Dos de octubre no se olvida
La Presidenta mexicana Sheinbaum calificó La Matanza de Tlatelolco como crimen de lesa humanidad
La flamante Presidenta de México, primera mujer que alcanza esa función en su país, por tradición o prejuicio siempre señalado como machista, inauguró lo que serán sus habituales conferencias de prensa de un modo muy poco común, con una clara y dura apelación a la memoria.
Es más que obvio que quiso decirle a su pueblo que no se debe olvidar los crímenes de Estado, que debe conservar su memoria, porque es la primera condición para que no se reiteren. Se trata de un mensaje que resuena a lo largo y ancho de toda nuestra América, incluyendo a nuestro país: para no reiterar el pasado, los pueblos no deben olvidarlo.
Claudia Sheinbaum recordó lo sucedido el 2 de octubre de 1968, a cincuenta y seis años de ese día, en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas de lo que entonces era el Distrito Federal, hoy Ciudad de México.
Justamente, el nombre de la Plaza responde a que en ella se hallan los restos arqueológicos prehispánicos de un gran mercado, los testimonios de la conquista española, que construía sus templos sobre los restos de los prehispánicos, y el testimonio de la modernidad, con la torre que ocupa la Secretaría de Relaciones Exteriores. Para mayor significación nacional, la alcaldía en que se halla la Plaza lleva el nombre de Cauhtémoc, el joven emperador torturado y muerto por el ladrón y asesino Hernán Cortés.
Cobra singular significado que, precisamente, en ese lugar tan significativo se haya cometido, ese 2 de octubre de 1968, lo que la Presidenta califica ahora como el peor crimen de Estado de la segunda mitad del siglo XX. Pidió disculpas públicas por ese hecho horrible y la Secretaria de Gobernación leyó un decreto en el cual se lo califica como crimen de lesa humanidad, señalando por su nombre al responsable. La propia Presidenta recordó que era niña cuando su madre fue destituida por participar en las protestas de ese año, como también que la llevó a visitar presos al tristemente conocido como Palacio Negro de Lecumberri, legendaria prisión creada en tiempos de la dictadura de Porfirio Díaz y donde en 1913, el Chacal traidor y asesino Victoriano Huerta fusiló a Madero y Pino Suárez, pero que funcionó como presidio hasta 1976, convertida ahora en el Archivo General de la Nación.
En nuestra América se suele recordar –como siempre— lo que nos es ajeno y, en este caso, lo que nos viene primero a la memoria del lejano 1968 es el Mayo Francés, pero pocos recuerdan el trágico '68 mexicano. Por eso, Dos de octubre no se olvida, el virtual lema lanzado por la Presidenta Sheinbaum, debe resonar muy fuerte por toda nuestra región, en momentos en que con demasiada frecuencia se pretende inventar, deformar y retorcer la historia.
¿Qué pasó en ese fatídico 2 de octubre? Es menester recordarlo, porque a muchos le sonará como algo lejano y ni siquiera bien registrado.
México se hallaba movilizado por una serie de protestas estudiantiles, marchas reprimidas por las policías, incluso una ocupación de la Ciudad Universitaria de la UNAM por el ejército, la renuncia del Rector, movilizaciones en el centro de la ciudad, todo lo cual el gobierno atribuía a la Unión Soviética y a Cuba, cuando ninguno de ambos países publicó mucho sobre lo sucedido, pues la verdad es que, discretamente, prefirieron mantener buenas relaciones con México.
Tengo la personal impresión de que la pretensión de que se gestaba una revolución o algo semejante, no pasaba de ser una estudiantina, aunque solo algunos gritaban no queremos olimpiadas, queremos revolución. Pero hasta cierto punto el gobierno magnificó el riesgo creyéndolo mucho mayor, por efecto de una Inteligencia poco inteligente. Los gobiernos autoritarios suelen tener órganos de información que magnifican los peligros, para que los autócratas los consideren más importantes e indispensables y les otorguen más poder y dinero.
De todos modos, lo que era cierto—y el gobierno temía con fundamento— era que ese movimiento estudiantil opacase la celebración de los Juegos Olímpicos de ese año, con los que quería mostrarse al mundo bajo el lema Todo es posible en la paz. El Mundial de diez años más tarde—en plena dictadura argentina— no fue un invento local, como puede observarse.
Debido a eso, la inquietud y nerviosidad del gobierno aumentaba ante la proximidad de los Juegos Olímpicos y, si bien el 1º de octubre el ejército había salido de la Ciudad Universitaria, al día siguiente se reunieron miles de personas en Tlatelolco, convocados por el llamado Consejo Nacional de Huelga. Por parte del gobierno, siempre mal informado por su pobre e interesada Inteligencia, se temía que los manifestantes quisiesen tomar la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
El gobierno había creado apresuradamente el llamado Batallón Olimpia, que era una organización paramilitar destinada a vigilar, infiltrarse y también a usar los conocidos métodos del poder punitivo subterráneo contra la subversión. En esa ocasión sus integrantes se infiltraron entre los manifestantes y llegaron a ponerse casi junto a los oradores del encuentro. Como puede observarse, el gobierno se sometía a un cuerpo de oportunistas y los manifestantes estaban muy poco preparados para detectar infiltrados: el peligroso juego de equivocaciones y falta de experiencia. También había algunos helicópteros sobrevolando la manifestación. Se dispararon bengalas de colores y los infiltrados desde las alturas de los edificios comenzaron a disparar contra los manifestantes, pero también contra los militares que vigilaban el lugar y que se sintieron agredidos, por lo cual, en la confusión comenzaron a disparar, no contra los infiltrados, sino contra los manifestantes.
Lo posterior es conocido: muchos manifestantes se ocultaron en edificios aledaños, pero el ejército los persiguió e invadió domicilios sin orden judicial, se detuvo a periodistas y se les secuestraron las cámaras o lo rollos de película, la periodista italiana Oriana Fallaci y otros fueron heridos, se detuvo a unas tres mil personas que fueron vejadas y repartidas en las diferentes cárceles disponibles y los organizadores destinados a un campo militar.
El número de muertos no está determinado y permanecerá incierto. El gobierno reconoció veinte o treinta, pero esta cifra no es creíble, en tanto que las estimaciones que parecen más cercanas a la realidad lo estiman entre doscientos y trescientos, aunque algunos arriesgan cifras superiores. El ejército permaneció ocupando la plaza durante una semana, en la que se eliminaron los cadáveres y los bomberos pusieron todo en aparente orden. Se dice que los integrantes del Batallón Olimpia, disfrazados de operarios de limpieza, se ocuparon de llevarse cadáveres en vehículos de recolección de residuos. La famosa escritora y periodista Elena Poniatowska escribió un libro sobre este crimen, donde entrevista a una madre que, buscando los restos de su hijo entre los cadáveres, aseguró que en un mismo lugar había visto cerca de setenta.
Lo cierto es que el 12 de octubre de 1968, diez días después de esta matanza, se inauguraron los Juegos Olímpicos. En el estadio olímpico de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México, la misma que había ocupado el ejército, el Presidente Gustavo Díaz Ordaz inauguró estos juegos, a los que había llamado de la paz. No faltaron algunos hábiles mexicanos indignados que lograron lanzar un barrilete negro en forma de paloma sobre el palco presidencial.
Cabe aclarar que, a diferencia de otros autores de atrocidades, si bien trató de ocultar los hechos, Días Ordaz no eludió la responsabilidad, sino que en 1969 la asumió personalmente, ante su Congreso, pretendiendo que todo seguiría igual para México después de Tlatelolco y gracias a Tlatelolco, siendo aplaudido de pie por los serviles legisladores de su partido cuando lo hizo.
Como el poder no es eterno, aunque a veces no es nada fugaz, cuando con los años el PRI (Partido Revolucionario Institucional) perdió su largo unicato, se investigó y estableció la incuestionable responsabilidad de este Presidente, a quien la picaresca azteca hacía que muchos lo apodasen El Feo, por sus poco agraciadas facciones, como también la de su Secretario de Gobernación y posterior Presidente, Luis Echeverría Álvarez.
Este último, durante su presidencia, el 10 de junio de 1971, fue responsable de un crimen similar, conocido como La Matanza del Jueves de Corpus, La Masacre de Corpus Christi o también El Halconazo, en razón de que su banda de asesinos era conocida como Los Halcones. Díaz Ordaz murió en 1979 y Echeverría fue el primer ex Presidente mexicano citado por la Justicia, aunque murió en 2022 a los cien años.
Lo cierto es que hoy nadie recuerda positivamente la matanza de Taltelolco como pretendía Díaz Ordaz cínicamente en nombre de la paz, pero que, en definitiva, fue cometido poco menos que para no opacar los Juegos Olímpicos y mostrar al mundo la paz de los cementerios.
No valen mucho los recuerdos personales, pero como viví en México en 1968, no puedo dejar de recordar que los hechos anteriores al 2 de octubre me hicieron presagiar que algo grave se produciría. Creí prudente aceptar una invitación de dos semanas a la School of Criminal Justice de la Universidad de New York en Albany y para allá tomé un vuelo el 1º de octubre. Dos días después leería la noticia de Tlatelolco en los periódicos. Cuando regresé a México, en plena olimpiada, casi nada informaban los diarios fuera de esos juegos y otras banalidades. No obstante, la prensa extranjera estaba en México desde antes del 2 de octubre y los hechos no se pudieron ocultar al mundo, como ahora no se pueden ocultar a la historia. Decidí poner término a mi permanencia en mi siempre querido México y volver a la Argentina, sin imaginar que pocos años más tarde habría de asistir a hechos peores, puesto que nuestra América nunca está del todo libre de tragedias.
La flamante Presidenta de México nos sorprende ahora al inaugurar su primera conferencia de prensa haciendo memoria, con lo que nos envía un mensaje muy fuerte, al destacar sin tapujos el recuerdo de un terrible hecho pasado que no debe repetirse, para lo cual, como todos los otros de nuestra Patria Grande, nunca los debemos olvidar.
Publicado en La Tecla Eñe
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