María Seoane había tenido que despedirse de su padre sin saludo ni abrazos. Después del secuestro de un primo, sabía que su militancia como dirigente estudiantil en la universidad podía ponerlos en peligro.
Para citarlo, había recurrido a un amigo de él:
–Don Vargas, dígale a mi viejo que, a las 6 de la tarde, cuando sale, nos encontramos.
Aprovechó la coincidencia de que el hombre vendiera relojes en una estación de la misma línea de subte en la que trabajaba su papá, la B, con cabecera a cuatro cuadras de la Casa Rosada, que ya llevaba un año ocupada por genocidas. En la escalera le informó:
–Me voy.
–Cuidate. Te dejo plata con Vargas.
Cuando terminaron de subir, tomaron rumbos opuestos.
Que llovía, llovía sobre tu corazón
En aquel mayo de 1977 en que tomó la decisión, las Madres acababan de dar su primera vuelta a la Plaza de Mayo, ignoradas por las mayorías, más interesadas en planificar las vacaciones de invierno; si era fuera del país, mejor.
Con esa gente se cruzó, en julio, rumbo a Brasil, un día de llovizna y aparente normalidad. “Alguna vez voy a contarlo. Yo voy a contar lo que está pasando”, se prometió.
Hasta tanto, debía hacerse a la idea de cumplir los 30 en otro país, o en otro continente.
Un otoño te trajo mojando de agonía
Antes de que empezara el invierno, recaló en las playas de Río de Janeiro, donde vio a muchos exiliados. Aunque nadie hablara de un Plan Cóndor, ella percibió que seguir ahí no era seguro. Se fue a Italia, luego a Suiza. Cuando por fin recaló en México, se encontró con 1.200 argentinos. Tenía con quien contar. Y empezó a contar.
Primero, en el diario Uno Más Uno, desde el 30 de diciembre de 1981 en que empezó a hacer correcciones hasta que tuvo la oportunidad de escribir sobre la guerra de Malvinas. Luego, desde una revista, en la veta periodística para la que Gregorio Selser le había visto cualidades. Lo hizo con el seudónimo de Laura Avellaneda.
Para entonces, presidía la Casa Argentina de Solidaridad, donde armaron un comando de campaña que pasó a tener mayor actividad cuanto más se acercaba la salida democrática que, concretada el 10 de diciembre de 1983, los decidió a cerrar y devolver la Casa que había recibido prestada del Presidente de la Nación, Luis Echeverría.
Antes de volver, participó de la filmación y estreno del documental Intemperies, con 1.500 fotos que se tomaron haciendo las valijas, imágenes que cerraron con una canción de María Elena Walsh, La cigarra.
Igual que sobreviviente que vuelve de la guerra
Dos meses después estaba de regreso, en un avión lleno de argentinos, con la compañía del hijo de 8 años de un compañero, al que traía para reencontrarlo con la mamá. Al final del vuelo, Juancito le pasó sus auriculares, donde sonaba La zamba de mi esperanza, por Mercedes Sosa.
Entrevista con Télam a principios de este año para el documental "Democracia: la noticia más esperada", ante Evangelina Bucari y Carolina Keve.
“Voy a contar lo que pasó, ahora voy a poder contarlo”, se dijo.
–Para el primer trabajo que tuve de periodista en la Argentina, Horacio Verbitsky fue muy generoso. Me consiguió un lugar en una revista que se llamaba Qué (ríe) éramos tan jóvenes –rememoró.
Por los vínculos del exilio fue invitada a La Plata, donde escuchó hablar del episodio de la Noche de los Lápices. Habrá de regresar al caso hacia mayo de 1985, cuando para la revista El Periodista cubrió el Juicio a las Juntas Militares, donde oyó a Pablo Díaz. De eso conversó con Eduardo Luis Duhalde.
–Hay que escribir esta historia –propuso María.
–Voy a hacer una editorial, Contrapunto. El primer libro va a ser Ezeiza, de Verbitsky. El segundo, La Noche de los Lápices.
–Ah, ¿y quién va a escribirlo?
–Vos.
Tú que escuchaste mi padecer
Desde aquel volumen inicial (llevado al cine) hasta el último, El nieto, la trágica y luminosa historia de Ignacio Guido Montoya Carlotto, siempre le puso el oído a quienes tenían algo para decir que ayudara a entender qué nos pasó. Ya estaba ella para contarlo.
El primero lo escribió con Héctor Ruiz Núñez; el último, con Roberto Caballero. Siempre generosa, también a mí me invitó a hacer un libro juntos; me abrió su casa para trabajar en la biografía de Verbitsky, tarea que se topaba con la enorme dificultad de compendiar mucha historia y obra en un espacio limitado, además de cuestiones editoriales, de contratos y competencias que cancelaron el proyecto.
De aquella experiencia me dejó un prólogo para un libro mío y agradeció, humilde, mis aportes a un artículo en Wikipedia de donde abrevaron las recientes necrológicas con la ristra de premios, como el Konex (1994); el Rey de España (1998) por la investigación sobre los documentos secretos entre la dictadura y el gobierno estadounidense; el de la Fundación Henry Moore (2000); el Rodolfo Walsh (2002); el de Mujer Destacada (2003), el de Personalidad Destacada de la Cultura y el de Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires (2018 y 2021).
Nunca paró de trabajar. Editó colecciones en las que trabajó con el historiador Felipe Pigna, a quien sumó a la dirección de la revista Caras y Caretas. Como las letras no le alcanzaron, incursionó en los documentales, en la edición y en la difusión por otras vías, donde aplicó su experiencia mexicana de haber conducido toda la actividad cultural de una librería.
Su experiencia internacional la llevó a colaborar con medios de otros países; integró el jurado del Premio Casa de Las Américas (Cuba, 1991), coordinó talleres de periodismo para las Universidades de San Andrés y de Columbia, fue consultora en la Organización de Estados Americanos (OEA) y elaboró informes para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Tus manos buenas regresaban presentes
En los años menemistas, fue jefa del suplemento Zona de Clarín, que la recuerda como “una de las primeras mujeres en acceder a una posición editorial de relieve en el periodismo de diarios”.
Su trinchera fue la Asociación Periodistas, con lo más granado de la prensa nacional en defensa de la libertad de expresión. En este siglo, en cambio, dirigió la Radio Nacional a la vez que inspiraba COMUNA, Comunicadores de la Argentina, en defensa de la ley de servicios audiovisuales, donde compartimos sus últimos años de militancia.
De la experiencia de construcción de una comunicación popular, Héctor Larrea destacará que “siempre me cuidó y me trató con delicadeza”, a partir de que lo convocara a sumarse a la FM Folklórica, parte de un abanico sonoro que daba gusto escuchar durante todo el día, cuando la emisora llegó a los mayores niveles de audiencia y calidad. Renunció a la dirección de la Radio Nacional en 2015 con un duro mensaje contra el nuevo gobierno y un modo de periodismo al que acusó de “policía macrista”.
De la ex jefa de Estado previa, su jefa, acaba de recibir esta despedida: “Gran periodista, escritora y militante comprometida. Querida María, vamos a extrañarte mucho”, comentó Cristina Fernández de Kirchner.
Para presidir COMUNA propuso a Hugo Muleiro, quien la recuerda: “Me llamaba y decía: ‘Huguito de mi corazón, escuchame’. ¡Zas!, pensaba, porque se venía una catarata de ideas, propuestas, iniciativas para seguir en la lucha, para actuar de inmediato, para defender lo que pensaba y llevarlo adelante. Como cuando, en 2010, vio la necesidad de agrupar más fuerzas para defender la ley de radio y televisión y puso en marcha COMUNA. Era aluvional, iba a siempre a toda velocidad, pero nunca equivocando el camino. Quienes la queremos, tenemos la obligación de mantener vivos sus sueños. Gracias, María Seoane”.
Su hermano Vicente Muleiro, con quien ella redactó la biografía de Videla, reveló: “Entera, y al tanto de su situación, el jueves 21 me dijo: ‘Lo que más lamento es que no voy a ver caer a este hdp’. Enjundiosa, talentosa, inteligentísima, manejaba el arte de juntar amigos. Subrayaba la amistad con intensidad, sin esfuerzo. Compartimos intensas y bravas aventuras periodísticas coronadas con la escritura conjunta de El dictador. Se nos fue una luchadora de alta intensidad; en mi caso también una hermana de la vida sin reposición. Lo que más hay es duelo”.
El 25 de enero, María había cumplido 75 años, tiempo que supo aprovechar para dejar su marca indeleble. Después de superar las calles de la melancolía, aportó su jovialidad para hilvanar las estrofas de una nueva canción, siempre vital, con la que haría escuela.
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