Dos a quererse

La derecha y cierta izquierda coinciden en poner obstáculos a la industrialización

 

Obstáculos estructurales y coyunturales que no impiden el desarrollo

Bien decía Lenin que la política es economía condensada. Vale la pena tener presente el criterio porque desde hace años, en la discusión pública y publicada argentina, el lado derecho de la conversación envasa los objetivos pretendidamente económicos con los conceptos políticos más convocantes, entre los que han hecho del retroceder su razón de ser identitaria en la disputa del timón con el que se efectiviza el rumbo que toma la vida de la sociedad. Es en la consecución de la Argentina para pocos en donde los estrepitosos fracasos de los liberales y afines encuentran su día y espacio para continuar pontificando como si nada. Eso es más que indiscutible en las opiniones que por estos días están vertiendo los que fueran funcionarios del área económica en el gobierno de Juntos por el Cambio sobre nada menos que ¡inflación y crecimiento! Por ahora y vaya a saberse hasta cuándo, le ahorran al auditorio el regusto amargo de tener que fumarse sus sabios consejos acerca del endeudamiento externo.

Menos evidente pero no menos irónico es que los hacedores supérstites del Plan Austral sean afamados como especialistas en contener la inflación, cuando en la realidad no tienen ninguna credencial que respalde semejante blasón, salvo un discurso alusivo sin mayor valor práctico y de muy dudosa raigambre teórica y –eso sí– tanto una experiencia que derrapó en hiperinflación como el compromiso incólume de mantener en la pobreza a los trabajadores. Es más, se suele reprochar al entonces secretario general de la CGT, Saúl Ubaldini, los trece paros generales que le hizo al gobierno de la naciente democracia para que reabrieran las paritarias que los demiurgos del Austral querían tener sofrenadas, para hacerle pagar a los trabajadores el imposible equilibrio macroeconómico que buscaban. Por ahí los críticos de Ubaldini pretendían antes y siguen pretendiendo ahora que la caída de los ingresos de los trabajadores reduzca las importaciones y con el saldo obtenido por el desempleo pagar el endeudamiento externo, mientras subsidian al gran capital para que no se le estropee la rentabilidad por efecto de la baja en la demanda agregada. Sería un gran logro de la Argentina para pocos.

Por el lado izquierdo, se procede a empaquetar con contenido supuestamente político las serias limitaciones que este sector exhibe para formular un programa económico concreto que tenga visos de realidad. En la siniestra, la desorientación viene en dos variantes. Una minoritaria, que actúa como si supiera cómo se hace la transición del capitalismo al socialismo, y en la realidad no tienen ni la más pálida idea, y otra mayoritaria conformada por un conglomerado variopinto molusco. El síntoma inequívoco de la oquedad de la minoría se tañe en el perenne apego al necio oportunismo político que hace del ataque a las políticas de los gobiernos mayoritarios populares su mejor enemigo, no sea cosa que las masas se alienen y crean que el capitalismo es aceptable. Que objetivamente la provocación que protagonizan estas minorías siempre sea capitalizada por la reacción es la consecuencia inevitable de tal comportamiento.

El ala mayoritaria es un conglomerado de grupos que se enfrascan en denunciar a los males y a los malos de este mundo, dando a entender que a los grandes oligopolios se los puede voluntaristamente reemplazar organizando la revuelta de lo pequeño es hermoso en ese valle que era tan verde. Esta actitud no es ajena a la constante histórica de una oposición pequeñoburguesa al sistema capitalista que procede de una referencia confusa e inconsciente al Paraíso perdido de las relaciones mercantiles pre-capitalistas y que desemboca periódicamente en luchas retrógradas, contra las máquinas, contra la urbanización, contra los capitales concentrados, contra las multinacionales. En su momento, la vía nacional hacia el socialismo fue parte del peso de la responsabilidad del pequeño burgués blanco.

 

Un fuerte abrazo

En donde la derecha y la izquierda se dan un fuerte abrazo es en la impugnación consciente o inconsciente a la industrialización como medio para el desarrollo. La ecuación histórica de la derecha es directa: a más trabajadores en el sector manufacturas menos disfrute del poder político al que la tiene acostumbrada el subdesarrollo. A la izquierda todavía la acosan los fantasmas que se fueron con la caída del Muro y desconfía ontológicamente de la empresa privada. Es difícil identificar hasta dónde es sincero el fervor por la ecología o si resulta en cambio una coartada anti-industrialista. La confluencia de derecha e izquierda en ese rechazo se observa muy bien en el presente como historia de la década del sesenta.

 

 

Este gráfico es muy claro sobre cómo funcionó el estatuto del subdesarrollo entre 1962 y 1976. Utilizando un nuevo y completo conjunto de datos sobre las tarifas globales de transporte marítimo de mercancías no líquidas a granel desde 1850 hasta 2020, David Jacks, de Yale-NUS College, y Martin Stuermer, investigador del Banco de la Reserva Federal de Dallas (NBER, 2021), desarrollaron un nuevo índice de costo real de fletes. Vale confrontar los datos del novedoso índice con el mito que se impuso sobre la etapa 1962-1976, provisto por un análisis que tiene gran consenso y que dice que la Argentina se topó con la restricción externa porque las masas consumían mucho y eso generaba déficit comercial en función de que la sustitución de importaciones no se podía completar debido a que no había mercado.

Nunca sucedió eso. En todos esos años hubo uno solo de déficit comercial: el que correspondió a la devaluación de Adalbert Krieger Vasena. Lógicamente, las devaluaciones empeoran feo las cuentas externas y las revaluaciones las mejoran. El resto de los años se exportó más de lo que se importó. Lo cierto es que los planes de estabilización (léase bajar el poder de compra de los salarios) frenaban la demanda efectiva y devenía inconveniente reinvertir las utilidades. Como regía el orden monetario internacional de Bretton Woods, los capitales financieros privados estaban inhibidos de moverse entre países, como lo hacen desde que cesó ese acuerdo en 1973, por lo que había que encontrarle la vuelta para sacar del país el capital que no se podía reinvertir y sin pagar más impuesto a la ganancia. Solución no única pero si muy importante: inflar los costos de los fletes marítimos que se pagaban por exportar e importar las mercancías argentinas. El déficit que sí se registra entre 1962 y 1974 lo generaba el componente costo-seguro y flete (CSF) de la cuenta comercial, que es por donde se sacaban clandestinamente los capitales. Lo prueba que la caída abrupta de los ‘60 en los costos de los fletes marítimos para todo el mundo, tal como informan los datos graficados por Jacks y Stuermer, en vez de reflejarse en una baja del componente CSF en las cuentas argentinas se registró como un incremento porcentual superior al de la década del ‘50, durante la cual los fletes mundialmente subieron. Ni esa recurrencia al estatuto del subdesarrollo pudo frenar la modernización iniciada entre 1958 y 1962 de la Argentina. El golpe genocida de 1976 tenía su objetivo marcado: la forma más efectiva de liquidar al peronismo era que haya la menor cantidad posible de potenciales peronistas, esto es de asalariados industriales.

Que ni derecha ni izquierda frecuenten la historia por los hechos que verdaderamente sucedieron no se explica por otra cosa que por el implícito trato pampa de “con el desarrollo yo pierdo poder y a mí no me gusta el capitalismo”; como si fuera un problema de gustos. Al fin y al cabo, recalcar sobre las dificultades que el proceso de desarrollo no enfrentó para diluir las responsabilidades históricas en las que sí quedó enredado y estancado, es una forma bastante cínica de anunciar su imposibilidad actual por ser víctimas de las consecuencias de lo que sucede extramuros y que supuestamente torna inevitable nuestra permanencia en el atraso. Una mueca.

 

El horizonte

Visto ese pasado en este presente infectado, de cara a meternos de lleno en el proceso de desarrollo, la cuestión estructural de la distribución del ingreso argentina, que lo condiciona, deberá atravesar la Horca Caudina de la inflación importada, que al pegar en las importaciones azuza en lo que le corresponde a la inflación interna.

Los argentinos andamos por los 45 millones de habitantes, algo así como 11 millones de familias en números redondos. De ese total, el 22%, esto es 2,4 millones de hogares o 9,6 millones de habitantes, reciben ingresos que les permiten estar arriba de la subsistencia que considera como punto de referencia el costo de la canasta básica total calculada por el Indec para la familia tipo, actualmente en 60.000 pesos. Al resto, 8,5 millones de hogares, 35,3 millones de habitantes o el 78% de los argentinos, apenas les alcanzan sus ingresos para subsistir. El grueso-grueso del país está para el bife, y con este mercado exiguo no vamos ni a la esquina.

 

 

De manera que el primer imperativo de la política económica no puede ser otro que recomponer el poder de compra de los salarios. No es serio esquivarle a ese bulto. Máxime cuando algunas cuestiones estructurales presentan una perspectiva bien complicada. La población de la Argentina sigue creciendo pero a un ritmo más lento debido a su tasa de natalidad en constante declive. Si bien la población menor de 15 años se está reduciendo, la cohorte de jóvenes de 15 a 24 años es la más grande en la historia de la Argentina y continuará reforzando la población en edad laboral. Eso es muy importante para el desarrollo en tanto tengan ingresos para gastar. Particularmente, porque al final de ese rango etario se comienza a formar familia y se necesitan viviendas. De 502 ciudades en todo el planeta rastreadas por Numbeo, una consultora global especializada en temas inmobiliarios, los precios de las viviendas son inaccesibles (más de tres veces el ingreso familiar medio) en más del 90%, Buenos Aires entre ellas. En los últimos años, la pequeña minoría de ciudades donde los precios de las viviendas son accesibles se ha reducido a cero. Tamaña perspectiva demográfica. sin dinero y sin vivienda, está para alimentar cualquier aventura política mientras sea retrograda y peligrosa.

Kevin Daly y Rositsa D. Chankova, investigadores de Goldman Sachs’ Global Macro Research (Voxeu, 15/04/2021), salen al cruce de las preocupaciones que van más allá del mundo de las altas finanzas, al que pertenecen, de si las consecuencias económicas del Covid-19 son asimilables a las de una guerra, lo que genera temores de un aumento de la inflación y altos rendimientos de los bonos (renta fija: fuerte pérdida de capital). Los autores se van hasta el siglo XIV para comparar a partir de esa remota época la inflación y el comportamiento de los rendimientos de los bonos del gobierno después de las doce guerras y pandemias más grandes del mundo que acontecieron desde entonces. Encuentran que, históricamente, las pandemias y las guerras han tenido efectos divergentes: los rendimientos de los bonos suelen aumentar en tiempos de guerra pero se mantienen relativamente estables durante las pandemias. Daly y Chankova concluyen que “aunque cada uno de estos eventos es único, la historia sugiere que la alta inflación y los rendimientos de los bonos no son una consecuencia natural de las pandemias”.

 

 

Pero puede ser una consecuencia deseada. Así lo da a entender el historiador Adam Tooze en su comentario de la reciente reedición del ensayo de Paul Krugman “Contra los Zombis” en la London Review of Book (22/04/2021). Según Tooze “en el Washington de Joe Biden, reina el krugmanismo. La gigantesca escala del plan de rescate de Biden de 1,9 billones de dólares, y ahora el programa propuesto de inversión en infraestructura de 2 billones de dólares, son testimonio de una reorganización de la relación entre la experiencia económica y la política en el Partido Demócrata, una reorganización que Krugman anticipó y para la cual ‘Contra los Zombis’ presenta un caso poderoso […] La Krugmanificación de los demócratas no se ganó sin luchar. Hay halcones fiscales en el séquito de Biden. En un momento llegó incluso a contar con Larry Summers como asesor. Eso no duró: el ala izquierda empoderada de los demócratas no lo toleraría. [Summers se opone a los estímulos y] recientemente declaró que la política fiscal de la administración Biden era la más irresponsable en cuarenta años; el resultado, comentó con amargura, de la influencia lograda por la izquierda del Partido Demócrata por el rechazo absoluto del Partido Republicano para cooperar”.

“El primer instinto de los expertos dentro de la administración Biden es contrarrestar los argumentos de Summers en sus propios términos. Sus modelos muestran, insisten, que los riesgos de sobrecalentamiento e inflación son leves. Lo que no dicen es que estar comprometidos de manera creíble con el buen funcionamiento de la economía es precisamente el punto. Esto es lo que Krugman quiso decir en 1998 cuando pidió al Banco de Japón que asumiera un compromiso creíble con la irresponsabilidad […] lo que se quiere fomentar es precisamente la creencia generalizada de que la inflación va a repuntar”, consigna Tooze y es lo que creen los mercados financieros haciendo operaciones de cobertura y los de bienes anunciando aumentos de precios. Amén de que el precio de las materias primas sigue escalando. Por ejemplo, conforme los datos de la consultora FactSet, el precio del maíz está aumentando a un ritmo récord: 43,7%en lo que va de año, 16% en lo que va de mes, la mayor alza mensual desde mayo de 2019. Ha subido todos los meses desde julio pasado.

Lo que queda del Covid-19 y lo que sigue implican grandes y serios desafíos al movimiento nacional, entre otros el de recobrar a la izquierda mayoritaria para el programa de desarrollo, para lo cual hay que tener claro qué se quiere hacer. De lo contrario, puede pasar que alegrándonos por el final de esta desgracia nos ocurra lo mismo que con la conmovedora y célebre foto de Alfred Eisenstaedt del beso entre el marinero y la enfermera tomada en Times Square festejando el final de la Segunda Guerra Mundial, que resultó en “un acto público de agresión sexual” según reconoció la revista Time en 2014, pues la mujer fue tomada desprevenida y sin su consentimiento. No estamos para distracciones.

 

 

 

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