DESARROLLO, INTEGRACIÓN Y SALARIO REAL

La política exterior y la remuneración de los argentinos

 

En épocas de inventario y balance como son las de las fiestas, la meta de dejar atrás la Argentina para pocos también interpela a la política externa del país. Ocurre que el tipo y dinámica de articulación entre el régimen político interno, el régimen de acumulación y los elementos culturales e históricos son las instancias que configuran la trayectoria de la política exterior de un país y determinan el posicionamiento en las relaciones de fuerza mundiales. Hacía dónde virar y fijar el rumbo de una política exterior que tiene como argamasa primaria la integración nacional parte del dato de que el grueso de la clase dirigente de un país como la Argentina que —por acción u omisión— consensuó desplumar sus salarios, necesitaba recurrir al endeudamiento externo para financiar la desindustrialización que sostenía el nivel de remuneraciones al trabajo que se deseaba abatir, pero también procurar ampliarle el horizonte a la tradicional oferta exportable del agro.

Esto último no sólo para conseguir los dólares que hacían falta para erogar la aventura amputadora sino –fundamentalmente— para consolidar para siempre los bajos salarios a través de la erosión que les propina la renta de la tierra y consagrar el poder político de sus detentadores. La imposibilidad de hacer retroceder al país del 17 de octubre al nivel de la Nación del Centenario mediante el reacomodamiento de los precios, se puede entender que está en la base del temperamento al crimen que identificara Rodolfo Walsh como rasgo saliente de la oligarquía.

Sin violencia no se consolida la captura del eventual mayor nivel de renta que generaría reducir la industrialización a su expresión mínima. Pero la meta maldita se volvía inalcanzable, porque los afectados aguardaban la erosión del espacio político que causaba el por definición irracional ejercicio de gobierno (lo que incluyo el genocidio), y se hacían cargo de los despojos. Además el incentivo que significaría para esa violencia el cese de los subsidios a la oferta agropecuaria europea japonesa y norteamericana es una utopía, porque esas clases dirigentes no van a poner en peligro su equilibrio socio político interno soliviantando el precio de los alimentos.

 

 

 

Salario real

La ilusión de la reacción argentina y su intelectualidad orgánica, los economistas neoclásicos, es que pueden bajar los salarios reales. Pueden bajarlos por un tiempo hasta que se reacomodan las fuerzas políticas que los conducen de nuevo a su nivel de equilibrio. Este proceso es el que está usualmente detrás de los grandes y persistentes saltos inflacionarios. Esta tendencia a la fijación de la remuneraciones efectivas es el gran desafío político de la integración nacional, pues para sacar las credenciales que la habilitan como sujeto histórico de valía necesita subir esos salarios reales, lo cual no es nada fácil, antes que otra cosa por razones estrictamente culturales.

Ahora bien, la minoría reaccionaria antitrabajadora y antiindustrialista procede con mucha más claridad cuando torpedea las remuneraciones laborales que las fuerzas mayoritarias del movimiento nacional cuando tratan de reparar daños. Al menos, la reacción es consciente de que si los precios de los bienes que consumen los trabajadores argentinos bajan en el país, por la misma fijeza del salario real los salarios monetarios tenderán a la baja. Entonces le llega el turno a la violencia política para horadar las vallas de contención del salario real. Las acciones reparadoras del movimiento nacional una vez que sube los salarios monetarios y más o menos dejan los salarios reales cerca de donde estaban antes de la acción depredadora queda ahí; satisfecha por creer haber cumplido con Dios y con la Patria. Nones. El estado de la conciencia política no le permite percibir que los salarios reales son bajos y que la disputa de poder con el orden establecido es por subir esos salarios reales.

El desarrollo y la integración nacional son los instrumentos que actúan a través del aumento del salario real para que la conciencia haga suyo que ser argentino u optar por venir a la Argentina vale la pena. Hay quienes creen que el desarrollo es en función de consolidar el poder nacional, una noción que en sí misma es muy vaga pero que sirve para justificar políticas reaccionarias de tinte desarrollista al margen de la integración nacional. Caso típico la dictadura industrialista brasileña, la que incluso en la actividad represiva fue por lejos menos intensa que la anti-industrialista y genocida dictadura argenta de 1976.

 

 

Una aventura inglesa

La fantasía desintegradora y antidemocrática quedó plasmada en el plano de la política externa en el batallar firme y sin fisuras contra los subsidios al agro, particularmente los europeos, durante un tramo importante de las últimas décadas. Ese ejercicio de dispararse a los pies del interés nacional fue muy concienzudo y hay que dar gracias a que la insuperable buena puntería tuviera ante sí un blanco imposible por lo blindada que estaba y continúa estando la política de subsidios al agro. ¿Por qué dispararse a los pies si en definitiva no es la especialización agropecuaria la que impide el desarrollo? Una adecuada aproximación a la respuesta lleva a recabar para el presente argentino las enseñanzas del proceso inglés de la primera mitad del siglo XIX, por el cual las islas que eran el granero de Europa comenzaron a importar casi todo el grano que consumían y se olvidaron de plantar y cosechar cereales a escala masiva.

Los dos economistas clásicos ingleses David Ricardo (1772-1823) y Thomas Malthus (1766-1834) sentaron las bases de esta discusión. Ricardo, preocupado porque la renta de la tierra (en esa época alrededor de un tercio del PIB, hoy en el caso argentino un par de puntos del PIB) frenaba la inversión en la industria, observa que “cuando un país particular destaca en la manufactura, de tal forma que provoca un aflujo de moneda, el valor de la moneda será más bajo y los precios de los cereales y del trabajo relativamente más elevados en ese país que en cualquier otro”. Malthus, inspirado por Ricardo (con quien mantenía un intenso intercambio epistolar), glosa ese enfoque de su interlocutor habitual puntualizando que “mientras más grandes son las ventajas de un país cualquiera respecto a sus mercancías exportables más moneda retendrá ese país y más altos serán los precios de su trigo y de su trabajo, aunque su tipo de cambio esté a la par. Si Inglaterra perdiera su ventaja a este respecto, el precio de su trigo y su trabajo bajarían al nivel del resto de Europa, a pesar de todas las leyes de cereales que pudiera inventar”.

¿Qué querían decir Malthus y Ricardo con esto y en qué nos interesa para el aquí y ahora de la Argentina?

El superávit comercial inglés generado por su ventaja manufacturera de ser primigenios en la revolución industrial, impulsaba el tipo de cambio por encima de la paridad. Digamos si la paridad hipotéticamente era una libra = un gramo de oro, el superávit comercial implicaba una entrada de oro y plata que llevaba a que con media libra papel se pueda comprar dos gramos de oro (teniendo siempre que la paridad era una libra = un gramo de oro). La alta ganancia para los industriales se cancelaba porque subía el precio del trigo (prácticamente todo el salario se gastaba en pan hasta bien entrado el siglo XIX) y eso obligaba a subir los salarios que como era supuestos de subsistencia o se los elevaba o la masa trabajadora iba pereciendo hasta alcanzar el nivel anterior. Al final de esta ronda, los trabajadores terminaban con los salarios reales de siempre, los industriales con las ganancias normales y toda la ventaja la acaparaban los landlords por medio de la renta de la tierra. Lo mismo pasa ahora cuando montan los precios internacionales de los alimentos. La contradicción que debe resolver la decisión política es si ese mayor precio lo captura la renta de la tierra o se redistribuye a los salarios mediante las retenciones.

 

 

 

La opción Peel

Ricardo pergeñó en 1817 su escueta teoría de la ventaja comparativa para darle respetabilidad intelectual al librecambio y evitar que los landlords, que con las leyes de los cereales (corn laws) arancelaban la importación de granos e impedían comprar la mies europea más barata, se la llevaran toda y frenaran el avance industrial. En 1846, el primer ministro conservador Robert Peel procedió a derogar las leyes que protegían con aranceles la actividad cerealera. Es curioso que una coalición conservadora como la encabezada por Peel pensara en el desarrollo como elemento democratizador antes que como instrumento del poder nacional. Máxime que los economistas clásicos –la escudería intelectual de estos conservadores— suponían que operaba un alza perpetua de los precios de los productos primarios, que fue la base de su ley de la tendencia a la baja de la tasa de beneficio, por efecto del aumento de los costos de subsistencia de los trabajadores y por lo tanto de los salarios. Malthus, Torrens, Ricardo, J. S. Mill, fueron categóricos: a medida que la sociedad progresa, los precios de las manufacturas disminuyen constantemente y los precios de las materias primas se elevan sin cesar.

De Peel, hombre de Estado al fin y al cabo, se infiere que estaba razonando con el otro mensaje de la ventaja comparativa de Ricardo: la apertura del comercio ajusta a la baja la población. La opción para edificar el poder inglés era clara: menos bocas que alimentar con alimentos que cada vez serían más caros, más acumulación industrial y posibilidades de meter la cuchara en el poder mundial. Mal que bien, ese terror a la bomba demográfica siempre tiñó el pensamiento reaccionario.

 

 

África

El historiador Adam Tooze en su Chartbook Newsletter #10 (17/12/2020) informa que “la demografía del África subsahariana es una de las megatendencias del siglo XXI. África es la única región del mundo que se prevé que tendrá un fuerte crecimiento demográfico durante el resto del siglo. Según Pew Research, entre 2020 y 2100 se espera que la población de África aumente de 1.300 a 4.300 millones de personas. Estos avances se producirán principalmente en África subsahariana, que, incluso teniendo en cuenta la transición demográfica, se espera que triplique con creces la población para el 2100”. Los africanos actualmente son alrededor del 19% de la población mundial y podrían llegar a ser hasta el 50% según la variante de proyección demográfica que se tome. Es por mucho la región más pobre del planeta.

El paisaje futuro así conformado amaga convertirse en el paroxismo de un mundo fracturado en centro cada vez más rico y periferia cada vez más pobre y sobrepoblada, con todas las lacras imaginables y por imaginar. El vehículo de la expoliación es el sistema existente de formación de precios en el mercado mundial y ningún otro: el intercambio desigual. Rectificar la situación implica una transferencia unilateral opuesta: del centro a la periferia, mediante una mayor cantidad de bienes que van de los prósperos hacia los menesterosos. No obstante, ni las balanzas ni las deudas pueden ser acrecentadas hasta el infinito. Entonces, el único vehículo posible de esos bienes será una modificación en los términos de intercambio. Es por esto que el precio mundial constituye actualmente el principal desafío, incluso, en última instancia, exclusivo del conflicto Norte-Sur. Como los precios se forman a partir de los salarios (altos en el centro, en extremo bajos en la periferia), para mejorar en la cuantía necesaria los términos del intercambio habría que pagarle a cada sudamericano, asiático o africano el salario sueco. Imposible, porque significaría contar con un producto bruto mundial de varias veces su volumen actual.

Ante esta realidad los sistemas políticos tienen dos maneras de tratarlas: o palos o impuestos. Ahí se encuentra el mensaje para reorientar la política exterior argentina, ahora sí centrada en expresar la integración y el desarrollo. Bregar por un impuesto a las transacciones internacionales que tome en cuenta la realidad de que la periferia pierde y el centro gana en el comercio mundial y compense esas pérdidas del intercambio. Es la misma lógica redistributiva que la del impuesto a los ingresos, pero a escala mundial. Forma y contenido final serán materia del debate internacional si es que de la mano de nuestro país se retoma esta iniciativa que no es nueva; simplemente ha sido olvidada. Si la pobreza actual del mundo no convence, la bomba demográfica en ciernes sugiere recordarla. La política externa argentina se haría cargo de la mejor tradición del movimiento nacional, aquella que, por ejemplo, le hizo honor en Belgrado a principios de los ’80 el ex Presidente Arturo Frondizi cuando, en una conferencia internacional convocada para tratar la fractura norte-sur, dijo que “el intercambio desigual es el signo de nuestro tiempo”.

 

 

 

 

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