Los días previos a la disputa electoral clave del próximo domingo están dando lugar a encuestas, estimaciones, pronósticos e intuiciones sobre su posible resultado. También proliferan rumores, manipulaciones y referencias informativas, algunas de ellas vergonzosas, para incidir en la opinión y decisión de los electores; en especial, por supuesto, el foco son aquellos que tienen el voto indefinido.
La contienda Massa vs. Milei no puede tomarse a la ligera. No es una disputa deportiva o un entretenimiento mediático circunstancial. Se trata de una polarización cuyo resultado marcará el futuro del país. Grupos de poder económico y financiero entienden muy bien lo que está en juego. Hacen cálculos que relacionan sus expectativas y apoyo en relación a demandas propias que representan. Refieren, por ejemplo, “ventajas” a un sector minoritario y “ajustes” para la mayoría de la población. Por supuesto, sus aspiraciones y propósitos pueden ser confundidos por eufemismos y tergiversaciones intencionadas.
Para toda sociedad, el concepto de crisis se relaciona no solo con lo económico sino también con desafíos más amplios. Como ha ocurrido en otros momentos clave de nuestra historia, se trata de una encrucijada estructural y no solo circunstancial. El país nuevamente se encuentra en un marco político crítico en el que debe ponderar y reformular la “razón de ser”, su visión estratégica y definir un contrato social inclusivo o excluyente.
Que hable el silencio
Sergio Massa presentó en la última semana su propuesta de “10 Acuerdos para el Futuro del País”, con definiciones en lo económico que por supuesto serán interpelables y debatibles en la futura gestión de gobierno, sobre producción, trabajo, equilibrio fiscal, federalismo, educación, cambio climático y cuidado ambiental, desarrollo industrial, ciencia y tecnología y relaciones internacionales.
En tanto, llamativamente, Javier Milei ha dejado de lado en los últimos días su verborragia habitual provocadora y se ha llamado a silencio o bien ha diluido referencias en sus declaraciones económicas más sonoras, de él y sus voceros, como “el peso no vale ni excremento”, “el derecho a morirse de hambre”, “cierre del Banco Central” o “venta libre de órganos y armas”, Menos aún, por supuesto, avanza en aclarar el significado de su definición sobre la reducción del gasto público “en un 15% del PBI” a ser pagada por “la casta política y el combate a la corrupción”, cuando su propio primer enviado a Washington ante el FMI, el financista Juan Nápoli, simultáneamente promete altos cargos públicos por atenciones sentimentales. Plena corrupción de casta anticipada.
Pero los ocultamientos de Milei no pueden disimular sus intenciones. Aun cuando las plataformas electorales son únicamente manifestaciones generales, es importante analizarlas. Es una forma de reconocer diferencias que pueden diluirse en el misterio del silencio intencional. Los votantes pueden entonces observar previamente definiciones presentadas por cada candidato para, con posterioridad, analizar, verificar y/o reclamar su cumplimiento. Como observa llamativamente la revista internacional pro-capitalista The Economist, Milei declama lo que “con seguridad no va a cumplir” [1].
Superar la confusión
El tan mencionado “fenómeno Milei” tiene similitudes con, y también el apoyo externo de, otras apariciones mesiánicas personalistas del tipo Trump, Bolsonaro y expresiones semejantes en un mundo muy alterado. No son todas iguales, y toman diferentes formas dependiendo de factores nacionales específicos. De todas formas, sí tienen similitudes básicas que se repiten:
- Una permanente narrativa superficial de juxtaposición de una “clase política” corrupta y una confuso agrupamiento, “la gente”, a la cual plantea expresar y defender, aunque terminan refiriendo, buscando apoyos y acomodando privilegios de elites, como es posible observar en los cambios de discurso, y en el caso actual de la Argentina, avalar ideas y sumar viejos referentes de las mayores catástrofes económicas y financieras anteriores (Mauricio Macri, Domingo Cavallo, Federico Sturzzeneger).
- Se exacerba el antagonismo de “nosotros contra ellos”, haciendo suponer una inexistente identidad de intereses en relación a “los otros”, siendo estos identificados como enemigos irreductibles. Aquí le han puesto la identificación de “kirchnerismo”, que debe ser eliminado sin contemplaciones. De allí que pueda colar la violencia y la apología a rupturas institucionales y genocidas, como la dictadura cívico-militar de 1976-1983.
- Se utiliza una estrategia de comunicación negativa, bajo el supuesto que la “corrección política” es inútil y debe ser desafiada, poniendo en escena permanentemente calculadas provocaciones, chismografías, escándalos y descalificaciones impresionistas.
- Para ocultar la improvisación se usan referencias superficiales, que se presentan absurdamente como eruditas, basadas en fuentes lamentables (por ejemplo, la mención de Milei a un economista distópico, defensor del supremacismo blanco, Murray Rothbard). Además de conformar el espectáculo mediático, evitan el debate serio de ideas y propuestas.
A la hora de ir votar, puede haber posiciones encontradas por parte de quienes no tienen el voto definido y tienen reservas o críticas en relación a propuestas, opciones y expectativas. Pero es imprescindible y elemental reconocer que no son lo mismo Massa que Milei.
El hecho electoral puede no definir un apoyo incondicional, pero sí la necesidad de considerar qué condiciones distintas pueden generarse aun para quienes tienen reservas o posiciones críticas en relación al ballotage, y más aún para quienes sostienen que será necesario defender derechos y seguir bregando por una perspectiva alternativa superadora.
No todo es lo mismo en una elección clave tan reñida. La abstención o el voto en blanco peligrosamente no lo contemplan. Es la diferencia elemental a considerar por quien aún no sabe a quién votar el 19 de noviembre. Votar a Massa es la opción real y plausible no para conformarse, sino para seguir bregando.
[1] The Economist, 23 de octubre de 2023.
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