Desarrollo o dunga dunga
Entre 2015 y 2022, la Argentina se empobreció mientras la humanidad vivía lo contrario
El llamado a la elaboración de un programa político de Cristina Kirchner y su insistencia en la necesidad de organizar a la masa política que compone el campo popular para desenvolverlo representan una elevación de la conciencia política. Deposita la formulación de objetivos de gobierno en la comprensión de una realidad histórica de la Argentina, en vez de remitirlos al entendimiento subjetivo de un grupo de dirigentes que no necesariamente se condiga con las necesidades de sus representados, y de esta forma limita el debate político a problemas concretos de intereses y medios para satisfacerlos.
En los términos de Gramsci, esto significa dar el paso de la espontaneidad a la dirección consciente. La profundidad de la transformación planteada requiere que la manera de ejecutarla se conozca con anterioridad al comienzo del gobierno. No se puede orientar por la conciencia limitada a lo conocido, porque justamente se trata de conducir un movimiento hacia algo que hasta el momento es desconocido para el “sentido común” del pensamiento nacional.
Es el caso inverso de lo que sucedió en los gobiernos que encabezaron Néstor Kirchner y ella, en los cuales primó la conciencia relacionada con los problemas inmediatos por sobre la comprensión de sus causas estructurales. Por la vocación y las inclinaciones políticas que caracterizaron a su conducción, fue posible que se lograran avances significativos en el estado del país y las condiciones de vida de su población, pero tanto el proceso de crecimiento económico como el de organización política encontraron sus límites. La causa fue que los factores definitorios de la estructura social de la Argentina fueron alterados dentro de los límites de la estructura económica, modificando el equilibrio de las relaciones políticas que primaron desde 1976, sin alcanzar a quebrarlo.
Cuando Cristina Kirchner y quienes la acompañan se refieren a la transformación necesaria, predomina el hincapié en cuestiones económicas. A saber: la distribución del ingreso, la estructura de la producción definida como la especialización (los productos que se exportan) y el grado de desarrollo de los procesos de producción. La nitidez con que se plantean se encuentra dentro de lo accesible al sentido común de ese sector político, que es justamente el que se requiere elevar al grado de un pensamiento disciplinado para que los componentes más firmes del Frente de Todos crezcan en alcance, al punto de volverse un elemento positivo de la política, además de una expresión ideológica progresista. Finalidad que requiere responder interrogantes sobre el desarrollo de la base material de nuestro país, pre-condición para formular el programa reclamado por la Vicepresidenta.
El desarrollo desigual
El desarrollo, que debe entenderse estrictamente como desarrollo de las fuerzas productivas, es el determinante del nivel de vida que pueden alcanzar los habitantes de un Estado-Nación. Lo que un grupo de personas pueda consumir se encuentra limitado por su capacidad de producirlo. En el capitalismo, el desarrollo de las naciones es desigual, porque las relaciones sociales de producción tienen como base la explotación, en el sentido de que la apropiación del excedente resultante de la diferencia entre el valor de la producción y de los costos de producción la efectúa una clase social que no es productora directa, por medio de mecanismos de mercado (precios e ingresos).
El problema del desarrollo desigual atrajo la atención de los economistas a mediados del siglo pasado, cuando se comenzó a observar que la mayor parte de la humanidad permanecía sumida en la pobreza. Esto dio lugar a la emergencia de la llamada economía del desarrollo, y varías vertientes de pensamiento concernidas con esta cuestión. La mayor parte de estas cayó en el olvido, por su ineficacia para pronunciarse sobre el desarrollo desigual, pretendiendo, en cambio, que el mundo subdesarrollado creciese sin provocar una crisis para el mundo desarrollado.
El desarrollo desigual, sin embargo, sigue siendo la característica principal de la economía mundial. Para 2022, el PBI del mundo desarrollado equivale al 41,7 % del PBI del mundo total. Del 58,3 % restante, el 18,5 % corresponde a China y a India el 7,3 %. América Latina, el continente del que forma parte nuestro país, también tiene una participación en el PBI mundial del 7,3 %. De cualquier manera, el indicador más importante es el PBI per cápita, que se utiliza para medir la actividad en relación con la población. El PBI per cápita de los países desarrollados permanece, alcanzando una proporción equivalente a cuatro veces del de los países subdesarrollados.
El PBI per cápita de las economías desarrolladas creció a una tasa del 9,5 % entre 2015 y 2022, y el de las economías subdesarrolladas a la del 18,8 %. Si bien en el caso de los países subdesarrollados, China e India tienen una incidencia significativa por sus elevadas tasas de crecimiento que provoca un sesgo en la tendencia general, es evidente que entre 2015 y 2022 en el mundo se mantuvo una trayectoria general de crecimiento.
Sin embargo, el PBI per cápita de la Argentina cayó en un 6,3 % entre 2015 y 2022. Es decir que, en un período de crecimiento mundial, nuestro país se empobreció, y se recuperó muy poco de lo perdido hasta 2019. Esto último no es un dato nuevo para los lectores de El Cohete, que ya lo conocen por otros artículos dedicados al panorama local. La novedad es que el proceso tuvo lugar en un momento en el que la humanidad experimentaba la tendencia inversa.
Incluso Brasil, otro país de la región que atravesó una situación política de características similares a las de la Argentina, creció en 2022 con respecto a 2015, cuando en 2019 su PBI per cápita se encontraba por debajo del de ese año. Chile, muy convulsionado por su amplio nivel de desigualdad, mantuvo el crecimiento durante todo este período.
Por efecto de esta evolución, entre 2015 y 2022 el PBI per cápita de la Argentina pasó de mantener una proporción de 0,49 en comparación con los países desarrollados a una del 0,42. En comparación con los países subdesarrollados, esta proporción pasó a ser de 2,36 a 1,86.
La industria de base
Es interesante indagar en el significado de esto. En la medida en la que no se lleven adelante acciones para revertir la caída del nivel de actividad, y no se adopten políticas destinadas a apuntalar el crecimiento, nuestra nación quedará opacada ante las demás por su subdesarrollo. Todas las mejoras en el nivel de vida que se puedan alcanzar se verán reducidas a lo que la situación política y económica permita.
Desde el punto de vista de la estructura económica, el principal rasgo del subdesarrollo argentino es la carencia de una industria de base, y la concentración de la exportación en unas pocas ramas de producción. De acuerdo a los datos del Banco Central Argentino, entre 2012 y 2022, de 28 ramas que comprenden el comercio con el exterior de bienes y servicios, siete fueron superavitarias y 21 deficitarias.
Cuando nos limitamos a observar los bienes que exporta la economía, encontramos que las ramas superavitarias (que representan ingresos de divisas) son las relacionadas con el agro —principalmente la del comercio de oleaginosas— y la minería. En todo el último período, el valor de las exportaciones permanece prácticamente estancado en los lapsos de 2012-2015, 2016-2019 y 2020-2022.
En cambio, los seis déficits más significativos se concentran en la industria pesada, principalmente en la producción automotriz, la importación de maquinarias y equipos, y lo relacionado con la industria química.
Esta periodización tiene el sentido de poner en evidencia que durante los últimos tres gobiernos poco se modificó, más que el empobrecimiento de la población a partir de 2016, que no tuvo su causalidad en ningún hecho económico que lo tornase necesario, sino en el carácter reaccionario del gobierno de entonces y en la continuidad que mantuvo este en términos del sistema de precios, que propicia el deterioro del salario real y otros ingresos asociados, como las jubilaciones. A grandes rasgos, esto es lo poco que tiene de constante la política económica de los últimos dos mandatos presidenciales.
Es ingenuo creer que una situación así se va a resolver por la expansión de las exportaciones de energía y minería. El optimismo depositado en Vaca Muerta y el litio soslaya que, en primer lugar, si no existe una coalición política orientada a redistribuir ese excedente, este puede utilizarse para intentar estabilizar la fractura social que está gestándose en este momento, con el resultado de ahondar la inestabilidad política por la falta de una síntesis que armonice la política económica, las necesidades de las mayorías.
Más importante aún es considerar que si incluso se aprovechase esta expansión del caudal de exportaciones, para que la Argentina pueda considerarse un país desarrollado, su PBI per cápita tiene que duplicarse. La tendencia gravitacional del capitalismo propende a la conservación del subdesarrollo, por lo que solamente las exportaciones crecerán mientras sirvan a los países desarrollados, que por inercia tienen interés en que no se desarrolle la periferia. Contradicción que resulta en que el crecimiento dentro de este esquema se atenga a lo permisible por la dependencia de la industria de base ajena, por ignorar la independencia que conlleva disponer de una industria de base nacional.
El elemento ideológico
El retroceso experimentado desde el año 2016 no significa que los logros acaecidos durante los tres mandatos presidenciales que se sucedieron entre 2003 y 2015 hayan sido efímeros. Por lo que se gestó en ese lapso es que hoy existe la resistencia a que continúe el empeoramiento de la situación político-económica. Y fue el sector que responde a la Vicepresidenta el que impidió que la política económica tuviese efectos más contraproducentes que los que se manifestaron.
Las objeciones que cosechó dicha etapa se concentraron sobre los estímulos de la política económica al consumo. Se sostuvo que el gasto público estaba creciendo excesivamente y que era necesario ponderar las virtudes de mantener un resultado fiscal positivo (nunca se explicaron cuáles), que se requería favorecer el crecimiento de la inversión y de la productividad, y hasta que el aumento de los salarios tenía efectos adversos sobre la actividad de las empresas por la reducción de la tasa de ganancia que conllevaban. Los señalamientos sobre la política tarifaria, más que un llamado a la racionalidad en el uso social de la energía, fueron una variante de estas críticas.
Dichas discrepancias se enmarcan en el elemento ideológico que fundamenta que la expansión argentina es incompatible con las posibilidades dadas por el comercio exterior, que cualquier acción tendiente a la independencia nacional a la larga queda frustrada por esta causa, y que lo ocurrido entre 2004 y 2015 fue un aprovechamiento oportunista de circunstancias particulares. Son los heraldos de la misma ideología los que se esperanzan con que las exportaciones les den aire a los próximos gobiernos, a falta de algo mejor para ofrecer que pueda llegar a vulnerar los intereses de sectores reaccionarios de la sociedad argentina.
Contra todo este sentido común, que finalmente indica que el desarrollo no es posible y la praxis política conducente a la felicidad de los habitantes del país es irracional, insostenible o indeseable, es que tiene que alzarse el programa que se elabore. Sin él, la organización política de lo que queda del Frente de Todos no puede encontrar adherentes por su dificultad para comunicar una opción atractiva para quienes son sus destinatarios, ni tiene material para enfrentar a sus adversarios, que son los que degradaron al país hasta ahora.
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