De hambrunas y anécdotas coloniales

El gobierno no logra expresar un principio básico: ningún argentinx afuera

 

Suponga que aparece de pronto una nueva epidemia global, sumamente peligrosa. Suponga que un laboratorio argentino es el primero en el mundo en desarrollar una vacuna efectiva contra la nueva peste. Y suponga que se presentan inmediatamente todas las principales potencias del mundo, con miles de millones de dólares y euros, a comprar la totalidad del stock de vacuna local.

Un liberal me dijo –basado en el manual de “capitalismo salvaje para bobos”– que si no existiera la posibilidad de vender todo afuera, el laboratorio no hubiera hecho la vacuna.

Según este razonamiento, el laboratorio, ante el enorme negocio de vender a muchísimos dólares cada dosis, debería decidir exportar completamente toda la producción. El país se quedaría sin vacunas y la gente se enfermaría y moriría, pero al laboratorio le iría espléndidamente bien…

No puede haber un ataque más extraordinario a la propiedad privada que ese razonamiento liberal. Lo que hace de escudo que impide que la sociedad local disfrute de esa vacuna salvadora es la propiedad privada. Esa relación social, respetada hasta el punto de la muerte, es la que impediría que en el país donde se produjo el desarrollo de la vacuna se pueda disfrutar de ese logro. Es como si la vacuna hubiera aparecido en otro lugar. En donde está la plata.

La producción no tendría absolutamente ninguna función social, sino la de acumular dinero. La propiedad sobre un bien de primerísima necesidad sería absoluta: el laboratorio puede vender todas las dosis afuera, o las puede tirar por la alcantarilla si así le place a su dueño.

Hasta aquí hicimos un ejercicio de imaginación, para poner a prueba un criterio económico-social y político en un caso extremo: alguno está vendiendo –para hacerse rico— lo que el resto de la población necesita para sobrevivir. Que el resto sobreviva no tiene importancia, aunque se quede literalmente sin país, porque la oportunidad de rentabilidad es estupenda.

Ante la pregunta “¿Usted qué haría?”, la mayoría tiende a identificarse con “la gente” y prefiere reservar las vacunas necesarias para vacunar/vacunarse. Sólo una fracción menor se identifica con el laboratorio y el suculento negocio repentino. Una minoría en la Argentina vendería todas las vacunas afuera, si pudiera.

 

 

Hambrunas siempre hubo

Repasando historias de hambrunas en el mundo, sorpresivamente reaparecidas en la actualidad por el conflicto artificialmente creado en torno a Ucrania, se pueden encontrar al menos dos antecedentes históricos que llaman la atención por un detalle en particular: mientras la población local se moría de hambre, los dueños del poder exportaban alimentos en grandes cantidades.

Una recordada hambruna es la ocurrida en Irlanda, en 1847, en la cual fallecieron por falta de alimento aproximadamente 400.000 personas sobre una población menor a los 8 millones de personas. Hubo un problema de abastecimiento de la papa, elemento central en la alimentación de los irlandeses en aquel momento, por un hongo que atacó y arruinó la cosecha. Irlanda estaba bajo dominio británico, la mayor parte de la tierra estaba controlada por colonos ingleses, y a pesar del desastre humano, las autoridades decidieron seguir exportando a Inglaterra los siguientes productos: terneros, conejos, jamón, manteca, porotos, verduras, pescados y miel. Un reconocido historiador económico irlandés señala que el problema de ese momento no fue la falta de comida, sino el precio, inaccesible para amplias masas de población. Dado que la mayoría de estos productos fue enviada a Inglaterra, la relación entre ambas naciones quedó envenenada por ese recuerdo escalofriante.

Entre 1876 y 1878, en la India, se produjo una Gran Hambruna, bajo el dominio de la corona británica. Se desató a partir de una sequía que determinó la pérdida de parte de la cosecha en una zona triguera del país. La hambruna se hizo sentir al comienzo en el sur y sudeste, extendiéndose luego hacia regiones del norte. El hambre afectó con diversa intensidad en esos dos años a una población de 60 millones de personas. El número de muertos se estimó en aproximadamente 5,5 millones de habitantes.

Sin embargo, por decisión del virreinato británico, las exportaciones de alimentos desde la India continuaron durante ese período. El virrey, a raíz de otro acontecimiento similar previo, no quería ser acusado de “manirroto” por otros integrantes de la administración colonial, gastando recursos en salvar gente. La exportación de trigo marcó un récord en el punto culminante de la hambruna. Además, la producción de ese cereal fue parcialmente reducida en aquel momento por la dedicación de la tierra a otros cultivos más rentables.

Es interesante observar en ambos casos que el desastre humanitario tuvo que ver con:

  1. la impiadosa ocupación colonial, y
  2. la primacía de intereses privados sobre el más elemental derecho colectivo a la alimentación, o sea, a la vida.

A 212 años del comienzo del comienzo de nuestra propia revolución anti-colonial, la Revolución de Mayo, podemos sentir en carne propia que liberarse formalmente de las potencias coloniales no es una garantía de que los pueblos puedan gozar de una vida decorosa en su propia tierra.

 

 

Tener Estado Nacional es importante

Si bien ya cobraron estado público, vale la pena subrayar medidas que ya se están tomando en diversos países del mundo, frente al oscuro panorama de falta de alimentos, energía y otros insumos básicos, como por ejemplo fertilizantes.

Indonesia, primer productor mundial de aceite de palma, empezó a aplicar el 28 de abril último un embargo completo sobre las exportaciones de aceite comestible, ante la incipiente agitación social por el aumento de los alimentos básicos de la canasta popular.

A su vez, el 16 de mayo, la Dirección General de Comercio Exterior de la India anunció que quedaban prohibidas las exportaciones de trigo con “efecto inmediato”, excepto en los casos de envíos para los que “ya se haya emitido una carta de crédito irrevocable”.

Quizás estén pesando, en todas estas decisiones de países muy poblados, los acontecimientos ocurridos en Sri Lanka, en donde debió renunciar el primer ministro el 9 de mayo. Hace semanas que se vienen desarrollando violentos incidentes entre la población civil, debido a la grave escasez de productos alimentarios, combustible y medicamentos. La situación del país, altamente endeudado, se agravó producto del impacto económico del conflicto en Ucrania, lo que lo llevó a suspender el 12 de abril el pago de su deuda externa, decisión que sin embargo no frenó la grave crisis social.

No son casos aislados ni excepciones: según una declaración del Fondo Monetario Internacional del 23 de mayo, “desde el inicio de la guerra en Ucrania, nuestras observaciones indican que alrededor de 30 países han impuesto restricciones al comercio de alimentos, energía y otras materias primas de importancia”. La declaración del organismo lleva el sugestivo título de “Por qué –y cómo– se debe combatir la fragmentación geoeconómica”.

Es importante destacar que ninguno de estos países tiene, ni remotamente, gobiernos de izquierda, ni anti-empresarios, ni ninguna de las etiquetas estigmatizantes que atraviesan el imaginario de la derecha argentina.

Son, simplemente, gobiernos pragmáticos que analizan con suma crudeza la situación local e internacional, y que establecen prioridades definidas por el más básico sentido común político: primero se come, se evita la violencia y el desorden, luego se exporta.

En ese sentido, se comportan como gobiernos post-coloniales, que no están capturados por intereses que operan desde afuera del territorio nacional.

 

 

La Argentina puede consumir y exportar

Según la Bolsa de Comercio de Rosario, la producción de trigo en la campaña 2021 fue de 17 millones de toneladas; para el consumo interno se estima una utilización de 7 millones de toneladas y para la exportación se destinarán 10 millones de toneladas. Visto desde las cantidades que produce nuestro país, no existe problema alguno. No es que estamos frente a un dilema como el del laboratorio presentado al comienzo de la nota. La estimación para este año es que podría llegar a exportarse más de 12 millones de toneladas, a muy buen precio. Pero algunos quieren exportar mucho más.

Cuando Alberto Fernández asumió la presidencia de la Nación en diciembre de 2019 la cotización del trigo en dólares en Rosario era de 165,67 dólares. Antes del comienzo del conflicto con Ucrania el cereal ya estaba en 241,50 dólares, es decir que ya había subido casi un 50%. Y un día antes de nuestra fecha patria, el martes de la última semana, su valor alcanzó a 366,38 dólares, o sea el doble del momento inicial de la gestión, que fue cuando se fijó por ley un techo porcentual de retenciones del 15%, aunque hoy se cobre todavía menos, un 12%.

¿Qué es lo que se está disputando? En realidad no habría un dilema entre una cosa y otra. Se pueden ambas. El problema, generado por la minoría exportadora, son las proporciones.

El caso es más parecido al de Irlanda: “Si la gente pudiera pagar lo que pagan en Inglaterra por estos productos, podría disfrutar de los mismos”. Lástima que el ingreso de los irlandeses era sólo un 40% de los ingleses de su época.

Si hoy la exportación es aún un negocio mayor que hace unos años, desde la perspectiva de los exportadores la clave es generar el mayor saldo exportable posible, reduciendo la participación local. La forma que tiene la “economía de mercado” para hacerlo es asignar el trigo como si fuera una subasta: “¿Quién da más?” El capitalismo tiene su propia forma de cuotificar, que es en base al poder adquisitivo de los consumidores. El racionamiento se hace en base a la billetera. Si el mercado internacional está en condiciones de pagar mucho más que los consumidores locales, pues allí irá el producto. Esa es la tendencia que está presionando sobre la toma de decisiones políticas actuales.

Si nada se hiciera, iríamos a una situación de consumo ínfimo local –sólo accesible por parte de una minoría de buen poder adquisitivo– para que los exportadores embolsen más ganancias. Que es exactamente lo opuesto a una estrategia de consumo masivo para tener una población bien alimentada. Claro, ese no es un problema del “mercado”, o sea de los exportadores, sino que se supone que es una cuestión pública, vinculada al interés colectivo de la sociedad.

Si un kilo de buena carne argentina se puede vender en Madrid al equivalente a 18.000 pesos, ¿por qué malvenderla en nuestro país a 1.500 pesos?

Nuevamente, el tema de la adecuada nutrición infantil, que millones de chicos reciban una dieta que cubra plenamente sus necesidades alimentarias para que tengan un buen desarrollo, no es un problema para los exportadores. La salud de los niños no su puede guardar en cuentas en el exterior, ni cobrar intereses por ella.

Alimentar bien a la población debería ser una tarea de primera importancia política, sin distinción de espacios partidarios… salvo que uno se comporte como una potencia ocupante extranjera, que sólo está utilizando un determinado territorio para extraer riquezas con el objetivo de acumular en la metrópoli o mejorar allí el nivel de vida.

La Argentina tiene la suerte, en este momento, de ser un productor excedentario de alimentos, lo que la aleja objetivamente de disyuntivas dramáticas. Sin embargo son las fuerzas sociales internas, específicamente ciertas minorías que apropian y manejan los alimentos, las que crean una situación insólita de amenaza alimentaria.

Comer bien en nuestro país no debería ser un problema, si no fuera por:

  1. La profunda desconexión de cierta dirigencia empresarial con el resto de la población argentina, encubierta en charlatanerías de mercado o en la “necesidad de exportar más para pagar los compromisos externos”. No va a ser hambreando a la gente que se va a poder resolver el tema externo.
  2. La extrema moderación del gobierno del Frente de Todos, que ni siquiera frente al tema de la alimentación popular puede establecer un límite preciso. Tampoco ha sido capaz hasta el momento de enunciar un discurso claro y distinto, que refleje un criterio político alternativo a los exportadores frente en esta cuestión de extraordinaria sensibilidad.

 

 

Crisis de la idea de Nación

Cuando leemos historia, no nos sorprende que una potencia ocupante muestre absoluta insensibilidad con sus vasallos coloniales, a los que también subestima cultural y hasta racialmente. Es hasta lógico: los colonialistas están allí para extraer recursos, no para extender las mieles de la sociedad “civilizada”.

El problema es cuando los actores concentrados locales se comportan como una potencia colonial, incapaces de comprender situaciones humanas básicas, ni de concebir un futuro conjunto con sus compatriotas. Actúan como si el destino del prójimo les importase un bledo.

La crisis de la idea de formar parte de una misma nación es evidente en nuestro país. No somos originales: buena parte de las elites latinoamericanas se ven a sí mismas de la misma forma, como integrantes de un dispositivo globalizado, al cual responden y del cual viven.

Lo de las elites desconectadas de la propia sociedad no nos parece una novedad. Pero si nos llama la atención la crisis del movimiento nacional: no puede ser que no encuentre dentro de sí mismo la potencia para expresar un principio básico: ningún argentinx afuera. Ningún compatriota sin la protección necesaria.

Además ese principio elemental no se contradice necesariamente con que haya rentables actividades privadas y prósperos negocios exportadores. Es el fundamentalismo de negocios lo que pone en crisis a nuestra sociedad y la degrada injustificablemente.

Se requiere volver a mirar la historia nacional, y tomar saludable distancia de la vuelta al siglo XIX que está protagonizando la globalización neoliberal.

No se puede seguir balbuceando. Hay que ofrecer certidumbres. No da más seguir con mensaje chirle a la sociedad.

Patriotismo es calidad de vida.

 

 

 

 

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