A diez días de los comicios generales un par de imágenes porteñas dieron la vuelta al mundo. En si mismas carecen de significación, por encima de los hechos que en forma individual implican. Adquieren sin embargo múltiples sentidos en el contexto en que se desatan, asociado inevitablemente al estremecimiento corporal que producen, a los efectos simétricos e inversos que los empapan.
La escena de la empleada doméstica limpiando desde el exterior los ventanales de un sexto piso en un edificio de lujo de lo más coqueto del barrio de Belgrano, más allá de las características propias de la mujer y la plena responsabilidad de sus patrones, conmueve por lo paradigmático. No menos que la reacción indignada que promueve. Condensa una marca de época en la que se cristaliza un modelo de relación laboral instituido y, aún, naturalizado. Difícil dejar de vincular el hecho a que transcurre en el corazón geográfico de uno de los núcleos duros cambiemitas, por más que tal circunstancia pueda carecer de toda relación con el acontecimiento. La zona sigue siendo un espacio de privilegio, colonizado durante la última dictadura por funcionarios y jerarcas militares que, por más que tal presencia se halla diluido con el tiempo, quedan las marcas. Desde hace cuatro décadas, en esa avenida de doble mano perdura un semáforo de giro a la izquierda instalado para que un general y los suyos accedan a su cochera.
En el otro extremo, el desvanecimiento de un hombre enfermo que acudía a sus labores e impulsa a las vías de la estación Pueyrredón del subte D a una mujer trabajadora, hace de la mera fatalidad una reacción en cadena de solidaridad social. El público dudando de lanzarse a las vías para salvar a la víctima en riesgo, hasta hacerlo. Bolsos, maletines, mochilas y brazos advirtiendo a la conductora del tren. Gritos de socorro y bullicio perceptible en el audio de los videos, en idéntico sentido. Nadie culpabilizando al pobre hombre desmayado y con la cabeza rasgada que inició en forma involuntaria la seguidilla. Ni la policía. El convoy que frena. Desgracia con suerte en el subsuelo de la patria amenazada.
Acaso entre una y otra imagen el azar haya desplegado el contingente imaginario que estremece la Argentina del momento. Atribuirle connotaciones simbólicas parece un exceso. Interpela entre tanto los respectivos cuerpos –la empleada doméstica, los ocasionales testigos que registraron el riesgo, el trabajador desvanecido, la señora caída, les compañeres de andén— directamente implicados, en esta tierra, en ese instante. Por fortuna, también sacude y de algún modo representa una y otra vez a quien deja de permanecer ajeno. Entre lo más bajo registrado en lo más alto, y lo más alto experimentado en lo más bajo, fluye la desazón y la esperanza.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí