Salir de un sentido común asfixiante se vuelve prioridad
Ayer un docente del profesorado me hacía referencia al cansancio que ya, a esta altura del año, todos tenemos, enfatizándome que esto incluía a los alumnos, a quienes quizás por ser jóvenes uno imagina con más reservas. Y me salió decirle: “¿Sabés cómo se llama esto? Neoliberalismo”.
El neoliberalismo cansa y enferma.
Desde diciembre de 2015 que la gran mayoría de los argentinos, los que los votaron y los que no, venimos procesando y administrando pérdidas. Esas pérdidas que de acuerdo a quien las enuncie pueden llamarse recorte, ajuste, ninguneo, avasallamiento, o racionalización, ordenamiento, optimización, sinceramiento, y así… Pero queda claro que salvo una minoría, lo que nos toca es arreglárnosla con lo que podamos y aún no hayamos perdido.
El único empleo que sistemáticamente creció desde fin de 2015 es el del monotributista, el falso empresario de sí mismo que, entre claves fiscales y emisión de facturas con su nombre, quizás fantasee con haber llegado vaya a saber adónde, mientras en realidad oculta en su condición la propia precariedad laboral. Sólo que ahora el posible fracaso de su “emprendimiento” será pura responsabilidad suya.
Paradójicamente, todo esto puede seguir ocurriendo por lo logrado y alcanzado en la anterior etapa política, que le da un “colchón” al actual gobierno. Un colchón hecho de derechos conquistados, vitalidad, salud y ahorros –e incluso de cierto grado de incredulidad de muchos con lo que está ocurriendo–. Aunque ellos no lo reconozcan y hablen de otra cosa.
Hablarán de la pesada herencia recibida, mientras amasan la herencia de su prole.
Pedirán sacrificios compartidos, mientras siguen inmolando a los hijos del pueblo.
Vociferarán diálogo y encuentro, mientras monologan con decretos y con balas.
Y mientras tanto, nos cansan. Porque así todo es más fácil.
Y el analfabeto político, guionado sin saberlo, dirá:
“Y bueno, ahora toca pagar la fiesta”.
“Y bueno, por ahí con el plazo fijo hago una diferencia”.
“Y bueno, pude comprar unos dólares”.
“Y bueno, por ahí ahora el FMI no es tan malo”.
“Y bueno…”, el origen de toda frase que expresa la resignación y el cansancio.
Quizás el desafío sea convertir el cansancio en hartazgo. Porque si estamos cansados, perdimos el juego. Pero si estamos hartos quizás salgamos a jugar con otra energía, esa que ellos están tratando de aniquilar, sistemáticamente, porque está en su naturaleza.
Y que ese hartazgo encuentre su forma política, y en su lucha ardua y tenaz sea capaz de devolver al pueblo los derechos conquistados, saliendo de este “sentido común” que nos asfixia y transitando de nuevo pero a la vez inéditamente los caminos de la libertad, la democracia y la justicia para todos.
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