DEMOCRACIA, PODER E IGUALDAD
La utopía de la igualdad que exaltó Alberto no es viable si la participación de los asalariados no mejora
En el último discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, el Presidente Alberto Fernández ha tenido la valiosa definición de una propuesta de utopía para la época futura luego de los 40 años de democracia: la utopía de la igualdad. La definición respecto a que en un mundo de desiguales —donde hay quienes no tienen para comer mientras otros lo tienen todo resuelto—, es imposible hablar de libertad, tiene un resonar jacobino. “La libertad no es más que un fantasma vacío cuando una clase de hombres puede reducir impunemente al hambre a la otra. La libertad no es más que un fantasma vacío cuando gracias al monopolio el rico ejerce el derecho a la vida y muerte sobre sus semejantes” afirma Jacques Roux, autor del Manifiesto de los Rabiosos de los sans-culottes parisinos. Señala Angelo Papacchini que estos habían padecido un aumento de precios sin precedentes, la carestía y el hambre. Ese fantasma vacío pareció sonar en el último tramo del discurso de Fernández. A pesar de la confusión que siempre crea la idea de igualdad de oportunidades que apareció en la referencia, quedaba claro que el Presidente se refería a la igualdad sustantiva y no a la igualdad ante la ley. Lo que coincidía con la presente reivindicación de la justicia social y de la expansión de derechos que le imprimió a sus palabras. Es importante que haya expresado lo que dijo, y es necesario marcar esas palabras, convertirlas en una materialidad para que sean un imperativo para lo que resta del gobierno y para los futuros que vengan.
Pero resulta un contraste y una inconsistencia que esos valiosos conceptos no tengan correlato con la realidad de los hechos que su gestión arroja. Porque los datos duros de su gestión confirman que la participación de los asalariados no mejoró durante su mandato, no pudo revertir la fuerte regresión del período del gobierno de Rejuntados por el Cambio. Más aun, empeoraron. Y de acuerdo a sus dichos el retroceso de la igualdad impacta en el goce de la libertad sustantiva, muy diferente de la libertad formal.
Su mensaje incluyó contradicciones. Por una parte refutó la idea que para crecer es necesario el imperio de la desigualdad, pero por otra afirmó que si no se crece no puede haber distribución. Mientras el primer argumento promueve la distribución, el segundo la hace dependiente del crecimiento. Y aquí también las palabras constituyen una materialidad necesaria de ponerlas para el debate. ¿Qué es la distribución, se trata sólo del plus futuro sobre la riqueza existente, o se puede (y se debe) redistribuir lo que ya hay? Fernández no dejó de reivindicar lo que se recaudó por el impuesto a las grandes fortunas, que implicó una distribución de riqueza existente. Sin embargo, recurrió al resabio liberal neo de contener el reclamo con el planteo de que para distribuir hay que crecer. Como decía un capitán ingeniero, de poca popularidad pero de buen contacto con el poder fáctico, hacer crecer la torta para que después todos puedan comer más. En la gestión del actual gobierno parece predominar una actitud de ufanarse por el crecimiento, pidiendo moderación como actitud para postergar la distribución, es lo que está ocurriendo y es necesaria la corrección de último momento que debería ocurrir sin demoras. Una enérgica redistribución que haga realidad la vocación por la igualdad. Proceda, Profesor Fernández. Es clave para el cumplimiento del contrato electoral del Frente de Todos con el pueblo.
Pero además que la estructura de la distribución sea previa al crecimiento determina qué carácter tendrá. Resulta completamente diferente que la renta nacional se redistribuya haciendo pesar más a los ingresos populares sobre los del poder concentrado, que empujar el crecimiento antes de esa redistribución. Porque son diferentes los bienes que demandará cada sector. Mientras los populares atenderán sus necesidades insatisfechas, los de mayores ingresos irán por bienes más sofisticados y de probable mayor insumo de divisas. La difusión del consumo en un mayor universo de ciudadanos permitirá articular una expansión del consumo mucho más importante.
La promoción de un modelo de crecimiento basado en exportaciones de commodities, entre las cuales participen economías de enclave, no favorecerán una posterior distribución sino que provocarán una acumulación de ingresos en el vértice de la pirámide social. La atención del pago al FMI y a los acreedores externos en las condiciones previstas en los acuerdos firmados invitarán a un despliegue del crecimiento económico por este camino equivocado. Es el sueño de pagar la deuda con el despliegue de Vaca Muerta y la exportación desenfrenada del litio con ningún o poco valor agregado. Sería crecer para pagar y no traería aparejada otra redistribución de la renta que no sea la de contenido regresivo.
Llach y el Plan Pinedo
El Presidente le dedicó una buena parte de su discurso al tema de la guerra e hizo una justa reivindicación de la multipolaridad. Resulta necesario atender que hacia la posguerra de mediados del siglo pasado se enfrentaron dos modelos, uno de industrialización exportadora, especializado en materias primas nacionales, asociado a una política internacional de fuerte alineamiento con los Estados Unidos. Juan José Llach la llama una búsqueda de “dependencia próspera”. Federico Pinedo fue el propulsor de un modelo de este tipo. Perón en cambio, había constituido una alternativa opuesta. Llach en su artículo El plan Pinedo de 1940, su significado histórico y los orígenes de la Economía Política del peronismo (Desarrollo Económico n°92, 1984), afirma que “increíblemente y pese a la la vasta mejora de la legislación social aprobada entre 1943 y 1946”, los salarios del último de estos años sólo habían mejorado un 6,2% respecto a 1939. “La preocupación por el nivel de empleo llevó al peronismo a proteger las industrias sustitutivas de importaciones” pero el objetivo de incrementar los salarios lo impulsó a controlar las exportaciones. Fue el control del comercio exterior la política que se haría consistente con el pleno empleo y los altos salarios. El autor cita a Alejandro Bunge y su Revista de Economía Argentina, como protagonistas de las ideas de industrialización mercadointernista, “fomento de la construcción, desarrollo del interior, colonización agraria e intervención del Estado”. Desde la primer experiencia del peronismo "ninguna estrategia económica pudo lograr la hegemonía desentendiéndose del apoyo popular”.
Más allá de las condiciones particulares de aquél momento, las características de la propuesta de Perón en los '40 siguen siendo de vigencia clave. El modelo sustitutivo chocó en su desarrollo con la creciente necesidad de divisas por las importaciones que requería una industria sustitutiva para seguir creciendo y desplegándose hacia producciones más complejas. El derrocamiento y proscripción de Perón significó la postergación del desarrollo de un movimiento popular que desplegara potencialidades para la profundización de aquél proyecto. Ese derrocamiento y proscripción se extendió a la represión de la militancia y organizaciones que lo expresaban. La continuidad de la estrategia significaba la construcción aguas arriba de una actividad económica compleja por parte del Estado que aportara insumos y equipos que requería la sustitución más compleja de importaciones. En cambio, el desarrollismo de Frondizi-Frigerio colocó a monopolios extranjeros para que con el apoyo de políticas estatales se extendieran en el mercado local. Esa nueva sustitución desvirtuaba la noción de independencia económica que había presidido la primera época. El FMI ya había ingresado como actor político fundamental limitando la soberanía con sus imposiciones de política.
Resulta entonces inquietante que Alberto Fernández haya reivindicado en sus discursos los acuerdos con el FMI y demás acreedores externos. Justamente la idea de la renegociación debe imponerse para concluir con políticas que son condicionadas por esos acuerdos, antagónicas con los objetivos de justicia social e independencia económica.
Los monopolios
Fue doctrinariamente correcto lo que el Presidente expresó respecto a la condición negativa de la concentración económica. El precursor del neoliberalismo Von Mises decía: “El espantajo del monopolio, puntualmente evocado siempre que se habla del desarrollo de una economía libre, no debe asustarnos. Los monopolios mundiales efectivamente realizables sólo podrían referirse a la producción de unas pocas materias primas. En cuanto a su eventual efecto positivo o negativo, es difícil decidirlo de manera tan neta. A los expertos en economía que en sus análisis se guían por sentimientos instintivos de envidia, estos monopolios les parecen nefastos por el simple hecho de que proporcionan pingües beneficios a sus titulares. Pero si se examinan las cosas sin prejuicios, se observa que en el fondo impulsan a un uso más moderado de la limitada cantidad de recursos mineros de que disponemos. Si los beneficios de los monopolistas son objeto de envidia, no hay más que echar mano, sin temor a las consecuencias económicas negativas de cualquier tipo, de los impuestos, para que esos beneficios acaben en las arcas del Estado”.
El liberalismo neo liquidó la obsesión antimonopolista de los antiguos liberales. Son economistas del imperialismo en su contrarrevolución conservadora, y procuran evitar las intervenciones del Estado en contra de los formadores de precios. Ya no más mano invisible, ahora se trata de explicar las “bondades” de los tentáculos de los oligopolios. La cuestión es que el Estado no intervenga y permita la libertad del capital concentrado para dirigir la economía. El gobierno no debería dudar en intervenir directamente en las cadenas de producción dominadas por los oligopolios y regular sus precios administrando sus tasas de ganancias. Como se probó en el artículo Inflación y Concentración, publicado por El Cohete del 26 de febrero, en la Argentina la estructura oligopólica propaga los efectos iniciales de un shock sobre los precios de una manera tal que las empresas formadoras de precios aumentan su captura de beneficios perjudicando al resto de las empresas y a los trabajadores. Pues entonces, para mejorar la distribución y combatir la inflación es correcto ubicar a la concentración como un serio problema. Pero, además, es necesaria una estrategia de poder del Estado para obturar las tendencias a la concentración y revertir sus consecuencias. No se trata de tolerar y “reconocer” el poder que otorga la oligopolización para sentarse en una mesa a discutir y acordar políticas como dos facciones de poder que negocian, poniendo y renunciando cada una de ellas. Eso es una alienación del poder delegado a favor del poder económico.
El Presidente valoró el cumplimiento del acuerdo con el FMI. La cuestión de reducir el déficit fiscal es siempre un pilar fundamental de los condicionamientos del organismo del “imperio de las finanzas”, Alberto Fernández la asumió como propia. También proclamó el objetivo del equilibrio fiscal como una lógica de finanzas sanas. Sin embargo, esas políticas hoy están gobernadas por la reducción del gasto, tanto como bien se repite hoy, se auditan los planes sociales para contener el gasto para los sectores no sumergidos y no se lo hace con la deuda contraída con ilegalidades e irregularidades profusas.
Conviene recomendar la lectura a las autoridades y a las expresiones políticas del campo popular de la siguiente cita de Michal Kalecki extraída de su texto Aspectos políticos del pleno empleo:
“Primero nos ocuparemos de la resistencia de los 'capitanes de la industria' a aceptar la intervención gubernamental en la cuestión del empleo. Las 'empresas' observan con suspicacia toda ampliación de la actividad estatal, pero la creación de empleo mediante el gasto gubernamental tiene un aspecto especial que hace particularmente intensa la oposición. Bajo un sistema de laissez faire el nivel del empleo depende en gran medida del llamado estado de la confianza. Si tal estado se deteriora la inversión privada declina, lo que se traduce en una baja de la producción y el empleo (directamente y a través del efecto secundario de la reducción del ingreso sobre el consumo y la inversión). Esto da a los capitalistas un poderoso control indirecto sobre la política gubernamental; todo lo que pueda sacudir el estado de la confianza debe evitarse cuidadosamente porque causaría una crisis económica. Pero en cuanto el gobierno aprenda el truco de aumentar el empleo mediante sus propias compras este poderoso instrumento de control perderá su eficacia. Por lo tanto, los déficits presupuestarios necesarios para realizar la intervención gubernamental deben considerarse peligrosos. La función social de la doctrina del 'financiamiento sano' es hacer el nivel del empleo dependiente del estado de la confianza”. Sobre la cuestión del déficit y el equilibrio no sólo se discute el gasto social, el nivel de empleo y el de los salarios. También quién dirige la batuta, si el gobierno democrático o la oligarquía oligopólica. A 40 años de la vuelta a la vida institucional de la República es imperioso resolver este debate. Sólo para quitar el intolerable condicionamiento presupuestario impuesto por el FMI se justifica la renegociación urgente con ese organismo. También corresponde prestar atención respecto a que la política antiinflacionaria no solamente implica disciplinar oligopolios, sino también evitar efectos regresivos en términos de distribución del ingreso. Además, y esto es fundamental, se discute con el gran empresariado la cuestión central del poder.
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