A partir del más probable resultado electoral de este domingo 27 de octubre, ningún buen gorila se va a sentir interpelado porque aquí y ahora las urnas sugieran de una vez por todas cambiar de rumbo, ni lo amedrentará el desmadre chileno, ni se predispondrá a la sensatez de serenar los ánimos al observar la irresponsabilidad de la oposición boliviana o cruzar el Ecuador y ver el reino de la inequidad. Le alcanza con tener a mano el fallido Venezuela, intuir que más temprano que tarde Chile volverá a la normalidad. Es de manual: se cuidará de encubrir su tirria al peronismo con el vocablo populismo, con el objeto de no parecer –como lo es— el gorila irracional de siempre. El merengue del Dr. Merengue queda más blanco con el toque adecuado de invocación al populismo.
La fuerte convicción que acompaña la batalla contra el populismo alienta a enarbolar el mensaje de seriedad económica: hay que bajar el gasto y no solo porque el endeudamiento externo nos tiene contra las cuerdas, sino porque es lo que se debe, porque no es correcto vivir por encima de los recursos. Creyendo que es tiempo de astucias, la reacción pone en primer plano a Maquiavelo y su recomendación a los recién venidos a la manija de causar el daño que tengan que causar por inevitable ni bien la agarran, para no pagar costos políticos en el siempre veleidoso tiempo que resta. Para colmo, entre los informes presentados por el FMI en la reciente asamblea de Washington, en un par se subraya que durante los próximos cinco años el continente sudamericano será el que menos crezca, por efecto de los bajos precios de las materias primas que exporta. Todo un dato contextualizado en las proyecciones de crecimiento del planeta, que se estiman muy bajas para el próximo lustro.
Ahí entra la condena más explícita al populismo, cuyos pliegues implícitos es preciso desentrañar pues son los fundamentos de una ideología portadora de inestabilidad política que se presenta como el verdadero y único camino hacia la estabilidad democrática. Los términos de intercambio irán para atrás –y por largo tiempo—, Vaca Muerta con suerte alcanzará para que el endeudamiento externo se torne un problema manejable y la reacción gorila se restriega las manos. Esta vez el populismo no tendrá chances de hacer de las suyas y para su mejor salud política deberá volver la mirada hacia la experiencia de los '90. Esta incidencia del factor externo en la determinación de los ingresos internos es el sello de agua del antipopulismo y es en lo único en que coinciden el historiador argentino –ya fallecido— Tulio Halperín Donghi y el sociólogo francés Alain Rouquié en su mirada sobre el peronismo, para llamar al populismo en la Argentina como se debe.
Individuo histórico
En su reciente ensayo El siglo de Perón, Rouquié dice respecto de la irrupción en escena de las experiencias populistas globales que “la nueva orientación sólo será posible si hay una reversión en la coyuntura que provoca una súbita prosperidad. La secuencia ‘crisis socio-económica / ciclo de coyuntura positiva’ se repite en todos los casos. Las refundaciones hegemónicas han sido, hasta ahora, en efecto, privilegio de los países exportadores de materias primas sometidos a la extrema volatilidad de los mercados internacionales”.
Halperín Donghi —un intelectual nada proclive al peronismo— está tan consustanciado con esta forma de entender los hechos que en un texto de 1994, “La larga agonía de la Argentina peronista”, refiriéndose a la dinámica política entre 1955 y 1973, al caracterizar las fuerzas en pugna en época de proscripciones resalta que “utilizaban con aún mayor desenvoltura que en el pasado manipulaciones ideológicas que buscaban orientar los términos del debate contemporáneo, pero que contribuyen todavía hoy a empañar la nitidez de la imagen retrospectiva”. En tal sentido advierte que “algunas de las que hoy pueden parecernos interesadas y descaradas falsificaciones de la realidad eran la expresión sincera de una lectura sin duda extravagante de ésta (¿quién puede dudar, por ejemplo, de la autenticidad de la fe que el doctor Frondizi depositaba en los análisis prospectivos y retrospectivos del señor Frigerio?)”.
Más allá del desagradable tufo de pedantería académica en el párrafo que antecede del que por entonces era profesor en Berkeley (el uso de doctor para Frondizi y señor para Frigerio no es inocente), Halperín delimita que “el llamado desarrollismo no se apoyaba en una apertura de la economía. […] En su límite, esa política se reducía a distribuir rentas de monopolio, y en un mercado tan limitado como lo es el argentino, ese límite estaba desde el comienzo muy cercano”. Es el mismo diagnóstico de Rouquié pero desde el ángulo de lamentarse de que el desarrollismo —por una lectura extravagante de la realidad, al introducir autos, acero, energía y demás— creó la después llamada patria metalúrgica. El desarrollismo habría dotado masivamente de obreros industriales a un peronismo que no los tenía, sencillamente porque había poca industria.
En todo su ensayo, al dedicarle unas pocas y despectivas líneas a la experiencia desarrollista, Halperín Donghi historia por defecto el verdadero nervio motor de la etapa, que es el que late hoy cuando se diagnostica una y otra vez la necesidad de profundizar la industrialización. Suponía en 1994 que la hiperinflación de 1989 fue el hecho histórico que marcó la defunción del peronismo, al verse exacerbadas todas las contradicciones insolubles que puso en marcha el 17 de octubre de 1945. “Ese barniz de unanimidad impuesto a un país que cada dos años tenía ocasión de redescubrirse dividido, le hizo más difícil asimilar la revolución social que fue el peronismo”, reflexiona el historiador. Halperín Donghi apunta con relación a la etapa 1945-55 que “cada confrontación electoral […] lejos de revalidar la legitimidad de los ganadores, revelaba que la Nación, a la que incesantes rituales mostraban unánimemente encolumnada detrás del conductor, ocultaba entre sus pliegues de su electorado un irreductible tercio opositor”.
Sobre el mismo diagnóstico del conflicto de la base material, Rouquié infiere en 2016 una dinámica de la superestructura en las antípodas y afirma que “hoy en día en la Argentina, para acceder al poder y, sobre todo, para conservarlo, más vale invocar a Perón y ponerse la camiseta justicialista. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de octubre de 2015 los dos candidatos que se identificaban con el peronismo, Daniel Scioli y Sergio Massa, sumaron el 58,2% de los votos”. Rouquié recuerda que “decía André Malraux que en Francia todo el mundo era, había sido o sería gaullista […] pero ya no funda una identidad política y no provoca ni clivajes ni enfrentamientos” y en vista de que “desde hace setenta años el peronismo domina la vida política argentina”, se encuentra que “la singularidad argentina es múltiple […] el surgimiento de Perón delimita una línea de partición histórica que nadie parece discutir. Hay un antes y un después en el que todavía estamos”.
Al concluir su investigación Rouquié observa que “el peronismo aparece perfectamente como un ideal tipo, es decir, parafraseando la definición weberiana, como un ‘individuo histórico’, único y singular, pero ‘significativo en cuanto a singularidad’. Este enfoque histórico de los ‘enigmas del presente’ no se limita, entonces, a iluminar la trayectoria política de un país concreto, la Argentina”. El sociólogo francés confiesa que el peronismo captó su atención “porque el fenómeno político que nos ocupa ha tomado en ese país su forma más elaborada, compleja y duradera, entre otras muchas”, y ese fenómeno político viene dado porque conforme van las cosas en la acumulación a escala mundial, “la máquina desigualitaria produce la ‘oligarquización’ de las sociedades […] tendencia pesada [que] choca de frente contra la proclamada meritocracia y las expectativas de progreso social, que son los soportes esenciales de la frágil legitimación democrática”.
Así como “la democracia creada en el marco del Estado-nación no parece tener lugar” y se pregunta el pensador francés si “el malestar social, la pérdida de referencias nacionales llevan a una regresión democrática”, también define que “las democracias hegemónicas tienen como característica principal el ser a un tiempo anti institucionales y electoralistas. Estos regímenes de poder fuerte no buscan reforzar las instituciones, sino que asumen de manera voluntaria la debilidad de las estructuras del Estado y del partido-movimiento”. Sobre este telón de fondo Rouquié epiloga reflexionando sobre el “estallido de las desigualdades, angustias sociales, privatizaciones. Sin forzar mucho las cosas, podemos identificar ahí el terreno en el que han surgido las ‘democracias hegemónicas’ realmente existentes. ¿Será la hora de los peronismos para algunos países de Europa? Dejemos esta pregunta hipotética abierta a la reflexión, ya que excede ampliamente al ‘siglo de Perón’”.
El peronismo como fórmula política para que los otros pueblos que puedan darse ese lujo sobrevivan en la globalización. Mirá vos.
La causa y el régimen
Pero una cosa es cierta: el diagnóstico común sobre el populismo de Rouquié-Halperín Donghi, y con ellos dos de cuanto derechista ande dando vueltas, sencillamente no está fundamentado, porque no es verdad que los mejores términos de intercambio incentivan el populismo como tampoco que son los precios mundiales los que establecen los ingresos nacionales. El recurrente planteo del viento de cola no tiene ni pie ni cabeza, empírica ni teórica. No hay ningún estudio que muestre a partir de los datos que la mejora en los términos de intercambio mejora el Gini porque el populismo hizo el campo orégano de esa coyuntura internacional favorable. Muestran lo contrario.
Pero lo argumentos empíricos rara vez, si es que alguna, son convincentes. En el plano teórico, los antipopulistas actuales están lejos de haber descubierto la pólvora y sus profundas contradicciones. En esencia sostienen que los precios internacionales de las exportaciones de un país determinan los salarios no sólo en los sectores exportadores de ese país, sino también en aquellos que trabajan para el mercado interior, sin ninguna contemplación en lo que hace a las magnitudes de los diferentes sectores. Es una manera distinta de referirse al tipo de cambio competitivo y toda esa monserga. Justamente la maldición del populismo es que cuando hay un aumento en el mercado mundial del precio de exportación es que en vez de proceder con seriedad e impedir que los salarios se aprecien, se aprovechan, despilfarran y no ahorran. De Keynes, ese desconocido, ni hablemos.
Frank Taussig, uno de los fundadores de la escuela de Chicago e inspirador de Paul Samuelson en un trabajo de 1896, Wages and Prices (Salarios y Precios), se interrogaba retórico: “¿Cuál es la causa de los altos salarios monetarios? La respuesta no es difícil de encontrar. Los países con altos salarios monetarios son aquellos en los que el trabajo es eficiente en la producción de mercancías de exportación, y en los que las mercancías exportadas obtienen un buen precio en el mercado mundial. La escala general de los ingresos monetarios depende fundamentalmente de las condiciones del comercio internacional y únicamente de esas condiciones. La escala de los precios interiores le sigue”.
Taussig supone que subirán solo los salarios monetarios, en tanto que los salarios reales continuaran abajo por donde venían debido al alza del nivel de precios internos que es lo que posibilita pagar el aumento de salarios desencadenado por el precio al alza del sector exportador. Los antipopulistas sospechan que los salarios reales también suben. El economista greco francés Arghiri Emmanuel, en su ensayo El intercambio desigual, advierte que “admitir la tesis de Taussig nos llevaría a admitir que, en ciertas condiciones del mercado mundial, los países pobres y con salarios bajos reales tendrían un nivel general de precios y una tasa general de salarios monetarios superiores a los de los países ricos y salarios reales altos. Hasta donde sabemos, jamás ha habido un caso semejante desde que existe el mercado mundial”. Bastaría para eso que saltara el precio de la exportación característica, generalmente alguna clase de materia prima. En la realidad de los hechos los salarios monetarios son altos en los países en los que los salarios reales son igualmente altos, aun si no existe una estricta proporcionalidad entre los dos y si los primeros aventajan a los segundos.
El diagnóstico común de Rouquié-Halperín Donghi y de los gorilas sobre la conducta del populismo y los términos del intercambio queda así desmentido, pero no la esperanza del primero –en cierta forma compartida con Ernesto Laclau— de que la tendencia del peronismo a la democracia hegemónica se haga experiencia mundial en vista de las imposibilidades del desarrollo. Al menos para la Argentina, en un mundo regido por la férrea ley del desarrollo desigual el subdesarrollo es una contingencia y el desarrollo una posibilidad cierta. En la medida en que el proyecto político cuya legalidad sancionaran las urnas se haga eco de esa misión y objetivo histórico, el tiempo no habrá pasado en vano, y la sórdida y aguda coyuntura será un triste recuerdo del gatomacrismo.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí