De los dichos a los hechos
El abismo entre la retórica y la práctica en un escenario mundial que multiplica la desigualdad
Esta semana, el desfile de más de 400 jets privados atronó el cielo del hemisferio norte, dejando tras de sí una profunda huella de contaminación. Transportaban a conspicuos funcionarios y dirigentes que irían a representar a buena parte de la elite mundial en la Conferencia sobre Cambio Climático (COP26) que se realiza en Glasgow, Escocia, desde el 31 de octubre y hasta el próximo 12 de noviembre. Por un fugaz instante, la estela dejada por los aviones abrió una ventana a la hipocresía e irracionalidad que impregna estas discusiones en un escenario mundial dominado por una estructura de poder tóxica, que se reproduce multiplicando la desigualdad económica y social y potenciando los conflictos sociales y geopolíticos.
Pocos días antes de este evento, un organismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió que las medidas comprometidas en los últimos años para impedir una catástrofe climática provocada por el calentamiento global han sido insuficientes, y muchas de ellas no se han concretado. De ahí que el cambio climático provocado por el uso de combustibles fósiles se ha intensificado. Queda poco tiempo para evitar que el calentamiento global supere los 1.5 grados centígrados del nivel que tenía en la era preindustrial. Más aun, el planeta se encamina a registrar un aumento promedio de 2.7 grados centígrados de la temperatura global hacia fines de este siglo[1]. En paralelo, la Agencia Internacional de Energía (AIE) advirtió que no basta con cumplir las promesas de los últimos años. Esto permitirá reducir hacia el 2050 sólo un 40% de las emisiones tóxicas acumuladas, lo cual volverá irreversible la catástrofe climática anticipada por la ONU. Para impedir esto, la AIE insta a actuar de inmediato, recortando durante esta década un 50% de las emisiones tóxicas. Esto implica un gran esfuerzo: sólo el 12% de las energías que hoy se utilizan son renovables, mientras que el 80% son de origen fósil[2].
Estas advertencias arañan la superficie de un problema más profundo. Hoy sabemos que los países más desarrollados, nucleados en el G20, son responsables por un 78% del calentamiento global. Los países en vías de desarrollo, que han tenido un rol secundario en la explosión de esta crisis, no tienen recursos para combatirlo y necesitan energía barata para que sus economías crezcan y su población se alimente. Algunas corporaciones y entidades financieras han aprovechado este contexto asimétrico en términos de distribución de poder, de responsabilidades y de acceso a los recursos, para obtener ganancias y rentas extraordinarias, aprovechando las oportunidades que brinda la lucha contra el cambio climático.
Hoy se estima que se necesitan entre 1.6 y 3.8 billones (trillions) de dólares de inversión anual en las próximas décadas para impedir que el calentamiento global se vuelva irreversible. Los países más ricos se comprometieron en 2009 a invertir 100.000 millones de dólares anuales hasta 2020 para ayudar a los países más pobres a combatir el impacto del cambio climático e iniciar la transición hacia el uso de energías renovables y no contaminantes. Sin embargo, la cantidad de inversión movilizada anualmente no alcanza a la mitad de lo comprometido[3]. Asimismo, la falta de transparencia respecto a los orígenes de los fondos a utilizar (su carácter público o privado) y la forma que debiera asumir la ayuda financiera (préstamos o donaciones) ha dado lugar a una “contabilidad creativa”, basada en la sustitución de donaciones por préstamos y en el ocultamiento de actividades y políticas que reproducen la contaminación bajo “un disfraz verde” (greenwashing), supuestamente compatible con la lucha contra el calentamiento global. Así, no sólo la ayuda no llegó en la cantidad prometida, sino que en gran medida asumió la forma de préstamos otorgados por bancos, fondos financieros y organizaciones internacionales que, con el aparente objetivo de luchar contra la contaminación, obtienen ganancias financieras y empujan a los países de menores ingresos a un mayor endeudamiento. Paralelamente, proliferan las prácticas financieras y comerciales que supuestamente “compensan” y “pintan de verde” a productos y prácticas que, en esencia, siguen contaminando.
En este contexto, las operaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) han adquirido una iridiscencia especial: a nivel retórico, ha reconocido “el peso desigual” de la lucha contra el cambio climático y la cruel ironía de una situación en la que los países más pobres, siendo menos responsables por el calentamiento global, tienen que hacer el mayor esfuerzo para revertir esta situación[4]. En la práctica, el FMI preside sobre un creciente endeudamiento de los países más pobres que se agrava para mitigar el cambio climático. Inmersos en el ciclo del endeudamiento ilimitado, estos países terminan gastando para enfrentar su endeudamiento global cinco veces más de lo que gastan para combatir el cambio climático. Asimismo, los préstamos que reciben son mucho más caros que los que se otorgan a los países más ricos[5].
El G20 ante la crisis global
La reunión anual del G20, realizada entre el 30 y el 31 del mes pasado, culminó con el acuerdo de los países presentes en reducir el calentamiento global a 1.5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, en función de “las capacidades” y “circunstancias” de cada país. Sin embargo, no se definieron metas ni acciones concretas para lograr este objetivo. El cónclave expuso así el abismo que separa a la rétorica de la práctica, un abismo que ya no alcanza para ocultar la falta de acción. Los miembros del G20 tampoco enfrentaron los problemas que hoy provocan inestabilidad económica y política y amenazan a la paz mundial: la inminencia de una crisis financiera y sus consecuencias sobre el enorme endeudamiento global y su impacto sobre la economía, las finanzas mundiales y la inflación son algunos de los problemas más significativos que permanecen invisibilizados.
En su comunicado final, el G20 pidió al FMI la creación de un Fondo de Resiliencia y Sostenibilidad para ayudar a los países con problemas de deuda y sugirió, en sintonía con un reclamo del gobierno argentino, que el FMI analice la posibilidad de reducir las sobretasas que cobra con sus préstamos a los países mas endeudados. Sin embargo, el G20 mantiene intacta su agenda para resolver el subdesarrollo: mayor endeudamiento y apertura total de las economías a los flujos financieros, a las importaciones e inversiones extranjeras. Esto ocurre en un contexto internacional inédito, azotado por una pandemia, por la intensidad creciente de los conflictos geopolíticos y por una novedosa dislocación de las cadenas de valor global, fenómeno que impacta de distinta manera a los países periféricos.
Estas circunstancias otorgan un nuevo significado al endeudamiento de los países en desarrollo: al mismo tiempo que su falta de sostenibilidad es cada vez mayor y más evidente, su magnitud pone en riesgo al conjunto del sistema financiero internacional que, como hemos visto en otras notas, esta altamente integrado y es sumamente frágil. Así, el default de un país en desarrollo puede detonar un fenómeno en cascada, potenciando su impacto sobre el conjunto de las finanzas mundiales, con el consiguiente impacto geopolítico. Por otra parte, no existen en el mundo recursos que permitan hacer frente a un default de varios países. Según estimaciones del FMI y del Banco Mundial, ya hay cerca de 40 países que ya no pueden pagar el servicio de las deudas contraídas. Según otros análisis, son más de cien [6].
Crisis de las cadenas de valor global
El G20, el FMI y el Banco Mundial buscan una dolarización rápida de las economías en desarrollo. La Reserva Federal contempla la posibilidad de digitalizar al dólar y, como ya hemos analizado, provoca un cambio drástico de la arquitectura financiera internacional para garantizar el rol del dólar como moneda internacional de reserva. En este contexto dinamizado por la proliferación de las criptomonedas, el FMI asume el “mandato de asegurar que la adopción generalizada de monedas digitales no vulnere la estabilidad económica (…) ni la estabilidad del sistema monetario internacional”[7]. Hoy, tanto como ayer, las operaciones del FMI aseguran el control de la Reserva Federal de Estados Unidos sobre los países en desarrollo.
Sin embargo, la dislocación de las cadenas de abastecimiento global, el proteccionismo creciente, y las tensiones geopolíticas indican que la arquitectura financiera, económica y política surgida después de la Segunda Guerra Mundial y reafirmada en la década de los '70, está colapsando. Todavía no existe otra que la sustituya. Esto agudiza las turbulencias, pero también brinda una oportunidad para que los países periféricos articulen alianzas geopolíticas que les permitan proteger a sus economías nacionales, fortalecer sus monedas (anclándolas en sus recursos naturales) y cambiar su matriz productiva. Sólo así podrán lograr un crecimiento económico integrado e inclusivo que empiece a poner fin a la depredación del clima y de la naturaleza.
La crisis de la arquitectura global también pone en jaque a la capacidad de Reserva para controlar la economía norteamericana y los conflictos sociales que esta engendra. La promesa de Joe Biden de reconstruir al país con proyectos que impulsan el gasto social e inversiones destinadas a estimular la demanda de los sectores con menores ingresos está estancada ante la dificultad de lograr la aprobación de una de estas iniciativas en el Congreso, que el viernes 5 sancionó la de infraestructura. Asimismo, los objetivos de Biden han sido contrarrestados por una política monetaria que el último año estimuló un crecimiento del 37% del S&P 500, índice que marca la cotización de las acciones de las principales corporaciones norteamericanas. El endeudamiento barato llevó a estas corporaciones a sustituir la inversión en la economía real por la recompra de sus acciones para valorizarlas en el sistema financiero, fenómeno que explica el 40,5% de las ganancias corporativas en la última década, incluyendo el último año[8].
En este contexto, el impacto de la ruptura de las cadenas de valor global sobre la economía norteamericana ha colocado a la Reserva Federal en una situación sin salida: no puede continuar con esta política monetaria pero aún no tiene otra. Un aumento de las tasas de interés puede detonar el enorme endeudamiento público y privado. Al mismo tiempo, el desabastecimiento y los cuellos de botella amenazan con sumir a la economía en la recesión[9] y no hay nada que la Reserva pueda hacer para corregir la dislocación de las cadenas de valor global, fenómeno en el que inciden múltiples factores. Entre ellos, una acelerada y enorme concentración del capital en el área logística[10], que permite a dos o tres monopolios aprovechar las circunstancias para imponer ganancias extraordinarias.
Este contexto potencia los riesgos de recesión y, paradójicamente, otorga un fugaz poder de negociación salarial a amplios sectores de obreros y empleados “resignados” durante décadas a salarios cada vez más bajos y contratos “basura”. Sus reclamos no pueden ser contenidos importando bienes producidos en otras partes del mundo con salarios más bajos. Este principio esencial a la globalización está en crisis. La digitalización de la economía terminará por producir estragos en el mercado de trabajo y pondrá un límite brutal a las demandas salariales. Por el momento, sin embargo, estas se esparcen como reguero de pólvora y han obligado a la Reserva a salir de la inacción para impedir un descontrol inflacionario. Esta semana anunció que empezará a disminuir la liquidez que inyecta mensualmente. Asimismo, admitió que contempla la posibilidad de una eventual suba de las tasas de interés, si esto fuera necesario. Se adentra así, en territorio desconocido[11].
Argentina: control de los formadores de precios
El aumento de la presión política ante la inminencia de las elecciones legislativas contribuye a delinear el tablero del futuro post electoral: más allá de los resultados, Mauricio Macri y sus diferentes tribus están dispuestos a impedir, por cualquier medio, la continuidad del gobierno. Macri goza destrozando el micrófono de un medio de comunicación que no pudo doblegar durante su gestión anterior; Patricia Bullrich se alegra ante la cirugía de la Vicepresidenta y la atribuye a su deseo de “esconderse de la derrota electoral”, no sólo muestran la índole de los personajes, sino que anticipan la violencia que se viene.
En este contexto, la actividad de la Secretaría de Comercio Interior contribuye a crear conciencia sobre las causas y los responsables de los problemas que nos aquejan Roberto Feletti avanza en el control de precios de los alimentos y de los medicamentos y advierte que “más adelante hay que tomar decisiones en cuanto a desvincular al precio local del internacional. Nosotros atacamos lo que es inflación mercado internista, monopólica o de remarcación. También hay que atacar lo que es inflación importada”[12]. Seguramente esta será la excusa que utilizarán los formadores de precios para provocar otra andanada inflacionaria a corto plazo. Dar a conocer el grado de concentración de la economía en sus distintas ramas, aplicar el rigor de la ley ante las transgresiones y movilizar a la población para que en forma organizada participe en el control de precios son recursos fundamentales para resistir la desestabilización política que se anticipa.
A esto se suma otra medida importante que acaba de tomar el Banco Central de la República Argentina (BCRA) para controlar, esta vez, a la corrida cambiaria: el cepo cambiario a los bancos. Hasta fines de este mes, no podrán aumentar su posición en dólares para hacer inversiones financieras propias. Sería importante que esta medida se prolongue por más tiempo y que el BCRA ponga la lupa sobre los intereses de las LELIQs que han acumulado los bancos, y la posibilidad de usarlos para dar crédito subsidiado a inversiones destinadas a sustituir buena parte de la miríada de importaciones que desangran las divisas que el país genera y que, sin embargo, pueden ser producidas localmente. Esto tal vez permita iniciar el camino hacia el cambio de la matriz productiva y el recorte de la restricción externa. En este sentido, también urge la necesidad de crear una moneda propia, posiblemente basada en nuestros recursos naturales, que permita dar oxígeno a la economía y al país en un contexto donde, como mencionamos previamente, la desarticulación de las cadenas de valor global llegó para quedarse e insufla los vientos del proteccionismo y de la confrontación social y geopolítica.
[1] Emissions Gap Report 2021, unep.org, 25/10/2021; aljazeera.com, 26/10/2021.
[2] IEA World Energy Outlook 2021, iea.org/weo; aljazeera.com, 13/10/2021.
[3] nakedcapitalism.com, 02/11/2021.
[4] blogs.imf.org, 27/10/2017.
[5] theguardian.com, 29/03/2021; other-news.info, 27/10/2021.
[6] DSA-list pdf, imf.org, 30/06/2021; theguardian.com, 23/09/2021.
[7] blogs.imf.org, 29/07/2021.
[8] zerohedge.com, 29/10 y 03/11/2021.
[9] zerohedge.com, 09/10/2021; forbes.com, 21/10/2021.
[10] “In deep ship”, Rabobank Research, 30/09/2021, rabobank.com.
[11] Emissions Gap Report 2021, unep.org, 25/10/2021; aljazeera.com, 26/10/2021.
[12] infobae.com, 29/10/2021.
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