Desde el escritorio de Julio Verne

Una invención diabólica, del checo Karel Zeman, recrea las primeras ediciones de las novelas de Verne

 

Durante varios años tuve a cargo un video club que gozaba de cierta reputación, y era muy común que se acercaran jóvenes alumnos de la secundaria para pedirme alguna versión cinematográfica de Martín Fierro, Romeo y Julieta o de algún libro de Julio Verne, obras que de seguro estaban entre las lecturas obligadas del ciclo lectivo. El diálogo que se desencadenaba era más o menos así:

–Hola, tenés (por ejemplo) la peli de Julio Verne Viaje al centro de la Tierra.

Sí, tengo varias adaptaciones. ¿Cuál preferís?

–No sé, la que más se parezca al libro.

–Entonces te confundiste de negocio, andá a una librería.

Ya sé que puede sonar muy agresivo y es una pésima estrategia comercial, pero dispénsenme de explicar por qué una adaptación cinematográfica (por más excelsa que fuere) jamás podrá reemplazar la experiencia de leer un buen libro. Es más, creo que la mejor adaptación es la que más lejos está de cualquiera de nuestras posibles lecturas. Lo que sí debo reconocer es que a mí, que me reconozco como un lector bastante inconstante, el cine me ha servido para conocer a algunos escritores o para al menos introducirme en sus universos creativos. Por eso es que cuando al fin comencé a saldar mi deuda lectora con Julio Verne, personajes como el capitán Nemo y el doctor Fergusson me resultaban familiares gracias a la enorme cantidad de adaptaciones que el cine ya había hecho con las obras del escritor francés.

De todas estas adaptaciones sobresalen (muy por encima de las más difundidas producciones estadounidenses) las realizadas por el checo Karel Zeman. Películas descaradamente creativas, por momentos surrealistas e incluso algo caóticas. No tienen ninguna utilidad para quien quiera ahorrarse el trabajo de leer los libros de Verne (por eso las celebro tanto) y sin embargo riman juguetonas con su literatura.

Zeman fue uno de los grandes maestros del cine de animación checo, y ojo que estoy hablando de uno de los países más fecundos en la especialidad que ha dado genios del porte de Jiri Trnka y Jan Svankmajer. Una escuela irrigada por una riquísima tradición escénica y que en el cine animado ha utilizado desde ilustraciones, muñecos, efectos ópticos y siluetas de cartón hasta vidrio soplado, piedras, animales embalsamados y pedazos de carne. Además, en muchas de estas películas es bastante frecuente la interacción de toda técnica de animación con actores y objetos de la vida real. Varios de estos recursos aparecen en las adaptaciones vernianas de Zeman, como El dirigible robado (Ukradená vzducholod, 1967), con cita a distintos cuentos de Verne, En el cometa (Na komete, 1970) basada en la novela Hector Servadac, y sobre todo la primera de ellas, Una invención diabólica (Vynález zkázy, 1958), adaptación de Ante la bandera. Esta es la cinta en la cual me quiero detener porque, en primer lugar, es la más conocida, y sobre todo porque ofrece un sumario delirante y adorable de las criaturas zoológicas y tecnológicas de Verne, lo cual certifica que nadie lo leyó desde el cine tan bien como Karel Zeman.

La historia de Una invención diabólica es narrada por el joven ingeniero Hart. Él va a visitar a su admirado profesor Roch, que se encuentra alojado en un sanatorio mental y aun así no ha cesado en la investigación de un poderoso explosivo basado en la separación de la materia. Durante esa misma jornada, el capitán Spade, líder de una banda de piratas, secuestra a Hart y al profesor Roch para luego trasladarlos en un submarino y un velero a una extraña isla volcánica, ahuecada en el centro y a la que se accede por un paso submarino secreto. Esta es la guarida de quien maneja los hilos de todo, el perverso Conde Artigas, que está urdiendo un siniestro plan de dominación mundial valiéndose del talento del ingenuo profesor Roch, quien ve en él a un mecenas para sus progresos científicos.

 

El joven ingeniero Hart.

 

Como el joven Hart se avivó hace rato de la maniobra, lo han confinado a un rincón incomunicado dentro de la exótica isla, pero se las va a arreglar para poner al resto del mundo al tanto de los planes maléficos del conde Artigas, y cuenta para esto con un arma de destrucción masiva inocentemente aportada por el profesor Roch.

Este es sólo el argumento elemental de esta película, apenas un acercamiento a la novela original que además es muy poco conocida. No sé muy bien por qué Zeman la eligió para su primera aventura verniana, asumo el riesgo de decir (sin ninguna prueba) que la clave puede estar en que el film se hizo en plena guerra fría, cuando comenzaron a producirse las armas de destrucción masiva que aún hoy habitan nuestras pesadillas. Este es un tema central de la película, mucho más que en la novela que le dio origen. Y también me animo a decir que Zeman vio aquí la posibilidad de introducir desfachatadamente personajes e invenciones que pertenecen a otras obras y que componen el imaginario inoxidable de Verne. Hay citas al Capitán Nemo y su submarino, al inventor Barbicane de De la tierra a la Luna y al conquistador Robur. Durante una excursión bajo el agua hay una aparición del Kraken, la terrible criatura directamente extraída de Veinte mil leguas de viaje submarino, y también un par de secuencias en las que se hace un repaso mediante planos, bocetos y mapas de las grandes invenciones de la época, aquellas con las que Verne tanto se entusiasmaba. Pero la puesta en escena del universo verniano no termina ahí, pues falta lo más interesante.

 

La maqueta del submarino en el museo de Karel Zeman.

 

La estética que ostenta Una invención diabólica es toda una recreación de lo que fueron las primeras ediciones de las novelas de Verne. Tenemos a actores que se desenvuelven en escenarios compuestos al modo o directamente sobre ilustraciones al estilo de las litografías y los grabados que ilustraban dichos volúmenes. Y para que esto sea directamente una recalada a la era victoriana, la textura misma del film presenta el color y la porosidad de las páginas ajadas y amarillentas de aquellos libros centenarios. Cabe pensar que, para Zeman, el desafío de adaptar a Verne no se trataba sólo de narrar correctamente una aventura científica y tecnológica sino que también debería ofrecer una experiencia palpable, táctil, transmitir esa recurrente nostalgia que nos enfrenta al viaje imposible, el que nunca la ciencia podrá resolver: la ruta hacia el pasado.

 

Afiche antiguo de Una invención diabólica.

 

Julio Verne vivió la era de los grandes inventos y así lo reflejo en sus novelas, con los desafíos y el entusiasmo propios de un diletante pero también con mucho conocimiento de causa. Por eso creo que hay que dejar un poco de lado esta idea del escritor visionario y destacar que también fue un tipo muy informado y constantemente alerta a los avances científicos y tecnológicos de su época. Cuentan que dormía en una cama muy sencilla muy cerca de su escritorio para estar presto a escribir con la primera luz del día. En su casa de Amiens, hoy convertida en museo, pueden verse los mismos objetos que habitan su extensa obra: globos terráqueos, herramientas de navegación, maquetas, bocetos y planos de nuevas invenciones, mapas y muchos libros. Un inventario muy parecido hay también en el museo de Karel Zeman: artefactos, miniaturas y maquetas que tuvieron un lugar protagónico en su primera aventura verniana, una película que parece haber emergido directamente desde el escritorio de Julio Verne.

 

El escritorio de Julio Verne.

 

 

 

FICHA TECNICA

Título original: UNA INVENCIÓN DIABÓLICA, Vynález  zkázy / Año 1958 / Duración 84 min. / País Checoslovaquia / Dirección Karel Zeman / Guión Frantisek Hrubin, basado en la novela Bajo la bandera, de Julio Verne / Música Zdenek Liska / Fotografía Antonin Horak, Jiri Tarantik / Reparto Lubor Tokos, Arnost Navratil, Miroslav Holub, Frantisel Slegr.

 

 

 

 

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