DE LA MENTIRA A LA VERDAD
Daniel Santucho Navajas relata su historia como hijo apropiado por un represor
Quizás esté a la vuelta de la esquina. En el piso de arriba, o el de abajo. En el almacén. En la facultad. En el bondi. En alguna parte. Quizás se esté formulando las preguntas, o ni se lo imagina. Algunas cosas pueden parecerle raras, cada vez más raras. O quizás las haya naturalizado y las deje pasar de largo. Le vuelvan a la mente algunos cuchicheos en las reuniones familiares, o de los vecinos. En una de esas se anima a ir a Abuelas y es el nieto o nieta 140 que recupera su identidad. O algunos de los 300 que aún faltan.
Por esos lares de la vida deambularon a lo largo de más de cuatro décadas las tribulaciones de quien hoy es, volvió a ser, Daniel Santucho Navajas, hijo de Cristina Navajas y Miguel Santucho. La mamá había sido secuestrada, embarazada de dos meses, el 13 de junio de 1976, prisionera en sucesivos centros clandestinos, mantenida con vida hasta dar a luz. “Los Santucho me buscaron durante más de cuarenta años, con algunos indicios y muy pocas certezas. La pulsión se mantuvo activa e intacta a través del tiempo. Por mi parte, con casi todo en contra y muy pocos aliados, también lo había intentado”. Impulsadas sus propias dudas por su compañera de entonces, Daniel inicia su acercamiento por la vía más a mano: la página web, y rememora: “Vi en el sitio de Abuelas la misma foto que ahora tenía entre mis manos. Recuerdo haber pensado en lo joven que era esa mujer, recuerdo haber leído su caso y haberme conmovido hasta las lágrimas, como si el cuerpo hubiera tenido un saber que mi cabeza todavía no”.

Una prosa fluida y esmerada relata en primera persona los pormenores de un intenso trabajo de descubrimiento, histórico, social, interior, plasmado ahora en las 144 páginas de Nieto 133 – Mi camino hacia la verdad. Un sendero a veces ríspido, a veces sinuoso, extenso en ciertos tramos, veloz en otros, al principio en una oscuridad solitaria que a medida que se iba concretando el intento fue encontrando compañeros de ruta: la madre de sus dos hijas, la psicóloga, el equipo de investigación de Abuelas de Plaza de Mayo, otros hijos restituidos siempre solidarios. Principalmente Nélida, la abuela materna, motor inicial de la búsqueda, quien no llegó a ver coronados sus esfuerzos al fallecer en 2012, “pero con la seguridad de haber construido un legado para que mi búsqueda y la de tantos otros continuara más allá de las personas y los nombres propios”.
Recorrido plagado de aporías dolorosas: “La búsqueda fue en contra de mi mismo, en contra de la educación que recibí, en contra de lo que mis apropiadores y la gente que yo quería habían hecho conmigo en el sentido más profundo: convertirme en una persona que no era. Pero, al fin, una persona que, de manera inconsciente, desconfiaba y renegaba de ese otro que lo forzaban a ser”. Dentro de esa profundidad se desarrolló una infancia y adolescencia transitadas de la alienación a la duda. Como al conjunto de los apropiadores, escudados bajo el camuflaje de la cristiana caridad, se agazapaba la causa final del plan sistemático del robo de niños: torcer lo que su delirio caracterizaba como un destino “subversivo”, entre religioso y genético, y reencausarlo hacia el dogma moral de los genocidas. Perversión certera mas insuficiente para ocultar la intención de servidumbre a su imagen y semejanza. Sin lugar a dudas el hecho significativo consistió en anotar al niño robado como nacido el 24 de marzo de 1977. Fueron demasiados cumpleaños paradojales: mientras buena parte del pueblo argentino en esa fecha repudiaba la dictadura, en esa casa se autocelebraba con globos, serpentinas y torta con velitas. Más que para el pibe, era la algarabía de ese policía de bajo rango, autor de los tormentos más abyectos dentro del circuito Camps y el sádico comisario Etchecolatz. Dentro de ese radio de acción, en el Pozo de Banfield, Cristina Navajas dio a luz a Daniel el 10 de enero de 1977. De inmediato ella fue asesinada.

Un puñado de situaciones grotescas funcionaron para Daniel como señales esclarecedoras durante la mismísima infancia. La presunta empatía social mostraba la hilacha del individualismo autoritario. Pinta la idiosincrasia del secuestrador de cuerpo entero. En el acto escolar de fin de año, hacia 1984, se rifaba la clásica canasta navideña con pan dulce, sidra, garrapiñada, etc. La directora extrajo el número correspondiente a la familia de Daniel: “Esa sensación de orgullo y felicidad no duró demasiado (…) madres y padres de otro alumnos empezaron a gritarnos. Decían que el sorteo había sido un afano, que estaba todo arreglado”, habían visto al apropiador pagarle a la directora. “Nunca voy a olvidar ese día: nos fuimos e la escuela en medio de un escándalo, bañados de gritos e insultos”.
En otra oportunidad, a los ocho años, fueron al circo barrial, ocuparon la primera fila. Daniel vio al apropiador en cierto momento conversar por lo bajo con uno de los payasos. Comenzada la función, el payaso requirió el auxilio de un asistente, fingió buscar entre la multitud hasta elegirlo. Contra su voluntad, “paralizado de vergüenza, nervioso y transpirado, hasta que terminó el número”. Los deseos del pibe nada importaban. Una suerte de justicia poética tuvo lugar en 1989, ocasión en que el apropiador procuraba mimetizarse dentro de un comité de la Unión Cívica Radical en Claypole donde se militaba la candidatura presidencial de Eduardo Angeloz. Empeñado en demostrar su poder, el apropiador dispuso sus recursos económicos al convocar a un asado proselitista a casi dos centenares de vecinos. Llegado el momento, los invitados comieron a sus anchas hasta que, al comenzar el brindis, los comensales comenzaron a entonar la Marcha Peronista en perfecta coordinación. “¿Te pensás que con un asado vas a comprar nuestros votos? ¿Quién te crees que sos? ¿Querías aprovecharte de nosotros porque somos negros?” Fugaz, el paso del genocida por la democracia.
El apropiador murió antes de ser condenado. Su nombre y apellido figuran en Nieto 133 - Mi camino hacia la verdad. Adrede, aquí se omite a fin de que solo quede en su lápida. Daniel Santucho Navajas, reencontrado hoy con su padre, hermanos y extenso familión, ve crecer con felicidad a sus dos hijas, Camila y Milagros; trabaja y milita en el ámbito de los Derechos Humanos. Víctima de un plan sistemático de robo de bebés y asesinato de sus madres, colabora en el esclarecimiento de aquellos y todos los crímenes de lesa humanidad.
FICHA TÉCNICA
Nieto 133 – Mi camino hacia la verdad
Daniel Santucho Navajas
Buenos Aires, 2025
144 páginas
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