LA deuda de Sísifo

Inflación, corrida cambiaria y fuga de capitales: el nudo gordiano de la actual estructura de poder

Tiziano: el mito de Sísifo

 

Desde los tiempos de la antigua Grecia, el mito de Sísifo ha sido una metáfora del esfuerzo inútil de una existencia humana sin esperanza. Condenado por los dioses a empujar por toda la eternidad una enorme roca hasta la cima de una montaña, para dejarla caer rodando y luego volver a empujarla hacia arriba, el esfuerzo de Sísifo: brutal, sin propósito razonable, repetido una y otra vez a sabiendas de que todo deberá empezar de nuevo, condensa la tragedia que hoy viven los países en desarrollo condenados al pago de una deuda externa que crece exponencialmente y los arroja a un futuro de miseria e inviabilidad nacional.

Las causas de esta deuda y las razones de ese crecimiento se ocultan, desde siempre, tras una espesa telaraña de desinformación e ignorancia. Esto no es casual. Las estructuras de poder se reproducen cuando, ocultando las relaciones de fuerza que les dan origen, siembran la semilla de la desesperanza y devienen “naturales”. De ahí la necesidad imperiosa de conocer las causas de la deuda externa y las razones que impiden a la mayoría de la población gozar de los beneficios del crecimiento económico. Este conocimiento permite que la esperanza de un cambio sea posible y potencia la organización del esfuerzo colectivo para lograrlo.

Hoy vivimos un momento único caracterizado por la presencia de conflictos que, si bien se arrastran desde los orígenes de nuestra historia, aparecen ahora fusionados a una estructura de poder que nos trasciende. La política económica del gobierno de Macri, con su secuela de endeudamiento creciente, corrida cambiaria y Plan de Ajuste del FMI, deja al desnudo las relaciones de poder local y el modo en que las mismas son impregnadas por la trama de poder que prevalece en el contexto internacional.

Esta semana el Congreso de la Nación dio su apoyo a un Presupuesto para 2019 que convalida el Ajuste del FMI. Los diputados y senadores del oficialismo y del peronismo “racional” avalaron el Presupuesto sin conocer los términos y la letra chica del nuevo Acuerdo con el FMI. Esto muestra que la perdida de soberanía argentina no solo atañe a su política monetaria y económica. También concierne a su actividad legislativa. Estas circunstancias obligan a encontrar el camino que permita sembrar  la esperanza de un cambio y multiplicar el esfuerzo colectivo para revertir la actual relación de fuerzas.

 

El Congreso votó el presupuesto antes de conocer la letra chica del acuerdo con el FMI

 

La dolarización

Los últimos 70 años de nuestra historia se han caracterizado por el desarrollo de un modelo de acumulación del capital que ha impuesto una progresiva extranjerización de la estructura productiva y una creciente exclusión de los sectores populares de la participación en los beneficios del crecimiento económico. Esta acumulación ha parido una estructura de poder basada en una creciente concentración y centralización de capitales y en el dominio del capital extranjero en sectores estratégicos de la producción, del acopio y del comercio exterior e interior. Esto implica que áreas clave de la economía han sido progresivamente controladas en forma monopólica por grandes empresas (nacionales y extranjeras) con capacidad de “formar precios” en puntos neurálgicos, afectando así los precios del conjunto de la economía. Esto les ha dado poder de veto ante políticas económicas consideradas “populistas”, porque intentaban lograr una distribución mas equitativa de los ingresos. Estos sectores monopólicos han resistido todo intento de conciliar intereses entre sí o con los sectores mas desposeídos de la población, y han utilizado su poder económico para resistir toda posibilidad de cambio social. Así, la inflación, la corrida cambiaria y la fuga de capitales han sido los lazos del nudo gordiano que constituye la actual estructura de poder.

A lo largo de las ultimas décadas, dos intentos de dolarizar la economía —la tablita de Martínez de Hoz y la convertibilidad de Cavallo— han buscado imponer un chaleco de fuerza al fragor de los conflictos sociales engendrados por esta estructura de poder. Estos intentos contaron con la activa participación del FMI. A pesar de ello, fracasaron. Esto no ocurrió por arte de magia. En cada uno de estos experimentos una crisis económica internacional agudizo la lucha entre grupos económicos que disputaban una mayor cuota del excedente y de los ingresos locales. Esto se sumó al sonido y la furia de la protesta popular contribuyendo a poner fin a los intentos de dolarización. Ante la persistencia de estos conflictos sociales, el gobierno de Macri intenta ahora imponer un Plan de Ajuste ideado y ejecutado por el FMI. Hay sin embargo, diferencias importantes con los intentos de “estabilizar” y dolarizar la economía del pasado: los tiempos del Ajuste y el contexto internacional que le da marco son diferentes. También es distinto el contexto institucional del país.

 

Los tiempos del Ajuste del FMI

La magnitud de los recortes al gasto y la inversión impuestos por el “déficit cero”, conjuntamente con la política monetaria, buscan provocar en tiempo récord una recesión profunda acompañada de devaluación permanente. No hay nada en el Plan de Ajuste que permita reactivar la economía, ni en el corto ni en el mediano plazo. Por el contrario: todas las políticas están dirigidas a direccionar la mayor cantidad de recursos que el país tiene, o pueda tener en el futuro, hacia el pago de una deuda cuyos intereses crecen cada vez a mayor velocidad. Más aun, en la medida en que el Ajuste propuesto provoca una recesión profunda e interminable, afectará negativamente la posibilidad de recaudar impuestos. De ahí que no soluciona el problema del déficit fiscal primario. Tampoco genera los recursos necesarios para el pago de los intereses y vencimientos de la deuda externa ya contraída. Esta deuda deviene insostenible y engendra constantemente mayor endeudamiento. Este es el principio que rige a la usura: el flagelo que ha castigado a la humanidad desde la aparición del interés compuesto en la Mesopotamia dos mil trescientos años antes de Cristo.

 

 

Por otra parte, la política monetaria de la nueva fase del Acuerdo con el FMI consiste en un torniquete monetario que pretende eliminar la inflación e impedir la corrida cambiaria. En la práctica, profundiza a una velocidad inédita una recesión interminable. La combinación de pocos pesos en la calle con tasas de interés astronómicas a fin de “quebrar drásticamente las expectativas de inflación e impedir que los pesos (de los bancos y de los individuos) vayan hacia la compra de dólares”, es en esencia una política que destruye el capital de trabajo y los stocks de las empresas, hace imposible su operatoria y desparrama el desempleo masivo.

Este torniquete monetario perjudica en primer lugar a vastas capas de la población que o están desempleadas o caen en el desempleo. Al mismo tiempo, provoca estragos en el universo de pequeñas y medianas empresas que no pueden resistir las tasas de interés astronómicas, no tienen otras fuentes de financiación y operan en un mercado de consumo en vías de rápida destrucción. La desaparición del crédito para la producción y para el consumo también castiga a vastos sectores de clase media que supuestamente apoyan a este gobierno y le dieron sus votos. Los únicos que sobreviven a este embate financiero son los que tienen recursos para sumar a la bicicleta financiera. Entre estos se destacan los desconocidos de siempre: las grandes empresas con control monopólico de sectores estratégicos de la economía. Estos sectores empresarios pueden desabastecer sus productos y trasladar el peso de la devaluación y el encarecimiento de sus costos a los precios de los bienes que producen estimulando, como en el pasado, la hiperinflación. Esta guerra inflacionaria, que siempre es ganada por los mas poderosos con acceso a la financiación internacional mas barata, destruye rápidamente la capacidad adquisitiva de los salarios, pensiones y jubilaciones, desarticula al sector productivo y a las cadenas de valor y crea bolsones cada vez mas grandes de “pobreza estructural”. La recesión con   hiperinflación reproduce al infinito la fragmentación social, el aislamiento y la desesperanza.

Paradójicamente, esta política monetaria produce su propia destrucción.

Al llenar los encajes bancarios con letras del BCRA remuneradas se generan condiciones que en el pasado derivaron en el Plan Bonex y otras experiencias similares y culminaron eventualmente en crisis bancarias. Hoy el gobierno ha empapelado a los bancos con Letras del Banco Central (LELIQs) con tasas de interés cercanas al 72% y renovación cada siete días. Los bancos a su vez atraen a los inversores privados con plazos fijos a tasas que fluctúan en torno al 50%. La diferencia entre estas tasas de interés genera momentáneamente ganancias extraordinarias para los bancos. Al mismo tiempo, engendra una deuda financiera del Banco Central que crece exponencialmente y debe renovarse en un plazo cortísimo de tiempo. Esta situación no podrá extenderse indefinidamente en el tiempo.

Este nuevo Acuerdo con el FMI pretende ser la garantía que impida un inminente default. En la práctica es el camino que conduce a una próxima reestructuración de la deuda externa en condiciones que seguramente serán más leoninas que las actuales.

 

El contexto internacional

Hoy en día la dinámica de la deuda impone severos límites al crecimiento económico mundial. La brecha entre el crecimiento de la deuda y el crecimiento del PBI se amplía cada vez mas. Al mismo tiempo, el sistema financiero internacional es dominado por la especulación y la reproducción de burbujas de precios en los mercados de acciones, bonos y monedas. La política de la Reserva Federal de los Estados Unidos amenaza con hacer implosionar estas burbujas y desencadenar una recesión mundial de magnitud inédita. La militarización creciente de la política financiera y comercial norteamericana y el intenso conflicto entre las facciones que permean al Estado en las Sombras y dominan las instituciones de este país intensifican la confrontación comercial y financiera de los Estados Unidos tanto con los países considerados adversarios como con sus aliados.

El Plan de Ajuste que hoy quiere imponer el FMI se da en un contexto sacudido por la posibilidad de una crisis económica, financiera y política que, a diferencia de lo ocurrido en los '80 y fines de los '90, golpee en el propio corazón del capitalismo monopólico global. Si bien las múltiples contradicciones y conflictos mundiales potencian la volatilidad de la coyuntura económica internacional, también pueden brindar mayor margen de maniobra para que países de la periferia proyecten sus propios intereses y negocien una mayor cuota de independencia geopolítica. Para que esto sea posible es necesario que en estos países exista una relación de fuerzas que articule los intereses del conjunto de la Nación en un proyecto de desarrollo coherente con las necesidades y posibilidades del país. Esto hoy no existe en la Argentina. El descubrimiento de reservas de gas y petróleo no convencional, que por su magnitud constituyen la segunda y cuarta reservas más grandes del mundo aseguran los recursos necesarios para potenciar un desarrollo nacional. Sin embargo, se han convertido en el hueso que pretende roer Macri, con su corte de familiares, amigos, testaferros y entenados. Para ello se ha abrazado al FMI y ha atado al país de pies y manos a la dinámica del endeudamiento sin fin.

 

El contexto institucional           

Macri y la alianza Cambiemos llegaron al gobierno a través del ejercicio libre del voto popular. Sin embargo, desde un inicio este gobierno ha vulnerado al sistema democrático y al Estado de Derecho con operaciones mediático-judiciales cuyo único objetivo ha sido perseguir y poner en prisión a sus adversarios políticos, blindar la política económica actual y perpetuarse en el poder. Esta manipulación de la prensa y la Justicia se acelera a medida que se acerca el tiempo electoral. El objetivo principal del gobierno es eliminar a CFK y al populismo de la escena política argentina y fragmentar en mil pedazos a la oposición. Es la aplicación del viejo principio de dividir para reinar, aggiornado a un presente signado por la existencia de redes mafiosas y corruptas que impregnan a las instituciones democráticas y en un contexto latinoamericano caracterizado por la proliferación de “golpes blandos” contra candidatos y gobiernos inaceptables para los sectores económicos mas poderosos.

En estas circunstancias, la oposición no puede subordinar la conformación de alianzas y la unidad nacional contra el Ajuste a los tiempos del calendario electoral. La desarticulación de la producción y la extensión de la miseria ya se hacen sentir, y se agravarán en los meses que vienen. Falta un año para las elecciones y muchas cosas pueden pasar antes de llegar a esa instancia. La represión a la protesta contra el Presupuesto discutido en forma maratónica en el Congreso, anticipa que la violencia generalizada será la vía que este gobierno utilizará para sembrar el miedo, la desesperanza y la apatía y crear las condiciones que necesita para perpetuarse en el poder. Estos incidentes también muestran que la fragmentación de la protesta callejera en actos paralelos el mismo día o en días diferentes como ocurrió esta semana, no ayuda a salir de la disgregación.

 

 

La organización desde abajo hacia arriba y en forma horizontal en la lucha contra la inflación, el tarifazo y el endeudamiento popular en todos los territorios posibles: desde la fábrica y el barrio a las cadenas de valor en municipios y provincias, permitirá nuclear a los diversos sectores de la oposición en un frente amplio que trascienda al proceso electoral y asegure al mismo tiempo la continuidad de esta lucha después de las elecciones.

Más allá de las respectivas pertenencias institucionales y partidarias, los intelectuales y profesionales que están en contra del Ajuste deberían contribuir a la creación de una plataforma donde converjan la marea verde, los movimientos y organizaciones de base, dirigentes de partidos políticos y sindicales y empresarios de las distintas cadenas de valor, para discutir y elaborar un plan de emergencia consensuado que permita llegar a las elecciones y eventualmente reemplazar al Ajuste del FMI por un proyecto de país que asegure una verdadera inclusión social con desarrollo nacional e integrado.

Existe la creencia de que la deuda publica externa, o deuda soberana, es un medio necesario para obtener los recursos —bienes de capital, infraestructura, alimentos, etc.— indispensables para impulsar un crecimiento económico autónomo. La realidad, sin embargo, es muy distinta.

La globalización financiera y las políticas neoliberales aplicadas en el mundo desde mediados y fines de los '70 dieron lugar a la apertura de las economías, a la especulación financiera y al creciente endeudamiento externo. Estos fenómenos no derivaron en  un crecimiento sostenible de las economías en desarrollo. Fueron, en cambio, la contracara de una expansión mundial de la acumulación del capital en cadenas de valor global dominadas por corporaciones multinacionales que tienen control monopólico de la tecnología. Estos procesos desembocaron en una enorme integración de la producción y de las finanzas mundiales. La cara oculta de estos fenómenos ha sido el desarrollo de la industria de guerra norteamericana y de la tecnología de avanzada asociada a la misma. La conjunción de estos procesos explica que los Estados Unidos sean hoy el centro del capitalismo global monopólico, y ejerzan su poder económico, político y militar para consolidar su dominio geopolítico del mundo, y el control de las reservas y mercados de recursos no renovables de importancia estratégica para la expansión de la acumulación del capital.

 

 

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