Dentro de diez años
El resultado de las urnas mostró que la arquitectura del movimiento nacional está intacta
El análisis del resultado electoral de los comicios legislativos del 14 de noviembre, en el plano agónico, da la impresión de que no debería generar otras dudas que no fueran las provocadas por el grado de percepción de la realidad y sus consecuencias de los directamente incumbidos, especialmente de aquellos que siempre creyeron estar más allá del enfeudamiento que les dio entidad y razón de ser. En el plano arquitectural, la cosa cambia para bien. Los dos quintos del electorado que traducen cuantitativamente la entidad del movimiento nacional están intactos y como plataforma para avanzar hacia la incorporación del otro quinto de la sociedad civil. Ese colectivo así constituido resulta necesario para traducir institucionalmente la fuerza que está en el pasto y las raíces de su razón histórica.
Para que ello sea posible, es menester dar fe de que el subdesarrollo puede ser superado con el FMI asediando en medio de un endeudamiento externo imposible y de la derecha argentina en cualquiera que no tenga que ver con los reales intereses nacionales. Sin esa convocatoria urdida por la utopía y la esperanza, que interpretan fielmente hasta los pormenores de la ley del movimiento hacia el desarrollo, todo verdor perecerá sin madurar. Salvo el del dólar, cuya cotización como síntoma tradicional cuantifica la presencia o la ausencia de querellas en nuestra marcha. Al respecto, y para anclarse en un lapso con consenso tácito cuando se trata de inquirir qué onda con el porvenir en momentos en que prima el agobio cotidiano (y para que éste no nuble las opciones) vale interrogarse: ¿Cómo será la Argentina de acá a diez años? La respuesta posible –cantamañanas abstenerse– proviene de observar ciertas circunstancias coyunturales y estructurales que hacen a los caminos argentinos para yugular su marasmo. La evolución del cambio climático y el proteccionismo exacerbado que emana de las tensiones mundiales, sazonados con la inflación de los países centrales, tienen el suficiente peso propio como para resultar ineludibles en la agenda.
Clima de evolución
En esto de hacer la evolución, el capitán Frank (Dwayne Johnson) la moteja a la muy británica doctora Lily Houghton (Emily Blunt) “Pantalones” porque no concebía en 1916, año en que transcurre la entretenida película Jungle Cruise, que las mujeres usaran –como lo hacía la inglesa atrevida– una prenda considerada exclusivamente masculina. Los progresos desde entonces hasta la fecha en cuestiones de civilización, aún en sus rasgos frívolos, dice que algunos buenos avances se han logrado. Retrocesos también. El balance da que somos los primeros y únicos mamíferos en usar pantalones y que somos los primeros y únicos mamíferos que planificamos –en tanto lideramos la evolución– y hacemos pelota el planeta, conforme describe con irónica amargura la fragosa voz de Eddie Vedder, el frontman de Pearl Jam, en la trova Do the Evolution (Evoluciona).
Pese a todo, Glasgow obliga a rememorar que nunca la humanidad se plantea problemas que no pueda resolver. No es exacerbar la ingenuidad del optimismo. Es tener presente que el proceso que origina el conocimiento tiene filiación en la práctica. De ahí a encontrarle la salida median todas las tensiones que articulan la crónica histórica. Un caso que involucra clima y hambre ilustra el punto. En 2019, de acuerdo a datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) había 693 millones de seres humanos que pasaban hambre en el planeta, habitado por 7.700 millones. Un nuevo estudio inter-agencia de la ONU –publicado a mediados de año– informa que en 2020 los desnutridos aumentaron a 811 millones de seres humanos por efecto de la pandemia. Pasamos de uno en once a uno en nueve que padecen hambre. Es uno de los mayores aumentos del hambre en el mundo en décadas, que afecta casi en su totalidad a la periferia. Más de la mitad del total de personas desnutridas en 2020 (418 millones) vive en Asia y más de un tercio (282 millones) en África. En América Latina y el Caribe afecta a 60 millones de sus habitantes, sobre un total de 660 millones: 14 millones más que en 2020.
El asunto es que la situación tiene todos los visos de no revertir a corto plazo. Entre otras razones, porque los precios de los alimentos continúan en alza, impulsados por trabas logísticas, los efectos del cambio climático y otras presiones sobre los costos. El Informe sobre el Transporte Marítimo 2021 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) del 18 de noviembre señala que la recuperación de la economía mundial se ve amenazada por los elevados precios de los fletes, los que seguirán altos al menos por dos años. Por ejemplo, la tarifa al contado del Índice de Carga por Container de Shanghái (SCFI) en la ruta Shanghái-Europa era inferior a 1.000 dólares por TEU (twenty-foot equivalent unit: unidad equivalente a veinte pies: 6,1 metros) en junio de 2020, aumentó a unos 4.000 dólares por TEU a finales de 2020, y a 7.395 dólares a finales de julio de 2021. Los niveles de precios de las importaciones mundiales acusan el impacto en un 11% y los niveles de precios al consumidor en un 1,5% de aquí a 2023, dice el informe. La secretaria general de la UNCTAD, Rebeca Grynspan, señala que el actual aumento de los fletes, hasta que se normalicen, “socavará la recuperación socioeconómica, especialmente en los países en desarrollo”.
La situación alimentaria afecta también a los que, si bien no están en la indigencia, tienen cerca a la pobreza o ya están en su territorio, unos 4.000 millones de seres humanos. Para botón de muestra, la corporación Tyson Foods, un gigante norteamericano de la industria cárnica –que vale tener presente como emisor de señales de los precios mundiales– declaró en los medios que eso sucedía porque “la inflación en la que incurrimos debe transmitirse”. Los precios promedio de la carne de vaca aumentaron en casi un tercio con respecto al año pasado; los de la carne de cerdo, un 38% y el pollo un 19%.
A todo esto, un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se pierde o desperdicia cada año, de acuerdo al Índice de desperdicio de alimentos 2021, calculado por la ONU y dado a conocer unos meses atrás. Para más, según el Programa de la ONU para el Medio Ambiente, entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero están asociadas con los alimentos que se producen, pero no se consumen.
En un reciente informe del fabricante de electrodomésticos Bosch, en el cual se aplicaron esos indicadores de la ONU, se calcula que 1.300 millones de toneladas métricas de alimentos nunca llegan a los consumidores, ya sea perdidos entre las chacras y el mercado o desperdiciados una vez que llegan allí. China produce la mayor cantidad de desperdicio de alimentos en general, con 179 millones de toneladas métricas, seguida de India con 128 millones y de Estados Unidos con 45 millones de toneladas métricas. Grecia tiene los niveles más altos de desperdicio de alimentos domésticos, con 141 kilogramos per cápita, mientras que Malasia encabeza la tabla de desperdicios de establecimientos de servicios de alimentos y minoristas. Los argentinos, como los canadienses, desperdiciamos anualmente 115 kilos de alimentos y los norteamericanos 138 kilos. Los rusos se destacan por ser inusualmente ahorrativos, desperdiciando sólo 33 kilos per cápita a nivel de hogar, el nivel más bajo del mundo. Reducir el desperdicio de alimentos para reorientarlos a los indigentes enfrenta el hambre y reduce la contaminación. No parece nada fácil, pero todo indica que es un tema al que no se le da la importancia estratégica que merece.
Inflación
Posiblemente, lo que hace al interés estratégico argentino y mejor hable de la reacción neurótica respecto del 4 o 5% de la inflación anual en los países desarrollados –comenzando por Estados Unidos– sea el discurso que pronunció el jueves pasado Hank Paulson, ex secretario del Tesoro durante la presidencia de George W. Bush y ex CEO de Goldman Sachs, en una conferencia del Foro de la Nueva Economía Bloomberg en Singapur. Los detalles del discurso los adelantó dos días antes Andrew Ross Sorkin, el editor de DealBook del New York Times. Paulson tiene una dilatada experiencia en China porque hace lustros hizo punta para abrir los negocios allí. En su speech, Paulson está haciendo sonar muy fuerte la alarma sobre el deterioro en las relaciones entre Estados Unidos y China, estropeadas desde la elección de Donald Trump.
Si Washington y Beijing no pueden encontrar formas de cooperar, “el mundo se dirige a un lugar muy peligroso” considera Paulson. Agrega que “las grandes potencias rara vez desean ir a la guerra, pero la historia está repleta de ejemplos horribles de cómo se tropezaron con ella”. Y comenta, respecto del cónclave virtual de más de tres horas que sostuvieron el lunes a la noche el POTUS Joe Biden y el Presidente chino Xi Jinping: “No nos engañemos de que una reunión de líderes puede resolver las tensiones estratégicas y competitivas muy reales entre nuestros países”. Debido a que “las consecuencias de la escalada de tensiones podrían ser nefastas (…) es importante que actuemos ahora, no cuando llegue la crisis, para evitar que la competencia natural se convierta en un conflicto terrible” y ante esa eventualidad, “los graves desafíos que enfrenta el mundo (pandemias, crecimiento económico, cambio climático, delitos cibernéticos) serán prácticamente imposibles de afrontar”, reflexiona Paulson.
Para llevar agua a su molino (de continuar la relación con China como si Trump no hubiera sucedido y que Biden se vea obligado a continuar por ahí), Paulson advierte que si las empresas estadounidenses no operan en China, “será difícil mantener su liderazgo global cuando lo hagan las empresas británicas, europeas y japonesas”. Asimismo, teniendo en cuenta que “el desacople financiero mayorista es imposible”, si llega a finalmente ocurrir, “probablemente hará que Estados Unidos, China y el mundo sean más susceptibles a las crisis financieras”.
Ingresos
Gran parte, sino todo el escándalo que en los países desarrollados se hace por una inflación anual de un imperceptible un 5% es porque detrás están los aumentos de los salarios. Con los aumentos de los ingresos de los trabajadores aumentan las presiones para proteger los mercados internos, a efectos de que los mismos sean sostenibles. Con la protección, China deja de ser una opción para las multinacionales.
El argumento de Paulson de que si la clase dirigente norteamericana no está dispuesta a frenar el aumento en el nivel de vida a sus trabajadores, los europeos sí lo estarán, es decididamente falso. El sol proteccionista sale para todos y el equilibrio socio-político de esos países se vería mortalmente asediado si se les ocurriera tomar el camino de bajar los salarios. Lo mismo para el cuento del “desacople financiero”. Que un ex secretario del Tesoro y ex CEO de uno de los principales bancos de inversión del mundo olvide que el país del que es ciudadano emite la moneda mundial es un asunto rayano en el ridículo de la falta de argumentos.
En honor al interrogante formulado más arriba, ¿cómo puede el interés argentino capitalizar para sí todas estas contradicciones en los próximos diez años? En medio de un respeto sacrosanto al cuidar el clima, el norte lo marca la recomposición y aumento del salario de los argentinos. Es absolutamente necesario en sí mismo y como señal de que la acumulación de capital avanza a paso firme. En un mundo con visos de exacerbar el rasgo constitutivo del intercambio desigual, de no hacerse, se irá más excedente sin ser remunerado al exterior para subsidiar el consumo de los trabajadores de los países desarrollados.
A la par, hay que dejar a un lado ciertas ideas extravagantes con una historia desangelada. Por ejemplo, es evidente que el discurso de Paulson ratifica una vez más que conseguir inversiones multinacionales no es nada fácil. Decretar que el lado activo de la cuenta de la Posición de Inversión Internacional (sin ni siquiera tener en cuenta su pasivo, lo que obliga –en todo caso– a tomarla como corresponde: por su saldo) indica que se necesitan menos inversiones externas porque con la nuestra podemos –dado los dólares que poseen los argentinos– empeora esta tarea porque olvida dar el paso lógico de ligar conceptualmente tal magnitud con la tasa de crecimiento del producto bruto. No se debería tomar la molestia porque se enancaron en una correlación espuria.
Deberían considerar lo errado que estaba Aldo Ferrer cuando decía cosas similares y lo acertado que estaba Rogelio Frigerio (el abuelo) cuando le hacía ver a Ferrer su error, el que afectaba estratégicamente a los trabajadores argentinos. Esos trabajadores que esperan algo diferente en la próxima década que tener que comerse el garrón de una variante criolla de la universal Vivienne Rook, la sicalíptica demagoga de la serie inglesa Years and Years.
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