Mi vida como observadora de aves
Cuarta entrega: Modelos capilares
Después de Puerto Madero y Palermo Rúcula, el barrio Norte debe tener la mayor densidad de afrancesados por metro cuadrado. En invierno se los distingue por el foulard enroscado con descuido aparente alrededor del cuello, y en verano porque se afeitan la cabeza. No todos lo hacen; sólo los que además de pelo perdieron la fe en los masajes, el minoxidil y los rayos infrarrojos.
A algunos la cabeza pelada los hace parecer más recios, a otros les da un aspecto vulnerable de gusano desnudo, pero a todos les produce un efecto curioso: parecen un pene gigante que camina. Cuando llevan traje esa impresión es más chocante porque parecen penes solemnes y uno no suele relacionar los penes con la solemnidad. Tal vez es peor cuando sonríen porque parecen penes alocados, poco confiables. Cuando hace calor los ves como penes sudorosos; si están cansados, como a penes agobiados; si son altos parecen penes sin gracia y si son bajitos parecen inofensivos penes de niño.
No todos los hombres afrontan la caída del pelo con igual dignidad. Algunos calvos se rebelan contra su destino y toman lo poco que les queda como un capital precioso que explotan hasta las últimas consecuencias. Se dejan crecer el pelo de un lado de la cabeza y lo engominan hacia arriba para cubrir el opuesto, o bien lo modelan en arabesco para que cubra todo el cráneo.
Algunos completan la instalación con una tintura azulada, pero la mayoría elige un color más juvenil, como el marrón rojizo.
Estos modelos de escultura capilar requieren un gran consumo de tiempo y fijadores además de una notable capacidad de negación de la realidad.
Siempre me los imagino a la mañana, cuando se levantan de la cama y aún no tuvieron tiempo de hacerse la instalación capilar.
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