Siendo que el sufijo “ismo” indica una tendencia o valoración, el racismo implica que una “raza” o etnia ha de tenerse por superior a otras. Esta aberración, que ha sido responsable de matanzas, guerras y genocidios, ciertamente debería ser motivo de estar alerta a fin de detectarla y, definitivamente, eliminarla, no solamente del lenguaje sino de las mismas actitudes. Pero…
Desde Sigmund Freud en adelante sabemos la gravedad que encierran los chistes, y desde la experiencia deberíamos reconocer la gravedad de incorporarlos, por ejemplo, en el folclore (como el deportivo).
Las recientes estupideces aberrantes de cánticos que nunca deberían haber existido, y de haber ocurrido nunca deberían haber trascendido sino con vergüenza, motivaron una variada cantidad de respuestas, comentarios y otras notas. Muchos de ellos infelices, Vicepresidenta incluida. Es verdad que muchos que pretenden aparecer como escandalizados por los cantos insultantes no tendrían autoridad ninguna para hacer referencia a eso, por aquello de la doble vara (Inglaterra, Francia, España, por ejemplo, no tienen una historia demasiado límpida al respecto), pero nada de eso justifica. El “mal de muchos, consuelo de tontos” es, a su vez, una tontería.
Pero lo que se escuchó con asiduidad es que “la Argentina no es un país racista”, lo que es insostenible desde la misma realidad. Un país que —en su gran mayoría— desprecia o menosprecia a los migrantes de los países vecinos no parece que pueda jactarse de ello. Un país en el que “negro” o “villero” pretende ser un insulto difícilmente puede pretender no ser racista. Un país en el que las comunidades indígenas son negadas o mancilladas o masacradas no refleja una actitud demasiado halagüeña. Y se podría seguir con actitudes machistas, homofóbicas, entre otras “linduras” muy características del folklore y del cotidiano.
La Argentina es un país racista, y no veo ningún elemento que lo desmienta. El visceral anti-peronismo de tantos y tantos, que ha comprometido futuros, silenciado masacres y que sigue aplaudido en desfiles vergonzantes, no hace sino revelar y publicitar un racismo que solamente no existiría porque no se lo quiere ver.
Avergonzarnos por ello, mirarlo a la cara y buscar medios eficaces para que sea definitivamente descartado de nuestra sociedad, nuestras mentalidades y nuestras actitudes debería ser tarea de toda la sociedad, no solamente de unos cuantos. Pero la misma “enfermedad” genera sus propios anticuerpos, y muchos no querrán eliminarlo de nuestro horizonte sencillamente porque ellos sí creen ser evidentemente superiores que los negros, homosexuales, villeros y demás “especímenes”. Y si eso desapareciera, sería —para ellos, aclaro— nivelar para abajo, rebajarse a unas razas inferiores. Y no es cosa del famoso “tengo un amigo”, sino de tomar profundas actitudes políticas, sociales, culturales, religiosas, humanas que nos inviten a asumir actitudes en las que, valorando las diferencias, aprendamos a reconocernos como hermanos, hermanas y hermanes.
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