Desobediencia de vida

Declaró Pablo Verna, hijo del anestesista de los vuelos de la muerte, en el juicio por la contraofensiva

 

Fue un día histórico. Un día desobediente. Después de un lejano antecedente en el caso de la apropiación de Juan Cabandié, por primera vez declaró en un juicio por delitos de lesa humanidad el hijo de un represor. La distancia con aquel precedente lo marca la presencia de otrx hijxs de genocidas sentadxs en la primera fila de la sala del tribunal.

En la decimotercera audiencia del denominado “Juicio Contraofensiva Montonera” declaró Pablo Verna, hijo de uno de los médicos del centro clandestino de detención Campo de Mayo entre 1978 y 1980. El represor Julio Alejandro Verna anestesiaba a los militantes que luego eran arrojados al mar en los vuelos de la muerte. En la gélida mañana de San Martín, tan sólo atenuada por el calor humano de una sala de audiencias colmada, declararon también Luciana Milberg, Verónica Seisdedos y María Montserrat Suárez Ameiva. Luciana es abogada y sobrina de Raúl Milberg, militante montonero desaparecido en febrero de 1980. Verónica es hija de Elena Cristal y María, de Julio Suárez, militantes montoneros desaparecidos en octubre de 1979.

 

Declara Luciana Milberg. Foto: Julieta Colomer/ Diario del Juicio.

 

 

Pablo Verna forma parte del colectivo “Historias desobedientes” que hizo su aparición pública en mayo de 2017, en ocasión de la marcha en repudio al fallo de la Corte Suprema que habilitaba el beneficio del 2x1 a condenados por delitos de lesa humanidad. Con el lema “no nos reconciliamos”, los “familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia” se organizaron y comenzaron a intervenir en la disputa memorial, siempre inacabada, sobre el terrorismo de Estado. En noviembre de 2017 presentaron un proyecto para modificar los artículos 178 y 242 del Código Procesal Penal que les impiden denunciar y prestar testimonio contra sus padres. La decisión del tribunal de permitir la declaración de Verna, tras un intenso y apasionado debate, establece un nuevo mojón en la historia de los derechos humanos en todo el mundo.

Además de la exigencia a sus propios familiares para que brinden información sobre aquellos años, la irreverencia de estxs hijxs hacia su herencia forma parte de esa sociedad de los derechos humanos que busca la reparación en la escena judicial en la que el Estado argentino investiga y castiga a los responsables de los crímenes contra la humanidad.

 

 

Por la humanidad

Fue casi un arrebato de barrio. “¡Yo se lo voy a contestar afuera!”, se escuchó en la sala el sereno pero impetuoso reto que el letrado de la querella Pablo Llonto le hizo a Hernán Corigliano, abogado defensor del genocida Jorge Apa. Apa es el mismo general retirado que define al “terrorismo de Estado” como un “artilugio político inventado por los abogados terroristas en el exilio”. La tensión creció sobre el final de la audiencia, luego de que el presidente del tribunal elogiara la forma respetuosa en que se desenvolvió el debate que terminó con la declaración de Pablo Verna. Fue cuando Corigliano preguntó al testigo si había militantes del grupo “Historias desobedientes” en la sala y si las querellas habían colaborado con este colectivo. Llonto lo cortó en seco: “Está haciendo tareas de inteligencia”, le señaló al juez.

Pablo Llonto llevó la voz cantante de la acusación. Foto: Luis Angió, Diario del Juicio.

Durante el debate sobre la declaración de Verna, Llonto supo expresar con encendidas palabras la importancia histórica del testimonio desobediente: “La ola en defensa de los derechos humanos no viene al revés, no viene para silenciar y castigar a la humanidad, sino que viene soplando bien en todo el mundo para que se juzguen los delitos de lesa humanidad y para que todo aquel que pueda hacer un aporte lo haga”.

La fiscal Gabriela Sosti ya había señalado la extemporaneidad de la oposición de los defensores al testimonio de Verna e indicó que la declaración no se ofrecía en contra de Verna padre, ya que el médico represor no se encuentra entre los imputados de la causa. Todas las partes acusadoras habían replicado ese argumento. Sin embargo, no todo el intercambio giró sobre cuestiones técnicas. Llonto también enfatizó la dimensión política que revestía la decisión que debía adoptar el tribunal: “Estamos a favor de que declare Verna porque declara como integrante de la humanidad, porque se juzga cómo se violaron de la manera más grosera los derechos humanos para el mundo, no solamente para la Argentina”. Luego advirtió a los jueces los alcances de su resolución: “Acá se va a decidir la suerte de todos los hijos e hijas genocidas que quieren declarar en los juicios de lesa humanidad para contar lo que saben que hicieron sus padres y eso tiene que ver con la dignidad humana”.

Por su parte, el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Ciro Annicchiarico, recordó cuando seis años atrás recibió en las oficinas estatales a Verna para tomarle declaración y subrayó una razón central por la cual la aplicación del artículo 242 del Código Procesal Penal era improcedente: el vínculo familiar sobre el cual este artículo posa su fundamento está quebrado. “A diferencia del derecho penal  —señaló el experimentado abogado— el derecho procesal permite buscar la interpretación de la voluntad del legislador. Lo que está detrás de este artículo es la defensa de la familia, justamente lo que se llega a ver de esta posible declaración es que el vínculo familiar claramente se ha roto, no es la situación prevista por el legislador”.

El presidente del tribunal agradeció el enriquecedor debate, entendió que el planteo de la defensa era tardío y que el artículo en cuestión prohibía a Verna testificar en contra de su padre, pero no lo inhibía de declarar como si fuese un testigo de contexto. Así, por decisión de mayoría, el tribunal dio lugar a una declaración histórica. Con argumentos técnicos, la disidencia fue expresada por el juez Alejandro De Corvez.

 

 

 

El camino desobediente

El fallo del tribunal abre la puerta a que centenares de familiares de represores puedan aportar a la memoria, a la verdad, pero sobre todo a la justicia. El caso de Pablo Verna lo ejemplifica. Su relato no se trató únicamente de su camino personal en tanto “necesidad de conocer la verdad”, como señaló, sino que precisó, tal cual se lo había confesado su padre, información sobre algunas víctimas de este juicio.

La declaración de Verna tuvo dos momentos centrales. El primero giró en torno de lo que su padre le había admitido en una imborrable conversación en 2013, en el contexto de una separación familiar cruzada con una denuncia por violencia de género en contra del médico represor. El segundo momento hilvanó cuidadosamente el modo en que, desde su infancia hasta el instante de la confesión, Verna fue construyendo un camino desobediente. En este trayecto recuperó recuerdos alojados en complejos recovecos de su cabeza y reconstruyó datos y dichos surgidos de conversaciones entre sus hermanas y sus padres.

Verna habló de los vuelos de la muerte, de las inyecciones con las que su papá drogaba a los detenidos antes de subirlos a los aviones y del control que hacía en pleno viaje de las personas que arrojaban al mar. También refirió a los partos clandestinos, al robo de bebés, a la repartija de las pertenencias de los secuestrados, a los métodos de tortura utilizados en la Escuelita de Campo de Mayo, a la incineración de cuerpos, a la presencia de los dirigentes montoneros Horacio Mendizábal y Horacio Campiglia, y al asesinato de cuatro militantes durante la Contraofensiva, sedados y arrojados en un coche hacia el fondo de un arroyo en Escobar.

Por otro lado, Verna refirió a la costosa ruptura con el mandato familiar. Porque el médico represor busca implicar a lxs hijxs en sus crímenes. Vuelve de torturar y los acaricia. Les habla de las diferencias entre terroristas, subversivos y extremistas, de víctimas colaterales e incidentales, de militares traidores como Adolfo Scilingo, de la necesidad de fusilar a todos en la Plaza de Mayo. “Ahora estás sucio”, le dice su padre. Hasta que una vez Pablo pudo decirle: “Me avergonzás”, en el medio de una discusión en torno al conflicto con las patronales agrarias en 2008.

Entre el “no lo van a encontrar nunca más a Julio López” y “la clave es que la gente le tenga miedo al Estado”, se entreteje una infancia con una madre que justifica la tortura y la “eliminación de la faz de la tierra” de todos los “subversivos”, pero que empatiza con un primo sacerdote y se pregunta si en la época de la dictadura este familiar también hubiera sido un desaparecido. “Sí”, dice el médico genocida Verna, y la califica de “zurda”.

“¿Te sentís fuerte ahora?”, le preguntó en una ocasión su padre a Pablo, cuando intentaba averiguar la verdadera identidad de un conocido de la familia, nacido en 1980, de quien sospechaba la posibilidad de que fuera un nieto apropiado.

Pablo Verna escribe su historia. Como también lo hacen otrxs hijxs de genocidas, que se reúnen desde hace años y organizan el colectivo “Historias Desobedientes”. Verna, todxs ellxs en realidad, le hablan a los que participaron de la represión o a quienes tienen información valiosa que brindar a la Justicia. Pero para ello es necesario, primero, romper con la obediencia de vida.

 

Pablo Verna y su pareja, Mariela Milstein. Foto: Julieta Colomer, Diario del Juicio.

 

 

En el nombre del hijo

El abogado Ciro Annicchiarico dio en la tecla: el vínculo familiar está roto. Estxs hijxs pueden declarar y contar qué saben sobre el rol de sus padres en la represión ilegal. Pero no solo declaran. En otros casos se cambian los apellidos.

“Soy la hija de un torturador y por eso quiero cambiarme de apellido. Quiero terminar con este linaje de muertes y no acepto ser la heredera de todo este horror. Los apellidos son símbolos y el mío es uno muy oscuro, lleno de sangre y de dolor”, señaló hace un tiempo Ana Rita Vagliati, hija del ex comisario bonaerense Valentín Pretti, alias “Saracho”.

“El uso del apellido paterno está asociado al horror, a lo siniestro y a la muerte, el mismo me ha generado históricamente inconmensurables angustias y un profundo quiebre interno”, explica Mariana Dopazo, cuando decide cambiarse el apellido de su progenitor Miguel Etchecolatz. “Su sola evocación ha provocado la inquietud de recuerdos de huellas infantiles dolorosas, llenas de violencia, miedo, imposibilidad de comunicación verbal y afectiva enmarcados en un ambiente contrario al desarrollo de una familia”, completa.

En estas experiencias, renunciar a la filiación primaria asociada al horror puede permitir escribir vidas propias. Estxs hijxs no tienen que esperar al fallecimiento de sus padres para sacudirse ese pesado legado en el que los represores pretenden incluirlos: “Quiero dejar de pedirle permiso a él para vivir”, escribe Ana Vagliati.

No es fácil encontrar el camino, aquel que se bate entre la tortura y la ternura. Por eso mejor, juntxs. El colectivo de “hijos de genocidas”, como se autodenominan, estaba presente en la sala de audiencia durante el testimonio de Verna. Allí se encontraban Liliana Furió, hija del perpetrador Paulino Furió, ex jefe del G2 de Mendoza (División de Inteligencia del Ejército) y Analía Kalinec, hija del “Doctor K”, miembro de la Policía Federal y represor de los centros clandestinos de detención Atlético, Banco y El Olimpo, desheredada por sus valientes decisiones.

Para estxs hijxs identificarse con sus padres significa ser cómplices del horror. Por eso detectaron y lograron la escisión, como cuando Vanina Falco desmalezó el camino al declarar en el juicio por la apropiación de Juan Cabandié, su hermano por elección. Para muchxs, la sustitución del apellido paterno abre una nueva dimensión de vida. En este proceso se inscribe el camino de sus declaraciones en juicios por los crímenes de la represión ilegal. No solo en contra de sus padres, sino a favor de la humanidad.

 

 

 

 

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