Discutiendo al capital
Un repaso de los ’90 junto a Carlos Corach, el ex ministro y vocero de la era menemista
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La visita de Carlos Corach se salía de los cauces previsibles. Su presencia, programada para el 27 de julio, debió ser reformulada. Por fin se dio el jueves de esta semana, aunque de una manera muy distinta a la de los tres invitados anteriores, quienes compartieron escenario con Horacio Verbitsky. En esta ocasión, el director de El Cohete lo oyó sentado en primera fila, mientras el ex ministro de Carlos Menem era entrevistado por Diego Sztulwark, ante un público con actitudes y expectativas distintas a las anteriores, al punto de interrumpir al disertante.
La concurrencia que colmó La Cúpula del CCK no pudo oír la respetuosa camaradería con que se habían saludado. Cuando Verbitsky le preguntó cómo estaba, Corach respondió acerca del trajín con la salud de su esposa. “Pero tu salud”, insistió el periodista. Luego se consultaron sobre sus edades. Siete años de diferencia. “Es mucho”, evaluó el ex funcionario.
Ya en el escenario, respondió a las preguntas sobre el periodo en que le tocó ser un protagonista de lujo, desde la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia, la Convención Constituyente, el Ministerio de Interior y el Senado, hasta la crisis de 2001.
Comenzó por destacar la obra y profundidad del autor, aunque aclaró que coincidía sólo en parte con algunas apreciaciones, sobre todo con la que establecía el eje de la charla y la del libro a presentar (que trajo leído y marcado con papelitos a modo de señaladores): la incidencia del poder económico sobre los procesos políticos en estos 40 años de democracia.
Al respecto, quiso circunscribirlo a las suspicacias respecto de las empresas que contribuyen a financiar las campañas electorales, pero el planteo iba más allá, tal como Verbitsky plantea en La Educación Presidencial: la subordinación del sistema político a los grandes intereses económicos (en palabras del economista Eduardo Basualdo, autor del prólogo).
No obstante, reconoció que la etapa puso en juego “el pragmatismo peronista” al adaptarse a la incidencia internacional del proceso privatizador. Lo dijo luego de aclarar que “contra lo que muchos creen, Menem no quería asumir antes”. Se refirió a imprecisos “mensajeros” de aquella transición, aunque sí recordó al mediador ante el grupo económico Bunge & Born: el ex diputado Julio Bárbaro.
Como el proceso de enajenación del capital de los argentinos comenzó con la dictadura, era inevitable referirse a los indultos para algunos “asesinos”, dijo. “Genocidas”, corrigió alguien desde el público; “genocidas”, se sumó otra persona y varias más. En otro momento, alguien pidió la palabra para hacer una pregunta, la que no se le concedió porque en ninguna de las cuatro jornadas se había previsto. Un asistente espetó que esperaba una autocrítica. Todos se contuvieron ante la firme aclaración de Sztulwark respecto de lo que debería ser obvio: no se invita a alguien para tenderle una celada.
O como dijo después Verbitsky: “Entiendo el fastidio de algunos de los presentes, pero no se trataba de hostigarlo sino de escuchar lo que tenía para decir. Creo que fue valioso su aporte”.
De todos modos, Corach impuso su inteligencia a la dificultad para oír en un ámbito con una acústica poco propicia y se refirió a las críticas de los que “nunca gobernaron nada” o a quienes desconocen el nivel de interacción internacional que prima por sobre las cuestiones domésticas.
Sostenía un folio con la fotocopia de una nota en El Cohete que lo mencionaba: Proezas irrelevantes. “Me pareció interesante”, le dijo a este cronista mientras salían. Se trata de una reseña de Sebastián Fernández, Rinconet, donde destacaba que Corach “no se detiene a señalar la maldad intrínseca de quienes refutan sus opiniones, ni tampoco nos agobia extasiándose por la virtud celestial de quienes las comparten”.
El hijo de Corach comentó que “hubiera estado bueno hacer esta charla hace diez años”. Hace una década (en rigor, doce años), Corach publicó sus memorias, a las que Rinconet hacía referencia.
El gobierno arruga
El académico Eduardo Rinesi se centró en dos imágenes: por un lado, la tapa del libro que muestra a Raúl Alfonsín y a Menem como velas, la primera desgastada y arrugada, la segunda recién encendida. Esas arrugas le dispararon el recuerdo de otra foto, la de ambos Presidentes (el radical, con el traje arrugado) antes del traspaso de mando, en su caminata por Olivos, con estéticas y actitudes muy distintas pero ambos de espaldas a la sociedad.
A partir de eso, elucubró acerca de la imposibilidad de que algún testigo pudiera oír lo que hablaron, algo repetido en la historia argentina, por lo que planteó un desafío: cómo construir una democracia en la que se acorten las distancias entre quienes gobiernan en nuestro nombre. En otras palabras, cómo ejercer formas de participación deliberativa y activa en los asuntos públicos que nos ahorren que quienes detentan el poder real incidan sobre el Estado para torcer los rumbos de procesos que tienen que ser más políticos, más conversados y, por eso mismo, más democráticos.
Presente y futuro
Jorge Fontevecchia subió al escenario con Verbitsky (no es la primera vez que comparten debates) y partió de una alusión a una obra de Soren Kierkegaard, La Repetición, para preguntarse acerca de su correlato político. Lo trajo al presente para dejar a Menem y pasar a Javier Milei, sobre quien se preguntó si acaso era educable del mismo modo que el riojano. Comentó que, por su rol empresario, habla con miembros del establishment donde empiezan a tomar consciencia de la gravedad que implicaría su ascenso al gobierno. Los empresarios “van a llevarse una gran sorpresa”, aseveró respecto de este hombre que era visto como “un rompehielos”, de modo de instalar temas en pos de que un nuevo gobierno de Cambiemos lograra hacer aceptable una agenda que no lo era.
Para el editor de Perfil, con Milei se abre una etapa tendiente al fin del Estado, por lo cual la nueva perspectiva no es económica sino jurídica. La confrontación de un presumible gobierno de Milei será contra la facción judicial de la casta: La Corte Suprema.
“Muchas de las cosas que plantea, desde la dolarización, el cierre del Banco Central o discutir la coparticipación, necesitan la reforma de la Constitución Nacional. La Constitución es un pacto inviable porque lo firma una generación y tiene que respetarlo la siguiente; así que, en esa perspectiva anarco capitalista, la Constitución es un fraude, porque esta generación no votó aquel pacto”.
En su mirada, acabar con el Estado no es bueno para los negocios: “Todo buen capitalista sabe que necesita del Estado, la discusión es de proporción”. Milei no es alguien que venga a abrir una agenda pro mercado”.
Verbitsky planteó otro punto de vista: “Yo no sé si es tan importante lo que Milei dice como los equipos que está formando, porque no parece estar formando equipos para hacer lo que dice. Dice que va a dinamitar el Banco Central pero tiene a su lado a Diana Mondino, esposa de Eugenio Isaac Pendás, quien fue el número dos del Banco Central durante el gobierno de Menem”. ¿Si Milei es o se hace? “Las dos cosas”.
Sztulwark los llevó de nuevo al tema del libro que presentaban, en el que el eje que Verbitsky planteara en la primera transición democrática se mantiene: “La función de los políticos es hacer viables los ajustes decididos por el poder económico y los organismos monetarios supranacionales”.
Verbitsky enumeró que la experiencia de los ‘90 es la del Estado desangrado por los pagos de subsidios, las transferencias a los acreedores externos, a los grupos económicos locales, al poder financiero… a distintas fracciones del capital.
Ese no fue un plan elaborado en el país sino afuera, “con Henry Kissinger como ideólogo, quien temía un vuelco al populismo, el nacionalismo y el anti-norteamericanismo. Por eso decía que el pago de la deuda externa no se sostenía y proponía reformas estructurales como las privatizaciones, la liberación del flujo de capitales y la reducción de las exacciones gubernamentales para terminar con el capitalismo de Estado”.
Otro documento, el de Santa Fe II, también elaborado en Estados Unidos, coincidía en que “la deuda nunca podrá pagarse en los términos actuales”. Kissinger planteó entonces no cobrar más intereses, sino recuperar el capital. Lo harían con el desguace del Estado, al apoderarse de los activos de los países, con el canje de papeles de la deuda por las empresas a privatizar.
En la Argentina, ese proceso empezó con Alfonsín y continuó con Menem, ayudado por la UCR, cuyo presidente del bloque de Diputados, César Jaroslavsky, en tándem con José Luis Manzano, ordenaba retirarse a algunos legisladores para que el menemismo tuviera la mayoría que le permitiera aprobar las leyes.
Con vistas a una tercera reedición de La Educación Presidencial (aparecido en junio de 1990, a un año de la asunción de Menem, con notas escritas en tiempo real cada semana), el autor se hizo una autocrítica: “Dije que Menem iba a terminar como Alfonsín, pero no fue así; terminó bien. Al que no le fue bien, fue al país”.
En ese clima terminó la última charla del ciclo, cuya filmación podrá verse en las redes en breve, gracias a la producción de Camila Perochena, sobre una idea y puesta de Daniel Tognetti y Diego Sztulwark en el Centro Cultural Kirchner, cuya mención completa por parte de Verbitsky motivó el aplauso de todos.
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