Haz lo que yo digo, mas no te hagas ilusiones cuando digo que dialogaré
“(El yo)…con su posición intermedia entre ello y realidad, sucumbe con harta frecuencia a la tentación de hacerse adulador, oportunista y mentiroso, como un estadista que, aún teniendo una mejor intelección de las cosas, quiere seguir contando empero con el favor de la opinión pública”.
Sigmund Freud, El yo y el ello (1923)
Llamar al diálogo
El 10 de diciembre de 2015, en su mensaje de asunción presidencial, Mauricio Macri convocó a todos los argentinos a poner en marcha “un tiempo de diálogo”. Hace unos días, tras haber iniciado conversaciones con el FMI y promover un aumento de tarifas al que el Congreso de la Nación procuraba ponerle límites, el Presidente volvió a convocar a un diálogo con la oposición. Un dirigente sindical declaró: "Parecería que se nos quiere comprometer con el ajuste que llega de la mano del Fondo Monetario Internacional".
Al mismo tiempo, la gobernadora María Eugenia Vidal pretendía imponer paritarias desvalorizantes a los docentes, y en la ciudad de Buenos Aires se reprimía a los trabajadores del transporte subterráneo por resistirse a un intento semejante que el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta quería imponer diciendo que ellos estaban “dispuestos al diálogo”, pero que no rediscutirían paritarias.
En los dos años y medio de su administración, las conductas y políticas públicas de los funcionarios de la coalición Cambiemos negaron reiteradamente con sus actos lo dicho con palabras respecto al dialogar. Por eso, si el gobierno propone llamar al diálogo, es bueno que nos preguntemos:
¿A qué llamar “diálogo”?
La palabra “diálogo” tiene un valor muy alto en filosofía: es la forma de expresión que introdujo Platón como modo de pensar contrario al dogmatismo. Un modo de pensar que el humanismo renacentista retomó en obras como Diálogo de la lengua (1535) de Juan de Valdés en defensa del español frente a la dogmática de la gramática latina, y como el revolucionario Diálogo sobre los dos mayores sistemas del mundo (1632) ante al geocentrismo de la dogmática religiosa, que le valió a Galileo condena por hereje. Un modo de pensar que ha llegado hasta hoy con la más reciente ética discursiva, comunicativa o dialógica, de filósofos como Habermas y Apel.
En ese marco, “diálogo” es saber preguntar y responder, para avanzar en el conocimiento hacia la verdad y la justicia, y no una disputa sofística dirigida a imponer dogmáticamente una razón sobre otra. Por eso el diálogo puede ser auténtico o falso. El diálogo auténtico es el que se establece en el reconocimiento de una relación entre personas, aquello que exigen los derechos humanos: “Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Un diálogo falso (o monólogo) es una apariencia de cercanía en una realidad distante.
Las paritarias de trabajo son una negociación entre partes iguales en dignidad y derechos (empleadores y trabajadores) que deliberan sobre las condiciones de trabajo buscando un equilibrio razonablemente fundado entre las necesidades y expectativas de unos y otros. En su sentido legítimo, las paritarias son un ejemplo de diálogo auténtico. Sin embargo, su no reconocimiento, y la estigmatización, persecución y represión de los trabajadores, convierte a las paritarias en un diálogo falso. Es la diferencia entre justicia social –dar a cada uno, como persona, lo que le corresponde según su dignidad—, y libre mercado –dar a cada uno, como mercancía, lo que indica la oferta y la demanda—. Por eso: ¿a qué llama “diálogo” el presidente Macri?
Falsear el diálogo
Podemos sostener un diálogo auténtico y cometer un “equívoco”. Si tenemos poco conocimiento de la realidad y sus hechos, o si tomamos premisas falsas con la intención de sacar conclusiones verdaderas, podemos equivocarnos. El reconocimiento del error o la disculpa zanjan el equívoco y permiten seguir sosteniendo un diálogo auténtico. Consciente de ello, el gobierno ha convertido en máxima universalizable a todo acto el supuesto del equívoco. Y así dice que si comete errores los reconoce y revierte. Sin embargo, si se tiene conocimiento de lo que se está hablando y se toman premisas verdaderas con el objetivo de sacar conclusiones falsas, este es un falso equívoco de una estrategia dirigida a manipular la razón de los otros.
Hay otras vías para falsear el diálogo. Si los actos del actual gobierno niegan sus dichos, un modo de explicarlo es por la “mentira” que es distinta del equívoco. Por eso el 23 de mayo, en su informe de gestión ante la Cámara de Diputados, el Jefe de Gabinete Marcos Peña Braun fue interpelado por un dirigente opositor en relación a la gravedad de la crisis financiera y su informe anterior que decía que se necesitaba cada vez menos del financiamiento exterior: “O usted desconocía la realidad (un equívoco) o nos mintió”. Al convocar al diálogo aparentando autenticidad pero en modo falso, se induce al error de creer lo contrario de lo que sabe el que convoca y oculta la verdad. Eso es mentir y con ello se busca sacar ventaja.
La “negación” es otro modo de falsear los supuestos de un diálogo auténtico. Si el gobierno sostiene que la verdad y la transparencia son sus cualidades irrenunciables, pero cuando se denuncian con pruebas las cuentas y empresas offshore del presidente y de un grupo numeroso de funcionarios, estos rechazan las pruebas diciendo que no tienen responsabilidad sobre las mismas, esas negaciones convierten en falso todo diálogo que se quiera entablar al respecto.
Las desmentidas del ilusionista
Pero el modo más sutil del gobierno actual para falsear el diálogo democrático, es el que tomando prestado su cuño al psicoanálisis podemos llamar “la desmentida”. Esta es el reemplazo de una percepción de la realidad por otra de carácter opuesto. Son acciones que hacen desaparecer el registro de una realidad. “Matar al mensajero” es una desmentida que el gobierno de Macri descarga al perseguir a los periodistas y los medios que dan “malas” noticias de su gestión. Los hechos siguen inmodificables, pero silenciando a sus mensajeros cambia la percepción pública. Y para rechazar los hechos y sus consecuencias se introduce un “pero”: “Estamos mal (adversativa), pero “la pesada herencia” (proyección), nos ha dejado este desastre (exculpación)”.
Sin embargo, ese falseamiento de la autenticidad de todo diálogo, puede llamarse “desmentida “retrógrada” en tanto afecta a hechos que ya han ocurrido. Lo novedoso en el gobierno de Macri es lo que podemos llamar “desmentida anticipatoria” en relación a hechos que a partir de la actualidad se presume van a ocurrir. Si la primera trata de anular algo que ha ocurrido, la desmentida anticipatoria trata de anular algo que va a ocurrir. Es el rechazo de las consecuencias que la percepción de la realidad futura provocará sobre una creencia.
En su discurso de asunción el presidente Macri trazó tres ejes mayores de sus políticas: pobreza cero, unión de los argentinos y lucha contra el narcotráfico. Era sabido que la política neoliberal aumentaría la pobreza. Se supo después que la voluntad del gobierno era la persecución de sus principales opositores y que la lucha contra el narcotráfico era la excusa para una política represiva de seguridad. Todo indica que el presidente ya sabía lo que iba a hacer y cuáles serían sus consecuencias. Por eso, anticipándose, formuló una intención contraria como desmentida previa a esas consecuencias, y luego introdujo el “pero” para desmentir esas consecuencias cuando ocurrieran en el futuro: todo lo malo que ocurriría sería consecuencia de “la pesada herencia” y del “se robaron todo”.
La desmentida del ilusionista se dirige así a masificar el método de la desmentida en los crédulos para que estos lleguen a decir del mal gobierno: “Ya lo sé, pero…”. No hay ilusionista sin crédulos, no hay ilusión sin credulidad. Por eso, el triunfo de la desmentida anticipatoria consiste en haber logrado generalizar la ilusión de la desmentida en tanto negación de la realidad. Pero la desmentida es una defensa falluta: una realidad inocultable por las necesidades, la represión, y la pérdida de un fetiche como el dólar, hace caer la ilusión y el prestigio del ilusionista y el llamado al diálogo se descubre como truco.
No hay que minusvalorar, no obstante, a la creatividad falsacionista del gobierno que es prolífica: Marcos Peña Braun consideró una “decisión preventiva” el acudir al FMI, con lo cual condensó en un mismo acto una desmentida retrógrada de la crisis cambiaria y una desmentida anticipatoria de las consecuencias del ajuste exigido por el Fondo. Hay que reconocer, con Hegel, la inteligencia del lado oscuro de la razón.
- Imagen principal: René Magritte, 'Le paysage de Baucis', 1966 (detalle)
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