De Perón a Cristina
El brete en el que está Alberto y el surgimiento de un renovado movimiento nacional
Tengo para mi que los “errores” (entre comillas porque ¿quién soy yo para calificar a ese nivel) del Presidente son de naturaleza parecida a los “errores” de Cristina en los inicios de su primer mandato: creer, contra toda evidencia, en que Argentina es o puede ser un país “normal”, que piensa primero en sí mismo y sólo secundariamente en los intereses del extranjero. Pero ¿cuál sería la opción?
Escaldada, en su momento Cristina salió disparada hacia una reafirmación de sus creencias básicas, lo que la llevó, al mismo tiempo –no por contradicción sino por la propia lógica de los procesos– a un liderazgo popular casi comparable a los de Perón e Yrigoyen, y a una simultánea sectarización que la aisló políticamente y cuyo punto culminante fue la orfandad con que Scioli tuvo que afrontar su campaña electoral (¿pero acaso eso mismo no les ocurrió alguna vez a Peron y a Yrigoyen?).
Quienes criticaban que luego del sonado portazo y alejamiento de Randazzo, Cristina no hubiera buscado hacer las paces con él y retornarlo al redil, sino que lo aplastara electoralmente, no advirtieron que no era error ni sectarismo del que ya Cristina había empezado a estar de vuelta, sino la necesidad de reafirmar su liderazgo y prestigio popular como paso previo a la convocatoria a una nueva y mayor unidad.
Algunos hablan de “aprendizaje político”, lo cual en una persona con la trayectoria de Cristina suena absurdo y es casi una impertinencia. Vine escuchando y aun escucho a muchos fundamentalistas (que, por eso de no privarnos de nada, los tenemos de “izquierda” y “derecha”) decir que Cristina “no es peronista” o que Alberto es “socialdemócrata”, “progresista” o “admirador de Alfonsín”, condiciones que en sí mismas no son necesariamente ni negativas ni positivas.
Estas críticas me asombran, primeramente en lo que se refiere a Cristina. Quienes en el 2017, en nombre del peronismo la criticaban por no haber aceptado las condiciones de Randazzo, parece que no entendían que Cristina hizo lo mismo que Perón cuando en 1965 sacrificó una victoria electoral en Mendoza para demostrarle a Vandor quién tenía los votos. El éxito de esta maniobra precipitó el golpe de 1966 (el asalto al poder de los militares que entronizaron al general Juan Carlos Onganía) al cual, aparentemente sin otra salida, (Augusto Timoteo) Vandor apoyó, para terminar arrepintiéndose y volver luego a acercarse a Perón. De seguir los razonamiento de los fundamentalistas críticos de Cristina deberíamos concluir en que el culpable de aquel golpe fue Perón, por no quedarse en el molde, conseguir que el vandorismo perdiera las elecciones de Mendoza y no contribuir a la vida democrática.
Que Cristina es una atenta estudiosa de Perón o una avispada discípula encuentra una segunda evidencia en que en un momento decisivo hizo lo que a Lula ni se le cruzó por la cabeza, no porque sea un burro sino porque no forma parte de su tradición política: copiar la maniobra de Perón en 1962 con su fórmula Framini-Perón. Porque de nada vale la proscripción del segundo de la fórmula cuando su voluntad ya fue explicitada de un modo tan contundente.
Bajo presión de los militares, Frondizi proscribió a Perón, que fue reemplazado por Francisco Anglada. Con el lema “Framini-Anglada, Perón en la Rosada”, el peronismo (disfrazado de Unión Popular y con el apoyo de partidos otrora opositores, como el Comunista) ganó las elecciones con amplitud. Otra vez Bajo presión de los militares, Frondizi anuló las elecciones bonaerenses, pero los militares lo echaron a él.
De haber hecho eso mismo Lula, es posible que Bolsonaro no hubiera ganado, pero esto lo conoce y lo entiende alguien que, como Cristina, transcurrió toda su vida dentro de la tradición peronista, que más que política o doctrinaria, es histórica y cultural.
Se me hace que con Alberto pasa algo parecido, con las obvias diferencias de generación y de temperamento. Se me hace también que sus apuestas le están saliendo bastante bien (la legalización del aborto clandestino sintoniza tanto con la época y la realidad como la ley del voto femenino en los ’40 o la del divorcio en los ’80) lo que redunda en favor de su prestigio político, lo que se hará evidente en el curso del año, y, con suerte, tal vez produzca un nuevo renacimiento del movimiento nacional que, claro está, no será el que conocemos. Y que si no abrimos la sesera, nos resultará extraño y ajeno.
Pero en distintos despelotes laterales (como la saña de la prensa y el sabotaje sistemático del poder judicial) Alberto está pagando lo que no sé si es ingenuidad o decencia: la intención de construir un país en base a un par de principios muy básicos y elementales: el respeto a la ley, la protección de los débiles, la equidad social y el desarrollo industrial en base al mercado interno. Habrá a quien le parezca poco, pero me parece que luego de lo que quedó del país tras “la libertadora”, las dictaduras, el “proceso”, el menemismo y Cambiemos, a mi me parece mucho.
Y también me parece que son sus éxitos en esa dirección las que motivan estas provocaciones de la Corte que se extienden muy rápidamente al conjunto del poder judicial.
Cómo saldrá Alberto de los bretes en que lo meten, “hacia dónde saldrá disparado”, nadie puede saberlo.
Lo que ha hecho la Corte con la causa de Amado Boudou y el fallo del juez Daniel Obligado (quien como frutilla de postre del absurdo, en pleno rebrote de los contagios de coronavirus ordena revocar su arresto domiciliario motivado por la pandemia) son partes de una de las encerronas más jorobadas –lo que, según se ve, el ex vicepresidente entiende muy bien y afronta con hidalguía y entereza ejemplares–, ya que tanto Alberto haga algo como no lo haga, lo expondrá al escarnio, ya sea por derecha o por izquierda.
Publicado en Pájaro Rojo
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