¡Derecha, Maaarch!

La guerra imaginaria

 

La carrera armamentista en la que se está embarcando Europa busca amedrentar a Rusia. Es su objetivo declarado. Pero es probable que acabe derivando en la promoción de la extrema derecha que está acosando al continente. Una catarata de dinero para la llamada “defensa” se extraerá del ya debilitado Estado de bienestar. 

Los sectores más vulnerables recibirán el impacto. No lograron nada con la socialdemocracia en los últimos años y giraron a la derecha. Con las futuras restricciones, es posible que sigan en ese curso ideológico o lo profundicen. Los sectores más vulnerables son una mayoría: los jóvenes, los informales, los mayores, los demasiado educados, los poco educados.

La amenaza rusa que anima la carrera armamentística se basa en una fantasía. Quedó a la vista de todos que Rusia tuvo muchas dificultades para llegar a la situación de supremacía de la que goza actualmente en su guerra. La primera ofensiva sobre Ucrania resultó un fiasco. Tuvo que imprimir un giro radical en el ataque.

Sólo luego de largos meses de conflicto consiguió controlar el 20% del territorio del país que invadió. No es una gran hazaña para una de las dos mayores potencias militares del planeta. Se ignora qué costo humano y material pagó por conquistar la posición que ahora detenta y que no parece querer perder en la mesa de negociaciones por la paz. Esa conquista territorial tampoco avanzó mucho en los últimos meses. Es cierto: le fue mucho mejor que a Estados Unidos en Vietnam y Afganistán, por poner apenas dos ejemplos de intervenciones bestiales de quien defiende un orden internacional basado en reglas.

Algunos líderes europeos agitan la noción de que, si Rusia se consolida en Ucrania, ampliará su campaña de conquista. Las primeras víctimas serían los países que pertenecían a la antigua Unión Soviética: Georgia y los bálticos. Luego pasarían a los asiáticos. Más tarde, Polonia y el resto de los europeos occidentales. Putin llegaría al Mediterráneo y al Atlántico. ¿Quién se lo impediría? 

La idea es un poco delirante, quizá muy interesada en estimular el militarismo continental y la industria de armamentos. Pero a la vez resulta propaganda verosímil. Los factores que la vuelven creíble para la población son la inveterada rusofobia europea y, por supuesto, el inocultable autoritarismo del Kremlin. La inmensa potencia militar de Moscú le otorga una base material al proyecto. Además, el realismo enseña que si un poder está en condiciones de lograr un objetivo, lo intentará. ¿Por qué no?

 

 

Keynes en armas

La respuesta breve es que en realidad no está en condiciones. Rusia no podría invadir Europa occidental. Es imposible entender qué haría allí ni cómo lograría controlar tan vasto territorio. En la campaña ucraniana demostró que su ejército está lejos de ser infalible. 

Sin embargo, ahora los europeos entraron en pánico porque Trump les dijo que los abandonaría. En las últimas décadas, confiaron en el paraguas nuclear estadounidense y en las tropas afincadas en sus territorios, pero eso está terminando.

De manera que hicieron un giro histórico. Dejaron de lado el neoliberalismo ajustador de los últimos 40 años para adoptar el único keynesianismo admisible: el keynesianismo militar. El Estado tiene que empezar a poner dinero para una guerra imaginaria. Inversión estatal, pero bélica. Una manera de estimular la economía.

Como escribió un marxista inglés, veterano empleado de la city de Londres, “el keynesianismo aboga por cavar agujeros y llenarlos para crear empleos. El keynesianismo militar aboga por cavar tumbas y llenarlas de cadáveres para crear empleos”. 

En otras palabras, se trata de gastos en tropas, pertrechos, armamento. Los fascismos históricos demostraron que la inversión en cañones dinamiza el mercado e incentiva el consumo de manteca. Las armas terminan favoreciendo la economía doméstica. 

Esa es la gran idea que impulsa el futuro canciller alemán Friedrich Merz, un ex ejecutivo del fondo de inversión BlackRock. Lo interesante es que la impuso antes de asumir, en primer lugar, y luego de que contó con el apoyo de la socialdemocracia, los verdes y la izquierda. Para un programa conservador de keynesianismo de guerra, semejante espectro de aliados no está nada mal.

 

 

Constitución, ¿qué Constitución?

Los alemanes establecieron un freno al gasto y a la deuda en su Constitución. Ahora simplemente sortearon ese dogmático y disparatado impedimento. Advirtieron que su adhesión constitucional a su peculiar ordo-liberalismo los estaba destruyendo. Si no tomaban deuda para invertir en infraestructura y modernización, su destino estaba sellado. Además, necesitaban dinero para la imaginaria guerra contra Rusia. Ese fue el detonante que habilitó abrir el sellado bolsillo de la República Federal. 

El victorioso candidato Merz, de la tradicional Democracia Cristiana, entendió que la reforma que le permitiría gastar más dinero en defensa e infraestructura debía aprobarse antes de su asunción. Y así se hizo. De modo que en realidad comenzó a gobernar antes de jurar el cargo. Los socialdemócratas salientes lo asistieron. Además, lo apoyarán asociándose a su futuro, inminente gobierno. 

Quizá visualicen a un conservador gastando dinero en obra pública y eso les parezca bien, pero también invertirá —muy fuerte— en asuntos militares. Difícil evaluar qué parte le agradará más a un partido fracasado que no hizo ni una cosa ni la otra y tampoco mejoró el nivel de vida popular y por eso se hundió hasta lo más hondo. Hizo la peor elección de su historia. Y su historia tiene más de cien años.

La humillación socialdemócrata no agota el asunto. También el partido de la izquierda, Die Linke, corrió a votar los presupuestos militares. Rosa Luxemburgo debe estar llorando en el cielo. Por segunda vez la izquierda alemana vota presupuestos de guerra. La primera fue en 1914 y ya sabemos cómo resultó. 

Pero al menos, en aquel año, la izquierda de la izquierda puso un freno, siquiera simbólico, extraparlamentario. Pagó un alto precio: al final de la guerra perdida, Rosa Luxemburgo fue asesinada (bajo un gobierno socialdemócrata). Los que habían hundido a Alemania acusaron a Rosa y a sus compañeros de la derrota. Como se había opuesto a la guerra, ella era como un puñal por la espalda contra el país. Los generales, por supuesto, habían hecho todo bien en el campo de batalla.

Pero en las últimas elecciones no hubo heridos en Alemania. Hasta el momento. Un partido personalista recién conformado, desprendimiento de Die Linke, el de Sahra Wagenknecht, defiende posiciones pacifistas. Lo acusan de pro-putinista. Resulta ambivalente; sostiene que hay que contener la inmigración. Es una posición polémica. Le fue bien en sus primeras elecciones regionales. Por tres décimas no logró ingresar en el Parlamento federal en los últimos comicios nacionales.

 

 

Jürgen se pasó un pueblo

Es casi todavía más difícil comprender los motivos del creador de la teoría de la acción comunicativa para auspiciar el armamentismo. El mayor filósofo alemán vivo, Jürgen Habermas, publicó un artículo en el Süddeutsche Zeitung, en el que apoya el rearme de su país. El  texto puede dejar perplejos a muchos de sus seguidores, pero no a todos. 

El título ramplón de su contribución es “Por Europa”. El atlantista Habermas ha descubierto de pronto que su devoción por Estados Unidos no será necesariamente retribuida. ¿Por qué? 

Es posible, acaba de suceder, que Washington le comunique a Berlín que se las arregle por su cuenta y Habermas se quede con el pincel en la mano, como el resto de los europeos amigables con Estados Unidos en términos no sólo teóricos y filosóficos. Pero el nuevo militarismo continental que promueve el pensador suscita perplejidad. Lo llama “reafirmación existencial” europea. No parece el lenguaje de la Ilustración que defendió toda su vida. Tampoco sería una reacción puramente emocional; su reflexión tiene antecedentes recientes.

En el catálogo de la exposición sobre la Ilustración que se clausurará el 6 de abril en el Museo de Historia Alemana de Berlín, Habermas escribió que el Holocausto producido por Alemania había trazado un umbral y que Estados Unidos tomó la posta de la Ilustración en el mundo porque representa el núcleo de las libertades y los derechos institucionalizados. El filósofo asegura que ese país difundió la democracia. Hace algunas semanas podríamos contraponerle unos ejemplos periféricos, pura historia. Hoy en día, con la crónica de Washington D. F. resulta suficiente, como el propio Habermas lo subraya en su reciente artículo en el diario.

Con todo, la idealización y la obsecuencia pro-estadounidense resultan un poco empalagosas en su texto sobre la Ilustración. Son actitudes muy alemanas, características de una época de posguerra, vinculadas, por supuesto, con la culpa respecto de la atrocidad del Holocausto y la ansiedad por parecer demócratas. 

Pero, ¿qué necesidad había de adoptar este tono en un ensayo destinado a una exposición histórica sobre un evento eminentemente europeo? Parece una voluntad febril de rebajarse, tanto más triste porque se manifiesta al final de una vida. Nada que ver con el espíritu emancipatorio de los que prepararon revoluciones, incluso sin pretenderlo en lo más mínimo, los grandes personajes de la Ilustración, de Rousseau a Kant. 

 

 

 

 

 

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