De la complicidad a la responsabilidad
Jonathan Perel estrena en el BAFICI un documental sobre el rol empresario en la desaparición de personas
I.
Desde Caín y Abel o desde un partido en el que se juega el destino del género humano según relata el Popol Vuh, la vida no es un acto gratuito; es condena –pesada o liviana, cada uno dirá– para quien asuma hacerse responsable de sus actos, sobre todo aquellos que lo unen a otro.
La cámara está apostada frente a la puerta de una fábrica a la usanza de los Lumière, que plasmaron en celuloide a un grupo de trabajadores que sale sonriente, a plena luz del día, confiados en que “el trabajo los hace libres”.
Aquí, a la vera de la ruta, sobre una avenida muy transitada o en un paraje apartado del mundanal ruido, alguien apunta su cámara digital y lee cifras sobre un puñado de fantasmas: “Astillero Río Santiago, La Plata, 32 desaparecidos. Petroquímica Sudamericana, La Plata, 20 desaparecidos. Molinos Río de la Plata, Avellaneda, 21 desaparecidos. Fiat, Córdoba, 52 desaparecidos”.
Como un Walsh que a la clandestinidad de los crímenes responde con clandestina recolección de pruebas a presentar ante el tribunal de la historia, en Responsabilidad empresarial Jonathan Perel se aposta a escondidas –ni en democracia se está seguro ante estas fieras– frente a edificios de empresas que fueron algo más que cómplices del terrorismo de Estado.
Como buen cineasta –de los más talentosos de su generación–, no se contenta con una imagen. Lee un libro (“Los torturaron en el interior de la fábrica en el horario laboral y frente a otros empleados”, se escucha en voz del director), no uno de Walsh pero sí uno que le hace justicia y, como es de esperar, lo continúa.
Frente a cada inmueble lee en un momento preciso: a la hora del lobo, en ese limbo cruel en que miembros de Fuerzas Armadas entraban en una fábrica y hacían de ella un centro de detención, tortura y desaparición.
Desde los hermanos Lumière, el cine es testigo de estas y otras atrocidades a las que obliga el capitalismo. Con tres decisiones de puesta en escena –lugar, hora y acto de lectura– Perel consigue hacer visible la impiadosa mano del mercado.
II.
Horca, cámara de gas o picana, cuando los asesinatos ocurren a plena luz del día nadie puede decir que no es cómplice.
Cómplice del nazismo fue el pueblo polaco según retrata Shoah. Cómplice del delictivo avance del capitalismo fue la sociedad norteamericana que, temerosa de que tambalee su venerada propiedad privada, vio impávida cómo se asesinaba injustamente a Saco y Vanzetti, y a cientos de inocentes mensajeros de una hecatombe cada día más cercana.
Cómplice es el médico de Villa de Luis Gusmán y todos los habitantes de Malihuel de El secreto y sus voces de Carlos Gamerro. Cómplice es la vecina de los Carri en Los rubios y el abogado de Rojo de Benjamín Naishtat.
A la sociedad argentina le tomó tiempo asumir que no era víctima inocente entre “dos demonios”. Esa conciencia no sólo decantó en las novelas y filmes mencionados, también en una decisión a la hora del retrato de ese instante de cacería en el que alguien se afantasma y quedan cenizas en el viento: de Garage Olimpo en adelante, prácticamente en todos los filmes referidos al terrorismo de Estado de lo que se llamó Nuevo Cine Argentino, las capturas no se dan en la oscuridad como en La noche de los lápices y otros filmes de los ochenta, sino a plena luz del día.
Espada sin cabeza desde el siglo XIX hasta ayer nomás, los militares hace tiempo que no son los únicos que apretaron el gatillo. Ya no hablamos de “golpe militar” solamente. El relato que prima sobre el pasado reciente confirma una matriz económico-política con apoyatura en la institución eclesiástica, militar y judicial, matriz que impuso un nuevo patrón de acumulación aún vigente.
Entre los copartícipes en la implantación de este nuevo patrón, Responsabilidad empresarial pone el foco en empresas que facilitaron la violación de derechos humanos mediante la entrega de información (listas, incluidas direcciones para secuestrar trabajadores), y el aporte de recursos logísticos y materiales (legajos, generosa cesión de guardias de seguridad a fin de ejecutar las detenciones ilegales). Por entonces, la libertad de mercado era la libertad de estatizar deuda privada, de destinar “dinero a la erradicación de elementos negativos” y de enriquecerse a escalas de un César o de un faraón –suena desmesurado, pero así fue y sigue siendo– gracias a la suspensión de regímenes sindicales y laborales, una suspensión con efecto de escarmiento, de disciplinadora guía de conducta.
Ni guerra ni sucia, el exterminio con quirúrgica “cirugía sin anestesia” de esta fase del capitalismo que llamamos neoliberal asienta que la participación de los asalariados en el ingreso nacional pasó del 43% en 1975 al 22% en 1982. Con sólo una excepción (el período que, en proyección cínica, el establishment cataloga como “década robada”), esa participación no ha dejado de caer.
Autores intelectuales, socios, copartícipes necesarios de un crimen aún impune, sobre ellos no cabe la figura de la complicidad.
III.
Todo gobierno cuenta con una política de la memoria, incluso aquel, como el de Macri, que confía ciegamente en que no tiene alguna (ni política ni memoria).
Desde el fin de la última dictadura, sobraban pruebas del activo involucramiento de empresas en crímenes de lesa humanidad (en el informe de la CONADEP y el Juicio a las Juntas, para mencionar algunas), pero, como queda dicho, a la sociedad le tomó tiempo discernir sobre quiénes pesa la responsabilidad.
Con hechos simbólicos como bajar un cuadro, con apoyos concretos a organismos de derechos humanos y a su lucha, y con pedagogías en el aula y en canales públicos para que las nuevas generaciones continúen con el mandato cívico del “Nunca más” y hasta salgan ellas también a la calle cuando aparece un oprobioso 2x1, el kirchnerismo contribuyó a una política de la memoria que ayudó a discriminar la responsabilidad. Durante esos años, la narrativa histórica según la cual hubo un golpe cívico-militar-eclesiástico y corporativo, tuvo, además, implicancias institucionales: desde hace más de una década, delitos de lesa humanidad con motivación económica empezaron a visibilizarse dando curso a investigaciones impulsadas por la Secretaría de Derechos Humanos e incluso por la Comisión Nacional de Valores.
Bajo un mismo compromiso que anuda memoria, verdad y justicia, surge el libro que lee Perel, un volumen realizado de manera conjunta por el Área de Economía y Tecnología de la FLACSO Argentina, el CELS, la Secretaría de Derechos Humanos (SDH) y el Programa Verdad y Justicia del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación en 2015, Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad durante el terrorismo de estado, primer análisis sistemático abocado a detallar menos una connivencia que una responsabilidad.
“Se permite la reproducción total o parcial de este libro, su almacenamiento bajo un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico fotocopia u otro métodos”, lee Perel al final del filme. Su película, apuesta modernista en tiempos en que el cine fue suplantado por el pochoclo que se impuso, el de las series, no es sino uno de esos “métodos”, continuación por otros medios también de una política de la memoria aún viva.
La elección de un día simbólico como es el 24 de marzo y su posterior proyección en el Parque de la Memoria, en el marco del BAFICI, dan cuenta de una gestión antitética a la política negacionista del macrismo, política ésta no sólo sostenida con dichos que pusieron en duda un símbolo antes que una cifra, también activa con arteros palos en la rueda a los procesos judiciales en curso, incluidos los referidos a la participación de empresas bajo la última dictadura, y con un decidido desfinanciamiento de organismos de derechos humanos.
El negacionismo neoliberal, el mismo que imprime el “no le debo nada a nadie” –no hubo sólo cambio de patrón económico, también un devastador cambio cultural–, obliga a no mirar atrás; y si por algún desatino se llegara a mirar, quien lo hace no podrá reconocerse: propio de vidas lisas, no tienen miedo de convertirse en estatuas de sal. Son los mismos que no se creen responsables ni de aquellos crímenes ni de un endeudamiento impagable que es hijo de un mismo y delictivo patrón de acumulación.
En la Argentina, “la mano izquierda de Dios” –la expresión es del obispo Primatesta– está manchada de sangre. Como se ve, la mano invisible del mercado también. No hubo sólo complicidad en las empresas que tuvieron un papel activo en la represión a trabajadores. Esas empresas exhiben menos la complicidad civil que la razón de ser del terrorismo de Estado.
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