DIGNIDAD DOCENTE
Lo que la ministra Acuña dijo en el marco de una reunión de su partido no fue secreto ni personal
Corre el mes de noviembre, empezó el calor, amanece más temprano, los días son más largos. Falta poco para que termine el ciclo lectivo en la Ciudad de Buenos Aires y lo estamos esperando. Fue un año muy intenso, en marzo tuvimos que reconfigurar nuestro trabajo docente de un viernes para un lunes. La educación está en nuestras manos, lo sabemos y asumimos la responsabilidad como siempre, como nunca.
Inventamos muchísimos recursos, aprendimos a dar clases virtuales, a hacer videos, pintamos pizarrones en casa, pusimos Internet y compramos computadoras más rápidas. Con nuestro salario asumimos los gastos de la virtualidad y de los datos de los celulares. No tuvimos apoyo del Estado de la Ciudad pero de todos modos lo hicimos. Se escribirán muchos libros de pedagogía con estas experiencias en las que somos protagonistas.
En los últimos días circuló por las redes sociales un video donde la ministra de Educación de la Ciudad, Soledad Acuña, en una animada conversación con importantes referentes de su partido, dejaba ver todas las aristas de su pensamiento, naturalizador de las desigualdades, discriminador y clasista. Sus palabras representan exactamente todo lo contrario a lo que se requiere de una profesional que elige la docencia como actividad que, en sí misma, es concebida como una gran herramienta para la igualdad y el progreso social.
Claro, la Ministra no es docente, no tuvo la posibilidad de elegir esta profesión para luchar contra la ignorancia, la pobreza, la violencia y la desigualdad. Ella ignora que dentro de un aula se construyen sueños de paz, de amor, de igualdad y de progreso.
No sabe la Ministra de relaciones de reciprocidad, de reconocimiento mutuo y de respeto por las diferencias.
No sabe la Ministra lo que es alentar a una piba o a un pibe que estudia de noche después de trabajar todo el día, cuando llega el sueño y el cansancio demasiado antes de que suene el timbre.
No sabe la ministra de esas cosas y por eso quiso cerrar escuelas. Ella cree que quienes abrazamos, sostenemos y estamos siempre somos viejos, pobres, zurdos y fracasados.
No se enteró la ministra de que fue la docencia la que se puso al hombro esta gesta educativa contra todos los obstáculos presentados por un gobierno que no entregó ni una computadora, ni un subsidio, ni una ayuda a las familias. Fue a pesar de una gestión que no cumplió con sus obligaciones salariales con los y las docentes. Siempre supimos y sentimos que la pandemia podía ponerle llaves a los edificios escolares, pero nunca clausurar una clase.
Acuña pretende ignorar que este año hubo ciclo lectivo porque quienes educamos pusimos todo para que esto ocurra. Nos capacitamos en saberes que no poseíamos (educación a distancia); utilizamos herramientas que jamás imaginamos como un lugar de encuentro, y conocimos aplicaciones como Zoom o Meet, cuya existencia desconocíamos.
Hicimos todo eso y aún nos quedó tiempo para adoctrinar, según la ministra. Quizás sea este concepto el más falaz y antipedagógico de todo su discurso agraviante. La ministra llama adoctrinamiento a lo que las y los docentes denominamos “espíritu crítico”; no sabe que es indispensable porque toda pedagogía debe ser crítica de la realidad si pretende formar ciudadanas y ciudadanos libres.
Lo que Acuña quiere entonces es que dejemos de ser docentes para transformarnos en “entrenadores”, “adiestradores”, repetidores de la farsa mediática y sostenedores de un orden social inhumano. Quiere controlar, vigilar y castigar, construir un panóptico político que le permita interrumpir el encuentro áulico. En su pretensión más fantasiosa, intenta enfrentarnos con la comunidad.
Alienta prácticas de delación típicas de las dictaduras, con intención de dividir a la Comunidad Educativa. Pero claro, la ministra no es docente y desconoce la historia de amor que une a la comunidad con la docencia. Ella no sabe del amor, de la gratitud, de la solidaridad y el bien común que nace y crece del acto de educar.
La ministra es parte del partido del odio.
A la docencia le ha quedado un gran interrogante: ¿se puede conducir lo que se odia? Debería pensarlo, analizarlo. Pero no, es inútil. Lo que vimos en ese video no es producto de alteración alguna, no es un recorte o un desliz. Lo que vimos y oímos conforma el núcleo central del pensamiento político del sector que ella integra.
Lo que dijo en el marco de una reunión de su partido no fue secreto ni personal.
Ese desprecio que expresa hacia los docentes lo tiene también para todo el espacio de lo público y para todo aquello que tienda a democratizar y cuestionar privilegios.
Nos sentimos agraviados como docentes. Nuestra dignidad subleva al poder que cree que puede hacer cualquier cosa y contar con nuestro silencio. Nuestro grito manso es un sonido que se le hace insoportable a quienes todo lo mercantilizan.
Nuestra postura erguida e indemne cantando el Himno, izando la Bandera y reafirmando que las Malvinas son argentinas desubica a los dueños de casi todo. Esos que nunca serán dueños de nuestra conciencia.
Hace rato que no se habla de pedagogía en ese Ministerio, porque su titular expresa un desconocimiento absoluto de la educación. Es violenta porque la ignorancia suele serlo. No sabe nada de nosotros, ni de sacrificios, o esfuerzos, porque siempre lo tuvo todo.
Las “fracasadas” damos la mejor lección de nuestras vidas diciendo que la educación es de todos y para todas y que es un derecho que se debe garantizar.
El maltrato de la ministra sólo demuestra su impotencia por no poder doblegarnos.
Nos queda claro algo: los insultos y los agravios no son por los supuestos fracasos que nos adjudica sino por nuestros éxitos. Nos agrede por ser docentes que promovemos una comunidad en democracia, sin odios, y con plena vigencia de los derechos civiles, sociales y políticos. Una comunidad donde la educación debe ser una herramienta de transformación.
* Secretaria General UTE-CTERA CABA
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