere volver a ser el niño que fue o que podría haber sido. Me acuerdo lo que me confió Elena Reynaga: 'Quiero aprender para escribir todo lo que tengo para decir'. Los que vienen quieren pensarse de otra manera y luchar por ellos y por los derechos que ni siquiera sabían que tenían”.
En 1977, Reyes, militante de la Juventud Peronista, fue secuestrada junto a su pareja. Embarazada, pasó tres meses detenida-desaparecida en el centro clandestino de detención El Vesubio del que sobrevivió. No así su marido, Osvaldo Mantello, cuyos restos, enterrados como NN en el cementerio de Avellaneda, fueron recuperados en 2009 por el Equipo Argentino de Antropología Forense. “Mi trabajo aquí –dice Reyes, que comparte tareas con otros 120 docentes y no docentes– significa un legado a mis compañeros desaparecidos. En los años '70 luchamos para no consentir que la gente viviera o durmiera en la calle”. La escuela lleva el nombre del tucumano Francisco Isauro Arancibia, primer secretario general de la Central de Trabajadores de la Educación (la CTERA), asesinado por personal civil y policial en su provincia el mismo 24 de marzo de 1976, junto a su hermano Arturo René. El cuerpo del maestro rural fue mortificado con 120 balazos. La patota asesina se llevó todo lo que pudo de la humilde casa de Isauro. Incluso unos zapatos que hacía poco tiempo le habían regalado sus sobrinos. Es por eso que en varios lugares de la escuela aparecen siluetas en papel, representativas de los pies de Isauro en los que alumnos y maestros incluyen frases y consignas y comparten la pregunta, '¿Adónde nos llevan los zapatos de Isauro?' Reyes explica: “Reinterpretamos la frase de un escritor: 'Recuperemos los zapatos de Isauro porque no es justo que un maestro camine descalzo por el cielo'".
Una currícula muy diferente
El Isauro está reconocido como Centro Educativo, dependiente del área de jóvenes y adultos del Ministerio de Educación de la Ciudad. Fuertemente apoyados y entendidos por Alberto Sileoni, primero en Educación de la ciudad (aquí con Alejandro Kuperman) y luego a cargo de la cartera nacional, también resultó positivo el vínculo establecido con el ministro Mariano Narodowsky, ya con Macri como jefe de gobierno. Pero, admite, la relación con la actual titular del área educativa porteña, Soledad Acuña, no ha sido ni fluida ni estimulante. “Aunque no nos dieron el título de escuela nosotros le decimos así. Damos título, todo legal; calificamos, entregamos boletín, controlamos presentismo e incluso deserción. Aunque en este rubro tenemos cuidado porque nuestros alumnos están muy expuestos a perder en un minuto lo poco que tienen, a caer presos, a enfermarse. Pero siempre vuelven”, reseña.
De diciembre del 2015 a la actualidad la cantidad de personas que se acercaron a la escuela creció en un 30 por ciento. “Muchos vienen a pedir comida. Y nosotros nunca decimos que no: todo lo que hay, se reparte”, dice la directora. Muestra fotos para contar que en el reciente 25 de mayo sirvieron locro en la calle y se juntó mucha gente. Ahora falta poco para el 20 de junio. En cada conmemoración a la bandera los alumnos estrenan una nueva canción, pensada y compuesta por ellos. Es la que cantan el siguiente año. La actual la titularon La Guerrera y en un momento dice: “Es la bandera guerrera / que en nuestra escuela flamea. / El latir del despertar/ le da vida a un nuevo andar. / Son las banderas guerreras / que en nuestra escuela flamean”.
Hubo distintas banderas que agitaron durante largo tiempo cuando por la construcción del Metrobús del Bajo, la escuela perdió su lugar y siguió funcionando en sedes provisorias. Las movilizaciones en defensa de este bastión de la educación popular incluyeron abrazos al antiguo predio, la presencia de organizaciones sindicales, pronunciamientos de entidades defensoras de los derechos humanos, clamor de alumnos, ex alumnos, docentes que desde la sensatez militaron una frase contundente: “‘El Metrobús no enseña. La escuela sí’.
La escuela, hoy
La Isauro es una escuela de jornada extendida en la que, en doble turno, unas 300 alumnas y alumnos menores y mayores de 14 años procuran terminar la primaria o la secundaria (en este caso con la ayuda pedagógica de la Universidad Nacional de Avellaneda). Algunos aprenden a leer o a escribir por primera vez, otros intentan comprobar su nivel educativo. Son mujeres y hombres que encuentran allí un lugar de comprensión, de contención y de desarrollo.
Pero no todo confluye en el aprendizaje del abecedario o entender cuánto es dos por cuatro. El Centro de Acceso a la Justicia (CAJ) los ayuda a gestionar documentación personal imprescindible y que nunca tuvieron; un equipo interdisciplinario (médicos, psicólogos, trabajadores sociales) del Hospital Argerich los controla y previene enfermedades y fundamentalmente les enseña a perder la desconfianza y les inculca que los dolores no deben ignorarse. Con otras instituciones (la Universidad Nacional de las Artes y la Universidad Nacional de Quilmes) y colaboradores solidarios participan de talleres de oficios (peluquería, reciclado de bicicletas, costura, panadería, gastronomía) y de artes (plástica, serigrafía, fileteado porteño, música, cine, video, radio, literatura). Cada miércoles, la actriz Rita Cortese ofrece nociones de teatro. “Hace unos días –informa Reyes – fueron juntos a un festival de cine en Wilde y al final de una función algunos subieron al escenario a rapear. Fue un momento muy bello e interesante, porque los invisibles de siempre empezaron a volverse visibles. Y fueron muy aplaudidos”. También editan la revista de frecuencia anual Realidad sin chamuyo, una publicación excelente, sin estereotipos, bien redactada (hasta con el flamante lenguaje inclusivo) y diseñada por “pibas y pibes de segundo y tercer año”. A sus entrevistados –todos personajes de enorme repercusión, Rodrigo de la Serna, Ricardo Mollo, Víctor Hugo Morales, Mercedes Morán; la entrevista del número del 2019 será a Vicentico– los entrevistan y los despiden con la misma pregunta:’ ¿Qué es para vos la realidad sin chamuyo?’. Acota Reyes: “A eso, al chamuyo, es una de las cosas a las que más les temen. Tantas veces fueron engañados, maltratados, ignorados, castigados”.
Amor, tiza y libertad
Cuando se refiere a sus alumnos, Susana Reyes habla de pibas y pibes. Define: “Hablo de personas que desde chicos vieron sus derechos arrebatados, que tuvieron vidas aberrantes, que en muchos casos imaginaron que no vivirían más allá de los 30 años, que recibieron mucho desamor. Todos llegan con alguna clase de estigma: abandono, delito, drogas, violencia. Para nosotros son estudiantes y para ayudarlos a dejar atrás sus pasados siempre los abrazamos, los besamos, les ofrecemos una mirada amorosa que les permita entender que hay otro mundo”.
Eso, puertas adentro. Pero afuera tienen un modo de estar juntos, de defenderse y resistir los códigos de la calle: juntarse en ranchadas. En el editorial del número 15 (año 2018) de la revista explican la esencia de una ranchada: “Es donde convive gente que no tiene hogar. Vivimos entre compas formando una familia por la amistad. Uno vive en la calle porque se fue de la casa, por problemas con la familia, por abandono, por sentirse solx (sic), por las drogas, por problemas judiciales… Capaz parás ahí toda la vida o quizás pasás y te vas quedando. Uno no está en cualquier ranchada, te tenés que conocer mutuamente”.
En el interior del Isauro funciona un jardín maternal en donde chiquitos quedan a buen cuidado. Y no lejos de allí, en la vecina plaza que se llama 30.000 Compañeros están desarrollando una huerta. A través de una asociación civil gestionada por el mismo personal, un pasaje cerca de San Juan y General Urquiza sostienen al Centro de Integración Social (el CIS, rebautizado La Milagro Sala), donde pueden hacer pie hasta 18 adultos. Susana Reyes se explaya acerca de un sujeto educativo poco común: “Ellos sienten que tienen que tener una vida como la de todos. Aquí tratamos, antes que nada, de que aprendan a aceptarse. Y eso solo podrán conseguirlo si se dan cuenta que son producto de una sociedad castigadora, que por políticas inadecuadas dejó a montones de familias sin mínimos recursos. Así procedió la dictadura del '76; de ese modo agravaron las cosas en la década del '90 y con el actual gobierno la destrucción vuelve a repetirse. No es que están donde están porque no supieron. Un orden indeseable y terrible los colocó donde están. Pero tienen nuestros mismos sueños: trabajo, familia, hijos. Y en la práctica lo que escuchamos que nos demandan es más escuela”.
La recorrida
La guiada llega a la cocina. Es viernes cerca del mediodía y los alumnos están volviendo de la clase de Educación Física. El menú, enviado como cada día desde algún área del Ministerio, no siempre alcanza. El de hoy ofrece milanesa industrial (que no es ni de carne, ni de ave, ni de pescado, ni de soja) sino de alguna combinación alimenticia, con guarnición de ensalada de zanahoria y tomate y una naranja de postre. Desde hace tiempo la vianda oficial eliminó el pan por no considerarlo saludable. Ahora en los envíos incluyen alternativamente una barra de cereal, un yogurt o una manzana. Hace poco, cuando el plato principal de la jornada fueron lentejas, algunos alumnos ironizaron sobre la ausencia de pan empujando la comida con una rodaja de manzana. Con frecuencia, desde la panadería artesanal de la escuela reponen cuotas del pan faltante.
Hace unos años a Susana Reyes la presionaron para que apresurase su jubilación. Indica que los docentes tienen un régimen especial: pueden abandonar sus labores a partir de los 57 años. Resistió esa intromisión de neto carácter político y de persecución ideológica porque, como integrante de la Junta Nacional de CTERA, tiene inmunidad. Eso la libró del hostigamiento. Ahora, formal, sonriente, anuncia: “Ya es el momento. Tomé la decisión de jubilarme. A lo largo de mi carrera hice un montón de cursos de capacitación porque sirven para calificar y obtener puntaje. Pero te confieso, aprender, en serio, aprendí acá, con los que nos interpelan diariamente, en lo educativo, en lo humano”.
Subimos, bajamos escaleras, recorremos pasillos, conocemos aulas y espacios diversos. Hace un poco de frío, pero no son pocas las cosas que reponen calor y generan vida. En las paredes encandilan algunas frases. “En el Isauro siempre hay vacantes”; “Vamos caminando, aquí se respira lucha”; “Los dejaron sin techo a los sin techo"; “Un lugar molesto porque hace visible lo que se pretende tapar”.
- Para conocer más sobre este tema: el libro “La escuela Isauro Arancibia, una experiencia colectiva de educación popular en el sistema formal" (de Susana Reyes y colaboradores, editado por Novedad); el documental 'Maestros del viento' y el libro 'La oruga sobre el pizarrón', de Eduardo Rosenzvaig.
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