DESORIENTACIÓN A LA CARTA

El único trámite a través del cual se jubila un líder es la muerte

 

El ataque de Luis Caputo a “esta mujer” —y la respuesta de Cristina, que para La Nación fue una chicana— invocando conversaciones con gobernadores peronistas, más la repentina vocación de carpintero que expresó el Presidente Javier Milei al exteriorizar su deseo de “poner el último clavo al cajón”, son elocuentes en cuanto a que el poder económico, su muñeco de turno y en general el antiperonismo, se constituyen en torno al único liderazgo popular que con su inigualable potencia pone en riesgo la configuración social que se intenta imponer en Argentina.

Esa elocuencia contrasta con la confusión de algunos compañeros que discuten ese liderazgo con argumentos psico-emocionales, empatías o antipatías que pueden ser decisivas al definir relaciones personales pero no deberían serlo en militantes que se aprestan a tomar una decisión política trascendente: los de las quejas tales como “me cansó la soberbia” o “el problema es con Máximo —La Cámpora—, porque ha desbordado a Cristina” —¿conocerán a CFK?—; o con la de los idealistas ingenuos que se atienen a la literalidad de las palabras y no ven en la disputa por la presidencia del PJ un cuestionamiento a la conducción del movimiento popular y democrático; o con la de quienes invocan los “errores” cometidos y recuerdan las candidaturas de Scioli y Alberto Fernández. Pero también la de los que ven el enfrentamiento como un fatalismo político, inevitable.

Son planteos que en general conciben al líder como una individualidad en sí, dominada por pasiones subalternas, y a las masas —por extensión— como un rebaño dócil a los manejos del cuestionado personaje que las conduce, al que además confunden con un jefe político de coyuntura. Visiones que en el mejor de los casos se basan en el vacuo criterio de considerar hechos aislados, no el proceso histórico desde una concepción dialéctica que permita visualizar la ardua lucha que espera al movimiento popular y, en consecuencia, la dramática necesidad de proteger, no debilitar, el liderazgo en el que el pueblo, no los dirigentes, ha  confiado su conducción.

La vulgarización de la palabra líder, hace necesario a los efectos de esta nota explicar su significado y acompañarla ocasionalmente con adjetivos: popular, histórico, etc.

El liderazgo no se reduce a un acto de voluntad del líder, ni a cualidades inherentes a su especial idiosincrasia. En particular, las ambiciones de poder o de gloria nada valen mientras un hombre o una mujer no obtengan el reconocimiento de aquellas y aquellos sobre quienes su acción se proyecta. Las aptitudes personales están ahí, en estado de latencia, hasta que una parte de la sociedad las descubre y las hace suyas: esas aptitudes se realizan gracias a otros y otras, el liderazgo no es unilateral ni arbitrario, es generado por la unidad y su recíproca dependencia con la masa popular que se reconoce en su portador/a y lo/a condiciona.

Asimismo, no es casual que el liderazgo forme parte de las tradiciones políticas propias de Nuestra América, ni que haya alcanzado sus máximas expresiones en los países con las economías más poderosas de la región, Brasil, México y Argentina: esas formaciones sociales comprendieron que la contradicción fundamental que enfrentaban era la de la liberación nacional, ser o no una colonia de las metrópolis. Y, desde los antecedentes del caudillaje, encarnaron y condensaron sus esperanzas en Getulio Vargas, Lázaro Cárdenas y Juan Perón, sus antecesores y sucesores.

Por otra parte, tanto consideraciones teóricas como empíricas dejan una enseñanza que algunos compañeros se empeñan en no asimilar: el único trámite a través del cual se jubila un líder es la muerte. Enseñanza que el gran capital incorporó a su manual de procedimientos hace mucho tiempo: intentaron asesinar a Fidel Castro, a Perón y a Cristina, y asesinaron a Omar Torrijos —entre otros— porque no tuvieron la precaución de jubilarse por su cuenta, aunque si lo hubiesen intentado hubieran fracasado: es un trámite que no dependía ni depende de la voluntad del líder, que puede renunciar a una candidatura pero no al liderazgo.

El líder es generado y es generador y, como no es concebible la generación desde la nada, se equivoca quien lo divorcia de las causas sociales que lo engendraron, desconociendo que hay liderazgo en la medida de su reconocimiento por una parte de la sociedad, cuyos componentes individuales se solidarizan e identifican entre sí a través de la mediación de aquél: habla Cristina y su pueblo vibra, en una relación sentimental que también se da con Gardel o Maradona; pero distinta: con ella es la expresión que encuentra la mayoría del movimiento popular argentino como requisito para enfrentar a sus enemigos y recuperar el poder.

 

Una lideresa para el movimiento popular

Dije “su pueblo” porque en ningún caso el reconocimiento del líder es universal, de toda la sociedad: los unos lo reconocen y los otros lo desconocen, es amado y odiado al mismo tiempo. Es un error reducir el análisis a la supuesta propiedad de los votos obtenidos en tal o cual elección, además de una flagrante subestimación del votante: en 2009 Francisco de Narváez le ganó en la provincia de Buenos Aires a Néstor Kirchner, sin embargo la estatura política e histórica de ellos nunca dejó de ser incomparable. Cabe entonces una pregunta, ¿cuándo y quiénes hicieron lideresa a Cristina?, o con otras palabras, ¿qué hay detrás del kirchnerismo y del antikirchnerismo?

Es indudable que el grave conflicto con las patronales del campo impactó en millones de mujeres y hombres en quienes las tensiones vividas se convirtieron en admiración, respeto y afecto por “esa mujer” —R. Walsh dixit— que explicitó las razones del enfrentamiento y los intereses de los actores sociales que lo protagonizaron, y —lo más importante— mantuvo con coherencia y firmeza decisiones que impidieron la desestabilización del gobierno y su subordinación a fracciones del gran capital. Convirtió así una derrota institucional en una victoria política, despertando en esos argentinos una antigua conciencia antioligárquica. Pero también engendró el odio de quienes a partir de esas jornadas la identificaron —con toda razón— como una amenaza a sus privilegios.

Este proceso se agudizó con la muerte sorpresiva y prematura de Néstor Kirchner y la profundización del proyecto político que él había puesto en marcha, y que se iba a traducir en una espectacular mejora en las condiciones de vida de la mayoría del pueblo argentino ubicando definitivamente al kirchnerismo en la nómina de procesos nacional-populares.

Es decir que, para que cumpliera su rol histórico, el kirchnerismo había rescatado al peronismo instrumentalizado por fuerzas antinacionales y retardatarias en la década del '90. Pero, como ha ocurrido desde su aparición en 1945, en ningún momento dejaron de operar factores internos que discrepaban con la conducción, como el entonces Jefe de Gabinete Alberto Fernández, que fue renunciado en aquellos días. No debería extrañar por cuanto en 2005, después de la derrota infligida a Duhalde, se tomó la decisión estratégica de no crear una nueva fuerza y, en cambio, hacer del PJ la organización política para continuar con el proceso. Ese gran militante que fue el economista e historiador Eduardo Basualdo, quien falleció la semana pasada, mostró que el PJ “constituye el núcleo del transformismo argentino”, afirmación que se han encargado de confirmar los gobernadores de origen peronista —algunos en cuyos territorios se encuentran importantes reservas de litio— que han apoyado las leyes de Milei contra la Argentina y el pueblo argentino. Basualdo denominó “transformismo argentino” al proceso que —simplificando— consiste en el control por parte de los sectores dominantes de conducciones populares mediante la cooptación ideológica y/o económica de dirigentes, por analogía con el fenómeno que develó Antonio Gramsci al analizar la unificación de los partidos del Risorgimento italiano, que llamó “transformismo”.

Los agasajados el pasado lunes con una cena en la Quinta de Olivos también son integrantes conspicuos de lo que podría llamarse antikirchnerismo interno, que no sólo anida en el PJ sino también en otros partidos de origen peronista, respetuosos de la doctrina del oportunismo electoralista. El candidato Ricardo Quintela los justificó e integró como uno de los vicepresidentes en su lista a un hombre de máxima confianza del gobernador Osvaldo Jaldo, el presidente del bloque justicialista en la Legislatura de Tucumán —unicameral—, Roque Tobías Álvarez.

 

Los despistados

Vayamos a los cuestionamientos transcriptos más arriba. Lo primero que conviene recordar es que los líderes son seres humanos que como tales comenten errores y, por lo tanto, es un acto de lealtad señalárselos; un ejemplo de tal actitud puede verse en algunas cartas de John William Cooke a Perón —de un enorme valor histórico— después del golpe de 1955. Pero una cosa es señalar errores en el ámbito y momento adecuados y otra muy distinta pretender reemplazar al líder por presuntos errores, algo imposible por definición.

Después de entender cómo se forja un liderazgo es fácil comprender que otro aspecto común al devenir de esos procesos es la dificultad en la elección del sucesor: salvando todas las distancias, ¿fueron errores las designaciones de Marcelo T. de Alvear después del primer mandato de Yrigoyen; de María Estela Martínez en la fórmula que encabezó Juan Perón en 1973, conociendo la precariedad de su salud; de Dilma Rousseff en 2010; y de Alberto Fernández en 2019 —quien no fracasó por “la interna que le hizo Cristina”, sino por no atender las sugerencias de Cristina—? Todos estos casos —apenas unos pocos ejemplos— tienen en común la lógica y determinante participación del líder en la designación, despectivamente referida como “el dedo”, y la curiosa coincidencia en que triunfos tácticos se convirtieron en derrotas estratégicas; desenlace que no tiene porqué ser inexorable: recién puede constatarse con el diario del lunes.

Los que baten el parche de los “errores” también traen a colación la designación de Daniel Scioli como candidato en 2015. Es importante señalar que Scioli era el candidato de los gobernadores peronistas y afines, y que no pueden hacerse importantes diferencias entre algunos promotores del motonauta y sus retoños, los que cuidan la gobernabilidad del poder económico y festejan en Olivos.

Cristina vehiculizó aquellos planteos. ¿Fue un error, podría haberlo evitado? Pregunta de difícil respuesta. Sin embargo, conviene recordar que, confirmando las investigaciones basualdianas, la otra opción era el prócer Florencio Randazzo, otro convocado por Quintela. Evitemos los análisis contrafácticos…

Podemos concluir en que las sucesiones son dificultosas; pero también en que cuando hay coincidencias ideológicas entre líder y sucesor es probable que los conflictos —si se presentan— se atenúen y acoten a asuntos de gestión.

 

Errores en la mesa de arena

Ahora bien, no cuenta sólo la opinión de los confundidos, sino también la de aquellos que están en las mesas de arena y en el territorio donde se dirimen las diferencias; más aún, llaman la atención ciertas definiciones en esos ámbitos: las declaraciones de Carlos Bianco, hombre de extrema confianza de Axel, son las de alguien que supone que la conducción del movimiento popular puede resolverse por decreto; Bianco dijo que “quien sea Presidente o Presidenta en 2027 además deberá ser la conducción del peronismo”. Es lógico pensar que Axel las comparte; entonces ¿cómo desvincularlas de la interna en cuestión y del virtual lanzamiento de su candidatura en Berisso?, pregunta para los incautos que todavía no ven la disputa por la conducción.

Es más, descartando que la kicillofiana neutralidad discursiva responda a especulaciones encuesto-electorales que podrían haber sugerido la conveniencia de despegarse y/o victimizarse ante la mala de Cristina, la conclusión es que Axel ha decidido asumir un enfrentamiento inconducente, inconveniente y riesgoso para todo el campo popular: inconducente porque quienes han enfrentado a un liderazgo histórico desde el espacio compartido han fracasado sistemáticamente; inconveniente porque en los hechos no es verosímil su prescindencia y quedará identificado a una eventual derrota de Quintela, no a un triunfo de Cristina; y riesgoso para el movimiento popular porque, aun en la hipótesis de que la derecha alcanzara su más preciado objetivo —de escasa probabilidad de ocurrencia aunque no nula: no sería la primera vez que se repiten intentos de eliminación física de un líder popular—, inmediatamente los sectores dominantes irían por Axel, que representa las mismas ideas que su mentora —la coincidencia en el acto de Abuelas en La Plata el miércoles pasado es un testimonio simbólico más— y tiene proyección electoral obtenida en base a honestidad, inteligencia y trabajo.

Otro argumento en apariencia interesante en favor del enfrentamiento es el de quienes afirman en abstracto, como si se tratara de una ley de la naturaleza, que todo emergente político, si quiere ser jefe, tiene que desplazar a su mentor —sea o no un líder— con lo que pretenden justificar lo que denominan “un gesto de autonomía” de Axel. Desestiman la evidencia de que todo líder de trascendencia histórica es un jefe político, pero no cualquier jefe político alcanza la categoría de líder histórico; y cuando se les pide algún caso concreto, ofrecen el de la ya mencionada victoria electoral de Kirchner —Cristina como candidata— sobre Duhalde —Hilda González de Duhalde al frente de la lista duhaldista—. Desconocen que si bien Duhalde en 2003 tenía un importante poder relativo y facilitó la candidatura de Kirchner —no sin antes intentar con las de Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota—, no fue su mentor: ambos habían sido gobernadores en sus provincias. Por otra parte, Duhalde era el jefe político del PJ en la provincia más grande, rica y poblada, pero no un líder de masas.

Independientemente de las buenas intenciones que pudieron haber motorizado a la parte del peronismo que enfrenta a Cristina y a quienes acompañarían esa lista con su voto, lo cierto es que el antagonismo propuesto resulta funcional a la derecha. No hay otra explicación a los requerimientos que hacen ahora los responsables de la lista opositora buscando evitar la definición en las urnas, con lo que privarían a CFK de un triunfo fortalecedor de su liderazgo; o pidiendo postergar la elección, lo que prolongaría la exposición mediática del poco conocido Quintela y el desgaste que implacablemente practica esa maquinaria contra Cristina. Asimismo, no es sensato descartar una ayuda del principal partido anti-kirchnerista, con sede central en Comodoro Py. La única verdad es la realidad.

El movimiento nacional y popular tiene hoy más que nunca una misión muy clara que cumplir en el escenario de enfrentamiento de las fuerzas sociales. La historia muestra que las masas no absorben el conocimiento como una pura teoría, sino entreverado en la acción: la tarea no consiste solamente en predicar sino en asumir además una militancia combativa y de difusión de cuestiones esenciales que eleven el nivel de conciencia de los sectores populares, obstruida por el Régimen a través de sus distintos aparatos ideológicos. En este combate, Cristina es imbatible. La política del presente y del futuro —invocado como letanía— que habrá de desarrollarse para reconstruir la sociedad que está destruyendo Milei, es acción esclarecida por el pensamiento crítico y métodos organizativos que permitan auscultar la realidad sin someterse a verdades definitivas. Por eso es políticamente suicida cuestionar implícita o explícitamente el liderazgo de quien con cicatrices de mil batallas se ha puesto a disposición para enfrentar la que viene.

 

 

 

 

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