La semana pasada te hablé de la elegancia de John Lewis y te conté algo de la ilusión de nobleza que muchos músicos de piel negra se fabricaron con palabras, como el Duque Duke Ellington, los Condes Earl Hines y Count Basie, el Rey King Oliver, el Sir Richard Hanna o el Príncipe antiguamente conocido como Prince. Ellington es quien fue más allá de las palabras, con sus versiones de Chaikovsky y Grieg y sus suites basadas en obras de Shakespeare o en las raíces culturales africanas y latinoamericanas. Si me da el tiempo voy a preparar una selección sobre ese material exquisito.
En algunas de estas entregas te hablé de la contralto Marian Anderson y del bajo Paul Robeson, quienes además de los Negro Spirituals cantaron como pocos las grandes arias de la música europea de los tres siglos precedentes. Creo que fue Toscanini quien dijo que voces como la de Marian Anderson no hay más de una por siglo. En el que me tocó vivir no conocí nada igual.
Robeson exageraba: además de cantar como los dioses fue campeón de fútbol americano, actor de cine y teatro, abogado y se sumó a las brigadas internacionales durante la guerra civil española.
Tanto Marian Anderson como Robeson fueron perseguidos por sus viajes a la Unión Soviética y sus definiciones antifascistas. Un senador maccartista le preguntó ofensivamente por qué no se quedaba en Rusia. Su respuesta:
Porque mi padre fue un esclavo, y mi gente murió para construir este país, y yo me voy a quedar aquí, y voy a ser parte de este país tanto como usted. Y ningún fascista me forzará a irme. ¿Está claro? Apoyo la paz con la Unión Soviética, apoyo la paz con China, y no apoyo la paz ni la amistad con el fascista Franco, y no apoyo la paz con los nazis alemanes. Yo apoyo la paz con la gente decente.
En las generaciones siguientes, este modo de resistencia y afirmación se concentró en el arte y la cultura, sin expresiones políticas. Las versiones de John Lewis sobre Bach son un buen ejemplo. Aquí podés escuchar su interpretación de las Variaciones Goldberg, a duo con su esposa, la pianista croata Mirjana Vrbanic, que lo acompaña en clave. Es imposible no asociar este diálogo entre el piano y el clave, con el que Lewis mantuvo durante las cuatro décadas del Modern Jazz Quartet con el vibráfono de Milt Jackson.
Una culminación de estos itinerarios es el trompetista Wynton Marsalis, cuya obra como pedagogo está dedicada a la difusión y el conocimiento de la música de jazz. Pero al mismo tiempo es un gran intérprete de música clásica y hace dos décadas en un mismo año obtuvo dos premios Grammy, al mejor trompetista de jazz y de música clásica. Hay ahí un doble movimiento: la apropiación de una herencia cultural que quieren negarles y la afirmación de las raíces africanas. La fusión de ambas ha producido uno de los fenómenos artísticos más bellos y profundos del siglo pasado. Algo parecido ocurrió con un contemporáneo de Ellington, el hijo de judíos rusos Jacob Gershowitz, cuya Rapsody in Blue, ya firmada como George Gershwin, le abrió a él la puerta a la más plena ciudadanía, al jazz la respetabilidad de las salas de concierto de la sociedad blanca y a nuestro Pantaleón una idea de la música urbana que fructificaría décadas después.
Aquí podés escuchar los dúos barrocos que Marsalis grabó con la también afroamericana soprano Kathleen Battle, con temas de Bach, Handel y Scarlatti, entre otros.
Sobre ella tengo un recuerdo personal. A mediados de la década de 1990 estuvo en Buenos Aires. En su recital en el teatro Colón se produjo la conexión más impresionante que haya visto entre un intérprete y el público. Tanto que los bises o encore duraron más que el recital. No la dejaban ir y ella quería quedarse. Me gustaría saber si hizo algún comentario público sobre esa noche mágica, que de solo recordarla me hace escocer las manos. Yo acababa de publicar El Vuelo y ella fue parte de mi catarsis.
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