Tanto la propuesta argentina inicial como el documento final consensuado fueron escritos con el manual de la corrección política. Detrás de ese catálogo de buenas intenciones persisten los conflictos del mundo realmente existente, como experimentó el presidente Maurizio Macrì cuando con ingenuidad se dejó involucrar por Trump en su conflicto con China. Su respuesta no es objetable: la Argentina ve la inversión china como una oportunidad, no como una amenaza. Pero no sale de la casa de muñecas de las palabras, donde con algo de maña y paciencia todo puede acomodarse. En la cena entre Trump y Xi Ji Ping al terminar la cumbre, el estadounidense ofreció suspender la elevación de tarifas del 10 al 25% que pensaba imponer desde el 1° de enero a las importaciones chinas por valor de 200.000 millones de dolares, y su contraparte prometió aumentar las compras de energía y productos industriales y agrícolas estadounidenses. No fue un avance, pero evitó un fracaso, opinó el New York Times. Todo el mundo recibió con alivio esta tregua de 90 días, aunque las tensiones subsistan.
El Grupo se autodefine como “el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política” y es el lugar de encuentro de la Argentina con los poderosos del mundo.
En realidad, es el escenario de las principales confrontaciones económicas, financieras y políticas, entre potencias que pugnan por apoderarse de la mayor porción posible de esos recursos, sobre dos ejes: la confrontación comercial de Estados Unidos con China, y militar con la Federación Rusa. A Macrì le fue mejor que a Justin Trudeau hace seis meses en Canadá, cuando Trump dejó la cumbre del G7 con insultos al joven anfitrión por sus desacuerdos comerciales; y que a la premier alemana Angela Merkel, hace un año, en Hamburgo, cuando no se firmó un documento de consenso y se exteriorizó la división 19 a 1, cuando Trump se negó a cualquier conciliación sobre el cambio climático, como prolegómeno al retiro de su país del Acuerdo de París. Y quedó años luz de distancia por encima de Macron, a quien se le incendió el país mientras asistía a la Cumbre.
El cambio climático no es un tema menor. Hace apenas diez días, la comisión oficial estadounidense que coordina a 13 agencias federales publicó un informe literalmente aterrador, que enumera las catástrofes ambientales ya producidas y advierte las que se avecinan, en plazos que se acortan en forma dramática. Sus principales conclusiones: el calor extremo se generaliza; esto provoca cada vez mayor cantidad de espantosos incendios; la elevación del nivel del mar impondrá migraciones masivas y las ciudades costeras no se están preparando como se debe.
En el caso de Canadá, los 180 días transcurridos permitieron que una trabajosa negociación acotara los daños y se llegara a una reformulación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (el NAFTA por su sigla en inglés) que se firmó ahora en Buenos Aires. Pero aún falta la ratificación por los tres congresos, que dista de ser obvia.
A contramano
Para Macrì la doble dependencia de Estados Unidos y de China es un problema complejo. La cumbre sólo lo puso en primer plano. Desde que asumió, su agenda de apertura y desregulación colisionó con el movimiento opuesto de Trump, de cuyo sostén precisa en forma desesperada para llegar con algún oxígeno financiero al fin de su mandato, dentro de un año y una semana. Pero también necesita de las inversiones y los préstamos de China, cuya impetuosa presencia es la principal preocupación de seguridad nacional de Estados Unidos en esta parte del mundo. El intento de conciliar posiciones, como “mediador de buena fe”, es estimable y la presencia como sherpa argentino del ex vicecanciller de Susana Malcorra, Pedro Villagra, una rara muestra de buen sentido en un gobierno que se caracteriza por lo contrario. No obstante, se necesita algo más que la capacidad de un funcionario de segunda línea de un país de tercera para satisfacer al mismo tiempo las apetencias y requerimientos contradictorios de las dos mayores potencias del mundo, embarcadas en una guerra que Mónica Peralta Ramos describe en otra nota de esta edición.
Trump y Macrì acordaron enfrentar la “economía predatoria” que atribuyeron a China, según el comunicado oficial de la vocera estadounidense Sarah Huckabee Sanders, publicado en el sitio de la embajada en Buenos Aires.
Primero el embajador en Beijing, Diego Guelar; el ministro y el viceministro de Hacienda, Nicolás Dujovne y Miguel Braun; el canciller Jorge Faurie y por último el propio Macrì, negaron que la Argentina hubiera asentido a esa calificación de Trump. Faurie lo hizo a su manera, tenuemente. Guelar dijo que China es “un socio estratégico integral de la Argentina”, con el que durante la visita de Estado de Xi Jinping se firmarían 37 acuerdos bilaterales. La embajada levantó el comunicado de su página, lo mismo hizo la Casa Blanca y Trump no volvió a mentar el tema. Braun directamente afirmó que se trató de una declaración del gobierno de Estados Unidos y que China era el segundo socio comercial de la Argentina. Macrì añadió que la Argentina mantenía buenas relaciones con todas las naciones. De Estados Unidos dijo que era el primer inversor externo; de China, que Xi Ji Ping era fanático del fútbol, del vino y de la carne. Es decir, nada.
Según la crónica del Washington Post, el gobierno de Trump considera a este “predador económico como una potencia hostil que busca socavar la supremacía tecnológica de los Estados Unidos y desalojar a Washington como la potencia global dominante”. Tanto funcionarios estadounidenses como chinos hablan en forma abierta de “una nueva Guerra Fría entre ambos países”.
La economía predatoria china es la misma expresión que usó el jefe del Pentágono, general John Mattis, durante su visita de agosto a Brasil y la Argentina. Advirtió que los países de la región podían perder ciertos grados de soberanía, mediante regalos o préstamos chinos que luego sea imposible devolver y den lugar a condiciones gravosas”. A Estados Unidos no le preocupa que esa misma relación asimétrica sea entablada con el Fondo Monetario Internacional.
Ante un grupo de cadetes militares en Río de Janeiro, Mattis recordó que en 2007 China destruyó con un misil uno de sus satélites en el espacio. No hacía más que seguir la línea fijada en diciembre de 2017 por la Estrategia de Seguridad de los Estados Unidos, que incluye como objetivos “ser líder en Investigación, Tecnología, Invención e Innovación” para lo cual se debe “promover y proteger nuestra base de Seguridad Nacional en Innovación (contra la penetración de competidores como China)”. También afirma que los “anacrónicos gobiernos izquierdistas autoritarios de Venezuela y Cuba” permiten que operen los competidores de Estados Unidos, China y Rusia, que “buscan expandir sus vínculos militares y la venta de armas en la región”. Pero además China busca atraer a la región a su órbita mediante “inversiones y créditos estatales”. El tiempo dirá qué espacio hay para el pragmatismo al menos verbal de Macrì en medio de este tiroteo. Este video da un primer indicio:
Tres razones para preocuparse
La cuestión es seria, al menos por tres razones:
- Las usinas hidroeléctricas Condor Cliff y Barrancosa, en la provincia de Santa Cruz, son la mayor obra pública que capitales chinos construyen actualmente en el mundo, por unos 4.300 millones de dólares. En consecuencia supera a cualquier otra en el patio trasero de Washington.
- China también acordó la construcción de dos usinas nucleares en la Argentina, por ahora paralizadas por las restricciones presupuestarias impuestas por el FMI.
- Además erigió un centro de observación satelital que según Estados Unidos también tendría propósito militar. El diario New York Times le dedicó una extensa cobertura a esas instalaciones en Neuquén.
Esto equivale a decir que cada frase de Trump y sus funcionarios sobre el peligro chino está dirigida en forma directa a la Argentina.
El rol de Macrì en el conflicto global
El documento presidencial plantea tres prioridades: el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo y un futuro alimentario sostenible. El documento final agregó la cuestión de género. Y ofrece respuestas precisas: educación para adaptarse al cambio tecnológico (es decir precarización del empleo), inversión privada en infraestructura como “una nueva clase de activos” (en alternativa a la financiarización) y manejo sustentable de suelos agrícolas para aumentar su productividad (o sea profundización del modelo de agronegocios y paquetes tecnológicos). Esto homologa criterios que se aplican en otros países del mundo. Pero en el caso de la Argentina, en un contexto fijado por el endeudamiento y el acuerdo con el FMI, que han conducido a la peor crisis económica y la mayor catástrofe social desde principios de siglo, donde la creciente desocupación no depende del cambio tecnológico sino de la política de ajuste que sofoca el mercado interno; los programas de inversión público-privada languidecen porque no hay el menor entusiasmo por enterrar capital en un país donde Cristina conserva una asombrosa centralidad política; y la creciente producción de alimentos coexiste con la reaparición del hambre en los sectores más vulnerables de la población, esos que duermen en la calle y fueron removidos de la Capital para que no los vieran los visitantes, y se alimentan en los comedores que se multiplican en todo el país. La retórica sobre la mujer y el compromiso de reducir la brecha de género en el ámbito laboral y luchar contra las formas de discriminación y violencia no se compadece con la drástica poda de los programas de género en el presupuesto de 2019, con una caída en términos reales de 19,1% respecto de este año. Hablar no cuesta nada, pero esas palabras no son performáticas.
Las generalidades del documento final y el encuentro posterior entre Trump y Xi no cambian ese panorama, pero al menos no lo agravan. Esto es más importante para la Argentina por su doble dependencia de ambos mamuts que por las artes de componedor que el Yeneral González se atribuye.
Macrì aprovechó el encuentro con el presidente francés Emmanuel Macron para cargar una vez más con su proyecto de reforma laboral, resistido por todos los gremios. Lo mismo ocurrió en Francia, cuyo gobierno neoliberal congrega porcentajes de rechazo equivalentes a los de Macrì, y también en ascenso. Su última exteriorización es el uso de chalecos amarillos como símbolo del desacuerdo con el gobierno y la protesta contra sus políticas. De ahí el asombro del Presidente francés al abrirse la puerta de su avión. Mientras Macron asistía al cierre de la cumbre, su policía admirada por Micky Pichetto cobraba 200 detenidos y 65 heridos. El reclamo de un plebiscito podría terminar con el gobierno. Los manifestantes en Lille portaban carteles expresivos: “Renuncia de Macron. Brigitte, se acabó”, se leía en uno.
Defensa, Seguridad, drogas y armas
En su breve conferencia de prensa, Macrì y Trump no tenían micrófono, atril, ni Teleprompter, por lo cual se pudo escuchar un Maurizio auténtico. Entre una sarta de zalamerías, le agradeció a Trump por “el trabajo que estamos haciendo juntos en áreas como educación y defensa, y especialmente sobre seguridad interior –la lucha contra el crimen organizado y el tráfico de drogas– verdaderos enemigos de nuestros ciudadanos”. Trump respondió que entre los temas a conversar con Macrì estaban el “comercio y las adquisiciones militares” (se supone que argentinas a Estados Unidos), con lo cual se ratifica el quid pro quo planteado al asumir su cargo por el embajador Fernando Orís de Roa: “A Estados Unidos le interesa el tema de la seguridad, la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Una agenda de corte político internacional. Nuestra agenda es económica, para abrir el mercado norteamericano a una cantidad de productos que la Argentina exporta”. Orís fue directivo de una de las empresas del grupo Macrì, productora de limones en Tucumán. Una de esas satisfacciones a los intereses de Estados Unidos fue el decreto de dudosa constitucionalidad que modificó las leyes de defensa nacional, seguridad interior e Inteligencia nacional, permitiendo la intervención de las Fuerzas Armadas en campos de la seguridad y la inteligencia interior, que le están vedados.
Estados Unidos ya construyó una base de ayuda humanitaria en Neuquén, cerca de los yacimientos de gas y petróleo no convencional, comparables en importancia a los de China y Estados Unidos y a ningún otro en el mundo. Con la idea de protección de objetivos estratégicos, fuerzas militares argentinas podrán ser desplegadas allí (aunque las leyes reclaman la previa declaración de zona militar por el Congreso, que difícilmente la daría). Estados Unidos también intenta que la Argentina adhiera a su calificación de Hezbollah como organización terrorista, lo cual podría conducir a una demencial militarización de la Triple Frontera, cuando ninguna agencia estadounidense o europea, ni estatal ni privada, registra actividad terrorista en Latinoamérica. Macrì se jacta de que la Argentina volvió al mundo, y pretende que eso sucede luego de diez años de aislamiento, lo cual implica saltearse el rol activo de CFK en las cumbres del G20, claro que no para intercambiar frases amables, sino en defensa del interés nacional que hoy no forma parte del repertorio oficial. Lo que nadie parece meditar en el gobierno es que con Vaca Muerta, la Argentina se convertirá en un emirato petrolero, sin pararrayos que la proteja de las tensiones económicas y geopolíticas de un mundo en el cual Estados Unidos ha militarizado aún más que siempre su política exterior, considera estratégica la confrontación con China y tiene el bombardeo fácil.
La traducción no funcionó y Trump arrojó al suelo su audífono. En la posterior plenaria de Costa Salguero, siguió de largo y dejó con la mano tendida a Macrì, quien quería sacarse una foto con él. Trump salió del escenario y Macrì quedó de espaldas al auditorio sin saber qué hacer, como un chico desorientado en la fiesta de fin de curso. Trump ya había faltado al encuentro colectivo entre todos los jefes de gobierno, porque considera que sobran 19, y había tardado media hora más para el encuentro matutino, porque estaba twiteando sobre Rusia. No por la captura de los tres barcos ucranianos, como dijo un informe oficial, sino acerca de la colaboración de su ex abogado Michael Cohen con el fiscal especial Robert Mueller. Cohen le confesó que había mentido cuando negó ante el Congreso que durante la campaña que lo llevó a la presidencia Trump haya mantenido negociaciones comerciales con el gobierno de Putin, para construir una Trump Tower en Moscú. ¿Quién lo comprendería mejor que Macrì?
Tirar primero, preguntar después
Por cierto, hay cosas menos pintorescas pero más graves, que responden a la misma generalizada incapacidad de dar pie con bola que unifica al gobierno nacional más allá de líneas internas y personalidades. Una de ellas es el nuevo reglamento para el empleo de las armas de fuego por parte de las fuerzas federales de seguridad firmado por Patricia Bullrich, que deroga todas las normas anteriores. Su artículo 2 describe diversos casos en los que se hará uso de las armas de fuego. Algunos muy razonables, como en defensa propia o de otras personas, en caso de peligro inminente de muerte o de lesiones graves. Pero otros inadmisibles, como impedir la fuga de quien represente ese peligro inminente, lo cual viola el principio aristotélico de no contradicción, ya que si es cierto que huye es falsa la inminencia del peligro. El artículo 5 explica que existe peligro inminente cuando “se presuma que el sospechoso pueda poseer un arma letal”. Y tal presunción se daría, entre otras situaciones comprensibles, “cuando efectuase movimientos que indiquen la inminente utilización de un arma”. Esta legalización de la doctrina Chocobar, acuñada por Macrì y Bullrich cuando honraron al policía que le disparó por la espalda a un delincuente en fuga, abre un margen de discrecionalidad para el accionar represivo que cubre casi cualquier contingencia. Para Bullrich el policía nunca puede ser considerado victimario porque cumple con su deber y tiene el beneficio de la duda. Algo similar habían dicho Bullrich y la vicepresidente Gabriela Michetti cuando la Prefectura mató a Rafael Nahuel, también por la espalda. Otras dos muertes en los últimos días ratifican la letalidad de este mensaje oficial.
La presunción de inocencia rige para todos, pero quien discierne la prueba que la confirma o la desvirtúa es el juez, caso por caso, y no el Poder Ejecutivo como un acto de fe. Bullrich también anunció que se reformaría el Código Penal para que toda actitud policial se considere legítima. “Los jueces que hagan lo que quieran, nosotros vamos a ir en defensa de los policías”, dijo con su habitual frescura, en respuesta a las decisiones judiciales de primera y segunda instancia que procesaron a Chocobar por homicidio.
Macrì elige cada vez la opción más dura, convencido como su gurú andino, de que así interpreta un sentimiento social mayoritario. Ese será el eje Bolsonaro de la campaña Macrì 2019. Todo esto implica una mudanza de valores, que trastorna los conceptos contenidos en las convenciones internacionales, en la Constitución, en las leyes, en los principios básicos, los códigos de conducta, los reglamentos y protocolos nacionales e internacionales dictados para regir las formas de actuación policial. En términos de las convenciones de Derechos Humanos que integran la Constitución, esas no pueden considerarse intervenciones necesarias en una sociedad democrática. Es muy probable que en algún caso concreto los jueces declaren la inconstitucionalidad del nuevo reglamento, que ni siquiera fue publicado en el Boletín Oficial. Bullrich dijo que sólo se aplicaría en protección de los asistentes a la cumbre del G20, pero ni la resolución ni el anexo dicen tal cosa. Como de costumbre, las reformas menos respetuosas de los derechos y garantías constitucionales se introducen por vía de la excepción, que con el mero paso del tiempo se convierte en regla.
Un pie en la puerta
Ray W. Washburne, presidente y director ejecutivo de la Corporación estadounidense para la Inversión Privada en el Extranjero (Overseas Private Investment Corporation – OPIC) firmó seis cartas de intención para impulsar varios proyectos en la Argentina. El comunicado de la embajada admite que esos proyectos, por 813 millones de dólares y que atraerán cientos de millones de dólares en capital privado adicional, serán “en apoyo de los Estados Unidos”.
El total de los proyectos se estima en más de 3.000 millones de dólares, en infraestructura, energía y logística. Siguen el modelo tradicional del Eximport Bank y sus créditos atados a la compra de bienes o servicios estadounidenses. En el caso de la OPIC el objetivo es la participación de empresas de ese país en la construcción de obras de infraestructura en la Argentina. Uno de los proyectos para la construcción de un gasoducto involucra a Tecpetrol (del Grupo Techint) y a Transportadora de Gas del Sur (donde figura como principal accionista el fronting presidencial Marcelo Mindlin), a los que podrá vigilar de cerca. En otro participa la constructora estadounidense Astris Infraestructura para la reparación y ampliación de la ruta Buenos Aires-Mendoza, que se asociará con la encuadernada Cartellone. También Genneia (que le compró varios parques eólicos a Macrì) construirá plantas de energía eólica y solar, en San Juan y Chubut con financiamiento trumpiano. Como dice la publicidad del gobierno porteño, “En todo estás vos”. Haciendo negocios.
Estas son las primicias de un desembarco anunciado de las constructoras estadounidenses. En 2017 la primera constructora estadounidense, Bechtel Corp, arrojó ganancias por 18.270 millones de dólares y el consolidado de empresas de Techint 18.495, lo cual mide su importancia global. Pero el procesamiento de Paolo Rocca, que desmoronó las acciones de Techint en Wall Street, sumado a la devaluación, la ponen a tiro de adquisición a precio vil.
La música que escuché mientras escribía
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